Está hecha con esmero y cariño, teñida de nostalgia y lugares comunes del propio Garci: Gijón, el Spórting, Cole Porter, Pachelbel, el cine de Hollywood, posee una bonita fotografía y un afán esteticista, pero sus deficiencias son notorias:
Encarna Paso está doblada quedando artificial, Ferrandis es demasidao apático y los diálogos se eternizan en cansinos recuerdos y tópicos de todo tipo, además se incluye una complaciente (y sonrojante) secuencia en la que el rey Juan Carlos (por voz de Pedro Ruiz) hace una llamada telefónica al protagonista.

El Canon y Beguin the beguine suenan incansablemente en diferentes versiones a lo largo del metraje dando algo de lustre al desvaído argumento, pero finalmente Hollywood supo apreciar las intenciones de Garci (las alusiones a USA y su cine son numerosas) aunque en España tuvo muchos detractores, vista hoy y sabiendo las preferencias del autor, queda como un ejercicio casi onanístico, ingenuo, sensiblero y falto de vida.

Al igual que hiciera después en películas como Gritos y susurros, Bergman realiza una descarnada descripción de la enfermedad y el dolor físico, sin dejar por supuesto de lado el sufrimiento moral. Enmarca esta obra en un escenario extraño, una ciudad por la que circulan tanques en las calles y cuyos habitantes hablan una lengua desconocida para las dos mujeres y el niño protagonistas.
La incomunicación entre ellas, a las que une una ambigua relación, es creciente, pero aquí resulta más opresiva y destructiva pues el entorno les cierra prácticamente cualquier vía de escape.
El silencio es, como siempre, de Dios pero mostrando más desesperanza y desconsuelo que nunca.

Es un interesado argumento que juega a desestabilizar algo tan "sagrado" como la pareja (la familia) y a crear controversia con ello, lo que en sí no es rechazable en principio, pero sí su desvergonzado y tendencioso transcurrir.

Como casi todos los trabajos de Adrian Lyne está muy bien realizado y entretiene, pero también peca de la consiguiente falta de honestidad porque utiliza a los personajes no para contar historias veraces sino con la intención de manipular al público.

Así, la indecencia de la proposición no es nada comparado con el devenir que se da a los acontecimientos para hacer llegar el mensaje de siempre del cine USA y que no es necesario repetir porque todos lo conocemos ya.

Acercarse a figuras que han pasado a la historia para bien o para mal (en este caso es lo segundo) tiene interés si se intenta profundizar en el personaje o se trata con algún rigor, pero casi desde el principio se da uno cuenta que aquí lo que están vendiendo es humo y al terminar se tiene total certeza que lo visto no es digno de tomarse en serio.

Es difícil salvar un producto tan prescindible, inverosímil y falto de entidad, quizás Forest Whitaker esté bien, pero en verdad da lo mismo porque es una figura de cartón piedra en tanto su ficticia relación con el joven médico escocés que aterriza en Uganda como hilo conductor de la historia, queda grotesca y poco creíble.

Solamente se aluden temas como la participación británica en el triunfo del golpe, o el destino de los habitantes africanos que jalean cada ascenso y caída de un régimen tras otro mientras sus míseras vidas nunca mejoran, pero el guión es banal y deslavazado (delirante la secuencia en la que, tras la toma del poder, Idi Amin se dirige al pueblo en un discurso en inglés, lengua que en Uganda parecen todos entender y hablar perfectamente)

Tampoco se puede pasar por alto la parte final, tan escasamente consistente que uno se pregunta, ¿es posible que Kevin MacDonald se haya dado a conocer haciendo documentales? Evidentemente, si quería cambiar de registro lo logró con esta disparatada y absurda ficción.

Queda claro que esta parte del programa es mucho mejor, lo cual no supone demasiado dada la nula calidad de Planet terror. Que Tarantino tiene talento es innegable (al igual que la ausencia de él en Rodríguez) y domina el medio. Death proof contiene los habituales larguísimos pero potentes diálogos (hay una escena espléndida con las chicas en un bar filmada en plano secuencia con la cámara describiendo círculos), pero al mismo tiempo el guión es una irrelevante sucesión de gamberradas entre gente descerebrada del que sigue siendo un eterno niño grande. Hay destellos de inteligencia pero sobre todo autocomplacencia con muchas chicas, coches, los sonidos de sus músicas preferidas y alusión a esas películas de culto personal (aquí Vanishing point).

Un programa doble difícil de digerir de una vez, visto por partes provoca primero rechazo y después indiferencia.