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Críticas de Lafuente Estefanía
Críticas 1.717
Críticas ordenadas por utilidad
9
7 de agosto de 2020
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y es que resulta mucho más preciso el título original de esta magnífica cinta que el usado por los distribuidores hispanos. Porque el asunto se centra en un hombre, en un hombre malo, Jeremy Rodock (Cagney). Un hombre hecho a sí mismo, ya de vuelta de la vida, rico propietario de un rancho dedicado a la cría de caballos, que aplica sin contemplaciones y cierto regusto la "ley de la horca" a quienes los roban sabedor que "el miedo hace a los hombres honrados", un hombre duro pero que, como los auténticos "duros", tiene también en su faceta sentimental su punto débil.
En un entorno paradisíaco, de lámina de calendario, muy lejos de la ciudad, transcurre prácticamente toda la trama, casi como si fuera un escenario teatral. Unas cuantas cabalgadas en busca de ladrones de caballos hasta el rancho vecino donde vive el que los roba. Y sin embargo, pese a la enorme riqueza del dueño, el rancho es mísero, los obreros viven hacinados, promiscuos, en un barracón sin las mínimas condiciones de higiene. Un ambiente angustioso y angustiante.
Únicamente el detalle del piano, que costó talar montones de árboles llevarlo hasta allí, pone un toque culto y elegante al rancho. Es el piano de la bella Jocasta (Papas), la novia de Rodock que la rescató de su pasado de cantante y pianista de saloon; culta, políglota, delicada como una orquídea griega que viven en un mundo de hombres rudos y violentos. El mayor de todos Rodock, su novio protector, obsesionado "como un lobo en luna llena" con ahorcar a los cuatreros (parece a veces que esté deseando que le roben los caballos), celoso del pasado de Jocasta ... y de quien la mira. Pero también amante hasta el límite por los caballos que cría, "El caballo es esclavo del hombre, pero si lo tratas como esclavo es que no eres hombre", o, como en un momento de celos reconoce, "El que mezcla su sudor con el de un caballo lo acaba queriendo más que ...", dejando significativamente la frase sin terminar. Un hombre duro, sí, pero a la vez tierno. Y será esa ternura que poco a poco sale a la superficie de su personalidad, merced al amor de la antigua corista, al ejemplo del joven Steve (Morrow) que llega del Este para hacerse vaquero, pero también de sus propios remordimientos, la que al final consiga su rehabilitación moral que el guionista homenajea.
Magníficos paisajes muy bien fotografiados y coloreados, ya lo hemos dicho, extraordinaria interpretación de los dos grandes protagonistas Cagney y Papas, con una mención especial para la música, sobre todo el tema central de la obra basado en una preciosa canción popular griega, que redobla la tensión en los momentos de angustia (que hay muchos, como el del único ahorcamiento que se contempla) y la suaviza en las escasas escenas románticas.
Además de la inevitable escena de extracción de una bala con el cuchillo pasado por el fuego, que ejecuta atribulado el joven vaquero ("Alguna vez has sacado el corazón de una manzana. Yo soy la manzana"), merece destacarse en lo sanitario el futuro que Jocasta le vaticina en ese oficio: "Un Don Nadie montado a caballo, con los dientes negros, piojos y huesos rotos".
Pese a la escasa atención que ha merecido "La ley de la horca", la consideramos entre los mejores westerns que hemos visto.
Lafuente Estefanía
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8
17 de junio de 2020
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Poco que añadir a las reseñas que nos preceden. El valor y la importancia de la familia como núcleo básico de la sociedad, los horrores de la guerra, la esclavitud, la excelente ambientación histórica, la belleza de los exteriores, el análisis de los principales personajes, su interpretación. En suma, todos los ingredientes de una gran película, Es indudable el aroma fordiano que desprende, incluso tiene de "Lo que el viento se llevó", en cualquier caso mucho más que de "El patriota" con el que también se compara y con el que apenas hay puntos en común.
Pero nosotros preferimos centrarnos más en otras cuestiones que aparecen asimismo en primer plano. Por un lado el sentido de la propiedad, de la casa, de la familia, de lo que uno a conseguido por su propio esfuerzo, sentido tan genuinamente americano y tan característico del western. Hay diálogos que lo marcan a fuego. Suenan cañones en las proximidades: "-Padre, cada vez se acercan más. -¿Pisan nuestras tierras? -No. -Entonces no nos concierne". Contestación categórica del patriarca de los Anderson (Stewart) que luego remacha así: "Mi rancho es mío, la guerra no es mía".
Cuando hoy determinadas ideologías buscan menoscabar el papel de la familia en la educación y en la formación de los hijos (conocida es la frase "Los hijos no solo pertenecen a los padres"), ahí está la respuesta de Charly Anderson con la que encabezamos la reseña: "Mis hijos no pertenecen al Estado". Para, a continuación, dejarles decidir libremente. Porque, pensamos, en absoluto está reñido el papel educador de la familia con la verdadera libertad. Otro ejemplo, Anne Anderson (Ross) cuando se dirige al amigo negro de su hermano que acaba de ser declarado libre y le pregunta ingenuamente en qué consiste eso. Respuesta: "Libertad es poder escoger el camino que uno quiere".
Pero también en la cinta apreciamos una evolución muy significativa en la personalidad del viejo Anderson. Al principio representa el hombre que con su esfuerzo ha conseguido formar una familia rica, unida, tradicional. Está legítimamente orgulloso de ello y no lo oculta. Recordemos que es de Virginia. Pero el desarrollo de la guerra fraticida irá rebajando poco a poco su soberbia. Vestido con todos sus entorchados militares parte su yerno a la guerra el mismo día de su boda, más tarde lo encontrará lleno de harapos preso en un vagón de ganado. Al preguntarle ahora porqué se marchó, le responde triste: "Es más fácil ir a la guerra que huir de la guerra".
Magistral nos parece la escena con el general nordista al que reclama a Robert su hijo pequeño (para nosotros la mejor de la película). Mientras el civil (Anderson) se muestra exigente y jactancioso, paradógicamente el soldado es educado, humilde, comprensivo. El uno no conoce todavía los efectos de la guerra, el otro está ya saturado de la misma. ¡Qué diferencia entre el padre de familia que sale brioso con sus hijos a buscar a Robert, del que retorna al rancho cabizbajo y hundido tras fracasar en su empeño!
Impecable también el monólogo final en el pequeño cementerio del rancho. Pero ya hemos recogido muchas citas, invitamos a los posibles lectores a que la escuchen directamente en la cinta. Merece la pena verla.
Lafuente Estefanía
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8
2 de mayo de 2023
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres hombres a caballo persiguen por un bosque a otro que huye a pie. Lo hieren en la pierna y patean su herida hasta que les dice por donde se ha ido su compinche. Lo ahorcan y siguen su camino. Aunque llevan una estrella en el pecho no hay la menor duda, son forajidos.
Dos hombres y un joven cavan una zanja en un viejo rancho. El dueño es el viudo Henry (Nelson), de aspecto descuidado y sucio es el padre de Wyatt (Lewis) con el que discute a menudo, "Ahora hay tractores que pueden hacer estos trabajos". Al (Adkins) es el cuñado de Henry al que aprecia sinceramente por lo bien que trató a su hermana.
Un viejo viudo con su hijo en un rancho solitario criando cerdos, "con perdón".
De momento aparece un caballo solitario. Henry busca y encuentra al jinete malherido, Curry (Haze), con un bolsa llena de dinero.
Lo lleva a su casa y lo cura. El buen samaritano.
Y lo esconde con el dinero y lo defiende cuando los forajidos vienen a por él. El Oeste es inexorable con "La ley de la hospitalidad" (Keaton, 1923).
Un precioso western de estilo clásico. Historia de persecución implacable entre pistoleros implacables. Un buen guion y una excelente realización que nos presenta personajes rotundos, sobre todo "Old Henry", que lo borda incluso en las características disputas paternofiliales con frases que impactan como disparos.
El ritmo es sosegado y tranquilo, la ambientación perfecta, tal vez demasiado fría por el abuso de los tonos azules y grises. Como los paisajes, la fotografía (hay un par de excelentes contraluces desde el interior del rancho estilo "Centauros") o los mismo tiroteos, todo raya a gran altura.
Ninguna mujer en escena. ¿Ninguna? No estamos tan de acuerdo. Ahí está la discreta presencia de la esposa de Henry muerta diez años atrás de tuberculosis. En la cuidada tumba sobre la colina, en el piano del comedor siempre abierto con su partitura, en el rostro aniñado de Wyatt que contrasta con la fealdad de Henry.
Media docena de personas se bastan y se sobran para levantar una cinta interesante. Sobresaliente en ese giro final que viene cociéndose poco a poco en el baúl que esconde el enigmático pasado de Henry, en los delirios de Curry en los que escucha una vez y otra "Agacha la cabeza y no te preocupes".
Un western que convoca a personajes clásicos del género. Desde el propio nombre del hijo de Henry hasta mitos como el de Billy el Niño y Patt Garret.
Un western que convoca en un desenlace rotundo a una de las grandes leyendas del Far West. Como le contaba el periodista a "El hombre que mató a Liberty Valance": "Este es el Oeste señor. Cuando la leyenda se convierte en realidad, hay que publicar la leyenda".
No se la pierdan. Pero antes de verla no se les ocurra leer spoiler alguno. Agradecerán la sorpresa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Lafuente Estefanía
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6
23 de octubre de 2020
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta era la orden que Hardy Bishop (Kelley) tenía dada a sus vaqueros cuando atisbasen una caravana de colonos que pretendía instalarse en Bishop Valley, verde valle de su entera propiedad que no desea compartir con nadie. Atormentado por la muerte de su hijo, solo encuentra consuelo en el whisky y en la venganza contra quien considera que es el culpable, que no es otro que su hermanastro Ned Bannon (McCrea). Dos hechos le harán poco a poco cambiar de opinión.
La cinta es tremendamente dinámica, en menos de hora y media vamos a ver caer a Ned junto a su caballo en una emboscada, las atenciones que recibe de unos caravaneros que por allí pasaban algo perdidos, especialmente de la bella Helen (Mayo), el enfrentamiento a puñetazo limpio con Hardy que, paradógicamente, sirve para iniciar la reconciliación (da gusto que las diferencias se resuelvan de esta forma mejor que con las pistolas o los juicios) y, finalmente, el asalto al rancho de la consabida banda de malhechores que por allí actúa.
Muchas cosas y bastante bien narradas dentro de la modestas pretensiones de la obra.
McCrea y Virginia Mayo correctos en sus papeles, no ocurre lo mismo con Kelley que poco a poco emerge y muestra una recia personalidad. Cuando por fin entiende la inocencia de Ned en la muerte de su alocado hijo, puños por medio, recapacita y escucha la sensata opinión de sus hombres de confianza. Más cuando escucha la interpelación que un niño le hace abiertamente: "¿Porqué nos odia tanto a los colonos?" Una pregunta sencilla y directa que tuerce el desenlace. Personaje complejo y rotundo este Hardy, magníficamente interpretado, que culmina su actuación preguntando desafiante: "¿Morir? ¿Yo? ¡Eso sería digno de ver!"
Desde el punto de vista sanitario asistiremos al tratamiento de varios heridos de bala con distinta suerte, siempre con el lavado de la herida y el socorrido vendaje. Más interesante es la fractura en el brazo del niño perfectamente entablillada y luego vendada para inmovilizar el cúbito y el radio.
Hay algunos discretos errores, como la salida de la caravana de Ned con "su caballo", cuando sabemos que lo habían matado unas escenas atrás. Es igual, el "Valle prohibido" es uno de tantos westerns de los años 50 muy dignos y muy poco conocidos. Una lástima.
Lafuente Estefanía
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10
30 de junio de 2020
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Luces y contraluces, que no luces y sombras, que de estas últimas apenas podemos objetar algunos momentos
de sobreactuación en Wayne. Todo lo demás, perfecto. En esta ocasión no hemos querido dejarnos influir por las infinitas reseñas que ha merecido esta película, generalmente laudatorias, para centrarnos en nuestra personal percepción de la misma ofreciendo una visión que puede ser algo novedosa.
Hemos vuelto a ver la cinta después de muchos años y hemos revivido la maravilla de su música, esos paisajes infinitamente vistos y siempre nuevos, la fotografía o su soberbia puesta en escena. En esa tierra tejana que, entonces, no parecía apta "para ser habitada por seres humanos". Y, ciertamente, sobrehumanos parecen muchos de los personajes que desfilan ante las cámaras, muchos de los cuales, por la fortaleza de sus caracteres y pasiones, quedarán inmortalizados para siempre en la historia del cine. Es el caso del capitán de los Exploradores de Texas que ejerce también de clérigo, o el inefable Moss Harper con su manía obsesiva por las mecedoras. Pero sobre todo el duelo soterrado que se advierte entre los dos grandes protagonistas: un poderoso Ethan Edwards (Wayne) al que da réplica Martin Pauling (Hunter), al principio desenfocada y tímidamente para luego ir asentando su personalidad hasta imponerse. Ya desde las escenas iniciales llama la atención el abierto desprecio con que el primero trata al segundo, que no solo rechaza el posible parentesco que los une sino que llega a la mofa en el chusco lance de la esposa india que toma éste por accidente. En ningún momento parece aceptar de buen grado su compañía. ¿Qué hay entre estos dos personajes? Mejor dicho, porqué Ethan odia de esa manera a Martin, ¿tal vez porque tiene una octava parte de sangre cherokee en sus venas, cuando el resto es galesa o irlandesa (nada menos)? No hay duda del afán de venganza, cólera, gusto por el mando o de protagonismo del antiguo soldado sudista, pero ¿qué culpa tiene de esto el joven que lo acompaña en todo momento, con la mejor voluntad, hasta el extremo de ponerlo como cebo en una emboscada? Para nosotros ahí radica la esencia de la cinta. ¿Es que Ethan observa en Martin un poco lo que pudo ser su vida? Una vida aparentemente perdida para los afectos y para el amor. En apoyo de esta modesta teoría tenemos la escena en que lo nombra su heredero universal ... por no tener otra familia de sangre (hasta en esto lo hiere). Como también el mismo desenlace cuando es Martin el que se impone decididamente y recupera personalmente a la joven Debbie (Wood) de manos de los indios, pasando por encima de la opinión de su tío para quien el que ha convivido con los indios "ha renegado de nosotros" o "es una india más que nos odia".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Lafuente Estefanía
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