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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Críticas de Jean Ra
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Críticas 265
Críticas ordenadas por utilidad
5
5 de noviembre de 2021
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de esas obras que no sabes ni a dónde va ni exactamente a quien va dirigida. Claramente no está destinada a la gente que filma, tampoco a audiencias urbanitas, que lo deben ver como un artefacto de esteticismo rebuscado o directamente una visión estrambótica de lo rancio. Luego recuerdas que la produce Lluís Miñarro y comprendes que, efectivamente, es para minorías muy selectas, minorías muy cultas y aburridas que esperan productos cultos y aburridos, que olvidarán al cabo de poco.

Pero no seamos malos. Es de alabar el buen gusto que la directora demuestra en la composición del plano y su capacidad de dotar a los planos de atmósfera gracias a su diestro empleo de la música y la iluminación, creando instantáneas muy envolventes. Durante cuatro o cinco minutos crees estar viendo un peliculón. El problema es que la obra se alarga. No caeré en el error de calificar a la directora de pedante ensimismada u otra de esas hierbas, sencillamente tiene toda la pinta que se trata de la puesta de largo en el largometraje de una recién graduada en la escuela de cine y que tiene muchas ganas de reinventarlo todo y renovar el cine nacional con su poderosa irrupción en el panorama cinematográfico. De ilusión se vive.

Empacha un poco todo ese esteticismo, tan destilado que lo que principalmente ofrece son maniobras en la oscuridad. A saber: mezcla de lo fantástico con lo documental, narración no novelesca, de compartimentos estancos y trufada de simbolismos autóctonos, con un tono sabiamente diluido para que la crítica no se distinga de la adhesión, las ligeras resonancias fellinianas envolviendo la puesta en escena. De todo esa conceptualización lo que llega al espectador es una sucesión de estampas estrambóticas y aleatorias, un largo desvarío, que aunque entiendas la intención no logra tu implicación. Ves, por ejemplo, cierta escena donde una actriz se masturba en el interior de casa por la noche y sabes que se opone a las donde otra actriz recibe en plena calle una andanada de proposiciones jocosas con la que los vecinos pretenden jactarse de su hombría con sus amigotes. El placer cercado en el más estricto privado opuesto al exterior patriarcal. La superstición convive con la fascinación por el árido paisaje, las intenciones están tan sumamente camufladas, es todo tan de pequeños signos, que al final su dispersa narración pierde interés, decae el ánimo, y simplemente acumulas minutos hasta alcanzar el final.

Insisto en que la directora demuestra cualidades, pero también ella debería admitir que el cine es un pacto tácito con el espectador, una serie de trucos de ilusionismo dentro de un recipiente narrativo, y si esos trucos de ilusionismo son tan solipsistas, entonces sólo se puede seducir a gentes que la miren de forma superficial, que al final sólo puedan comentar cosas como "jo, qué pasada, impresionante"... sin que hayan entendido de la misa la mitad. Atacar los tics rurales para ensalzar el mito de la película pretenciosa, qué ironía.
Jean Ra
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5
2 de setiembre de 2019
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una pequeña población rural polaca de cuyo nombre no quiero acordarme va a misa hasta el más profano. Ahí la vida es un infierno grande porque absolutamente todas las ramas se conectan. La iglesia y la familia son la columna vertebral de la comunidad y cómo tal se respeta y se consagra. Tal es así que se planea construir un Cristo Rey de 36 metros para honrar la beatitud de sus gentes.

Sin embargo, el espectador, ya desde la primera escena, está avisado que va a ver una sátira. Un grupo de polacos asalta una tienda que ofrece unos televisores de oferta, para lo cual han tenido que quedarse en paños menores y batallar con otros entusiastas compradores. El consumismo es la verdadera religión, la que genera furor y pasión, no obstante, por inercia, todavía se mira hacia el catolicismo cuando alguien habla de proselitismo. Tal parece la jugada de la directora, que una vez dibujado el retrato costumbrista de ese pueblo lanza un proyectil en forma de accidente que pondrá a prueba la veracidad de los vínculos comunales (religiosos, familiares, vecinales y amorosos).

La obra se pregunta por los cimientos que sostienen la realidad. ¿Nuestra cara es nuestra persona? Una vez el protagonista es operado y regresa a su comunidad, la desconfianza se extiende casi en cada persona. Incluso entre los familiares. Cada persona del pueblo le da la espalda, a excepción de la hermana nadie parece capaz de tratarlo como antes. Su madre llega al punto de renegar de él y pide practicarle un exorcismo. En esta escena del exorcismo se retrata claramente el tiempo en el que transcurre la obra: un espacio en el que conviven la superstición y los eventos se registran en el iPhone. Esta madre es capaz de emocionarse con las historias sensibleras de la televisión mientras que con su hijo deforme muestra un corazón de piedra. Por contra, la hermana del protagonista se muestra seca en una entrevista televisiva mientras que en la realidad es la única que apoya al desgraciado. Así son nuestros tiempos.

La familia ya vemos que no aguanta la sacudida, pero tampoco la religión, pues la confesión por parte de los personajes más cercanos al accidente la hacen más por costumbre que no por una sincera necesidad de perdón o expiación. Se va a la iglesia pero no se piensa en los valores cristianos y por eso ahí la piedad brilla por su ausencia. Lo del Cristo Rey es pura tramoya.

Dicho lo anterior, a pesar de sus aciertos, "Mug" no deja de ser una cinta típica del festival de Berlín. Es decir: una medianía. Tiene un propósito, parece ofrecer una visión personal y capta algunos signos culturales, pero las formas no destacan por su inventiva u originalidad. Al contrario. La narración resulta desangelada, construida con planos muy convencionales, tampoco cuenta con imágenes verdaderamente potentes y los recursos visuales a los que se echa mano son ya materia muy manoseada. A la directora le puede la tentación del remarcado casi en cada escena, la caricatura termina siendo de brocha gorda y para más inri hallamos a un personaje central de lo más insípido que hay, un tipo acartonado, sin mucho impulso o interés y antes capaz de hacer el ganso a lo largo y ancho de esa infausta villa que no de generar escenas con fuerza. Para colmo, el final se limita a ofrecer el desenlace más obvio y convencional posible, algo que podría haber ocurrido cuarenta minutos antes.

Lo dicho, típica película del festival de Berlín, de esas que al cabo de cinco años ya casi nadie recuerda porque sencillamente no tienen demasiado calado. Por algo es conocido como el festival de las sobras del cine de autor.
Jean Ra
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4
29 de julio de 2018
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si bien hay que reconocer (por lo obvia de la cuestión) que se trata de una ficción propagandística, en la que se exalta el enorme valor de los marines y otras regalías habituales en este tipo de productos, creo que con esta obra, por encima de todo, Eastwood se interesa en exaltar valores conservadores.

Su noción del ejército es visto con un punto gamberro, lleno de frases chocarreras y actitudes burlonas, pero parece más enfocado a criticar cierta pérdida de valores en ese cuerpo respecto a épocas anteriores, idea que Higway viene a encarnar a mayor gloria y lucimiento del señor Bosque del Este. Una de las anodinas subtramas, el enfrentamiento entre el personaje de Eastwood y su superior, está enfocado no sólo a resaltar la potencia del protagonista, si no también a confrontar la posición jerárquica contra el liderazgo natural. Al principio, sin ahorrar en trazo grueso y exageraciones, vemos como tanto los reclutas como otros mandos parecen desconfiar o directamente despreciar al buen sargento. No obstante, su contundencia, su justicia, así como cierta apertura a la relación horizontal terminan transformando las mentes de aquellos a los que quiere ganar, de forma que al final no lo respetan tanto por su graduación como por sus dotes de mando. Demuestra ser un indudable macho alfa que se ha ganado su lugar dentro de la manada. En sus enfrentamientos con sus superiores, en el plano moral, él siempre queda por encima de ellos, por lo tanto, ya sólo con eso, resulta injusto afirmar que la película es una exaltación del ejército, entidad jerárquica por antonomasia.

Otra de las razones por la que se termina aceptando el liderazgo del sargento es porque demuestra que su visión del mundo es la correcta. La visión conservadora nos dice que el mundo es un lugar terrible y que quienes nos aleccionan deben ser duros con nosotros para que así podamos aguantar contra los golpes que sin duda nos llegarán. Prueba de eso es una de las frases que recita en algún momento de la película: "si mañana se declarara una guerra tendría que enterrar a la mitad". Mediante sus sorprendentes maniobras, como dispararles a traición, les demuestra que son personas que han aceptado el pacto de introducirse en situaciones de enorme peligro, las cuales difícilmente podrán prevenir con la debida antelación.

Por lo tanto, al final de la cinta, es obvio que acepten con tanto agrado las vejaciones y demás muestras de autoritarismo, porque ya se han zambullido dentro de la ideología de su líder.

Todo lo anterior, por más que se oponga a mi visión personal del mundo, no sería motivo suficiente para considerarla como una película regular. Lo que más me desagrada de todo el conjunto es que, por ejemplo, el guión es una gran estupidez sin demasiado sentido y que de no ser por sus rimbombantes frases no habría cosechado tan gran aceptación. Su visión del héroe cansado me resulta tópica y de plástico. Las subtramas añadidas, como la del recluta rockero o la ex esposa, no hacen otra cosa que despertarme grandes bostezos. En el fondo el guión lo único que hace es seguir la típica fórmula que Howard Hawks para westerns y películas de aventuras a lo "Hatari" y por eso tenemos que sufrir esos añadidos de comedia, aventura y romance sin que éstos gocen de la misma dimensión y elaboración que la parte central, la del adiestramiento.

Aún y con ésas podría considerar el aceptar a "El sargento de hierro" como pasable. Pero viene el acto final, un conflicto sacado de la manga para que los soldados tengan su bautismo de fuego, y ahí sí que siento que todo descarrila, chirría y me parece repelente la forma de mostrar la invasión de Granada, otra prueba más del psicótico imperialismo norteamericano, que la película justifica como una simple operación de rescate y que se desarrolla de forma maniquea y sin sustancia. La invasión a Granada tan sólo duró cuatro días y para el ejército norteamericano fue poco más que un paseo, un auto-homenaje, que se dieron por las buenas, por lo tanto no tendría sentido crear una gran tragedia con ese marco histórico, pero tampoco le encuentro justificación alguna a rodar algo que antes parece una partida de paintball que no una escena bélica. Eso sin contar la equidistancia que se muestra en relación al terrible hecho de una invasión a un pequeño país extranjero por parte de una enorme potencia mundial. Ni una explicación a ese respecto. Para mí que ni lo consideraron necesario.

En fin, que no descubriré América si digo que lo único que mola en la película es ver al sargento repartiendo vaciles y puñetazos verbales y físicos a diestro y siniestro. Lo demás, chatarra del montón. Qué pena que no se haya hecho una especie de spin-off con el gran duelo del siglo: En una esquina el susodicho Highway y en la contraria el sargento Hartman de la "Chaqueta metálica" de Kubrick. A ver quién revienta la cabeza a su oponente con la frase más salvaje y pasada de rosca. Seguro que sería una frase que incluye algo relacionado con las madre del otro, el culo del otro y algún objeto contundente.
Jean Ra
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7
18 de setiembre de 2013
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El arte es la única salvación frente al terror y la náusea que la naturaleza darwiniana nos produce."

Eso es. No es ni un biopic ni una película de robos, tan sólo una ficción especulativa, deliberadamente mendaz y por lo tanto verdadera, una búsqueda de esa vitalidad que ha de llenar el período de cada hombre y exorcizar los demonios del tedio y la depresión. La época escogida parece óptima: el vagón de cola de la Belle époque, la patria del optimismo. Es una época de truhanes alegres y mecenas soñadores, de hurtos y noches consumidas en unos cabarets bohemios rellenos de humo y humor, de revoluciones culturales y vuelcos en las artes, dónde incluso personajes como Manolo Hugué pueden, si le ponen empeño, pintar islas de alegría en el mapa de su exilio y dónde la gente no se deja arrastrar tan asiduamente por el individualismo feroz y puede formar alianzas y movimientos.

Desde luego no es una Arcadia de película. Los defectos saltan a la vista. No es la obra definitiva y total acerca de la juventud de Picasso, pero desde luego tampoco la deshonra y no convierte París en una especie de parque temático cultureta y melifluo como en la película de Woody Allen, tan recargado de tópicos, dónde parece más importante airear nombres famosos que caracterizarlos decentemente. En 'La Banda Picasso' los personajes gozan de una dimensión más cálida y menos académica y se les ve robar, enamorarse de mujeres, meterse en problemas o pegarse una noche de juerga. Es un modesto homenaje a una época realizado por un vitalista como Colomo, cineasta de cientos de fotogramas luminosos, quien busca reivindicar a esos personajes a través de su sentido de la amistad.

La configuración del mundo es, ante todo, certera y razonada: Picasso es un tipo bajito y tímido, un hombre al que su arte ha de hablar por él, cosa que, en ese universo competitivo y feroz, bien podría conducirle a un fracaso total, pero para su suerte, arrimando el hombro por él, tiene a su alrededor a gente como Apollinaire, mucho más capacitado para fijar en palabras sus ideas y así satisfacer sus necesidades. Su amigo el poeta aún está algo pegado a las faldas de su madre y eso hace que el sexo bello sea para él una asignatura difícil, pero el ojo de Picasso le allana el terreno y le apunta la dirección que debe tomar. A cambio él le engancha al carro de los Stein, que harán posible el punto de partida del cubismo: el cuadro las señoritas de Aviñón. En ese mundo premeditadamente idealizador y brillante, poca importancia tiene que ese cuadro fuera en verdad pintado en 1907 y la película parezca enmarcada en el 1911 o si la influencia africana en el arte de Picasso vino de ahí o más allá. Esos y otros personajes, como ahora Max Jacob, tan sensible y frágil, son una vindicación de una forma de sentir el mundo, el de la ayuda mutua, dónde las gentes se necesitan unos a otros para abrirse paso en la sociedad y saltar esas vallas que en solitario serían demasiado altas. Por eso, al final, cuando unos lazos se deshacen, casi se puede oír el sonido de las grietas al quebrarse.

Quién sabe, puede que la próxima película de Saura, que parece contar con intenciones más solemnes, atrape con más exactitud el temperamento artístico de Picasso y represente con más relieve el París bohemio del siglo XX, no son esas cosas que le reprocho a esta película. Lo que sí me cuesta más pasarle a esta comedia de tono es que se le note mucho el ser un producto suavizado o aseado, si algo le falta a esta película es opio y noches locas en el prostíbulo. No habíamos quedado que transcurría en la Belle époque?
Jean Ra
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7
1 de marzo de 2020
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tiene toda la pinta de ser un mero ejercicio actoral filmado, casi un pasatiempo que se conceden unos directores que se sienten cómodos con su equipo. La falta de trascendencia o que la conclusión no tenga lo que se dice pegada así lo ratifica. Ahora bien, por poco que uno se fije, se detecta que bajo esa capa de distensión se deslizan ciertas connotaciones, ciertas ideas que no me hacen posible pensar que esté frente a sólo un mero entretenimiento que los Safdie rodaron durante los descansos de "Uncut Gems". Tiene algo de broma, pero con carga de fondo.

Una rama importante de la comedia clásica descansa en la idea de los contrastes. El gordo y el flaco o La extraña pareja serían ejemplos de estos casos, pero también Chaplin recurría a este tipo de situaciones (mucha hambre y poca comida y demás). Para visualizar esta idea, los Safdie ponen en escena un personaje teñido de dorado y el otro de plateado. A partir de ahí se detectan otras dualidades que recorren su breve duración. De un lado tenemos a la apariencia simpática y curiosa de estos artistas callejeros bajo la que late cierta pulsión territorial, violenta, especialmente en el hombre dorado. En otro nivel también nos damos cuenta que interactúa el anonimato del hombre dorado con la enorme popularidad que Adam Sandler atesora.

Los directores neyorkinos tienen la mano rota captando la atmósfera de las calles, siempre consiguen recrear un ambiente callejero muy vívido en cada una de sus obras. Seguramente en esta ocasión utilizaron cámaras ocultas para poder rodar en pleno Times Square, y así vemos como muchos de los viandantes inadvertidamente fotografían y ríen con una estrella de Hollywood a la vez que ignoran que entre esos dos hombres bulle una rivalidad feroz: uno se burla y el otro amedranta. El hecho que esté rodada en Times Square también me hace sospechar que existe otra noción oculta en la elección de este escenario, como que se ha querido utilizar como símbolo del capitalismo y que viene a remarcar esa idea de la competencia agresiva y poco leal, quizá alude a una forma de actuar en esferas más altas y adineradas, pero que está tan asimilada en el subconsciente colectivo que termina aflorando en posiblemente el nivel más bajo.

Y todo esto en poco más de seis minutos, casi aparentando que apenas hay nada. Por eso los hermanos Safdie están llamados a hacer cosas más grandes y a labrarse un nombre en la historia del cine norteamericano.
Jean Ra
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