Dentro del género político frecuentado por Costa Gavras, esta película es una pequeña joya bastante desconocida, aún contando con Yves Montad como actor y con Ennio Morricone a cargo de la banda sonora. En ella se nos narra el asesinato de un presidente ficticio en un país imaginario, pero todos los detalles nos llevan a John F. Kennedy. El desarrollo se centra en la investigación de un miembro del poder judicial en desacuerdo con la tesis oficial. Todo está contado con gran sobriedad, pero con ritmo mantenido y gran funcionalidad. En medio de la película aparece la escenificación de un esperimento realizado en los primeros 60 en EE.UU. sobre la capacidad de reacción humana ante un deber impuesto. Casi es un film dentro del film, pero resulta interesante para el desarrollo del mensaje. Buenas interpretaciones y puesta en escena apropiada y sin las alharacas de las superproducciones tipo JFK.

Lo canta uno de los personajes en varias ocasiones, desafinando a tope por cierto. Y es que la cosa va de un "mandilón" al que sus cuates no tienen más remedio que dar su merecido. Rodada en blanco y negro, con una estética y una escenografía que concuerdan con el tremendo humor negro que destila, esta película es una verdadera radiografía del alma mejicana. Temas como el machismo exacerbado y la muerte están aquí tratados con un humor cínico que da la vuelta a los conceptos. Un hombre muere y es velado por sus verdugos. Luego aparecen las mujeres, porque tiene dos con los hijos respectivos, y se pelean por el cadáver. ¿Pero por qué lo han matado? Esa es la pregunta que sólo veremos respondida al final, dentro de un flashback en que conoceremos por fin al muerto oportunamente redivivo. El guión está lleno de guiños y alusiones plenas de inteligencia y doble sentido. Es un humor puesto al servicio de una feroz crítica social. El machito es puesto en entredicho y ridiculizado, las propias mujeres no salen tampoco muy bien paradas, tironeando cada una del "muertito" mientras la hija juega con una maquinita de marcianos. Hay su toque de surrealismo: no hay que olvidar que Ripstein fue ayudante de dirección de Buñuel. La historia del muerto enterrado sin su ojo de cristal es un ejemplo. La escena fetichista del asesino y la viuda es un puro homenaje al de Calanda. Realmente la pelicula rezuma inteligencia por todos los lados. Un dato curioso: habiendo ganado la Concha de Oro en San Sebastián, no fue pasada por salas comerciales (al menos "en provincias"). Yo la disfruté en su día en un cine universitario y quedé maravillado. La magia ha resurgido en esta nueva visión, sin perder un ápice.

La película es adaptación de una típica novela negra, peo lo que más nos llama la atención es la estética de las imágenes. Wenders, cuente lo que cuente, siempre lo hace dando prioridad a la fotografía y la puesta en escena. Luego está el estudio de los personajes, con sus dudas y sus cambios de humor y situación interior. Dennis Hopper da vida a un personaje complejo y con esa pátina inquietante que sabe dar siempre a sus creaciones. No había vuelto a ver la película desde la época del estreno (ya llovió) y he disfrutado más que entonces. Hay una primera mitad que prefiero, donde la acción está más contenida. Sobre el final, los acontecimientos se precipitan y el personaje de Ganz empieza a comportarse de modo un tanto inesperado.

Con las películas que hemos visto de adolescentes pueden pasar varias cosas si las revisitamos muchos años después. Algunas que entonces no entendimos del todo, ahora nos ofrecen nuevas perspectivas. Otras que nos emocionaron o nos hicieron reír, en el presente puede que ya no tengan el mismo efecto o con la misma intensidad. Luego están las que nos parecieron entonces un rollo y ahora nos lo sigan pareciendo, por mucho que tuviéramos esperanzas de que nuestro bagaje actual nos hiciera ver cosas que entonces no vimos.Esta es de esas últimas, al menos en mi caso. Cuando la vi, los problemas y angustias de un viejales que solo hacía que hablar todo el rato, me quedaban muy lejos. Ahora que tengo una edad parecida, cabía la esperanza de que entendiera mejor al personaje, pero no, me sigue pareciendo un plasta. Y es que el título es ya muy expresivo: Las palabras de Max. Y la primera escena lo cuenta ya casi todo: ¿a quién se le ocurre llamar a un profesor después de 30 años para continuar una conversación sobre ética y teología? El hombre está más solo que la una y no es para menos: no hay quien le aguante. Y eso que le salen novias jóvenes y de buen ver, pero las espanta con tanto interrogarlas sobre sí mismo y sobre el sentido de la vida. Solo su hija le escucha, más por obligación filial que por otra cosa. Por cierto, la interpretación de Gracia Querejeta es lo mejor de la película,
pues tiene una naturalidad adolescente nada engolada. Seguramente se pretendía mostrarnos el retrato del intelectual que no vive por tratar de entenderlo todo. Es un personaje muy de aquellos tiempos en que en este país se empezaba a poder pensar por cuenta propia. En ese sentido tiene un pase, si lo encuadramos en la época. Pero le falta credibilidad, naturalidad y garra.

Me pongo a ver esta cinta sin saber nada de ella. Los primeros veinte minutos son tranquilos, con planos de interiores y paisajes bien fotografiados. Me llama la atención sobre todo el protagonismo de los objetos, con imágenes que parecen naturalezas muertas. La cosa va de un hombre que espera a otro que va a salir de la càrcel; y desde luego no le tiene mucho cariño, a juzgar por cómo se prepara. Tras esta parte sosegada, zas, llega la primera escena violenta y el resto ya es una lucha despiadada, con tiros, flechazos, navajazos y lo que haya a mano. El argumento es mínimo, pero la acción está bien dosificada, con momentos intermedios de tensión, entre enfrentamiento y enfrentamiento. Los personajes están entre la sicopatía, la maldad y la memez del bordeline. Eso convierte algunas escenas en delirantes y casi cómicas, dentro de la crudeza. Y es que los extremos, ya se sabe, se tocan. El clima general es el de esas comunidades norteamericanas que viven aún hoy en un estado próximo al de la época de los pioneros, con cabañas llenas de armas sofisticadas, bosques donde cazar y episodios en que la violencia se desata.