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España España · Albacete
Críticas de Juan Pablo
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Críticas 333
Críticas ordenadas por utilidad
7
9 de agosto de 2022
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ante las adversidades provocadas por desastres naturales, catástrofes y otros infortunios, suele aparecer una ola de solidaridad (más o menos espontánea) dirigida a paliar sus nefastas consecuencias. Ese ejercicio de compromiso colectivo, nacido en el seno de la sociedad civil, ajeno a la politiquería de turno, permea el relato, basado en hechos reales, de la última película de Ron Howard. De título ‘Trece vidas’, alude a doce adolescentes y un entrenador que fueron rescatados de las fauces de una montaña, cuando un monzón prematuro inundó la cueva en la que se habían internado.

Howard deconstruye el género de supervivencia y rescates abonándose a una épica contenida, a una factura técnica impecable y al carismático desempeño de sus tres estrellas protagonistas. Colin Farrell, Viggo Mortensen y Joel Edgerton son tres buceadores de élite. Acuden como voluntarios a Tailandia para ayudar a las autoridades locales. Sacar con vida a los trece infortunados constituye una tarea titánica, sin precedentes. La toma de decisiones sobre el camino a seguir y los impredecibles daños colaterales dejan paso al vértigo.

‘Trece vidas’ luce un estilo visual poderoso, con virtuosas imágenes de innegable belleza, que involucran al espectador en la trascendencia del momento. Logra que el peligro se sienta, con estalactitas amenazantes cayendo como puñales de una cueva inabarcable. Logrado escaparate sensorial, juego de luces y planos, para imponer una sensación próxima a lo asfixiante. El poder de la naturaleza, desatada en su intimidante potencia, se abre paso por encima de otras consideraciones melodramáticas, que la cinta aborda siempre desde un plano secundario.

El único pero de la propuesta es su duración elefantiásica, 142 minutos. Grotesca moda ésta, de estirar los metrajes hasta el límite, cayendo en redundancias innecesarias. Aún así la película nunca pierde interés, dejando apuntes sugestivos acerca de la empatía, la camaradería y el deber en tiempos de zozobra.

Escrito por Juan Pablo Martínez Corchano para http://rockandfilms.es
Juan Pablo
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5
7 de octubre de 2019
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando ví la película ‘Cube’ (1997), ópera prima de Vicenzo Natali, tuve la sensación de encontrarme frente a un autor que jugaba la liga de la originalidad. En personalísima propuesta, encerraba a seis sujetos en un espacio de laberínticas habitaciones cúbicas, dónde los enigmas a resolver para seguir vivo daban paso a una sugestión que permanecía intacta hasta un final, que a duras penas conseguía diluir el sofoco. Su desarrollo posterior no ha estado a la altura de ese prometedor debut. En ‘La hierba alta’, producción de Netflix, Natali adapta una novela del mismo título de Stephen king y Joe Hill.

Cinco adultos y un niño acaban atrapados en un inmenso campo de frondosas hierbas. No pueden salir por más que caminen o corran. Como si lo infinito hubiera caído sobre sus cabezas. Altas, verdes, las plantas parecen adquirir vida conforme Natali introduce al espectador en una notable experiencia visual y sensorial. Parece que el campo en que se desenvuelven los personajes latiera marcando su territorio, estableciendo sus propias reglas. Imponiendo un estado de cosas caótico en el que la entropía amenaza con avasallarlo todo.

‘En la hierba alta’ toma el entramado espacio-temporal, haciendo que se desvanezca su significado. La flecha del tiempo no siempre se mueve siguiendo las normas de la experiencia, mientras que el espacio parece cerrarse sobre sí mismo. Como en un videojuego, moverse hacia la derecha para, llegado al borde de la pantalla, aparecer a la izquierda de la misma. Esta es la parte más interesante de la cinta. Puestas las cosas de semejante suerte, la angustia transmitida por los actores emana de forma natural, acompañado de fotogramas que se regodean en los detalles.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Juan Pablo
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6
23 de diciembre de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cara a cara entre Joseph Ratzinger y Jorge Bergoglio que Fernando Meirelles esboza en ‘Los dos papas’, distribuida por Netflix, basa su crédito en la fantástica caracterización que dos actores con solera despliegan en un ejercicio interpretativo mayúsculo. Anthony Hopkins como el papa Benedicto XVI y Jonathan Pryce como el futuro papa Francisco, fotocopian la marcada gestualidad de sus personajes, su aplomo al andar y esa mirada contemplativa del que cree estar en contacto con la providencia.

Asegurado el aspecto formal, el contenido viene marcado por lo irregular. Alterna momentos brillantes al bucear en el interior de los protagonistas con disertaciones decimonónicas, ancladas en un mundo que desaparece, y al que la modernidad arrolla sin remedio. Es probable que ‘Los dos papas’ deje insatisfechos a muchos. Los de querencia ortodoxa no se verán reflejados en unos diálogos que pretenden subrayar la faceta humana, más personal, con toques de humor blanco al retratar a sus santidades.

El escéptico esperaría una mayor valentía al abordar asuntos como la pederastia y los abusos a menores, que tanto han dañado la imagen y reputación de la Iglesia. O una mayor tensión dramática al confrontar dos pensamientos antagónicos (¿o es que no lo son tanto?). Aquí Meirelles pasa de puntillas. Se nota una implícita admiración por los sujetos a los que intenta diseccionar. Y en ese ejercicio de equilibrismo se deja aspectos cruciales en el camino.

Dónde ‘Los dos papas’ entra directo a la yugular es en el pasado más controvertido de Francisco. Cuando como jefe de los jesuitas argentinos tuvo que lidiar con la infame dictadura militar. Un nadar y guardar la ropa que bien podría sintetizar a pequeña escala, el comportamiento de la iglesia a lo largo de 2000 años de diplomacia.

Es comprensible la angustia de este hombre al rememorar un pasado que le martillea sin piedad. Abriendo en canal heridas que quizá no cicatricen nunca. Sometiendo la dualidad enfrentamiento componenda a un escrutinio demoledor. Del que no salen verdades cartesianas (claras y distintas) sino un panorama ambiguo que me deja tocado.
Juan Pablo
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7
23 de agosto de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Parásitos', es el título de la película que se alzó con la ansiada Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes. Su director, Bong Joon-Ho, es uno de los principales exponentes del nuevo cine coreano. Habiendo mostrado dotes excepcionales en el manejo del suspense y la intriga en 'Mother' y 'Memories of Murder', con diestro manejo del tiempo narrativo; de coquetear con el cine fantástico con 'Okja' y 'The Host', se acerca en su última cinta a la comedia negra.

'Parásitos' presenta a dos familias coreanas de idéntica composición. Matrimonio con un hijo y una hija. Sin embargo, pertenecen a estratos sociales contrapuestos. La creciente desigualdad de las sociedades desarrolladas encuentra ejemplo en la opulencia de una, frente a la paupérrima condición de la otra.

Cuando por accidente el hijo de la precaria, comience a dar clases de inglés a la hija de la rica, se abre en canal una interacción que Bong Joon-Ho administra con desparpajo. El retrato de los personajes toma elementos del mejor surrealismo cómico.

Abiertas las puertas del paraíso en forma de candidez despreocupada, las artimañas de los que carecen de todo va a entrar en escena como elefante en cacharrería. Lo burdo de las tretas empleadas sólo justifican su validez, por la desconexión con la realidad de una clase privilegiada que vive de espaldas a su entorno. Aquí 'Parásitos' efectúa una acidísima crítica al mundo de hoy.

El desenlace sale de lo convencional. Ya se atisba un choque de trenes en el que el control de daños será difícilmente manejable. Hay una bella alegoría en los acontecimientos que transcurren en el sótano de la mansión, con todas sus miserias, mientras la fiesta continúa en el resto de dependencias. Un arriba y abajo constantemente enfrentados. Cercanos y alejados a la vez.

La disección que 'Parásitos' realiza de su tiempo deja ingredientes para el recuerdo, pese a cierta reiteración caricaturesca en la que su creador encuentra recreo.

Echo de menos al autor que ha dejado poso urdiendo atmósferas inquietantes. En esta ocasión el disfrute vendrá por otro lado. En todo caso, el final factura la madurez de un creador solvente, al que la gloria le ha llegado con una obra que no es la mejor de su filmografía.
Juan Pablo
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6
23 de abril de 2020
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‘El silencio del pantano’, última propuesta del director vasco Marc Vigil, toma las corruptelas que asolaron Valencia en la última década para enlazar las diversas tramas de su película. Alumbra un thriller fibroso, con puntos de partida notables pero que se ven lastrados por un desarrollo irregular y cierto gusto por el golpe de efecto. La fusión del thriller con elementos extraídos de la actualidad que vive un país, ha encontrado en el cine español a Enrique Urbizu como gran referente.

‘Todo por la pasta’ (1991) con la guerra sucia contra ETA; ‘La caja 507’ (2002) y el pelotazo urbanístico como trama colateral; ‘No habrá paz para los malvados’ (2011) y el terrorismo islamista como telón de fondo, son ejemplos notables de policíacos con un sustrato comunitario detrás que las hacen tremendamente atractivas. Más recientemente Rodrigo Sorogoyen firmó en ‘El reino’ (2018) un retrato visceral y auténtico de la corrupción política. Para cada personaje acudía a la mente el chorizo de turno. Sujetos que han acaparado horas de telediario hasta provocar el hastío.

Pedro Alonso interpreta a un exitoso escritor de cine negro. Vigil juega con los pensamientos del protagonista desde la ambigüedad. Realidad y fantasía se turnan en un ejercicio de estilo impoluto, dónde la intriga va de más a menos. La albufera valenciana es a ‘El silencio del pantano’ lo que las marismas del Guadalquivir a ‘La isla mínima’ (2014). Aunque aquí en un contexto más metafórico, sirviendo a este escritor como justificación de actos propios, mientras que Alberto Rodríguez convertía el entorno en ingrediente indispensable de la narración.

El sensacional trabajo interpretativo desplegado por Nacho Fresneda y Carmina Barrios, fiel imagen del menudeo de aspecto sórdido y seca violencia, sirve para mostrar con crudeza la conexión entre la corrupción de guante blanco (policías, políticos de altas responsabilidades, empresarios) y aquella destilada en las bajuras. A la hora de manejarse con la plata, pueden cambiar las formas, los métodos. Unos mueven los hilos mientras otros se ensucian las manos. Pero al final, todo es la misma escoria.

Escrito por Juan Pablo Martínez Corchano para https://rockandfilms.es
Juan Pablo
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