De argumento pobre, lenta, aburrida y nada espectacular como para tanto premio. Un casting de actores horroroso (en serio, ¿a quién se le ocurrió que Berenice Bejo tenía aspecto de chica de los años veinte?), una musiquilla de fondo absolutamente insoportable y un ritmo tedioso con golpes de humor pueriles y facilones. Tiendo a creer que todo aquel que alaba esta película lo hace por puro deseo de quedar como un intelectual o un gafapasta que entiende y valora el cine mudo, porque en ese aspecto esta película es pretenciosa como pocas. Personalmente no la volvería a ver ni la recomendaría a nadie, si se quiere disfrutar de cine mudo de verdad y no de este pseudoespecimen artificial, muchísimo mejor las películas de Greta Garbo o Charlie Chaplin.

Maravillosa, estética, profunda, inteligente, valiente, sensible, prodigiosa, metafórica, poliédrica, fascinante... podría seguir enumerando calificativos sin parar, porque esta película es todos ellos y más. Elena Anaya prodigiosa, y el guión, además de perturbador y mezcla inteligente de esteticismo y sordidez, se hace tan atractivo porque nos hace dudar de quiénes somos, de quiénes seríamos de habitar otra piel, de si seríamos las mismas personas de haber nacido con otro sexo... Son mil preguntas las que se plantean, y lo mejor de todo es que la trama no las resuelve, las deja en el aire para que cada espectador sea capaz (o no) de contestarlas.

Algunos diálogos son algo tópicos y trillados pero en conjunto se sostiene bastante bien como metáfora apabullante de nuestro mundo y de la locura capitalista que avanza sin frenos consumiendo seres humanos y buscando descarrilar. La solución puede que no sea acelerar y acelerar, ni siquiera iniciar rebeliones contra los poderosos de primera clase que pueden acabar en masacres, sino escapar de este tren de locos desalmados.

Esta es una de las películas que, sencillamente, cumplen su cometido sin más pretensiones: es un thriller, entretiene y mantiene al espectador pegado al asiento en espera de la resolución de un enigma que tiene a la protagonista en un lógico sinvivir. Y si además esta tensa historia se presenta rodeada de una cuidada atmósfera, envolventes escenarios y fotografía gris y sucia acorde con el ambiente melancólico general, pues perfecto, qué más se le puede pedir a un simple thriller... Un guión bastante bueno, que aun sin ser brillante en ningún momento se desinfla y consigue mantener el interés sin caer en concesiones ni giros facilones, y la interpretación, como siempre perfecta, de Elena Anaya.

Un Wes Anderson cada vez más terrenal y universal nos lega una preciosa película que nos recuerda la necesidad de añadir la fuerza de la infancia a la experiencia, demasiado gris a veces, de la edad adulta. Unos actores infantiles increiblemente bien dirigidos, una fotografía extraordinaria y unos tiempos muy acertados conforman una fábula moderna y mágica que no no parece made in USA sino que casi recuerda al cine francés de Godard o Rivette, un soplo de aire fresco en el cine americano, lo cual no es poco.
Decididamente cine de autor, especial y diferente a todo lo demás.