Antes de que el Sol emita sus últimos estertores, los hombres deciden sacar a la Tierra del sistema solar y viajar por el espacio hasta encontrar una nueva estrella. Para ello, distribuyen estratégicamente propulsores por toda la superficie del planeta. En esta película, por tanto, no son unos pocos los seleccionados para sobrevivir como astronautas, sino que se pretende salvar a toda la humanidad y a nuestro planeta al mismo tiempo, sin dejar a nadie atrás, convirtiendo a la Tierra en un auténtico vehículo, en un arca de Noé a propulsión con la que cruzar la galaxia.

Cuando, llegado el momento, la Tierra parece aproximarse inexorablemente a Júpiter, todas las naciones trabajan en equipo. Poderosas son las imágenes de los automóviles girando 180 grados para volver a la estación de la que depende la última oportunidad para la Tierra, o la urdimbre de brazos marcados con distintas insignias nacionales que se funden en un solo brazo para activar la máquina de la estación. Si algo subraya una y otra vez la película es la potencia de la unión, la necesidad del sacrificio individual en pos del beneficio social. En un contexto como en el que se enmarca esta historia, se puede plantear, como efectivamente se hace, la colaboración entre todas las naciones sin caer en el panfilismo y la ingenuidad que caracterizan nuestro tiempo.

Si Leonardo DiCaprio se introduce, en «Inception», en un sueño dentro de un sueño dentro de un sueño, aquí Tyrone Power interpreta el personaje de su personaje de su personaje. Sí, ni me he vuelto loco ni cabe culpar al autocorrector. Power interpreta a un personaje afable y cándido (inocente y engañado por su esposa) de cara al mundo, a un personaje interesado y criminal (es capaz de asesinar con tal de obtener la herencia de su víctima) ante su esposa y, finalmente, a un personaje (el verdadero) calculador y cruel (capaz de engañar a su esposa y cómplice en un doble sentido: primero, desviando sobre ella los cargos judiciales que debían recaer sobre él; segundo, ocultando hasta el último momento la existencia de una amante, con la que presumiblemente tenía pensado disfrutar la herencia de su víctima mortal). Este engaño, por supuesto, no podía quedar sin respuesta...

Como sabemos de la trilogía, Neo es una anomalía del sistema Matrix, una consciencia insoluble en el programa por su capacidad para detectar que todo su horizonte fenoménico es una simulación (o, al menos, de detectar indicios de ello). En la primera entrega, Neo consigue escapar, y ya nunca más vuelve a confundir la realidad con la simulación, por más que siga interviniendo en Matrix; sin embargo, en esta nueva película, que no se desconecta de los acontecimientos de la tercera, el nuevo arquitecto de Matrix busca reinsertar a Neo en su seno. Para ello, en lugar de sumergir en el inconsciente de Neo los recuerdos provenientes de la vida fuera de la simulación (pues acabarían saliendo a flote), los transforma. Por decirlo así, el nuevo arquitecto esconde las llaves encima de la mesa, donde todo el mundo pueda verlas, permitiendo que la mente de Neo siga operando con sus recuerdos, aunque enmascarados: lo que hace el nuevo arquitecto es transformar los recuerdos de Neo en ideas que brotan de la imaginación. Así, sólo necesita cambiar un poco el decorado: Neo, de vuelta en Matrix, es ahora un diseñador de videojuegos que se ha hecho de oro programando un videojuego donde la secuencia de acontecimientos es idéntica a la de su vida en las tres primeras películas. ¡Los recuerdos transformados en ideas para el trabajo! Esta nueva estrategia del arquitecto, esta optimización del programa, tiene todavía un punto de control más: todas las alertas que surjan en Neo indicando la falsedad de su realidad serán apagadas por el propio arquitecto: su psicoanalista. En esta galera permanecerá preso Neo, aunque no por mucho tiempo...