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España España · Barcelona
Críticas de polvidal
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Críticas 348
Críticas ordenadas por utilidad
7
18 de enero de 2008
105 de 138 usuarios han encontrado esta crítica útil
Su opera prima fue vilipendiada por más de un sesudo crítico que no dudó en juzgarla de tramposa. Si bien me cuento entre los del bando que consideró injusta la repentina victoria como mejor película de Crash en detrimento de Brokeback mountain en aquellos fatídicos Oscar de hace dos años, lo cierto es que el debut en el cine de Paul Haggis fue, a mi entender, digno de mención.

Situaciones forzadas, puede que sí. Tufo a moralina, seguramente. Pero pocas veces tan bien orquestadas y planteadas como logró este guionista de confianza de Clint Eastwood. Crash nos ofreció escenas de puro erizamiento epidérmico que todavía hoy permanecen imborrables de la memoria. Escenas como la que reencuentra a una víctima atrapada en un coche accidentado con el policía que la vejó la noche anterior durante un control rutinario. Son el tipo de ejemplos que alentaron las acusaciones sobre el poder manipulador de la película. Para mí son la clara evidencia de la ingeniosa capacidad de su autor de despertar emociones.

Había expectación por conocer cómo se las ingeniaría Haggis con su segundo largometraje y también por observar la reacción de una crítica con ganas de buscarle las cosquillas. La guerra de Irak no parecía el tema más idóneo para un director y guionista más acostumbrado a historias cercanas con una importante carga emocional. La violencia bélica no parecía encajar en el prototipo de sus narraciones. Y de hecho, en cierta forma, no lo ha hecho. El director lleva a su terreno, a su mirada personal, la contienda sobre la que tantos realizadores se han querido pronunciar.

El intimismo que definía las historias entrecruzadas de Crash vuelve a caracterizar el segundo filme de Haggis. En el valle de Elah se centra en el drama de un padre cuyo hijo se encuentra en paradero desconocido tras un permiso reglamentario que lo devolvería de nuevo a Irak. Las imágenes bélicas sólo nos llegan, dañadas, del teléfono móvil del joven desaparecido. El resto definen a un director con tendencia al drama explícito y a los largos silencios. La desgarradora conversación telefónica con la madre (momento sublime de Susan Sarandon) y el amplio registro de miradas de un Tommy Lee Jones imprescindible (¿Quién determina que se encuentre fuera de la quiniela de los Oscar?) confirman el sello tan personal de tan cuestionado realizador.

Haggis vuelve a demostrar que es maestro removiendo conciencias y virtuoso en el arte de la fibra sensible. Lo que para unos puede representar un sólido camino hacia la reflexión para otros no significará más que una sucesión de trucos de magia cuyo único fin es la lágrima fácil. Puede que este director tenga todas las claves para hipnotizar al público, para engañarlo con fáciles y manidos recursos dramáticos, pero bienvenida la hipnosis, bienvenido el engaño, cuando resultan imperceptibles.
polvidal
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9
24 de octubre de 2008
88 de 105 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El Opus Dei ha utilizado para sus fines el calvario de una niña”, ha declarado en una carta abierta el director de Camino, Javier Fesser, ante las previsibles críticas de la organización ultrarreligiosa. Una visita a la página web dedicada a Alexia González-Barros (www.alexiagb.org) es suficiente para corroborar su afirmación y para aplaudir la existencia de una película como esta. Vídeos, fotografías, testimonios e interpretaciones de lo más tergiversadas conforman un completo site para fanáticos de Dios y sirven a su vez para sustentar los pasajes del filme que causan más perplejidad.

El eslogan escogido para promocionar el filme puede parecer de lo más inapropiado. ¿Quieres que rece para que tú también te mueras?, extraído totalmente fuera de contexto, no es más que una frase de mal gusto pensada por un ingenioso publicista con el único fin de provocar revuelo, que siempre vende. Sin embargo, en la película adquiere un sentido filosófico cuando Camino se la plantea a su devota hermana. Si tan envidiosa estás de que me vaya al cielo, ¿por qué no te vienes conmigo? venía a decirle la inocente chiquilla ante tan incomprensible contradicción.

Precisamente en la edad de la pequeña se encuentra el punto más estremecedor de la película. En esa etapa de descubrimientos que su amiga nombra tan alegremente como preadolescencia, Camino se ve obligada a cuestionar la fe ciega de su madre por las penosas circunstancias que le sobrevienen. La fe que le ha impedido leer, vestir, pensar y amar como le dé la gana, ahora le dictamina también cómo debe llevar su sufrimiento, como debe asimilar que sus últimos días se los pasará postrada en una cama. El único camino que le queda, con el miedo recorriéndole las venas, es encomendarse al Dios que lleva mamando desde que nació. De ahí que resulte tan estremecedor que desde la macabra página web que lleva su nombre manifiesten de forma tan simplista que la niña supo llevar su enfermedad “con paz y alegría”.

Cada uno de los personajes de Camino simboliza una idea, un estado de ánimo, una actitud ante la vida. La madre, magistralmente interpretada por Carme Elías, es la metáfora viva de la venda en los ojos, de las frustraciones vertidas en los hijos. Su marido, la impotencia. Manuela Vellés, la exótica belleza de Caótica Ana, consigue expresar con Núria la nulidad y la sumisión, mientras que su hermana Camino, una Nerea Camacho sobrenatural, representa la inocencia ultrajada. Don Luis y su séquito son el poder, la manipulación. Y Mr. Meebles, ese viejo enano con traje verde, es el que lo sabe todo sobre todas las cosas pero que sin embargo tiene un grave problema. No existe.
polvidal
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6
13 de octubre de 2008
84 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
Poppy es una tipeja insoportable. La típica solterona con personalidad rara que no encajaría ni aún queriendo en nuestra encorsetada sociedad. Su felicidad no es la de una chica inocente y optimista tipo Amélie, en cuyo mundo no tiene cabida la adversidad. Poppy intercala payasadas con idioteces con tan pasmosa facilidad que es lógico que obtenga como respuesta un cierto rechazo social. Y cierto rechazo puede que logre también una película con una protagonista tan arriesgada como la de Happy. Un cuento sobre la felicidad.

Hay que reconocer el mérito de Sally Hawkins a la hora de encarnar a Poppy (de hecho ya se lo tuvieron en cuenta concediéndole el último Oso de oro de Berlín a la mejor actriz). No debe resultar nada fácil interpretar el papel de una persona que puede generar tantas filias y tantas fobias en la platea. Al histrionismo y la gesticulación más propios de Mr. Bean, con todo lo bueno y lo malo que eso puede implicar, Poppy le añade una verborrea agotadora capaz de sacar de las casillas al más paciente de los mortales.

Sin embargo, tras un personaje tan descaradamente antisocial como el de Poppy, el director de la película, Mike Leigh, ha querido camuflar algunas reflexiones sobre nuestra sociedad occidental, cada vez más plagada de seres alicaídos y anodinos. Cuando el filme se centra en el mundo de una chica tan extravagante y tan fuera de lo común, uno termina cuestionando al resto de personas supuestamente normales. ¿Es normal evitar un saludo? ¿Ignorar a la persona que tenemos a escasos metros en la sala de espera de una consulta? ¿Someterse a la esclavitud de la vida cotidiana?

La hermana de Poppy, su antítesis, es la que mejor refleja esa idea de que la estabilidad equivale a rutina y equivale a sumisión. Embarazada, con un marido sometido y acobardado y una hipoteca a sus espaldas, tiene la osadía de acusar a su alegre hermana de ser una infeliz. Mientras ella se obsesiona con las plantas de su jardín y con que nadie le manche el suelo de parquet, a Poppy parece ilusionarle mucho más convertir las bolsas de papel en disfraz de pájaro para sus alumnos.

Con independencia del personaje, Happy. Un cuento sobre la felicidad’ esconde algunas perlas muy recomendables. Comenzando por una interesante reflexión entre varias profesoras sobre el papel de los padres (y de las videoconsolas) en la educación de los hijos y terminando con una desternillante clase de flamenco en la que brilla más el talento de la desconocida Karina Fernández que el de la propia Hawkins. Es probable que para algunos Happy no sea precisamente un cuento y les termine provocando el efecto contrario a la felicidad, pero en todo caso se trata de una arriesgada radiografía, por momentos desequilibrada, por momentos lúcida, de una extraña en su propio hogar.
polvidal
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8
11 de octubre de 2018
80 de 93 usuarios han encontrado esta crítica útil
Había que adentrarse en una recóndita aldea de la Italia profunda para encontrar a un ser humano de la pureza e inocencia de Lazzaro, el protagonista de esta maravillosa fábula que asiste impávido a la degeneración de su entorno. Esta especie de ángel caído del cielo, para el que la maldad y la picardía no existen, sobrevive a la dura vida en el campo siempre con una sonrisa, mientras el resto de jóvenes sueña con una vida mejor y los mayores asumen resignados su papel de esclavos en pleno siglo XXI. Lazzaro es la bondad perpetua, la virginidad inviolable ante las miserias y debilidades de los mortales. Una auténtica rareza.

Podría considerarse Lazzaro feliz como una obra de ciencia ficción, desde el momento en que un inesperado elemento sobrenatural nos guía del costumbrismo de una pequeña y aislada comunidad de campesinos a la inmensidad de una urbe deshumanizada. Asistimos a ese tránsito desde la mirada ingenua del protagonista que, en busca de su nuevo amigo, no es consciente del declive que se está produciendo a su alrededor. Nosotros sí. Y es que de un humilde colectivo en el que se confunden los familiares y se comparten los buenos y malos momentos damos el salto a la civilización, al supuesto progreso. Y donde antes había fraternidad ahora hay desconfianza, donde abundaban cosechas ahora malviven hierbajos. Y lo que antes era un hogar hoy es un refugio para aquellos que no tienen lugar en el nuevo mundo.

Alice Rohrwacher nos propina una soberana bofetada echando mano de una enorme sensibilidad, duplicando así nuestro desconsuelo. Pocas veces las miserias de la condición humana se retratan de forma tan amarga, en sintonía con el personaje que dibujó Lars von Trier para Nicole Kidman en Dogville. Focalizar las miserias de nuestra sociedad en la mirada pura de Lazzaro, que para colmo encarna un actor debutante como Adriano Tardiolo, es un duro golpe para nuestras conciencias. Y es que en nuestro afán por sobrevivir en un mundo de locos, y en el que todos ejercemos nuestro abuso de poder, no admitimos hueco en la manada para el lobo solitario que prefiere no cazar.
polvidal
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8
29 de abril de 2022
160 de 255 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hemos visto la imagen centenares de veces. Agricultores lanzando toneladas de fruta ante grandes cadenas de distribución para denunciar que pierden dinero con las cantidades ridículas que reciben a cambio de su esfuerzo. 15 céntimos por quilo. Parece mentira que sigan existiendo supervivientes que aún no lancen la toalla. Detrás de esos tractores y de toda esa fruta vertida existen familias que llevan generaciones viviendo del campo, personas que asisten atónitas a las contradicciones del progreso. Y sobre ellas ha querido centrar su segunda película Clara Simón, tras aquella Verano 1993 que también rezumaba nostalgia por los cuatro costados.

La denuncia de un sector que se asfixia por las fauces del capitalismo salvaje se consigue precisamente poniéndole rostro a los damnificados. Y no cualquier rostro. El gran acierto de Alcarràs ha sido contar con un plantel de actores no profesionales que parecen justo lo contrario. Porque por mucho que un intérprete del método trate de sumergirse en el mundo rural, al final hay que saber recoger melocotones, matar plagas de conejos, preparar caracoles a la brasa o cortar la fruta para mermelada. Y no solo eso. Los lazos que se establecen en una familia dedicada por completo al cultivo o en una pequeña comunidad con el mismo modo de vida solo logran transmitirlos quiénes los llevan estrechando desde pequeños.

De ahí los destellos de autenticidad de una película con la que resulta prácticamente imposible no sentirse identificado. Porque más allá del trasfondo social, el mérito de la propuesta de Simón recae nuevamente en los lazos familiares, en esa recreación cotidiana de tres generaciones. Las cabañas con contraseña que construyen la pequeña Iris y sus primos conviven con las coreografías electrolatinas de su hermana adolescente y las conversaciones sobre las diferentes maneras de cocinar un fricandó de las abuelas. Todos conviviendo bajo un mismo techo con diferentes actitudes ante el inminente cambio que supondrá la venta de sus tierras a una empresa de placas fotovoltaicas.

El que lleva el peso de ese giro trascendental en sus vidas es el patriarca de la familia, un Quimet que se resiste a renunciar a su modus vivendi (el único que conoce) y que vierte toda su rabia contenida a todo el núcleo familiar, desde el abuelo que no firmó por escrito la propiedad de sus tierras al hijo que apechuga con la herencia de hacerse cargo del negocio y que busca constantemente el beneplácito de su padre. Como le ocurriera a Frida, la niña protagonista de Verano 1993, el dolor acumulado termina sobresaliendo de la única forma posible.

Pero ¿cómo se consigue un personaje tan auténtico y entrañable como Quimet? La pregunta es extensible al resto del reparto, una labor de casting mayúscula, cuya química termina convirtiéndose en el alma de la película. Si en su debut la directora hizo convivir previamente a los actores durante semanas, esta vez ha echado mano de personas reales que han nacido y viven del campo. Sin artificios, sin la mirada condescendiente del urbanita, sin dramatismos ni apenas acentos, con la ausencia casi total de una banda sonora. Con una mirada prácticamente documental pero con la sensibilidad de quien simplemente ha querido plasmar todo el cariño hacia sus orígenes y, en definitiva, el origen de todos nosotros.
polvidal
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