Quizás el mayor mérito de esta película sea la de intentar mostrar otro ángulo de la vida de una triunfadora en la sociedad estadounidense. El personaje principal goza de cierto reconocimiento social, posee un físico muy atractivo y se siente por encima de los demás. A pesar de ello, siente el capricho de volver a recuperar a su antiguo novio, que está felizmente casado y con un bebé de pocos meses. Está decisión la llevará en un viaje de confrontación con su pasado. El problema surge cuando las motivaciones que la impulsan a hacerlo no aparecen demasiado definidas. Pese a la inmadurez del personaje el espectador necesita unas referencias para poder comprender a Mavis Gary. Su comportamiento egocéntrico salpica de situaciones embarazosas a quienes entran en contacto con ella, incluidos sus propios padres a los que encuentra por casualidad, en una escena que hubiera debido ser más explicita para intentar entrar en el mundo interior del personaje principal. Ni siquiera al final, después de un climax en la que su plan fracasa estrepitosamente, podemos compadecernos o empatizar con ella, por que somos testigos de su incapacidad para aprender de sus propios errores, produciéndose dentro de nosotros una doble decepción, primero por no haberla entendido, y segundo por no haber ella aprendido ninguna lección moral de su comportamiento. Por tanto, resulta frustrante llegar al final de una película con la extraña sensación de que en la historia que se nos cuenta hay demasiados elementos fallidos. Una sola excepción: Charlize Theron está brillante en la composición de su personaje incompleto.

A veces, en la vida, se producen circunstancias que rompen dinámicas de estancamiento vital. Matt King (George Clooney) se enfrenta al coma irreversible de su mujer. Su relación con ella estaba deteriorada, y él se tiene que enfrentar a sus propios sentimientos y asumir responsabilidades para las que no se siente preparado. Poco a poco, vamos entendiendo que la persona que había estado en “coma” vital había sido él, mientras que Elizabeth, su esposa, había dejado huella en todos las que la conocieron. El asunto se complica con la aparición inesperada de un amante de ella. Alexander Payne conduce con un pulso muy fino y sensible esta historia. Con un guión brillante e inteligente va desgranando poco a poco los acontecimientos, haciéndonos partícipes de las emociones de los protagonistas, y generando un movimiento de empatía con todos y cada uno de ellos. La mirada posee un grado de finísimo humor que salpica sutilmente la mayoría de las escenas, dotando al conjunto de un equilibrio tragicómico que no le resta coherencia ni profundidad al relato. George Clooney, junto con el resto del reparto, consiguen transmitir una autenticidad pasmosa en cada una de sus palabras y gestos, construyendo una de las mejores interpretaciones corales vistas en mucho tiempo. La banda sonora se pega como una lapa al tono sutilmente irónico que flota sobre el paisaje hawaiano, acentuando el contraste de sus cantos dulces con la tragedia que se nos cuenta. El desenlace de la historia está acorde con la línea argumental, afrontado de forma valiente, y en coherencia con la perspectiva compasiva y sabia de un Alexander Payne en estado de gracia.

Este es uno de esos trabajos que dejan poso en la retina y en la psique del espectador. Hay autores que parecen bendecidos a la hora de plasmar en imágenes sus historias. De ellas se desprende una aureola entre magnética y mística; quizás por ello nos resulte llevadero un metraje repleto de sexo explícito, como pocas veces se ha visto en el estreno de una cinta “comercial” en la historia del cine. El personaje principal, magistralmente interpretado por Michael Fassbender, vive obsesionado con su necesidad compulsiva de sexo. En un descenso hacia los infiernos su enfermedad le llevará a enfrentarse a sí mismo y a replantearse su propia vida. Steve McQueen parece poco interesado en descubrirnos el origen del comportamiento de Brandon Sullivan. Su interés se centra en el viaje vital del protagonista y en su toma de conciencia de su problema. Nada está dejado al azar. Cada imagen y palabra de esta historia parece muy meditada y reflexionada. Como consecuencia de ello, y pese a que los diálogos no son muy abundantes, nos encontramos ante un trabajo lleno de significantes y significados. Es necesario, por tanto, prestar mucha atención a los detalles. Quizás la historia sirva como metáfora representativa de esos millones de personas que ansían cubrir sus vacíos existenciales con el consumo compulsivo de una necesidad “artificial”, en una espiral de autodestrucción muy presente en el momento histórico que nos ha tocado vivir. Nos queda, a pesar de todo, la última mirada de Brandon Sullivan de haber comprendido que en la huida no está la salvación.

Lo mejor de esta película es su historia. Basada en un hecho real nos cuenta la lucha de un hombre por salir a flote en una sociedad brutal. Los problemas surgen cuando la actriz que encarna la esposa se empeña en dificultar su “vocalización”, bajar hasta lo inaudible su volumen de voz y regalarnos toda una “panoplia” de sonidos extraños que atacan directamente a nuestro sistema nervioso. No es el único ejemplo de mala dirección actoral. El extraordinario Paul Giamattti parece perdido en su carácter de Joe Gould, con una impostación de voz “anasalada” que resta credibilidad a su personaje. Tan solo Russell Crowe parece estar a la altura, construyendo su personaje desde la contención e interiorización. Él solo sostiene el peso narrativo de la historia. A pesar de la dureza de lo que se nos cuenta, no acabamos del todo de identificarnos con los personajes. Es probable que la extraordinaria dignidad de los esposos, prácticamente sin fisuras morales, reste cierta tensión dramática a las escenas. Hubiera sido deseable algún tipo de debilidad de carácter para poder darle oportunidad al conflicto que, como sabemos, es la llama que mantiene encendido el interés en un relato. Por eso, a pesar de ser testigos de una historia de superación personal en un momento crítico de una sociedad, no podemos dejar de pensar en que Cinderella Man es una oportunidad perdida para explorar de forma más profunda y arriesgada el espíritu humano.

Uno de los peligros de afrontar asuntos serios a través del humor es “perder” la posibilidad de “ahondar” en la naturaleza humana de los personajes. Nancy Meyers consigue resolver con gracia la mayoría de las escenas de esta historia pero, a cambio, nos deja en la “superficie” del “pasado” de los dos caracteres que interpretan Mery Streep y Alec Baldwin. No son suficientes las alusiones, las indirectas, los pequeños recuerdos que van salpicando los encuentros de los nuevos “amantes”; ni siquiera, la presencia de los tres hijos aporta “datos emocionales” que nos revelen la “verdadera naturaleza” del recorrido vital del matrimonio “roto” anteriormente. Todo ello contribuye a que no consigamos identificarnos con los personajes lo suficiente como para que las sonrisas, y algunas carcajadas, nos lleguen directamente al “corazón”. Sin embargo, debemos reconocer que la historia consigue mantener un cierto nivel de divertimento que, por si solo, deberíamos valorar. Hoy en día no resulta fácil encontrar historias que provoquen la sonrisa con facilidad y ésta, a pesar de lo dicho, lo consigue. Tan sólo por eso merezca la pena comprarse un buen cubo de palomitas. ¡Buen provecho!