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Críticas de Wladimyr Valdivia
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Críticas 157
Críticas ordenadas por utilidad
7
20 de octubre de 2014
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Más allá de lo cuestionado que pudo resultar ser el final de “Lost” o lo decepcionante (para algunos) el desenlace que comenzó a llevar la serie en las últimas temporadas, J. J. Abrams, su director, siempre está dando que hablar, para bien o para mal.

Tras alcanzar reconocimiento mundial por ser el cerebro detrás de la mencionada serie, y luego de dirigir la tercera parte de “Misión Imposible” el 2006, “Star Trek” el 2009 y ser el Productor culpable de esa tomadura de pelo llamada “Cloverfield” el 2008, metía bulla desde el año pasado con “Super 8”, su nuevo trabajo como director, esta vez con una cinta de ciencia ficción -monstruo incluído- en donde rinde reconocido tributo a Steven Spielberg y su marca que dejó en los años 80 con cintas nostálgicas, donde la ficción, lo extra terrenal y, por sobre todo, la amistad, eran el eje fundamental de sus películas en dicho período.

La cinta nos transporta inevitablemente al cine de finales de los 70 y principios de los 80, principalmente por su posición histórica (la película se desarrolla en 1979), el tratamiento de sus imágenes y, tal como lo mencioné, por una historia contada de forma lineal, que va subiendo de intensidad a medida que avanza el metraje, tras una correcta presentación de los personajes y una exquisita mezcla entre la intriga propia de una cinta de ficción con un misterio por resolver y el desarrollo de una sincera historia de amor y amistad, tanto por el grupo de amigos como la que surge entre Joe (Joel Courtney) y Alice (Elle Fanning), quienes se van conociendo a lo largo de la película y alcanzan un grado de complicidad máximo, convirtiéndose en el centro de las acciones y los responsables de la principal aventura que la cinta termina por regalarnos. El director demuestra todo lo que sabe de cine y lo fanático que resultó ser del mundo de Spielberg, reutilizando su estilo en los gags, los diálogos, el perfil psicológico de los personajes y el drama entrelíneas que está presente en todo momento, fundamentalmente en la relación de sus protagonistas con sus padres. Este es el caso del padre de Joe, el sheriff que debe lidiar con su inexperiencia para liderar al pueblo en momentos de crisis y que aún no supera la trágica muerte de su esposa; y el padre de Alice, un resentido social sobreprotector que vive en conflicto con el padre de Joe.

Correcta en todas sus líneas, brotando frescura y, aceptando el tributo mencionado con todas sus implicancias en términos técnicos y narrativos, el director abusa a ratos de estereotipos que restan verosimilitud a la cinta, sobredimensionando ciertos hechos que se contraponen a la magia que por momentos le entregan sus protagonistas. La espectacularidad de algunas de sus imágenes -que responden al presente del cine de la nueva década- no logra cuajar con la mirada nostálgica que Spielberg sí le imprimió maravillosamente a “The Gonnies” (1985) y a “E.T.” (1982), en una época donde dichos recursos no existían y la sensación al salir del cine era de absoluta satisfacción.

Si te quedas con el fondo, “Super 8” es, para quienes formamos parte de esa generación perdida, una película imperdible con todos sus fallos y aciertos, ambientada con una banda sonora de ensueño a cargo del ganador del Oscar, Michael Giacchino, y que los devolverá un par de años atrás haciéndoles estallar el corazón. Si lo tuyo es la forma, y sin ser radical, “Super 8” es un nuevo intento de J. J. Abrams por llevar la ciencia ficción a límites poco explorados, con un segundo monstruo desencajado en la época y que sólo consigue sumarle puntos a Neill Blomkamp y su “District 9” (2009), una obra de arte que marcó un antes y un después en el tratamiento de la trama en contextos extraterrenales como excusa. El fondo y la forma. Y si hablamos de Ficción, el 50%, el viejo Abrams, nos lo queda debiendo.

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Wladimyr Valdivia
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5
20 de octubre de 2014
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Tras el estreno de “Alicia en el País de las Maravillas” el 2010, nos enterábamos de que el genio detrás de “El Joven Manos de Tijera” (1990) ya tenía planificado su siguiente trabajo: “Dark Shadows”, una comedia de vampiros basada en la exitosa serie de TV de fines de los ‘60 del mismo nombre, por lo que las expectativas eran bastante grandes.

Corría 1752 y la familia de los Collins, conformada por el padre, la madre y el pequeño Barnabas, se trasladaba de Liverpool a América para sacar adelante sus negocios. Pasados los años, un ahora millonario y poderoso Barnabas (Depp), rompe el corazón de Angelique (Green), sin saber que ésta era una bruja, quien en venganza, decide acabar con la vida de sus padres y de Josette (Heathcote), la enamorada de Barnabas, además de convertir al joven en vampiro y así extender su sufrimiento por toda la eternidad, enterrándolo y perpetuando su inmortalidad. Dos siglos después, en 1972, su ataúd es encontrado y Barnabas regresa, encontrándose en el mismo pueblo, ahora convertido en ciudad y en una época totalmente desconocida para él. Tras la búsqueda y un par de víctimas, llega a su vieja mansión, en donde ahora habita su descendencia: una familia compuesta por la madre, su hermano, sus dos hijos, un empleado, una institutriz y una doctora muy peculiar.

De pronto, y tras leer la sinopsis, nos podemos imaginar un relato repleto de elementos fantásticos, efectos especiales puestos a disposición de una tremenda historia y la rúbrica de un genio que sabe, como pocos, retratar este tipo de universos. Tras la presentación del pasado de Barnabas y la historia que marcó su destino, compuesta por imágenes líricas con el mejor Danny Elfman en la música del que tenemos conocimiento, comenzamos a vivir el presente del vampiro y su rencuentro con el mundo moderno, punto donde comienza la caída libre de un film sin detenerse hasta los créditos finales.

Es sabida -y aplaudida- la capacidad de la dupla Burton/Depp para poner en pantalla los protagónicos más delirantes de la industria norteamericana, sin embargo, el excesivo uso de gags y situaciones ridículas, parten por restar credibilidad a la ficción, con un Barnabas demasiado infantil para una historia de amor, traición y venganza. Burton definitivamente dejó atrás los árboles retorcidos de “Sleepy Hollow” (1999), los salones steampunks de “El Joven Manos de Tijera” (1990) y los aterradores escenarios de “El Cadáver de la Novia” (2005), para hacerle frente a tétricas comedias, intentando darle dramatismo a historias que el mismo se encarga de hacerlas predecibles y faltas de ese corazón que tanto necesitó Edward Scissorhands. Intentar amenizar uno de los momentos claves de la cinta con un tremendo logo de McDonalds, para intentar explicarnos el enfrentamiento de Barnabas con la realidad tras su regreso dos siglos después, resulta casi imperdonable y es el mejor ejemplo de cómo el director, esta vez, esta más preocupado de entretener a cualquier costo y no de conformar una ficción sólida, en la que poco aporta un guion indefinido y que va a tropezones.

Probablemente, la misma historia podría haber sido contada en 30 minutos y la sensación habría sido la misma. Durante su desarrollo, tras la introducción histórica que da pie a la historia de Barnabas, la cinta nos presenta a más de diez personajes, todos con cierto grado de importancia, pero que a ninguno terminamos por conocer. Son demasiados los elementos y sub historias sobre las que se podría sostener el relato, pero que sólo se dedican a dar la más mínima explicación, adornando dos horas de metraje y desperdiciando un material que cualquier director desearía. Es inaceptable que un film avance y no sepamos qué está sucediendo ni por qué.

Debería estar hablando de la trágica historia que escondía David (McGrath), el más pequeño de la familia Collins; o de la misteriosa personalidad de su hermana Carolyn (Moretz); o de las inquietantes visiones de Victoria (Heathcote); todos elementos fundamentales a la hora de comprender las motivaciones y la pasión que mueve al vampiro a amar a su nueva familia y a vengar la muerte de los suyos, pero que finalmente quedan en nada, probablemente en las hojas en borrador de un guion que prefirió rellenar la cinta con fáciles alusiones semi eróticas, gags desmedidos y, entre medio, uno que otro dato suficiente para entender un final esperado desde el primer minuto, llevándonos de la comedia al terror, luego al misterio y después al romance y reiniciando este ciclo sin ningún ritmo narrativo.

A destacar dos de las más grandes actrices que, hoy por hoy, pueden apelar a su talento y sacarle partido a cualquier personaje, por muy vacío que éstos sean: Eva Green y Chloë Grace Moretz, la primera como la antagonista y la mejor bruja del universo Burton desde Anne Hathaway; y la segunda como Carolyn, quizás el papel más complejo de la película, cuya carrera va en ascenso a pasos agigantados y su nombre comenzará a escribirse con mayúsculas. La entrada vale por ambas. Como seguidor del director y admirador de sus personajes, me reservaré mi opinión sobre Depp y Bonham Carter. Sólo diré que quizás es momento de revitalizar la planilla, porque detrás de sus rostros, poco queda a la imaginación después de tanto papel similar.

Una historia que daba para mucho, sin necesidad de que Burton se alejara de su estilo y nos pudiera deleitar con su estética gótica, su belleza plástica y sus alucinantes personajes, una película donde Danny Elfman podía sacar a relucir sus mejores partituras para ambientar una de las historias más famosas de vampiros de la TV, la posibilidad de regalarnos una gran gama de personajes de la mano de grandes actores. Sin embargo, “Dark Shadows” se queda sólo en el intento, en donde además el mensaje de la trascendencia, la inmortalidad y la sed de venganza, presente casi por obligación en una cinta de vampiros, brujos y hombres lobos, se quedaron esperando su oportunidad.

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Wladimyr Valdivia
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9
20 de octubre de 2014
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En ocasiones como estas son cuando agradecemos las posibilidades que nos da esta democratización de medios como lo es la world wide web. Y es que si no fuera por internet, en este lado del mundo jamás podríamos acceder a material audiovisual como este. Ganadora del Premio Especial de Jurado en el Festival de Sundance 2011, ganadora en el Sitges con el premio a la Mejor Actriz y nominada en los Premios Gotham y en los Independent Spirit Awards, entre otros, a Mejor Ópera Prima también durante el 2011, “Another Earth” no podía dejarla pasar.

Dirigida por Mike Cahill, quien debuta con este largometraje independiente, y escrita por el propio Cahill junto a Brit Marling, la actriz protagonista, “Another Earth” cuenta la historia de Rhoda Williams (Marling), una joven atractiva, inteligente y con un futuro prometedor, que acaba de ser aceptada en un programa de Astrofísica del Massachusetts Institute of Technology (MIT), el sueño de su vida. Por otra parte, John Burroughs (William Mapother) es un exitoso compositor musical que se encuentra en la cima de su carrera, que vive feliz junto a su pequeño hijo y a su mujer. Ambos no se conocen, pero el día en que la ciencia confirma el descubrimiento y avistamiento de un planeta Tierra duplicado en el espacio, ven cruzar sus vidas en una horrible tragedia, cambiando irremediablemente el destino para ambos.

La película coincidencialmente se estrenó en los EEUU de manera paralela junto a “Melancholia” de Lars Von Trier, otro drama apoyada en la ciencia ficción, por lo que muchos la compararon a partir de sus contenidos y asignándole cierto grado de “fracaso” a esta cinta sin verla y sólo considerando las cifras comparativas tras sus estrenos. Quien sabe quién es Von Trier, entenderá que su cine no tiene parangón y su lenguaje e imágenes hablan por sí solas, por lo que tal punto de similitud no existe en ningún caso. “Another Earth” es una ópera prima, con una sensibilidad poco antes vista, un cuento imaginario que aborda un drama humano -difícil de detallar demasiado sin revelar parte de la trama- escrita sobre una historia de ciencia ficción que teoriza sobre la física cuántica y la posibilidad de la existencia de universos paralelos, donde esto termina siendo una simple excusa para profundizar en la vida de Rhoda y John, cuyas historias se ven unidas gracias a este fenómeno que paraliza a toda la humanidad.

El aspecto fantástico es tan sólo un fondo sobre en el que se desarrolla la verdadera historia, una que acostumbramos llamar “drama psicológico” sobre la culpa, la responsabilidad que conllevan algunos de nuestros actos y la capacidad de perdonar. Algunas dudas existenciales, tales como si existe otro yo en alguna parte del universo, cómo será y si se forjará exactamente el mismo destino, también se intentan resolver o, al menos, plantearnos algunas respuestas.

La capacidad de interpretación de sus actores, tanto de Brit Marling (Rhoda) como de William Mapother (John) son sencillamente sobrecogedoras. La primera, transmitiendo todo el dolor que significa cargar con una pesada mochila hasta el fin de sus días al punto de querer abandonar el planeta, y el segundo, contenido y absorbido en un abismo que pocos, en la Tierra, podrán ser capaces de soportar. Gran parte de la calidad del film es, además, la sutil y atípica manera del director de abordar la paradoja del tiempo y el espacio sin caer en tecnicismos difíciles de comprender, es decir, se explica lo justo (sin por ello subestimando al espectador) sin abusar del poderío de las imágenes y los efectos, dando pie a una absorbente narrativa, convirtiéndola en una cinta alejada de teorías conspirativas, naves espaciales e inteligencia artificial, envolviendo las imágenes con poesía, convirtiendo las miradas en palabras y razones en corazones.

Como buen film independiente, el director hace uso de la cámara en mano de manera muy regular y correcta, muchos primerísimos primeros planos y de una banda sonora que nos traslada al espacio exterior sin mover los pies de la tierra, compuesta por temas de gran profundidad musical y mucho sintetizador hipnótico, a cargo de la enigmática banda Fall On Your Swords, cuyo tema central, “The First Time I Saw Jupiter”, sirvió de plataforma para dar el gran salto en su carrera musical para películas. Súmele un final abierto que no hace más que confirmar el respeto del director por el guión y su desarrollo.

A seguirle los pasos a Mike Cahill, que se abre camino en la industria con un drama intenso que reinventa la manera de ver ciencia ficción, sumergiéndonos en nuestros más profundos miedos y las más sinceras de las esperanzas.

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Wladimyr Valdivia
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2
20 de octubre de 2014
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Tras la exitosa franquicia de las novelas de Stephanie Meyer por parte de Summit Entertainment con los cinco títulos de la saga “Twilight”, correspondía que la productora pensara en el inicio de una nueva apuesta. Y no había mejor alternativa que llevar a la pantalla grande otro de los exitosos libros de la escritora, “The Host” (2008), obra que, sin alcanzar las ventas de su ópera prima, fue número uno entre los best sellers del momento en los EEUU tras su lanzamiento.

El director escogido fue nada menos que Andrew Niccol, quien cuenta a su haber con cuatro títulos, dos de ellos de gran factura y contenido con los que deslumbró a la crítica internacional, como “Gattaca” (1997) y “Lord Of War” (2005); y otros dos trabajos que quedaron al debe en todos sus sentidos: “Simone” (2002) e “In Time” (2011). Sin embargo, claramente la ciencia ficción era su tema y podía resultar el director perfecto para materializar el texto de Meyer.

"The Host" nos presenta un planeta Tierra invadido por seres que se hospedan en el cuerpo y mente de las personas. Melanie Stryder (Saoirse Ronan) es capturada y quien debe alojar a Wanderer, su alma invasora alienígena. Con lo que no contaba Wanderer, es que Melanie se resiste a ser controlada y no abandona su cuerpo, llenando a su huésped de emociones y recuerdos de Jared (Max Irons), su novio, y Jamie, su hermano menor. Con esta carga, Wanderer, en lugar de cumplir su objetivo de infiltrarse entre los pocos humanos que resisten a la invasión, termina siendo obligada por Melanie a acatar su voluntad, convirtiéndose en dos personas que habitan un mismo cuerpo, al punto de que Wanderer sea incapaz de controlar sus propios deseos.

La cinta se toma casi treinta minutos para presentarnos a sus personajes, para luego dar paso a una extraña historia de amor, justificada y escrita sobre la base de la ficción en la que se desarrollan los hechos. La cinta, entonces, comienza a girar en torno a la lucha de Melanie por demostrarles a sus cercanos que ella aún vive, presa dentro de su propio cuerpo. Y por otro lado, Wanderer comienza a experimentar cambios profundos, convirtiéndose cada día que pasa en un ser tan humano como el resto, a tal punto de poder sentir y enamorarse. Este “cuadrado” amoroso conformado por tres personas comienza a convertir la cinta en la enésima disputa adolescente de la que ya hemos sido testigos en cientos de películas que apuntan hacia el mismo público, devolviéndonos a la realidad y recordándonos lo que en un principio ya habíamos olvidado: el objetivo de Stephanie Meyer y su único target. La lucha por la sobrevivencia humana ante esta raza alienígena en ningún momento cobra importancia, ya que no se desarrolla bajo ningún punto de vista el contexto del film ni la motivación de “los buscadores”, personajes antagonistas de otro planeta, con los que nunca empatizamos ni se nos invitan a conocer, siendo esto una mera justificación para contarnos esta palomitera historia de amor juvenil, falta de cualquier estímulo técnico y narrativo capaz de hacer llevadero este nuevo sub producto hollywoodense.

El director -precedido además por estar detrás del guión de “The Truman Show” (1998)- se vio en la necesidad técnica de materializar en pantalla el papel de Melanie a través del nunca bien ponderado recurso de la voz en off, para reflejar la presencia de ella aún en su propio cuerpo. Resalto este detalle no menor porque, a partir de aquí, la trama se desarrolla y no resulta un punto a favor para la cinta, siendo esto un tedio constante y haciendo previsibles acciones que podrían haber resultado mucho más interesantes si el trabajo se lo dejaban al espectador, además de ser uno de los factores, entre otros, que coartan el ritmo narrativo del que ya carece la adaptación.

Más allá de cualquier prejuicio, la cinta se pierde en su propio camino y el hilo argumental, sin sub tramas algunas, se vuelve monótono y falto de empatía absoluta con el espectador promedio, haciéndose eternos los 120 minutos de metraje. Sin ahondar en la trama, los tópicos no se hacen esperar, los vacíos del guión inexplicables en ciertos pasajes de la película abundan, y una serie de situaciones absurdas que carecen de total aceptación, sólo restan a un trabajo que, más allá de su sustento literario, podría haber resultado una propuesta completamente ingeniosa si se hubieran aprovechado con menor artificialidad.

Como puntos fuertes a destacar es que la cinta se desarrolla principalmente en interiores, lo que le da mayor libertad al director en términos estéticos, sin embargo, ni siquiera esto es suficiente para alcanzar el clima propicio, que va decayendo al pasar los minutos. Destacar los personajes principales, a cargo de Saoirse Ronan (“Hanna”) como Melanie/Wanderer, Diane Kruger (“Inglourious Basterds”) como la líder de las almas alienígenas, y William Hurt (“El Beso de la Mujer Araña”) como Jeb, tío de Melanie. Todos haciendo valer su capacidad interpretativa en función de una cinta que tampoco lo exige mucho, pero que, afortunadamente, sostienen la película y evitan que su caída sea aún más estrepitosa.

Veremos si la autora del libro, quien además ejerce de productora de este film, consigue volver a llenar sus bolsillos a costa de un trabajo sin una gota de sangre ni virtud artística, tal cual lo hiciera con su franquicia anterior (con los que se recaudó en total más de 2,3 billones de dólares en todo el mundo), más allá del mínimo entretenimiento que puede resultar para cierto espectro de la pre adolescencia nacional. El gusto de la escritora por los tríos, al parecer, tan sólo cambió de protagonistas. Y prepárense, porque ya está en carpeta la adaptación de “The Soul” y “The Seeker”, sus siguientes secuelas. Por ahora, yo paso.

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Wladimyr Valdivia
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7
25 de abril de 2017
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Corría el año 2004 cuando Fernando Lavanderos estrenaba su primer largometraje de ficción, ‘Y las Vacas Vuelan?’, donde un documentalista danés iniciaba en Chile la búsqueda de una protagonista para su próxima película, para luego atraparnos en un falso documental donde los límites entre la ficción y la realidad se cruzaban tanto para los espectadores como para los protagonistas, en un juego de espejos y un ejercicio de cine dentro del cine de pocos precedentes en el cine chileno. En su segundo trabajo, ‘Las cosas como son’ (2012), Lavanderos volvía a tener al misterio como un personaje principal, donde una mujer noruega de visita en Chile se ve enfrentada a una relación muy especial con el dueño de la habitación que arrienda.

Con facilidad, podemos trazar una línea entre ambos films, donde la búsqueda es el concepto angular de una corta pero intensa filmografía, y ‘Sin Norte’ no es la excepción. Su tercer y más reciente película vuelve a explorar los límites del deseo y la necesidad del ser humano de romper esquemas, como un lenguaje universal extrapolado a la realidad de un Chile gris, el de chilenos y chilenas atrapados en un espiral, donde normas y modos nos rigen, donde la necesidad de gritar convive casi con nuestra respiración.

‘Sin Norte’ es un film contemplativo, un drama romántico moderno que nos invita a viajar junto a Esteban (Koke Santa Ana) por un lado y junto a Isabel (Geraldine Neary) por otro. Ella decide emprender un viaje al norte de Chile, un viaje sin destino de encuentro con su interior, de dejar todo atrás sin importar quién, cómo y por qué. Esteban no la entiende, pero sabe que la ama y va en su búsqueda sin más datos de su paradero que algunas fotos que ella deja como migajas en la red.

Con los rincones más honestos del norte de Chile como escenario y personajes tan reales como mágicos al costado del camino, la cinta funciona como un sincero viaje de descubrimiento, de personas y personajes, de una geografía conmovedora, de la necesidad de huir de Isabel, de la necesidad de Esteban de entender sus razones y conectarse también con esa vitalidad perdida.

La firma de Lavanderos es el naturalismo y la dependencia de los personajes que pone en pantalla con su entorno, construidos gracias a un siempre excelente trabajo de dirección de actores. Y en esta ocasión lo hace junto a dos jóvenes talentos de la actuación como Koke Santa Ana y Geraldine Neary, el primero conocido por su faceta cómica en virales de internet, la segunda por su trabajo en televisión y que da sus primeros pasos en la pantalla grande. Ambos muy confinados con sus roles, espontáneos, frescos y consolidados en un drama que pareciese vivirse en pantalla.

Lavanderos vuelve a sorprender, esta vez con una road movie muy sólida en lo técnico, con el desarrollo de una historia llena de matices que nos pasea por estados de ánimos, empatías y apatías, y que una vez más hace gala de su consecuencia para con el espectador, ya que no pretende convencernos de nada ni ser del gusto de todos: ‘Sin Norte’ se revela como un drama desnudo sobre un viaje transpersonal de una mujer en búsqueda de sí misma y de comprender el amor, un hombre que busca razones, y un Chile que, a través de sus rincones, llanos y desiertos, nunca dejará de respirar.


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