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España España · Barcelona
Críticas de Rómulo
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Críticas 355
Críticas ordenadas por utilidad
8
16 de diciembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Blue Jasmine

¿Por qué razón no vi en su momento “Blue Jasmine”? Pues en verdad, mis improbables lectores, no encuentro explicación plausible a no ser que mi proverbial despiste haya sido la causa de tan lamentable olvido teniendo en cuenta, sobre todo, la incondicional veneración que siento por este genial cineasta que es Woody Allen.
Y vuelve una vez más a seducirme la envidiable capacidad de este hechicero para abducirme durante hora y media y mantenerme hipnóticamente inmovilizado en esa intrincada red en la que envuelve sus portentosas historias.
Pero el plato estrella de este formidable banquete tiene un delicioso sabor australiano y se llama Cate Blanchett. No en vano, esta bellísima, seductora y excepcional actriz se encuentra entre el reducido grupo de intérpretes que ha sido distinguido con los cuatro grandes galardones del cine: dos Óscar, tres BATFA, tres Globos de Oro y tres Premios del Sindicato de Actores y, curiosamente, cabe añadir que, con su exquisita actuación en “Blue Jasmine”, hizo pleno.
El desconcertante personaje de Jasmine que defiende Blanchett es de una complejidad endiablada. A cualquier actriz del mundo, por muy avezada y apta que ésta se reconozca en la profesión, debiera producirle auténtico vértigo enfrentar un reto de tan gran dificultad. Sin embargo Blanchett se mueve como pez en el agua. Sobrevive empastillada y sumergida en el alcohol; llora y ríe -en ocasiones casi de forma simultánea- como poseída de una extraña criatura; pasa de la tristeza a la euforia o de la depresión al optimismo en cuestión de segundos y huye de la realidad con la misma facilidad que regresa a ella. Porque la insustancial banalidad de la opulencia donde estaba cómoda y felizmente instalada Jasmine ha saltado en mil pedazos y bajo esta desgraciada circunstancia se explica la angustiosa crisis existencial por la que atraviesa. De las lujosas tiendas de marca en la 5ª Avda., de los exclusivos restaurantes de tres estrellas y de las ostentosas fiestas y reuniones de la alta sociedad neoyorkina, Jasmine ha pasado a pedir asilo en el destartalado apartamento en el que malvive su hermana Ginger -genialmente personificada por una divertidísima Sally Hawkins- en un suburbio de la ciudad de San Francisco.
Allen imprime un ritmo endiablado al guion, lo que obliga al espectador a mantenerse en continua alerta; situaciones, diálogos, banda sonora y localizaciones se sitúan en el más alto nivel de excelencia; mezcla el humor y el drama con la misma desenfadada actitud sin por ello renunciar a la profunda reflexión que algunas de las escenas plantean y, finalmente, pasa continuamente -sin recurrir al flashback- de un tiempo narrativo a otro sin vulnerar la legibilidad del relato.
No sé si “Blue Jasmine” es la mejor realización del maestro neoyorquino, pero no creo equivocarme al afirmar que está entre las más brillantes de su extensa bibliografía y que la indescriptible y asombrosa actuación de la australiana Cate Blanchett eleva la película, para cualquier cinéfilo, a la categoría de imprescindible.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
3 de diciembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dobles vidas

No puedo evitar sentir auténtica adoración por esa mujer, icono ya e inevitable referencia del cine francés, que es Juliette Binoche. Y no olvidaré jamás que mi platónico flechazo ocurrió de manera instantánea cuando la vi por primera vez, hace ahora 28 años, en “Los amantes del Pont-Neuf”, paradójicamente el más antiguo de los puentes de París, cuando era una joven venteañera exultante
de descaro, vitalidad y talento. Entonces, tuve la seguridad de que asistía al nacimiento de una gran actriz y más adelante en la prodigiosa triología “Azul”, “Blanco” y “Rojo” del director polaco Kieslowski, prematuramente fallecido, confirmé esta certeza. Mi incondicional admiración nunca disminuyó sobre todo después de que una cautivadora y audaz forastera acompañada de su hija se presentara en Lansquenet, un encantador pueblecito francés perdido en alguna página olvidada del tiempo, para endulzar la vida de sus habitantes.
Ahora, el director Olivier Assayas, la incluye (no es primera vez) en “Dobles vidas”, junto a un selecto grupo de formidables actores entre los que se encuentran Guillaume Canet, Olivia Ross, Christa Theret y Antoine Reinartz. Y, una vez más, me maravilla la elegancia, tanto argumental como la puesta en escena, de muchas de las películas del cine francés, su muy particular y desenfadada forma de concebir la vida, el civilizado razonamiento que les permite trocar el drama en comedia y, en general, esa sofisticada e inteligente manera de resolver muchos de los conflictos domésticos que inevitablemente se nos presentan a lo largo de nuestra existencia.
Me toca muy de cerca, por razones de mi andadura profesional, la excitante historia que nos cuenta Assayas en “Dobles vidas”. Entre editores y autores anda el juego, sus tormentosas relaciones y constantes desaveniencias, las muy humanas y comprensibles diferencias entre la rentabilidad y el valor intelectual de la obra con las que frecuentemente colisionan los interes de ambos dejando al descubierto sus numerosas contradicciones. Una película donde el interés de lo que se dice, por su abrumadora actualidad, a través de unos diálogos que se suceden a velocidades endiabladas, solapa, sin llegar a opacarlo, el indiscutible atractivo de la trama; nos somete a un estimulante y necesario ejercicio de reflexión, el mundo cambia a tal velocidad que nos sorprende con el paso cambiado, las nuevas tecnologías nos obligan a plantearnos nuevas estrategias si queremos sobrevivir en cualquiera de las actividades -y la edición y publicación de libros tal y como las hemos conocido hasta ahora no son una excepción- que ocupan y exigen nuestros mejores esfuerzos.
Y entre la espesa niebla que nos rodea, siempre nos quedará Juliette Binoche, que vuelve a brillar con ese incandescente fulgor que siempre ilumina a las estrellas, aunque este último párrafo, mis improbables lectores, resulte insultantemente cursi.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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8
26 de noviembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Le Mans ‘66

A veces tengo serias dificultades para calificar una película. Porque cuando me entretiene, emociona y durante dos horas y media de metraje permanezco hipnotizado, pasmosmente aislado del mundo que me rodea, como cuando era un niño viendo cortos de Tom y Jerry, pierdo mi capacidad de análisis. Y este es el caso de “Le Mans ‘66”, un apasionante relato que firma el director neoyorkino James Mangold.
Y no puedo evitar evocar un par de maravillosas películas del mismo género que permanecen adheridas a mi memoria como un recién nacido al pecho de su madre. Una de ellas es la inolvidable “Grand Prix”, con un estupendo James Garner al frente del reparto y a pese haber transcurrido 53 años desde su estreno aún puedo tatarear la notas de su formidable banda sonora; y la otra “Las 24 horas de Le Mans”, de 1971, en la que el mítico actor Steve McQueen al volante de su espectacular Porche 911S, nos hace revivir toda la emoción y dramatismo que transmiten las carreras de coches.
“Le Mans ‘66”, sustentado en un sobresaliente guion, reproduce la fascinante historia en la que la pionera y poderosa empresa Ford, que acusaba una sensible caída de sus ventas en la década de los 60, decide fabricar un coche capaz de competir con la imbatible casa Ferrari en los circuitos internacionales, y tratar de superar así su impensable atonía.
Sorprende su didactismo, lo que añade mayor interés al relato, porque Mangold nos descubre las interioridades de un universo casi siempre impermeable y hermético; nos descubre la tremenda presión que sufre un piloto, sus dudas y arriesgadas decisiones, la gran responsabilidad que conlleva conducir al éxito una máquina prodigiosa en la que ha volcado todo su talento, tiempo y esfuerzo un excepcional equipo de diseñadores e ingenieros y en cuyo proyecto se han invertido muchos millones de dólares; y, finalmente, el conocimiento exhaustivo que el timonel requiere de un vehículo tan delicado y complejo como una pieza de relojería para sentir su respiración, atento a cada ruido o quejido del motor como si fuese una prolongación de su propio organismo a sabiendas de que el más mínimo error lo puede llevar al desastre.
Las altas esferas del poder empresarial, más inclinadas, en ocasiones, a mantener su estatus que a resolver los verdaderos problemas que dificultan el proyecto, la incondicional y casi heróica entrega del equipo técnico ajeno a cualquier otro interés que no sea el de culminar su ambicioso objetivo y las copiosas dosis de adrenalina que liberamos en cada trepidante secuencia de las carreras, forman el trípode en el que se sostiene esta espectacular película.
Y dos reconocidos actores de la talla de Matt Damon, siempre contenido y creible, y Christian Bale, histríonico e indisciplinado, en los papeles de Carroll Shelby y Ken Milles respectivamente, derimen sus diferencias para afrontar unidos el reto, prácticamente imposible, en su épica cruzada.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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McQueen
Documental
Reino Unido2018
7,1
689
Documental, Intervenciones de: Alexander McQueen
8
14 de noviembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
McQueen

Excepto grandes marcas como Chanel, Armani, Balenciaga, Dior o algunos renombrados diseñadores como Valentino, Lagerfeld o Galliano, pocas luces más me alumbran sobre el fascinante universo de la moda. Y no por falta de curiosidad o porque considere esta disciplina carente de interés sino, sencillamente, porque otras cuestiones han ocupado mi tiempo que, desgraciadamente, siempre resulta insuficiente. Y ahora, atraído por el señuelo de una excelente crítica, me asomo, no sin cierto recelo, a un extraordinario documental sobre Lee Alexander McQueen, el malogrado modisto londinense que alcanzó fama internacional durante las casi dos décadas que nos preceden.
De esta forma descubro a este joven británico -el menor de seis hermanos- nacido en el seno de una modesta familia. Dotado de un talento excepcional, abandonó sus estudios con apenas 16 años para dedicar toda su voluntad, tenacidad y esfuerzo a su única y gran pasión: el diseño de ropa. Muy pronto llama la atención su desbordante imaginación y, sobre todo, su inagotable capacidad de trabajo. Muestra un carácter rebelde e independiente, transgresor y que sólo obedece a la fuerza incontenible de su genialidad. Posee un genuino instinto, casi animal, para captar y anticiparse al deseo siempre cambiante y eternamente insatisfecho de una sociedad sofisticada e instalada en el confort de su propio ego.
Crea su propia marca, con la que obtiene notable prestigio y sin renunciar a ella y con sólo 27 años, firma un contrato millonario como Jefe de Diseño de la marca francesa Givenchy, quien lo lanza al estrellato. A partir de ahí la fama, el dinero, el envanecimiento y el no siempre saludable mundillo de la moda, harán el resto. Llegarán a su vida como un vendaval para arrastrar los ya de por sí muy inestables soportes de su temperamento, marcados desde la infancia por la humillación y el maltrato del que fueron víctimas tanto él como su madre -a la que idolatraba-, por la abyección intolerable su propio padre.
La sensibilidad, espontaneidad, dramatismo y veracidad que expresan los testigos hábilmente entrevistados imprimen al documental una carga emotiva demoledoramente efectiva. Los directores Ian Bonhôte y Peter Ettedgui exprimen con inteligencia el material que tienen en sus manos a través de una extensa documentación y múltiples grabaciones de una gran calidad haciendo del espectador desolado rehén de sus propósitos.
Y como en otros muchos casos en los que la genialidad anida, McQueen, a los 40 años, en la plenitud de su vida, se suicida en su domicilio londinense un día después del fallecimiento de su madre. Y tal vez, para su desgracia, fuera ese el detonador que precipitó la huída sin retorno de una existencia que, incomprensiblemente, ya no soportaba.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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7
29 de octubre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las furias

Sobre la inmensa soledad de un gran océano aparecen de cuando en cuando algunos pequeños islotes que, como aislados oasis, renuevan mi casi extinguida esperanza en el cine español. El otro día reseñaba aquí “Diecisiete”, una bonita historia del santanderino Sánchez Arévalo y, bendita casualidad, veo ahora “Las furias”, de Miguel Del Arco, un madrileño que debutó en la profesión como director y guionista hace ahora tres años con esta más que dignísima película para desaparecer de nuevo, como ya viene siendo habitual, por las oscuras tragaderas de nuestra menesterosa industria cinematográfica.
“Las furias” se sustenta en la larga tradición de la tragicomedia familiar, historias dolorosas, amargas, donde afloran los fantasmas del odio, el resentimiento y la frustación que durante años han sido cobardemente ocultadas bajo las gruesas alfombras de su existencia. La familia entendida como un núcleo indisoluble por mor de una infortunada herencia histórica arraigada en lo más profundo de nuestra conciencia nos condena, en ocasiones, a sufrir un insoportable calvario por el resto de nuestras vidas. Los ecos chejovianos de “La gaviota” sobrevuelan en círculos a lo largo del metraje en el que los personajes son encerrados entre los muros de un solitario caserón sin posibilidad de escapatoria como ya hiciera también Buñuel en su claustrofóbica y turbadora “El ángel exterminador”.
Del Arco muestra cierto virtuosismo en un comienzo nada expícito y en que los personajes van encajando con naturalidad haciendo que las piezas del puzzle se acoplen suavemente. Mezcla hábilmente humor y dramatismo sin que perdamos por un instante el interés de lo que vemos en un crescendo que podía haber sido mucho más escalonado si el muy comprensible arrebato de un novel director no lo hubiera acelerado. La fotografía es diáfana y la cámara se mueve con espontaneidad, tanto en exteriores como en interiores.
Además, interviene una nutrida nómina de afamados, experimentados, maduros y reconocibles actores de nuestro cine como el incombustible José Sacristán bien acompañado de Gonzalo de Castro, Emma Suárez, Carmen Machi o Mercedes Samprieto, entre otros.
“La furias” no es una extraordinaria pero sí una buena película. Tal vez, Del Arco comete el exceso de introducir demasiados elementos pertubadores en la atormentada familia que nos muestra y el más patente de todos se hace visible en la descontrolada y caótica catarsis final, poco creíble y más propia de un vodevil que de una obra con pretensiones de mayor calado.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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