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Críticas de Felipe Larrea
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Críticas 276
Críticas ordenadas por utilidad
8
24 de noviembre de 2009
27 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
En otra etapa de su vida Ken Loach seguramente habría optado por trazar paralelismos entre el episodio más negro de la carrera de Eric Cantona, el patadón de karateka al aficionado, y los tristes sopapos que la vida le va pegando al protagonista. Quizá se haya tragado últimamente la filmografía completa de Frank Capra, porque ha pegado un sorprendente giro en el que (por fin) ha olvidado el tremendismo que siempre le ha caracterizado.

Por eso, un tipo de barrio (papelón de Steve Evets) encuentra la solución a sus problemas en una cómica sesión de autoayuda con los colegas: verse a través de los ojos de su ídolo. Con aire optimista, sin carga política pero sensible aliento social, se da cuenta de que, como en el fútbol, la unión hace la fuerza y el trabajo en equipo lo es todo. Y ahí, pasando de amargarse y bien pegado a su familia y amigos se encuentra la actitud adecuada: la de obviar el mentado episodio de la patada y poner en su lugar un precioso gol de vaselina por toda la escuadra a cámara lenta.

¿Blandita? Puede que un poco, pero yo estoy encantado con este nuevo Ken Loach que por fin sonríe. Yo también prefiero el gol de Zidane en la final de la Champions al cabezazo a Materazzi, y eso que soy del Barça.
Felipe Larrea
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8
10 de enero de 2009
26 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Supuestamente el detonante de toda historia es el conflicto. Practicamente todos partimos de la idea de que esa palabra implica que hay un problema, que ha pasado algo negativo. Para Carlos Sorín no. Para él el detonante de toda historia es lo cotidiano, lo sencillo, el día a día, los encuentros fortuitos. No necesita hablar tampoco de personajes en el filo, de asesinos y desgraciados de distinto pelaje. Habla de gente normal, simpática, sin más problemas que buscarse la vida, como todos.

Por eso esta hermana pequeña de "Historias mínimas" es una patada en la boca tanto de Hollywood como de esos autores que esconden su falta de talento en solemnes silencios y pretenciosas intenciones. Es un cine especial y pequeño, que nadie más hace.

Por otro lado, me hace reflexionar sobre qué tipo de puesta en escena es más realista. Observaba su planificación clásica, con sus planos y contraplanos, sus encuadres cuidados, su música extradiegética y pensaba: ¿le resta algo de realismo? Nada en absoluto, incluso olvidas que hay alguien grabando y te limitas a acompañar al entrañable Juan Villegas y a ese perro tan majo llamado Bombón. ¿Ocurre esto con el Dogma y sucedáneos? No, porque no puedes dejar de pensar en lo rematadamente mal rodado que está todo.
Felipe Larrea
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7
27 de abril de 2009
34 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las hombreras de Sharon Stone y los decorados de cartón piedra le han pasado factura a esta aparatosa superproducción -la más cara en su momento- que asombró a medio mundo con unos efectos especiales ampliamente superados por el paso del tiempo. Pero son entrañables y yo los recuerdo constantemente porque tengo un amigo al que se le hinchan los ojos cuando tiene resaca. Además, siempre que cantan la alineación del partido del domingo en el Plus y suena el temazo de Jerry Goldsmith de los títulos de crédito se me ponen los pelos de punta.

Todas las señas de identidad de Paul Verhoeven se encuentran a puñados: sexo, violencia exagerada, humor negrísimo, tono apocalíptico y ese escaso sentido del ridículo que le lleva a rozar la parodia en más de una ocasión. Muchas veces logra incluso combinar todos estos elementos en la misma escena, logrando unas cotas de diversión tremendas.

Bajo su aparente ligereza hay ideas muy interesantes y pese a que tiende a olvidarse su legado hay que reconocerle su influencia sobre "Matrix" o "Perdidos", mérito también de Philip K. Dick, por supuesto. Por otro lado, su aspecto estético se convirtió en uno de los estándares para la ciencia-ficción de los 90.
Felipe Larrea
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Exit Through the Gift Shop
Documental
Reino Unido2010
7,6
14.335
Documental, Intervenciones de: Thierry Guetta, Banksy
8
5 de noviembre de 2010
24 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
En sus inicios, Banksy trata con dos tipos de personas:

1) Los grafiteros, clan tribal de naturaleza anti-sistema dedicado a una especie de expresión primitiva de su identidad (el grafiti) cuyo vínculo con el arte es más que discutible.
2) Los artistas anti-comerciales, versión intelectualizada de los anteriores, que buscan romper convenciones estéticas y sociales, manteniéndose siempre en el ámbito de lo “underground”. Suelen utilizar el concepto de integridad artística como coartada ante posibles críticas por falta de calidad de sus obras (“como mi arte no le interesa a nadie, digo que lo importante es la integridad”).

Banksy pasa demasiado tiempo en ese ambiente y acaba jurando que nunca venderá su alma al diablo (el sistema). A medida que crece como artista conoce a un tercer grupo:

3) Los artistas comerciales, hermanos díscolos de los anteriores, que se dan cuenta de que con dinero se vive mejor, y adaptan su obra para encajarla en los gustos de la masa o de los coleccionistas. Vamos, el peor pecado que se puede cometer.

Luego llega el reconocimiento masivo y evidentemente las acusaciones de vendido por parte de los grafiteros y los artistas anti-comerciales. Banksy siente la necesidad de justificarse ante ellos porque no puede traicionar sus raíces. La realidad es que aunque probablemente ni se dé cuenta, ya no juega en la misma liga que ellos, sino en una más elevada: la de los artistas de verdad, aquellos que se valen de un talento genuino y de su libertad creativa.

“Exit Through The Gift Shop” les dice a esos puristas que si uno es verdaderamente bueno trasciende las fronteras del gueto, lo cual no tiene nada que ver con venderse. De paso, les explica en qué consiste venderse, a través de la historia de una especie de Borat del arte llamado Thierry Guetta. Quizá lo más sorprendente sea la extrema inteligencia con la que desarrolla estos argumentos, relegándose a sí mismo a un papel secundario y estableciendo una sofisticada estrategia metalingüística sobre la autoría de la propia película.
Felipe Larrea
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4
2 de agosto de 2011
28 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Solo hay algo peor en el cine que aburrirse, y es aburrirse y frustrarse. Aguantábamos el tipo mi novia y yo diciéndonos: "seguro que al final lo explican todo". Le pregunto con desidia: "¿por qué no hacen nada por salvarse los tres pendejos, si claramente son humanos?". Todavía menos entusiasmada me contesta: "Si educas a alguien de manera tan férrea es muy posible que crea que está cumpliendo con su deber". Pareceré un flipadillo pero no sé, ¿qué tal un poco de rebeldía ante la injusticia de un destino prefijado por el estado?. No pido un William Wallace o un replicante con el careto de Rutger Hauer que le rebane el pescuezo a la autoridad competente, pero sí al menos alguien como el niño-robot de "Inteligencia Artificial", que se pregunte por su existencia aunque no encuentre respuestas satisfactorias.

A medida que se acerca el final lo veo claro, la peli está demasiado pagada de sí misma como para molestarse en explicar porqué sus protagonistas son pusilánimes cual lemming, o para informarnos de porqué la sociedad occidental toma en 1967 una decisión que enorgullecería a Hitler sin el más mínimo reparo moral. Ante material tan endeble, Mark Romanek sabe que tan importante como ser es parecer. Consigamos pues que la película parezca buena. ¿Cómo? Ralenticemos el ritmo, colguémonos la prestigiosa etiqueta de "ciencia-ficción sin efectos especiales", fichemos a tres actores jóvenes con talento (reconozco que incluso mi odiada Keira Knightley convence), dejemos los interrogantes a la imaginación del espectador (así ahorramos tiempo en la escritura de guión) y copiemos el ambiente de esos dramones históricos británicos protagonizados por Anthony Hopkins en los 90 (no en vano, la novela en que se basa es del mismo autor que "Lo que queda del día", excelente película por otra parte).

Con un triángulo amoroso tan glacial y mal explicado me he puesto a pensar en mis cosas y me he dado cuenta de que el discurso de fondo es el mismo de "A ciegas" (Fernando Meirelles, 2008), aquella memez bendecida por su santidad José Saramago. Otra vez el mensaje del resignado hombre bueno pero insignificante incapaz de enfrentarse a la maldad absoluta del poder. En otras palabras, otra dosis de conformismo y pesimismo fundamentada en que para qué intentar cambiar las cosas si no se puede. En otras palabras, el mejor caldo de cultivo para nuestro deporte preferido, la queja de salón, eso sí bien complacidos y orgullosos de la romántica naturaleza trágica de nuestro ser.
Felipe Larrea
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