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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
6
22 de diciembre de 2014
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ha sido bastante común que, con el surgimiento del cine sonoro, con el paso de un director europeo al cine hollywoodense, con el cambio generacional y con los avances técnicos, entre otras razones… a la industria cinematográfica se le ocurra, cada tanto, rehacer ciertas películas, contarlas con algunas variables o rodarlas, incluso, cuadro x cuadro como ha ocurrido en los peores casos… y en definitiva, volver a aprovechar lo que, en un primer momento, dio buen resultado o fue un rotundo éxito.

También se da el caso de ciertos directores que, un día, deciden volver a hacer tal película que, por alguna razón, ahora sienten que podrían hacerla mejor… y decididamente, se la juegan de nuevo con las variables anheladas, con otros intérpretes y aprovechando al máximo los nuevos recursos que la técnica (y la experiencia adquirida) les ofrece ahora. En ocasiones, estos directores hacen visible que lo hecho ahora es un remake, porque conservan el título y la estructura de la historia es muy ajustada al guión original... pero en otras, se inventan algunas variables y suponiendo que, muy poca gente recuerda su vieja película, la hacen pasar como algo completamente nuevo, guardando prudente silencio sobre la teta de la cual mamaron. Más adelante diré por qué hablo de esto.

Con un guión de Charles Bennett (al que un montón de gente le decoró los diálogos), muy libremente basado en la novela de Joseph Conrad, “El agente secreto” (1907), “SABOTAJE” nos cuenta la historia de la atractiva y delicada señora Verloc (en la novela su nombre es Winnie) la cual vive junto a su esposo y su joven hermano en una sala de cine que, en un costado, han habilitado como vivienda. La sra. Verloc ama a su esposo -el cual trata muy bien a su hermano Stevie con el que también conviven- y está absolutamente convencida de que se trata de un hombre atento, inofensivo y cariñoso. Por razones que el filme no explica, Verloc está involucrado con un grupo terrorista, del que tampoco sabremos nada diferente a que le han contratado para que ponga una bomba que haga temblar a los londinenses. Es evidente que Hitchcock no quiere comprometerse interviniendo en política, aunque el libro es muy amplio en su exposición de los intereses de un grupo de izquierda en conseguir la Revolución social. En definitiva, el director inglés se ha metido en un cuento gordo (¡!), pero se limita a la anécdota para hacer un ejercicio de cine de suspenso, malogrando la profundización en unos personajes que daban mucho -y muy interesante- para contar. En tal sentido, es indudablemente mejor la novela.

Una vez más, nuestro director cae en situaciones pésimamente resueltas como aquella en que, el detective Ted Spencer, es descubierto espiando una conversación, escena en la que la ingenuidad narrativa entra aquí por la puerta grande. Y ni qué decir de la manera como la sra. Verloc termina el último encuentro con su esposo ¡¿Quién puede creerlo?! ¡Pura trampa fácil de Hitchcock, para dar entrada a lo que luego sigue!

Entonces miren (he de citar aquí situaciones claves): Una muchacha que tiene idealizado a su esposo. Éste está haciendo cosas que no aprueba la ley y el detective Spencer que está tras sus huellas, termina encantado con la inocente muchacha. Y cuando el "delincuente" es eliminado por aquella que tanto le admiraba, chico consigue chica y…

¿No es igualita -en su estructura básica- a “La sombra de una duda”, la película que Hitchcock haría seis años después en EEUU? Y cuando hizo este último filme, lo hizo pasar como algo completamente nuevo. ¡El cine es como la política: Todo el mundo sabe que el pueblo olvida fácil... y por eso siempre le dan más de lo mismo!
Luis Guillermo Cardona
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9
2 de agosto de 2014
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con frecuencia, ante los vendedores que llegan a mi puerta a ofrecerme planes de televisión, suelo quejarme de que, ésta es tan floja que a las familias deberían pagarnos por permitirle la entrada a semejante montón de canales donde, en la mayoría, brilla la banalidad, la vulgaridad, y el mal gusto. Por la sola publicidad que tenemos que soportar al ver cualquier programa, resulta necio y absurdo que, además paguemos por invadirnos con semejante montón de consumismo. Analice durante una semana, cuánto de lo que dicen, reclaman, desean o rechazan sus hijos, tiene una marcada influencia televisiva... y es probable que llegue usted a la conclusión de que, lo que éste medio les brinda, está cretinizándolos por completo.

Aludiendo a la cadena en la que trabaja, la UBS -asociable a muchas de las cadenas que también llevan tres letras como iniciales-, verdad de a puño es la que dice el comunicador, Max Schumacher (William Holden), en algún momento de la película: “No somos una cadena respetable, somos un prostíbulo dispuestos siempre a aceptar cuanto podamos conseguir”.

Una vez más, el director Sidney Lumet, se nos viene al canto con un filme que pone el dedo en la llaga y que, con muy cuidados, documentados y profundos diálogos, deja al desnudo la aterradora manera como el mundo de los sentimientos nobles, las relaciones desprevenidas y la solidaridad desinteresada, se va transformando, poco a poco, en el inmutable, inescrupuloso y corrupto mundo de los negocios, donde los seres humanos no importan en absoluto, sino tan solo el dinero (o el placer) que representen.

Como era de esperarse, la película recibió un amplio número de repulsas y detracciones de unas cuantas cadenas y comunicadores de turno, lo que significa que dio en el blanco y que lastimó a más de una conciencia de aquellas que, a punta de sexo y whisky, adormecen sus liviandades.

Magnífica actuación de, Peter Finch ('El profeta iracundo'), quien, en una gira promocionando el filme, moriría de un infarto fulminante. Estupenda, Faye Dunaway (Diana Christensen), la mujer sin otro deseo especial que el de subir los ratings a como dé lugar; y en un corto, pero memorable papel, Ned Beatty (Arthur Jensen), representando una de las más intensas y mejor planeadas escenas del filme, cuando, ante los ojos atónitos de Howard Beale, le hace un impreciso, pero impactante bosquejo del mundo actual.

El dramaturgo y guionista newyorkino, Paddy Chayevsky, se hizo acreedor a su tercer y muy merecido premio Oscar (los otros dos fueron por, “Marty” y “Hospital”), pero debo decir que disiento de que, Beatrice Straight, haya merecido más el premio que la, Piper Laurie, de “Carrie”.

Amén de este detalle, que nada tiene que ver con el filme en sí, puedo decir que <<NETWORK>> es una estupenda película con una necesaria voz de alarma:

¡Estoy más que harto (de la televisión que nos brindan) y no quiero seguir soportándolo!

Título para Latinoamérica: PODER QUE MATA
Luis Guillermo Cardona
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8
10 de abril de 2014
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El único argumento que suele esgrimirse para hablar peyorativamente de “SALOMÓN Y LA REINA DE SABA”, un filme que contiene uno de los más bellos romances de la historia de la humanidad y que consigue llegarnos al alma, es la repentina muerte de su inicial protagonista, Tyrone Power -mientras el rodaje todavía estaba en marcha-, y las palabras que, el mismo director King Vidor dolido por el insuceso, expresó en algún momento: “Habíamos hecho la mitad del filme –dos meses- y Tyrone había comentado: ‘Éste es el mejor trabajo que he hecho en mi vida`. Entonces Power murió y tuvimos que reemplazarlo por Yul Brynner quien andaba muy cauteloso e inhibido, y debido a este tipo de circunstancias, el filme se convirtió en algo indiferente y sin importancia”. (The celluloid muse. C. Higham y J. Greenberg)

Se me viene en este momento a la mente una escena imaginaria, y contra todo riesgo, siento que debo transmitirla:

King Vidor ha llegado al cielo por pleno merecimiento, el 1° de Noviembre de 1982. Fue una gran persona y dejó un estupendo legado artístico a la humanidad. Se le da entonces la oportunidad de conversar con un ángel, y tras agradecer por haber sido llevado a aquel magnífico lugar, con notable timidez, Vidor averigua si le estaría permitido preguntar acerca de algo que todavía lo inquieta.
-Adelante. –Le dice cordialmente el ángel.
-¿Por qué no pude terminar mi última película, “SALOMÓN Y LA REINA DE SABA”, con Tyrone Power, si ambos estábamos muy a gusto haciéndola?
-¿Tienes alguna idea respecto a eso? –Pregunta a su vez el ángel.
-No lo sé… He cavilado mucho y solo concluyo que fue una mala pasada del destino.
-Ya que fuiste un estudioso de la metafísica y de la ciencia cristiana –dice el ángel- creo que puedo hacerte esta pregunta: ¿Existen las casualidades o las causalidades?
-¡Las causalidades, sin duda! -Responde Vidor con entusiasta firmeza- Según sea la calidad de tus acciones serán las reacciones.
-¡Muy bien! –Aprueba el ángel y entonces pregunta- ¿Sabías tú que Tyrone Power rechazó interpretar el papel de Marcelo Galio en la película “La túnica sagrada”, en la que se alababa a Dios?
-No, no lo sabía.
-¿Y sabías que, Yul Brynner, acogió con tanta entereza su rol de Mongkut en esa magnífica historia de amor titulada “El rey y yo”, que lo representó maravillosamente en el cine ¡y más de cuatro mil veces en el teatro!?
-Sabía que empezó con la obra en el teatro y que luego la hizo con Walter Lang en cine. –Explica Vidor.
-Ahora te voy a mostrar algo. –Prosigue el ángel- Concéntrate interiormente en tu tercer ojo…
Vidor cierra los ojos, se concentra mentalmente… y muy pronto, en una rápida pero comprensible sucesión de escenas, consigue ver algunos hechos de la vida adulta y privada de Tyrone Power y luego de la de Yul Brynner, hasta el año 1959, fecha en la que se rodó “SALOMÓN Y LA REINA DE SABA”. Enseguida consigue ver su película de nuevo… y esta vez la siente digna y significativa, reflejo de un romance poderoso y transformador, que lleva de la sabiduría al pecado y del pecado a la redención, dejando ver los caminos que, hasta los más grandes seres humanos, suelen recorrer en su camino hacia el Amor.

Vidor respira profundo, abre los ojos y sonríe como si sintiera que se ha quitado un grueso velo de la cara. El ángel lo acoge entonces con un abrazo, dándole la bienvenida.
Luis Guillermo Cardona
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6
2 de diciembre de 2013
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imagina que vas a la librería y te compras la novela de Booth Tarkington “Los magníficos Amberson”. Bien apoltronado en tu casa, has comenzado a leerla y te sientes muy complacido con la magnífica historia sobre la decadencia de la aristocracia que en ella se viene desenvolviendo… pero de pronto, notas que al libro le han arrancado tres capítulos justo cuando la historia se hallaba en un punto álgido, y en las escasas páginas que siguen, hay una descripción mínima de trascendentales hechos, y el final ¡luce modificado y reescrito por alguien extraño y contradictor del autor original!

Con semejante mierdada ¡¿podrías decir que lo que acabas de leer es una obra maestra ¿Una historia memorable?! ¡Por Dios! En tal caso, lo que tienes en tus manos es exactamente lo mismo que se puede decir de la película que Orson Welles quiso hacer con aquel libro: ¡Uno de los mayores e infames atropellos que una productora pudo haber cometido contra un gran artista y con el arte universal! El productor ejecutivo de la RKO, George Schaefer, aún tiene que estar purgando su aberrante decisión de que cortaran tres rollos de la película (45 minutos) los que además (cual pequeño Hitler) ordenó quemar para que a Welles no le fuera posible reversar nada de lo que habían hecho.

Tal y como ha quedado “THE MAGNIFICENT AMBERSONS” es como cuando uno almuerza Róbalo a la vizcaína y de sobremesa le traen agua negra. ¡Imposible calificar el conjunto!

Contra Orson Welles se armó un claro complot: No se podía permitir que dejara mal parada a la aristocracia que había forjado “la cultura” norteamericana. Ya había dejado empañada la imagen del señor William R. Hearst en “El ciudadano Kane”, pero ahora no se saldría con la suya. Por eso, tras la primera preview -en la que Welles no estuvo- se dijo que la acogida había sido atroz. Por eso, Nelson Rockefeller, uno de los jefes máximos de la RKO, decidió enviar a Welles a Brasil -con un nuevo y satisfactorio salario- para que hiciera un documental que nunca se terminaría. Y por eso, la cremación de un tercio de una posible (pero indemostrable) obra de arte. Por todas estas cosas, el único calificativo posible para los 88 minutos de película que hemos podido ver, ya lo hemos dicho: ¡Un intolerable atropello!

¡Cuán conmovido me sentía viendo a la siempre bella Dolores Costello, representando a Isabel, la madre de ese enano arrogante que prefiere verla muerta antes que romper las victorianas reglas de la honra! ¡Cuán fascinado me tenía Lucy Morgan (adorable Anne Baxter) poniendo en ascuas a su necio enamorado y demostrándole que le daba lo mismo que estuviera vivo o que se muriera! ¡Y cuánta consideración me venía despertando Eugene Morgan (Joseph Cotten) el padre emprendedor para quien el amor permanecerá siempre inalcanzable!

Pero todo se viene al piso, la aristocracia surge de las cenizas, los Amberson siguen “muy bien representados”, y la industrialización, con su consiguiente liberalidad y mejor redistribución de los recursos, pareciera tan solo un simple pero superable cambio.

Por eso, al ver lo que había quedado de su película, con rabia e impotencia Orson Welles solo se animó a decir: “Parece cortada por una segadora”.

Me gustaría poder ver “Pampered youth” (1925) de David Smith. Fue la primera adaptación cinematográfica que se hizo de “Los magníficos Amberson” y quizás ahí se encuentre auténticamente descrito lo que al final ocurre con la famosa familia.

Título para Latinoamérica: "SOBERBIA" (¡más que preciso!)
Luis Guillermo Cardona
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6
8 de noviembre de 2013
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay muy diversas razones para querer ver un filme como, <<CANDY>>. La primera (y creo que fue la que llevó a las salas a la mayoría del público en los días de su estreno), son las ganas de morbo, sobre todo para quienes saben que está basada en el “escandaloso” y explícito cuentecillo que escribieran los norteamericanos, Mason Hoffenberg y Terry Southern, en 1958, y que, en la década del 60', se vendió como el pan. Para todos estos, y para quienes deseaban ver, por todos sus resquicios, la sonrosada piel de la Miss Suecia, Ewa Aulin, la decepción fue rotunda porque, en una coproducción internacional, con semejante equipo técnico y actoral, y con la censura afilando sus tijeras, era imposible que algo así pudiera suceder, en 1968.

El grupo de actores con que cuenta la película, fue otra razón que animó a quienes no tenían idea del libro: Burton, Brando, Matthau, Coburn, Aznavour... e incluso la aparición de John Huston, daba para que más de uno se sintiera motivado.

Quienes ahondan un poco más en el cine, también saben que los autores del libro no son ningunos aparecidos, pues, Hoffenberg (1922-1986), fue un escritor satírico que hizo parte del grupo de Greenwich Village en los años 50-60 del siglo XX y, Terry Southern (1924-1995), fue nada menos que co-guionista de títulos tan celebrados como “Dr. Strangelove”, “Easy Rider” y “Barbarella” entre otros... y a, Buck Henry, el guionista que adaptó el libro al cine, acabábamos de deberle nada menos que, “The Graduate”.

¿Y sirvió para algo la conjunción de este montón de talentos? Puedo responder con un No y un Sí.

No, porque es bien notable la incompetencia del director, Christian Marquand, en algunos de los segmentos. Lo hecho con Coburn, con Salerno y con Aznavour, no tiene perdón del cielo. Después, poner a un personajazo como, John Huston, en lo que lo puso, ¡es lo más parecido a una herejía!… y que Huston se dejara poner en lo que lo pusieron, ¡es vergonzoso!

Cabría también citar una que otra situación insostenible, algún error de montaje y continuidad, y varias acciones muy mal dirigidas, pero, dedicaré el poco espacio que me queda para resaltar lo positivo que veo en <<CANDY>>. En primer lugar, la idea central de la historia queda bien reflejada y me parece relevante: Candy (como todas las chicas del mundo), es un ángel que viene a la tierra, desea formarse, y aspira a encontrar el sentido de la existencia… pero el hecho de que sea joven, bella, inocente y sensual, la convierte en instrumento de uso de la serie de individuos –la mayoría con poder y representantes de connotadas instituciones y sectores de la sociedad- quienes, en ningún momento construyen con ella, sino que usan el lenguaje profesional como recurso para seducirla. Todos ven carne... pero ninguno consigue ver espíritu.

Cuando de parte de, MacPhisto (entre letras, Mefistófeles), aprende el concepto de dar, desde entonces y en actitud dadivosa, Candy accede a complacer a aquella serie de oportunistas reprimidos que, sin excepción alguna, son una vergüenza para las instituciones y para la sociedad. Con todo esto, creo que el final es bastante significativo.

Y a propósito del libro: Cuando, Terry Southern, fue enterado por un periodista de que alguien había escrito que, <<CANDY>>, era una sátira del “Cándido” de Voltaire, respondió: “Pues, me va a tocar volver a leer el libro de Voltaire, a ver si es verdad”.
Luis Guillermo Cardona
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