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España España · El Puerto de Santa María
Críticas de Jesus Gonzalez
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Críticas 79
Críticas ordenadas por utilidad
8
18 de febrero de 2016
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Zoolander” se estrenó en 2001 como una comedia más. No tuvo mucho éxito en taquilla y la crítica cinematográfica se cebó con ella, tal y como suele hacer cada vez que se cruza con un producto de calidad presuntamente menor a la que habitualmente consumen. Yo vi “Zoolander” dos veces seguidas: “Relax don’t do it, When you want to go to it, Relax don’t do it, When you want to come”. Hipnotizado, empecé a sufrir la segunda fase de su fenómeno.

El tiempo convirtió la película en una comedia de culto, elevándola a una divertida y ácida sátira sobre el mundo de la moda, una inteligente oda a la estupidez. Parte de la crítica reculó entonces, no sé muy bien por qué, uniéndose a esta nueva ola de admiración hacia la obra de Ben Stiller. ¿Un irrefrenable impulso denominado moda, quizás? Sería una genial ironía. Ya consolidada como un clásico, la mirada azul de Derek Zoolander (el propio Ben Stiller) caló hondo en nuestros corazones, Hansel (Owen Wilson) comenzó a ser lo más, y Mugatu, antológico villano, acuñó a Will Ferrell como leyenda viva de la comedia.

15 años después llega “Zoolander No. 2”, y el fenómeno está volviendo a repetirse. La crítica, desde su trono de superioridad intelectual y moral, está cayendo en el mismo error que ya cometió en el pasado, arremetiendo contra la obra por su aparente estupidez, evidenciando el postureo de muchos de los que recularon, que encuentran ahora la excusa perfecta para su rechazo en que la secuela no alcanza el excelente nivel de la original. El “veletismo” y la estrecha amplitud de miras de más de uno se hace cada vez más patente. Un tanto más para Ben Stiller, maestro en dejar en evidencia.

Lo cierto es que 15 años después del fenómeno “Zoolander”, nuestro mundo sigue siendo igual de absurdo, solo que ahora la moda aboga aún más por el exceso en cada uno de sus elementos, parodiándose a sí misma sin importar las consecuencias. Todo a nuestro alrededor está saturado, y todos acabamos formando parte de esa vorágine sin sentido en la que andamos perdidos en busca de sentirnos vivos. “Zoolander No. 2” refleja todo esto a la perfección.

Ben Stiller dirige con precisión y personalidad, manteniendo la frescura de la película original a base de buenos y continuos gags, provocando un estallido de excesos en forma y fondo que caricaturizan a la perfección toda la farándula que nos rodea. Incluso demuestra tener cierto talento a la hora de rodar las escenas de acción, algo que ya demostró en “Tropic Thunder” (2008), la que muchos consideran su obra maestra hasta el momento.

Nuestra “Pe” sigue siendo toda una belleza hispana, y conecta bien con el dúo que forman Derek y Hansel, llegando a tener incluso más peso que una desaprovechada Kristen Wiig, pero lo cierto es que no es fácil destacar cuando por la pantalla comienzan a desfilar una celebridad tras otra a ritmo vertiginoso: Skyllrex, Katy Perry, John Malkovich, Naomi Campbell, Neil DeGrasse Tyson, STING, y un larguísimo etc.

Llama la atención que parte de la ingente cantidad de cameos del mundo del espectáculo y la moda aparezcan por el film como atraídos hacia esa espiral de superficialidad de la que no pueden escapar, lo que hace que me pregunte: ¿Son del todo conscientes de dónde se meten? Me temo que hay casos en los que el famoso en cuestión desconoce su verdadera posición en toda esta broma, lo que convierte por momentos a “Zoolander No. 2” en una obra maestra. Especialmente destacable la aparición de Marc Jacobs, Tommy Hilfiger, Anna Wintour, Valentino y demás representantes de “lo fashion”, a los que Will Ferrell ridiculiza directamente en un tercer acto completamente surrealista, dejando patente la agudeza que sigue latiendo en cada subcapa de “Zoolander”. Debajo de toda esta diversión, sigue habiendo mucho que rascar, y supongo que como a su antecesora, el tiempo le concederá el reconocimiento que merece.

Pero eh, que la estupidez no está hecha para todo el mundo. Debe ser por eso que dos chicas abandonaron la sala donde me encontraba a mitad de la película, aún espantadas por el cruento asesinato de su adorado Justin Bieber. Lo mío es una guerra perdida, y comprendo que haya gente que se niegue a pagar por ver totalmente ridiculizado el mundo superficial que les rodea. Otros rechazarán la exaltación de la estupidez por ser precisamente demasiado estúpida. Yo, personalmente, seguiré disfrutando de ella sin complejos.
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Jesus Gonzalez
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7
6 de julio de 2015
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué peculiar es "What we do in the Shadows". Puede ser, al mismo tiempo, una de las cintas más divertidas y melancólicas de este 2015. Me explico: suena un despertador a las 6:00 y conocemos a Viago, que sale de su ataúd para comprobar con algo de miedo si es o no de noche, luego, comenzará a despertar al resto de sus compañeros de piso: Deacon, Vladislav y Petyr, cada cual más peculiar que el anterior.

Lo de dormir en un ataúd y comprobar si es de noche no es una manía paranoica, nuestros protagonistas son auténticos vampiros, no esos seres perfectos y brillantes que salían en Crepúsculo, sino vampiros de verdad, con poderes y defectos, cada uno con una historia personal, con problemas y sentimientos.

La película se desarrolla en forma de falso documental, por lo que nos sentimos uno más dentro de este peculiar grupo, siento testigos de su día a día, comprobando que existen similitudes aparte de las diferencias obvias entre la rutina de un vampiro y la de un ser humano normal. Los efectos especiales ayudan gratamente a que el realismo se mantenga durante todo el desarrollo de la peli.

Hay escenas divertidísimas con algunos gags hilarantes, donde destaca un gran manejo del humor negro y un uso excepcional de la parodia para sacar punta a todos los clichés conocidos sobre los chupa sangre desde una perspectiva diferente.

Pero también hay lugar para la reflexión, aunque quizás no de manera tan directa, donde se plantean problemas como las consecuencias de la inmortalidad, la soledad o el amor entre otros, mostrando a nuestros vampiros como seres cercanos, que aunque sean "no muertos" sí que sienten y padecen.

Comedia pura, al fin y al cabo, lo que nos regala este film, que ya ganó el premio del público en el festival de Sitges de 2014, y espero no pase desapercibido para los amantes de la nocturnidad y el buen humor.
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Jesus Gonzalez
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8
22 de febrero de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Deadpool” (2016) llega por fin a la gran pantalla, embutido en licra roja y armado hasta los dientes, dispuesto a provocar, escandalizar y divertir al respetable. La Fox eligió a Tim Miller para que fuese el encargado de dirigir la adaptación a la gran pantalla del antihéroe más sinvergüenza del universo Marvel, ese bocazas incansable que siempre viste máscara pero nunca capa, pues aunque camine entre superhéroes, no es uno de ellos.

Lo cierto es que Deadpool ya hizo acto de presencia en “X-Men Origins: Wolverine” (2009) con una adaptación decepcionante que no respetó prácticamente nada del personaje original, pero Rayn Reynolds estaba convencido de que el chistoso justiciero merecía otra oportunidad protagonizando su propia historia por separado.

La Fox accedió a la propuesta aunque con alguna reticencia: el presupuesto de la peli es relativamente bajo en comparación con otras películas del género (el equivalente a lo que cuesta el catering en una película normal de X-Men, según el propio Ryan Reynolds) y la fecha de estreno se antoja algo discreta, demostrando la poca confianza que tenía el estudio en su producto.

Finalmente, tras una campaña de marketing espectacular, la película denota ser, desde los geniales títulos de crédito, un experimento, una apuesta arriesgada que resulta gamberra y algo cutre, mas siempre honesta y divertida, como su hilarante protagonista, Ryan Reynolds (no podía ser otro). Uno de los niños guapos de Hollywood es también uno de los más traviesos, y aquí lo demuestra encarnando a “Masacre” como si hubiese nacido para ello. Está en su salsa y lo disfruta, regodeándose en cada chiste y en cada pose chulesca, dotando al personaje de cómic de la personalidad fiel y tangible que necesitaba en su salto al cine en solitario.

El guion escrito por Rhett Reese y Paul Wernick (Zombieland, 2009) no parece inventar nada nuevo. Como viene siendo costumbre, se narran los orígenes de nuestro personaje y el arco evolutivo que sufre como consecuencia de su transformación, una mutación forzada como última alternativa para curar un cáncer. Lo que sí resulta novedoso es la manera en que se cuenta la historia, acudiendo constantemente a flashbacks que nos sitúan en perspectiva para lo que está ocurriendo en el presente, e irrumpiendo de manera brillante en el desgarro de la cuarta pared, con Deadpool hablándole directamente al público para explicar acontecimientos, hablar sobre sus sentimientos o simplemente para gastarnos una buena broma.

El nuevo género de comedia de superhéroes que originase “Ant-Man” (2015) parece asentarse ahora con mayor presencia en el mundo cinematográfico, pero eso sí, Deadpool no pretende ser para todos los públicos, ni educada, ni políticamente correcta, ni siquiera respeta a su propio estudio ni a los demás superhéroes, a los que critica y parodia. Es Deadpool, el maestro del desastre.
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Jesus Gonzalez
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10
11 de febrero de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Therese ha comenzado a tomar fotografías de personas. Carol lleva un abrigo rojo. Cada mañana las observo desde la oficina, ensimismado por como lucen tan irreales del otro lado del cristal de la ventana, como si viviesen dentro de una esfera de cristal donde nada puede tocarlas y, aun así, se sienten frágiles. Ambas de belleza imperturbable, caminan con una ligereza tenue, bañadas en un tono verde vidriado, mientras cruzan la calle.

Se miran la una a la otra diciéndose lo que no pueden expresar en público. Como si el halo de ternura que las envuelve fuese invisible. Han entrado en la cafetería de enfrente, la que sirve el café tan malo, y se han sentado en la que es ya su mesa. Mientras Carol se ausenta para hacer una llamada, Therese mira a través del cristal como las pequeñas gotitas de nieve que han comenzado a caer se van derritiendo al entrar en contacto con el suelo. Su mirada se advierte cálida y lejana, como si estuviese recuperando un recuerdo feliz.

Carol ha vuelto y le ha pasado la mano por el hombro, el contacto ha sido leve, pero se debe haber sentido a kilómetros de distancia, pues las manos de Carol son manos de madre servicial y amante contenida. Therese le sonríe como sonríen los niños al abrir los juguetes en Navidad, con la inocencia de quien no teme perder nunca todo lo que ahora tiene, pero también se advierte un atisbo de deseo en cómo ha clavado sus pupilas en el carmín rojo que perfila los grandes labios de Carol.

Ya se marchan, debo volver a trabajar. Al salir de la cafetería han vuelto a despedirse en silencio, luego volverán a verse, ya libres de miradas juiciosas, de la ropa y el espacio vacío que las separaba esta mañana. Qué ingenuo aquel que piensa que existe barrera alguna capaz de refrenar el incesante empuje del amor.
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Jesus Gonzalez
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6
11 de noviembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué define a un héroe? En el cine actual, y sobre todo a través del fantástico, se ha abordado esta pregunta desde numerosos frentes: Christopher Nolan nos mostró la capacidad de sacrificio de Batman en El Caballero Oscuro (2008); Joss Whedon consiguió humanizar a Los Vengadores en La Era de Ultrón (2015) a través de la culpa; e incluso M. Night Shyamalan abordó de manera más realista la responsabilidad como destino en El protegido (2000). ¿Pero qué pasa cuando trasladamos esta cuestión a la ficción basada en hechos reales?

El Vuelo 1549 de US Airways perdió sus dos motores al poco tiempo de despegar del Aeropuerto Internacional de La Guardia por un impacto con aves a una altitud aún muy baja. Que aquel 15 de Enero del año 2009 no quedase marcado por la tragedia se debe, especialmente, a un héroe: Chesley “Sully” Sullenberger.

No es de extrañar que Clint Eastwood, empeñado durante la última década en retratar desde el plano individual la complejidad de la sociedad norteamericana contemporánea, se propusiese llevar a la gran pantalla el libro de Jeffrey Zaslow sobre la impresionante hazaña del piloto estadounidense, pues, a priori, conecta a la perfección con la precisión narrativa que ha adquirido el octogenario director a lo largo de su extensa filmografía, quien además, aprovecha la carga emocional inherente a la historia para conmover a una sociedad norteamericana que –ahora más que nunca– está necesitada de heroicidades.

Pare meterse en la piel de un héroe patriótico y bonachón como Sully, no había mejor opción que la presente, un Tom Hanks que recientemente demostraba el obrar extraordinario de los hombres sencillos en El Puente de los Espías (2015) y que encaja a la perfección en la diligencia y el buen hacer que demuestra su personaje en la profesionalidad de sus decisiones y en el arrojo que exhibe al enfrentarse a toda clase de juicios mediáticos y corporativos. Y es aquí donde descansa la mayor virtud de Sully como película, en su retrato del héroe como aquel que no solo se atreve a tomar la decisión correcta cuando todos los demás titubean, sino que además acarrea con toda la avalancha de consecuencias, críticas y dudas que devienen de la misma con implacable humildad y valeroso coraje.

Aunque se eche de menos al Clint Eastwood fresco, retorcido e innovador de Mystic River (2003) y se confirme definitivamente su acomodamiento en el academicismo complaciente y estimulante, no podemos negar que su cine sigue funcionando como producto sólido y fiable a la hora de utilizar personajes de gran calado en la historia reciente de su país para reflexionar sobre cuestiones como la que en este caso aborda: la naturaleza del héroe sin capa.
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Jesus Gonzalez
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