Se puede pensar que Gilliam está un poco loco. O que, al menos, algún hervor le falta. Ya se le notaba en las animaciones de los Monty Python. Más que aquí.

En este caso, su flojera de pinza ha dado lugar a una buena idea. Y su madera de cineasta, y no sólo de loco con mucha creatividad, le ha llevado a desarrollarla de forma sobresaliente y a facturarla de igual manera.

Llego pues a la conclusión de que no se le puede poner traba alguna (a riesgo a que de vez en cuando le pueda salir una paja mental intragable) a la imaginación de un tipo que nos regala, en el mismo lote, a un simpático Diablo capaz de sentir compasión por los demás y la afirmación de que son las historias las que mueven el Universo.

Seguro que sin Terry, y sin esta película, el mundo se movería un poquito menos.

No sé qué tal quedaría esta película como no-comedia pero sin duda es su parte no-cómica la que la hace resultar interesante, o algo más. La trama es notable, y da bastante de sí debido a un inteligente desarrollo.

Lo que pasa es que el buen argumento está atrapado en medio de un guión cuya vena cómica deja que desear. Humor simple, a veces infantil, cuyo núcleo está constituido por las hostias que se da Matthew Perry.

Es decir, que a pesar de la calidad de la historia, la ornamentación de esta deja algo que desear. Podemos conformarnos con un 7 pero un tipo listo y más gracioso nos habría dado algo mejor.

Porque Jonathan Lynn, el dire, tampoco se le puede reprochar nada. Consigue que la presencia de buenas ideas se imponga sobre la ausencia de ideas especialmente graciosas, e incluso le queda una elegante pseudocomedia sobre crimen, con ingredientes de sobra como para disfrutarla.

Qué jodío es entender esta película. No es que todos los chinos sean iguales, es que son muchos y los nombres de chinos (hong koneses, ya, que nadie se ofenda) son bastante más difíciles de recordar por aquí que los de, por ejemplo, unos ingleses.

Así que hay que estar atento y aún así, a diferencia de lo que pasa a día de hoy en el 92 % de las salas de cine, donde vas una hora por delante de la película, aquí tienes que ir enterándote diez minutos después de las cosas.

Da igual. Como se pasan toda la peli dándose de hostias, te entretienes mientras tratas de comprender y de aclararte y, además, la película es todo un placer para aquellos que gozan (en ocasiones hasta el punto de lo que da título a la crítica) de una técnica bien depurada y de una fotografía muy pero que muy cuidada.

Así que es buena.

De lo que se ve en esta película podemos extraer dos razones:

1. Una serie de grupos musicales hacen el esfuerzo de organizarse para dar un concierto gratuito, hecho por y para el disfrute de la gente. Sin embargo, los integrantes el público, en vez de escuchar a quienes están actuando para ellos, se dedican a comportarse como animales. A empujarse y a dar rienda suelta a su instinto, fortalecido por imprudentes dosis de droga. Putos gilipollas. Así, y pasando de las advertencias de las bandas de música, que les imploran que paren, hasta que llega lo fatídico. Naturaleza humana en estado puro.

2. Hacen un documental sobre los Rolling... que en realidad es un documental sobre Mick Jagger. Al resto, músicos tan grandes, o más, que él, que les jodan. Ignorados. Claro, Jagger es el único que baila, así que de los cinco minutos que dura la versión de Satisfaction, cuatro y medio lo enfocamos a él y el resto a las tías que saltan al escenario. Muy bien, mucho se muere el espíritu hippie y qué nostálgicos y qué pena nos da que lo grabamos todo todito y después lo publicamos para que quede constancia del fin de una época pero sólo enfocamos al puto Mick Jagger, por razones fotogénicas. Si hubo una cámara persiguiendo al cantante durante todo el rodaje y ninguna detrás del resto de la banda, el espíritu hippie ya estaba muerto. Enterrado y sin funeral, además. A lo mejor ni siquiera nació.

Y al resto de las cosas buenas o bonitas de la película, en este momento, que les den también.

Así nos va.

Desesperanza en forma de documental por un tubo.

Estamos acostumbrados a que las comedias de los Coen sean en sí mismas una broma. Pero una broma, por decirlo de alguna manera y a pesar de lo pedante que pueda sonar, sutil.

Sin embargo Crueldad intolerable es una caricatura. Una fábula que no se molesta lo más mínimo en ocultar lo que es: una coña descarada. Puede que a algunos les resulte ridículo, a mí me resulta, no tronchante, ni genial, pero sí muy agradable, fresca, entretenidísima y merecedora de una agradecida sonrisa.

No me importa que la historia muy simple y predecible. Los Coen saben contarla.

Puede considerarse un desperdicio de talento comparable a poner a Einstein a inventar chistes verdes. Pues a mí me harían gracia.