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Críticas de ANDRES QUINTERO
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
9
18 de febrero de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con todo y su buena actuación, The Descendants no es George Glooney, su protagonista; The Descendants es, en toda la extensión de la afirmación, Alexander Payne, su director.

En The descendants Payne logra, como pocas veces se ve, el acierto alquímico de una muy buena dirección cinematográfica.

Lo que hace con maestría Payne es volver imágenes una buena historia y hacerlo con un tono que se desplaza sin tropiezos entre la comedia absurda y el drama estremecedor. The Descendants nos hace reír y a la vez meditar. Lo primero sin la estridencia barata de la comedia de pacotilla y lo segundo sin la insoportable pesadez del drama fingido. Lo que nos demostró Payne en A propósito de Schmidt (2002) y especialmente en Entre copas (2004), nos lo confirma ahora en The Descendants : una dirección con sello muy personal que se detiene más en las intimidades de los procesos decisorios del ser humano que en sus exteriorizaciones. La visión de Payne privilegia lo ordinario, lo común y corriente, del ser humano. Es de esta última nota que se desprende esa característica ya tan propia de su cine, un cine bien dibujado cuyas ligerezas en el trazo tienen la virtud de profundizar sin necesidad de lastimar, un cine en el que se demuestra que la mejor reflexión es aquella a la que se nos conduce con una buena entretención.
ANDRES QUINTERO
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7
5 de junio de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acostumbrados como colombianos al tema del narcotráfico, El infierno, la última película del mexicano Luis Estrada sorprende por su tono y por la forma, quizás no innovadora pero sí irrespetuosa, creativa y fresca, de abordar un tema que entre nosotros ya está desgastado por el sonsonete repetitivo y plano con el que se lo ha venido tratando. Quizás sea una inaceptable simplificación decirlo, pero acá en Colombia lo narco está asociado a unos gánsteres provincianos que siempre lo resuelven todo a punto de plomo no sin antes, fervorosamente, encomendarse a alguna virgen.

El infierno tiene todos esos elementos pero los maneja de otra manera; los despoja de su grandilocuencia y los relativiza, al punto de la ridiculizarlos, con esa manifestación inconfundible de la inteligencia: el humor. Benjamín García (Damián Alcazar) regresa a su pueblo después de vivir el desencanto del sueño americano. Con los bolsillos vacíos y ante un desolador panorama de pobreza y violencia García termina, como su hermano muerto, en el infierno del narcotráfico cuyos círculos concéntricos son siempre los mismos: ostentosas camionetas, alcohol, líneas blancas de coca, mujeres voluptuosas, autoridades corruptas y ese sello tan propio de cargar siempre, a mares, armas y billetes.

El infierno le imprime a su historia un tinte caricaturesco y al hacerlo logra un particular y desconcertante efecto: es la deliberada sorna de Estrada la que le da la verdadera y trágica dimensión a la situación que se relata. La burla bien hecha es la mejor denuncia y El infierno es una muestra de que no es necesario apelar a los tonos densos y complejos para describir unas situaciones que por absurdas fácilmente lindan con la irrealidad.

Los ambientes estériles e hirvientes le dan a la historia un color amarillento y un aire polvoriento. Las actuaciones, sobresalientes, transmiten un aire de autenticidad y la pobreza es más que palpable en ese pueblo rezandero pero olvidado de Dios . Todo esto no es el resultado del azar ni es, tampoco, una cámara apuntándole a un lugar cualquiera del norte o del sur de México. El ambiente de El infierno sale de su historia, de sus personajes extremos, de esos falsos paraísos incrustados en la miseria, de esas riquezas que no hacen más que realzar la extrema miseria de sus tenedores

Estrada se da el lujo de exponer la historia a situaciones extremas. Pero lo hace con la convicción de que para hablar de lo absurdo que mejor que hacerlo, cuerda y mordazmente, desde el absurdo mismo. Esa es la genialidad de Estrada que quiso, con ocasión del bicentenario de la independencia mexicana, burlarse de su país y mostrar como las opulencias inmaduras, sean personales o nacionales, siempre se apoyan en la miseria de muchos.
ANDRES QUINTERO
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8
21 de marzo de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aronofsky es un director extremo, obsesivo y desbordado. Esas características solo pueden provocar una de dos cosas: atracción o repulsión. Cisne Negro, su última película, es una muestra irrefutable de lo anterior. La forma como se nos cuenta la historia de Nina (Natalie Portman) una bailarina obsesionada con el rol protagónico que le han dado en el Lago de los Cisnes, puede parecernos un juego que abusa de los absurdos o puede parecernos el relato fascinante de una mujer expuesta a los tormentos de un carácter que no está a la par de su enorme talento.

Pertenezco al grupo de la segunda percepción. Cisne Negro es un drama sobrecargado que se da el lujo de bordear el terror sin caer en las caricaturas de uno y otro género. A Aronofsky le va bien lo que en otros directores pudiera ser un empalago. Y le va bien porque es un maestro del ritmo, porque se deleita traslapando realidades y ficciones para que sea el espectador el que tenga que decidir que pasó y que no pasó en esa trama de sucesos y alucinaciones tejida con la misma intensidad narrativa.

Cisne Negro es una película tumultuosa pero no atiborrada y eso se debe a la capacidad sorprendente de Aronofsky de jugársela sin límites, de ser, a diferencia del personaje encarnado por la Portman, un torrente creativo encauzado por la disciplina pero, también, desbordado por esa genialidad primaria que catapulta al talento haciéndolo destrozar los moldes mediocres de la perfección contenida.

Fascina en el Cisne Negro la forma como la cámara sigue a Nina casi clavándosele en la nuca; perturba la mirada de la madre y asusta la sensual presencia de su compañera Lilly (Mila Kunis) que se desliza entre la muerte, el deseo, la rivalidad y el reconocimiento. Aronofsky siempre bordea el riesgo de la pesadez y de la insensatez pero un ritmo envolvente lo impide y gana, por fuera de todo canon, un relato que se da el lujo de echar mano de no pocos clichés (la mano repentina que asusta, las luces que se apagan, las puertas al borde ser forzadas….) y pese a ello atrapar de principio a fin. Tan contundente es el relato del Cisne Negro que Aronofsky se permite, después de un suspense que anunciaba otro desenlace, un final cuasi épico que recuerda la escena final de Billy Elliot. Sumida en la decepción amorosa Odette, aún cisne, se lanza al vacío para encontrar en ese sacrificio el amor esquivo de Sigifrido. En la escena cumbre Nina hace suya por fin la recomendación insistente de su director (Vincent Cassel): para alcanzar la perfección hay que sumarle al talento disciplinado la desmesura de la pasión.

Faltándome por ver dos o tres de las nominadas al Oscar como mejor película, mi estatuilla habría sido para el Cisne negro. No tiene la corrección impecable del Discurso del rey pero tiene, a mares, el impulso vital que le faltó a la cinta inglesa galardonada por la Academia.
ANDRES QUINTERO
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5
3 de julio de 2011
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con los años las películas de Allen han ido adquiriendo un tono cómodo; un tono discretamente aburguesado. Conocerás al hombre de tus sueños es una más de esas comedias un tanto dispersas en las que se dan cita algunas luminarias para pasarla bien sin mayor entrega, sin derramar una sola gota de pasión. Por la forma como está construida la historia sus actores están juntos pero no se encuentran; hacen lo suyo pero dejando esa incómoda impresión de haber actuado bajo la condición de evitar cualquier colisión, cualquier comparación. .

La idea de la que la película toma su nombre es atractiva. Que tan disparatado, ignorante o respetable pueda ser el confiar en aquellos que pronostican el futuro es el sugerente planteamiento con el que arranca Conocerás al hombre de tus sueños. Sin embargo y pese a habérsela usado como punto desencadenante de toda la historia, esta idea de la propensión humana a refugiarnos en promesas redentoras, se queda a mitad de camino reducida a una simple caricatura. Este Allen ya no se arriesga, se conforma con unas finas pinceladas con las cuales, en conjunto, no se pinta mayor cosa.

El genio de Annie Hall y Zelig vuelve otra vez, pero ahora sin el brillo de entonces, a la obsesión en torno a la imposibilidad de una relación de pareja estable. Lo de Allen se ha vuelto una divagación repetitiva y libre sobre una búsqueda sin hallazgos: nunca nos encontramos de una manera definitiva con el otro, nos le acercamos con danzas rituales que siempre terminan en infidelidades, en rupturas y en atracciones ilusas que llevan siempre la impronta de un fracaso asegurado.

Encontrarás al hombre de tus sueños confirma lo que se sabe hace ya mucho tiempo: que Allen sabe contar bien sus historias pero también confirma lo que viene sabiéndose hace menos tiempo y es que Allen se siente a gusto - y que poco o nada le interesa que tantos compartan ese gusto – haciendo estos divertimentos cultos a los que siempre se prestan sus actores preferidos - o los de moda - con el solo guiño del clarinetista de Manhattan.

Divertimentos que nunca serán banales o superficiales. En Allen siempre habrá - y la hay en Encontrarás al hombre de tus sueños - una crítica desalmada de las modas, los afanes, las petulancias y los dogmas con los que los hombres intentan huir de sus inseguridades y de sus penurias. Lo valioso de esta y de todas y cada una de sus películas es que nunca se deja llevar por juicios moralistas o por desenlaces justicieros. Cada personaje termina encarando el destino que el azar le depara sin que en ello intervengan merecimientos, premios o castigos. A aquel a quien la suerte le sonría bien puede ser que la desdicha lo espere a la vuelta de la esquina. Y viceversa. De esa incertidumbre están tejidas nuestras vidas y ese ha sido, desde siempre, el tema recurrente de las películas de Allen.
ANDRES QUINTERO
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7
7 de setiembre de 2011
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con la coproducción de Steven Spielberg, J.J Abrams escribe y dirige Super 8 , una película que trajea de aventura adolescente todo un tributo a una manera de hacer cine e, incluso más allá, todo un homenaje al oficio mismo de hacer una película. Joe Lamb (Joel Courtney) es un muchacho que tiene un grupo de amigos con el que está haciendo una película de zombies. Del reparto sobresale la bella Alice Dainard (Elle Fanning), una niña que elude las obsesiones de un padre y de la que Joe, a tientas y sin saberlo bien, comienza a enamorarse. Será rodando su propia película como este grupo de amigos se ve envuelto en una aventura que involucra a las autoridades locales, a seres inesperados, a los padres de los protagonistas y, por supuesto, a los dos chicos que desde sus roles y funciones en la película, ella actriz principal él maquillador y técnico de sonido, comienzan a bordar su propia historia.

En Super 8 el tiempo juega de una manera especial. No se trata de sentarnos hoy a ver una película de los setentas; se trata de sentarnos hoy a ver una película de hoy pero hecha como si se estuviera en los setentas. No estamos entonces ante esa película cuyo encanto - o buena parte de él al menos - está dado por su tono un tanto demodé. No, en este caso estamos ante un ejercicio retro que mediante el rescate del viejo formato que utilizaba la película de 8 milímetros, nos devuelve a un resultado cinematográfico que teníamos olvidado. No se trata de una mera nostalgia tecnológica. A lo que el espectador se expone en Super 8 es a todo un conjunto de elementos que en su momento sirvieron para armar una buena entretención.

Rendido a través del proyecto de unos chicos de hacer su propia película, Super 8 es también y sobre todo un homenaje al oficio mismo de hacer cine. Joe, Alice y sus amigos están haciendo una película de zombies. En la película de Abrams este elemento no es tan sólo un juego infantil o adolescente del cual se hace desprender toda la trama de la narración. Ni lo uno, ni lo otro; ni es un juego de chicos, ni es tampoco un pretexto argumental para adentrar al espectador en la historia de fondo. Joe y sus amigos no están jugando a hacer cine; lo están de veras haciendo y Abrams se sirve de esto para mostrarnos, desde su estructura más elemental, como nacen todas las películas.

Es lamentable que una película de esta estatura haya pasado entre nosotros apenas como una entretención del montón, siendo como es una muy bien lograda evocación de todo un concepto de entretención.
ANDRES QUINTERO
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