Agradable aunque sosa comedia romántica mezclada con cine de mafiosos que no asume ningún riesgo ni ofrece más que un simple entretenimiento que se olvida al segundo de terminar. James Caan está muy divertido y forma una buena pareja con Hugh Grant, y el tema de la mafia metida de por medio en una pareja resulta simpático, pero todo es un gigantesco dejà vu que va perdiendo el norte según avanza. La verdad es que todos hemos visto comedias mejores, la verdad.

Lo mejor: James Caan
Lo peor: Es repetitiva y no resulta verdaderamente divertida

Peter Weir, uno de los mejores realizadores en activo (qué lástima que haga películas tan de pascuas a ramos), demostró en Gallipoli la excelsa elegancia de su puesta en escena y su habilidad para extraer las emociones de historia y personajes con enorme efectividad pero sin histronismos ni cursilerías. Con unos excelentes Mel Gibson y Mark Lee como protagonistas, Weir regala una película que no es perfecta ni tampoco es tan magistral como se dijo en su día, pero aun así es una muy bella película, un conmovedor cuento de una amistad irrompible y por encima de todo una demoledora reflexión de la guerra, ese monstruo gigante que todo lo devora, como bien supo ver Goya en aquella pintura maravillosa. Un monstruo que aquí se lleva por delante las ilusiones, la ingenuidad y la inocencia de unos jóvenes que apenas saben dónde se meten y cuya visión de la batalla es romántica e idealizada... y por tanto nada cercana a la crudeza real de la experiencia bélica.
Sólo por el apasionante final ya merece el notable. Muy recomendable.

Lo mejor: El retrato de la amistad de los dos protagonistas y sobre todo de cómo la guerra mata la inocencia juvenil y todo lo bueno que existe en las personas. Y también la realización magistral de Peter Weir y las interpretaciones de los dos protagonistas.
Lo peor: El ritmo es irregular y algo pesado en ocasiones, y hay por ahí otras películas bélicas más memorables y emocionantes. Y la música ochentera/electrónica que suena en algunos momentos no pega nada.

Yo tengo que reconocer que la ví, y mucho. Hasta que ya no pude más.
¿Para qué me sirvió? Pues para darme cuenta de que nunca más iba a volver a ver un culebrón diario. Esa adicción a la serie de marras estaba acabando con mis neuronas y la hora de emisión era sagrada. Lo dicho: nunca más. Y hasta hoy lo he cumplido, y espero que por muchos años.
Porque... oye, era mala, era tremebunda, era una copia de Al salir de clase y a su vez de todas las series adolescentes americanas, era todo lo que se quisiera... pero cómo enganchaba la condenada. Veías dos capítulos ya ya querías saber cuál era la siguiente maldad de Manu, a quién se ligaba Gato después, qué pasaba con el triángulo amoroso de Adrián, Patricia y Natalia... no era nada del otro jueves (de hecho, daba bastante vergüenza a ratos), pero se veía bien y sin duda dejaba con ganas de más.
La recuerdo con cierto cariño a pesar de todo lo dicho antes y por esa razón le he puesto un cinco. Por eso y por Daniel Diges, que le pese a quien le pese se ha convertido con los años en uno de los mejores actores de musical de este país. Y por Quinqüe, un grupo olvidado que desgraciadamente no tuvo éxito pero cuyas canciones sonaban siempre en el Oasis, el bar de la serie (recomiendo que, si todavía es posible, se los escuche por ahí, porque valían mucho la pena). Y la sintonía de Cómplices.
Y poco más, pero como digo se dejaba ver si no se era demasiado exigente, o si se era un criajo, como yo en aquella época.

The Forger es una película perfecta para una tarde tonta y aburrida. Entretiene lo suficiente para ello. No hay que buscarle nada más. No tiene un gran ritmo, no está rodada de ninguna forma especial, tiene mucho tufo a telefilme y no aporta nada nuevo ni verdaderamente interesante a la historia del cine. Sólo cabe disfrutar con la presencia de una divertida Lauren Bacall, de Billy Boyd en una de sus escasas apariciones posteriores a El Señor de los Anillos, del siempre elegante Alfred Molina, de Josh Hutcherson, que siempre es de lo mejor de todas las películas en las que participa, por malas o mediocres que puedan ser (ver por ejemplo Red Dawn).
Para pasar el rato, sin más.

Lo mejor: Lauren Bacall, Billy Boyd y Josh Hutcherson.
Lo peor: Se olvida al minuto de terminarla.

Guillermo Arriaga debuta en la realización con Lejos de la tierra quemada, pero ni mucho menos es un recién llegado a este mundo. El mexicano es uno de los guionistas más reputados de los últimos quince años, principalmente por su excelso trabajo para Alejandro González Iñárritu en la triple entente formada por Amores perros, 21 gramos y Babel. Todas ellas tienen en común varias cosas que han venido a conformar un estilo único convertido en seña de identidad de las historias de Arriaga: personajes marcados por tragedias familiares, atrapados en circunstancias extremadamente duras, víctimas de un mundo cruel que los golpea una y otra vez, el poder de decisiones aparentemente inocentes que acaban provocando una desgracia (el efecto mariposa, explorado maravillosamente en Babel), y el desierto como metáfora del estado emocional de los personajes y el mundo en el que viven.
Lejos de la tierra quemada es todo eso, es Arriaga en estado puro, y como tal provoca sensaciones encontradas en el espectador. Lo que se nos pone delante de los ojos es terrible, es una historia muy dura, y como tal a ratos cuesta verla (aunque nunca llega a los extremos de 21 gramos o Babel), pero por otra parte está tan bien escrita, tan bien planteada, los diálogos son tan buenos y reales y los personajes están tan bien diseñados que resulta una gozada y un regalo para los que siguen buscando en el cine algo más que entretenimiento fácil y sin mucha complicación. En esta historia todo gira alrededor del personaje de Mariana, las decisiones que toma y cómo estas terminan acarreando consecuencias terribles para todo su entorno, incluso años después, y Arriaga de nuevo saca el látigo de Dios castigador para hacer sufrir a los personajes, ahondando en su naturaleza humana y explorando el dolor de la vida, la muerte de una forma apasionada y sobre todo muy intensa. Lo maravilloso, por supuesto, es que detrás de todo ese dolor, de tanto sufrimiento y tantas vidas destrozadas, hay una enorme belleza y un canto a la esperanza pase lo que pase.
Arriaga, como Iñárritu, sabe además que rodearse de excelentes intérpretes es vital para que las tragedias que suceden en pantalla resulten creíbles y cercanas para el espectador. Y hay que reconocerle al director que sabe sacar petróleo y cosas insólitas de un puñado de actores poco acostumbrados en la mayoría de casos a vérselas en dramas de este calibre: Charlize Theron, más frágil y más desesperada que nunca; Kim Basinger, demostrando una vez más la gran actriz de drama que es; Joaquim de Almeida, encantador y tierno; J.D. Pardo, muy simpático y fácil de querer; José María Yazpik, comprometido; Jennifer Lawrence, camino ya de convertirse en lo que es hoy, una de las mejores actrices del mundo. Cómo lleva sobre sus hombros sin despeinarse tamaño peso dramático con solo 18 años es de aplauso y dignísimo del premio que consiguió en Venecia. Tiene unos ojos que valen un mundo y un carisma y una fuerza que muy pocas tienen, y menos a esa edad.
Lástima que a ratos, sobre todo durante la segunda media hora de metraje, el ritmo sea tan plomizo y lento, porque su primer acto de presentación de personajes e historias es absolutamente magistral. Si la tónica hubiese sido esa en toda la película, si ese hubiese sido siempre el nivel de intensidad de Arriaga, quizá estaríamos hablando de una obra maestra. No lo es, pero aun así Lejos de la tierra quemada es una excelente película y una lección de humanidad y sentimiento cinematográficos de la que muchas películas deberían aprender.

Lo mejor: La pluma maestra de Arriaga a la hora de retratar la tragedia, así como los diálogos, el diseño de personajes y las interpretaciones de todos los actores.
Lo peor: El ritmo es algo flojo en su segunda media hora y le falta algo de intensidad, la que sí tenía Babel, por ejemplo.