Más o menos ocho horas de carismáticos paisajes italianos, calles empedradas, escaleras interminables y escenas gélidas estiradas hasta el infinito. Quizás Netflix exija que todo tiene que tener la longitud serial tradicional. Además, en blanco y negro, porque el director, el oscarizado Steven Zaillian (guionista de "La lista de Schindler"), cree que es Howard Hawks en "El sueño eterno". Eterna se me hizo, así que sacaré de uno de mis cajones la de verdad, "El talento de Mr. Ripley", en la que tras las cámaras sí había un artista auténtico que conocía los secretos del buen montaje.

Me encanta el cine de terror, con los riesgos que eso conlleva. Los slashers son lo que son, con sus virtudes y sus defectos. Casi nunca se han caracterizado por la sutileza, pues suelen evitar sugerir (por lo demás, una cualidad que deberían practicar más regularmente). Si uno se aventura a ver "Terrifier 2", por supuesto que sabe dónde se va a meter, pero no vale todo. Es, por desgracia, pura casquería, un sinsentido entre lo real y lo sobrenatural que sólo provoca irritación ocular y neuronal. Esto no es cine, es un subproducto salido de la mente de un perturbado.

Vistos cuatro episodios y mi mando a distancia avanza, de vez en cuando, de 10 en 10 segundos. Obvio, pues estos anillos (que no sé en qué gruta oscura se esconden) me están dejando más somnoliento que un curso sobre seguros del hogar. Cientos de millones gastados en efectos especiales que ya no asombran, porque no estamos en los años 60, y seguramente los guionistas, cegados por la envidia, protestan por sus ínfimos salarios "regalándonos" una historia llena de lugares comunes. Los diálogos superficiales nos martillean sin parar pues sólo parecen querer rellenar espacios vacíos. Y el espectador se queda boquiabierto porque no encuentra lo que busca: la aventura prometida. Por fortuna, el genio de Bear McCreary y su majestuosa música nos libera del hastío y de los deseos de salir corriendo.

Phil Karlson dirigió entre cine y televisión unas 60 películas, la gran mayoría de serie B. La penútlima fue "Pisando fuerte", que describe los mil y un avatares que sufrió en la vida real el alguacil Bufford Pusser en su lucha contra el crimen en el Tennessee de los 60 y 70. La historia en sí podría haber desembocado en una película de género apasionante, pero Karlson demuestra que, cuando no se tiene talento, todo se viene abajo. Ni las más o menos atinadas interpretaciones de su pareja protagonista ni la magnífica música del gran Walter Scharf consiguen sacar a flote una producción en más de un momento ingenuamente pueril.

Es indudable que Jordan Peele es un director con un enorme talento visual, pero no sólo de buenos ángulos de cámara vive el espectador; también tiene que haber una buena historia detrás. El realizador neoyorquino se desliza por tierras pantanosas ya que dicha historia es muy arriesgada, surrealista más bien. Por desgracia, gran parte de las películas y de las series de la última década pecan de reiterativas en el desarrollo de los diálogos, con frecuencia superfluos. "Nop" habría sido un excelente mediometraje, pero sus dos horas resultan cansinas por culpa de un guion ingenuo. Además, la mezcla de géneros (comedia, ciencia ficción, terror) desconcierta. Eso sí, a destacar la increíble música de Michael Abels, que firma una de las bandas sonoras más destacable en años (atención al guiño a Morricone) y una de las escenas más escalofriantes del género en años (que no destriparé, obviamente).