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España España · Barcelona
Críticas de Juan Poz
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Críticas 41
Críticas ordenadas por utilidad
8
13 de setiembre de 2020
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Arthur Ripley fue un director de 5 películas, una de ellas, Camino de odio, producida, interpretada y guionada por Robert Mitchum, de quien se dice, al parecer que también metió mano en la dirección. La película de Mitchum tiene mejores intenciones que realidades, aunque, como extrañeza, tiene su interés, sin llegar, por supuesto al enorme de la de Charles Laughton, La noche del cazador, también protagonizada por Mitchum, por cierto, tres años antes. Ripley fue lo que solemos llamar un “artesano” del cine, ese adjetivo que pone de relieve la maestría técnica aliada a una relativa originalidad que nunca llega a cuajar como maestría y que, sin embargo, cuando los elementos se conjuran casi por arte de birlibirloque, lo que sale es una narración que se convierte en una obra de envergadura. Eso es lo que ocurre con Acosados, una película de cine negro que se beneficia de la historia, del director de fotografía, de los actores y de una dirección que sabe en todo momento ponerse al servicio de una historia que confunde al espectador y le obliga a reconsiderar todo lo visto, con un espectacular giro de guion propio de quien firmó la novela en que se basaba: The Black Path of Fear, de William Irish, un prolífico escritor del género criminal en algunas de cuyas obras se han basado películas tan notables en la historia del cine como La ventana indiscreta, una obra maestra de Hitchcock, La novia vestía de negro, de Truffaut o El hombre leopardo, de Jacques Tourneur, entre otras. La trama, perfectamente urdida, incluye un cambio de registro que acerca la película al género gótico, y dispénseseme de añadir más para no fastidiarles a los posibles espectadores, cuyo número deseo que sea grande, porque la película los merece, la sorpresa de ese cambio. En cualquier caso, los actores, sobre todo Michele Morgan, muy puesta en su papel de sufrida vampiresa, sabe estar a la altura de lo que se espera de su singular belleza, pero, junto a la experiencia en papeles de malvado de Peter Lorre, tdo un clásico, cabe destacar la interpretación de un secundario como Steve Cochran que, sin embargo, fue protagonista exacto y lleno de verdad en El grito, de Antonioni. Por si faltara la guinda para comprobar que la conjura afectó a la película de Ripley a todos los niveles, solo hemos de recordar que el director de fotografía, Franz Planer, quien firma, y con eso está todo dicho sobre su innegable calidad, Carta de una desconocida, de Max Ophüls.
Con tanto dato de la conjuración, lo que quiero indicar a los posibles lectores de estas líneas es que un juicio crítico favorable, como el que me suscitó el visionado de esta película perdida en la noche de los tiempos del cine, un título absolutamente olvidado, tiene un valor que se acaba encontrando a poco que se investigue de quiénes es obra. Reunir tanto talento no siempre significa un éxito seguro, pero se da el caso, en Acosados, de que así ha sido, y quienes la vean espero que me den la razón, o la parte de ella que me asiste.
Juan Poz
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6
15 de junio de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
He seguido con mucho interés esta película a medio camino entre el largo y el medio metraje, no solo por la aparición primeriza de actores que luego se convertirían en sólidas realidades del star system usamericano, sino, sobre todo, por la extraña sensación que he tenido de estar viendo una película muda en la que el sonoro hubiera hecho su aparición casi por arte de magia. Algunos rostros, como el del gánster o el de la vieja criada en la mansión donde se cuece la trama criminal remiten enseguida al cine mudo, aunque sus interpretaciones no tengan esa sobreactuación típica de la época muda. La crítica precedente ha destacado los higlights de la película y estoy muy de acuerdo con los mismos. Ya se advierte que Wellman no es precisamente un novato en las lides de la dirección, del mismo modo que, a pesar de su juventud, sorprenden las "tablas" de Barbara Stanwyck, con un dominio absoluto de la escena en las muchas y muy variadas que ha de interpretar a lo largo de la película. Sí, también a mí me ha sorprendido la naturalidad con que se visten y desvisten las enfermeras ante la camara, en una época tan temprana como 1931, pero ello contribuye a acentuar el aire de verdad que respira la película, por más que la situación alcohólica de la madre de las criaturas y su sumisión al doctor que controla la muerte por inanición de sus hijas para quedarse con su herencia pueda parecer algo impostado. Esas escenas, con el amante pusilánime de la madre, por ejemplo, sí que son auténticamente de cine mudo en su resolución. Siempre complace bucear en los orígenes de directores, actores y actrices, así como de cuanto rodea a la gran industria cultural del siglo XX, pero encontrarse con Clark Gable en un papel de malvado que le viene como anillo al dedo y que representa con cierto decoro, desmintiendo su tradicional torpeza, es una buena recompensa. Se trata de una curiosidad, pero la narración tiene una agilidad y una consistencia que ya quisieran muchas películas actuales. Es de agradecer que la película, aun a pesar de contarnos un drama, esté salpicada constantemente de situaciones jocosas como la amistad entre la enfermera y el gánster, que deviene enamoramiento con un incierto futuro, obviamente.
Juan Poz
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4
13 de noviembre de 2017
14 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se lea animadversión ninguna en el título de la crítica a esta última película de Isabel Coixet, directora de quien he reseñado en este mismo Ojo tres películas y un documental que me han complacido, y alguna hasta maravillado, como Nadie quiere la noche. Quería encontrar un concepto que resumiera la impresión desfavorable que me ha producido la película, tan desustanciada y escasa de historia que, desde luego, en modo alguno se puede poner como ejemplo a emprendedores, a diferencia de Nightcrawler, de Dan Gilroy, que debería pasarse en todas las escuelas de empresariales del mundo, aunque tampoco era ese el objetivo de Coixet, está claro. La realización personal a través de la creación de un negocio como una librería está reñida, desde el punto de vista de la insulsa protagonista, con el mundo real de los balances, los pedidos o ese cierto desdén, en una población tan pequeña, hacia la lectura. Dejamos de lado, pues, la verosimilitud del aspecto empresarial de la misma y buscamos asideros poéticos que sirvan como motor del producto y que, sin embargo, no lo sostienen en absoluto. Hay una mirada de cuento infantil en toda la película a la que no es ajeno ni siquiera el traje rojo -de criadas, dice uno de los personajes en un momento- con que la protagonista se presenta “en sociedad” ni tampoco el caserón semiabandonado donde vive, aislado del mundo y rodeado de libros, el único lector devoto que se convierte en su primer cliente, como una suerte de extraño Nosferatu culto que está a punto de resucitar, a través de la relación con la librera, la perdida fe en el género humano. De hecho, cuando este asume el papel de noble caballero que defenderá a la frágil librera frente a los “señores” de la pequeña localidad, y ambos se encuentran junto al mar, él con largo abrigo negro, ella modesta hasta la extenuación, se produce, en el roce deseado pero no satisfecho de ambos cuerpos el único momento de fuste poético de la película. El resto, no pasa del sentimentalismo de esos libros a los que los ingleses son tan aficionados, como Black Beauty, de Anna Sewell. Me ha sorprendido, por ejemplo, el aire de vieja guardarropía naftalinesca de la puesta en escena, cuando si el cine inglés tiene fama de algo, es de recrear históricamente las épocas en la pantalla con una fidelidad y una verosimilitud totales. A todo este embrollo creo que colabora decisivamente la escasa o nula acción dramática de la película y, sobre todo, la impasibilidad gestual de la protagonista, sosa, ya digo, hasta la desesperación del espectador, y con un repertorio de muecas y expresiones que en todo momento parece un calco que haya hecho la actriz de la propia directora, algo en lo que coincidí a la salida del cine como mi Conjunta, por ejemplo, lo que me prueba que no debo de andar muy desencaminado. En cualquier caso, la languidez jamás construye psicologías atractivas o, dicho de otro modo, se ha de ser portugués para construir, a partir de la languidez, un sólido personaje que logre interesarte a través de un metraje tan largo y tan inane como el de La librería. Hay una mitificación del libro que raya en el fetichismo, porque en la película rara vez asciende de la categoría de objeto a la de experiencia personal, y menos desde el punto de vista de la protagonista, quien lee ¡nada menos que Lolita! sin pestañear ni sentirse profundamente conmovida por una lectura que exige algo más que una mirada lánguida desde la cama… Ignoro si la novela en la que se basa la obra pueda tener algún atractivo, pero la visión que Coixet nos traslada de ella, simplificadora y estetizante no anima a ir a comprobarlo. Hay algo, o mucho, de spot publicitario de qualité para alguna cadena de librerías, Barnes&Noble, El hogar del libro, etc., con eslogan incluido, “nadie se siente solo entre libros”. Lo que falta es “vida”, mucha vida, interior y exterior, en esta película un tanto acartonada y llena de jarrones con flores artificiales. No hay encuadre que no tenga un plus de esteticismo que consuela al espectador de la falta total de acción dramática, por supuesto, pero una sucesión de hermosas fotografías no constituye nunca una película. En fin, podría seguir, pero Isabel Coixet no se lo merece, porque es autora de una obra con películas más que notables y algunas de ellas brillantes. Entendamos esta como un traspiés en tiempos de confusión política y esperemos que la próxima tenga la entidad de sus mejores obras, como La vida secreta de las palabras, verbi gratia.
Juan Poz
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8
3 de noviembre de 2017
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me niego a utilizar la traducción española del título de la última película de Hazanavicius, Mal genio, porque no solo la banaliza, sino que, además, la emparenta con aquel Mejor…imposible, de Brooks, con Jack Nicholson, y, finalmente, moraliza con notoria puerilidad, en su doble lectura, una vida tan poco sujeta a juicios de ese tipo como la de Jean-Luc Godard. “El formidable” o “El temible”, pues se refiere a un navío de la armada francesa que participó, por cierto, en la batalla de Trafalgar, como se deduce de la propia película, en la que se sigue una suerte de crónica radiofónica del navío que surca los mares haciendo honor a su nombre, y que bien serviría para resumir lo que fue un decenio de aventura política y cinematográfica del autor, sería más apropiado. El cine francés lleva una buena racha de pelícu biográficas, a la que ha de añadirse la presente, que nos han acercado, con muy buenos resultados cinematográficos, personajes tan singulares como Edith Piaf, Serge Gainsbourg, Coco Chanel o Yves Saint-Laurent. A ello han contribuido no solo unos sólidos guiones y unas direcciones que se han apartado del género del biopic, en busca de una visión más o menos personal de los biografiados, sino, esencialmente, haber podido contar con actores y actrices que nos han permitido, por su parecido con los biografiados, hacernos a la idea de que estábamos viéndolos realmente en la pantalla, como en el caso extraordinario de la película sobre Gainsbourg, ciertamente. Louis Garrel, perfectamente caracterizado, se ha metido de lleno en su papel, por más que, a la hora de interpretar al director, este crítico haya advertido la excesiva influencia del trabajo de Jean Pierre Leaud y de Woody Allen, a partes desiguales, los mimbres básicos con los que ha confeccionado su personaje; como si no hubiera podido acertar con el tono exacto de un recreación que, también es cierto, se antoja difícil de cifrar en unas maneras que vayan más allá de las que el autor ha usado. El tono de ligera comedia iconoclasta también ha contribuido lo suyo a que a muchos espectadores acaso les descoloque la visión del personaje que se da en la película, ceñida a una crisis de pareja que se inicia con la participación entusiasta de Godard en la revolución frustrada del mayo francés del 68. Para no defraudar a los posibles lectores de esta crítica, me remito a las que hice de las películas que Godard filmó durante esa época, principalmente La china y luego Todo va bien, criticadas conjuntamente aquí, porque la película de Hazanavicius, basada en dos obras escritas por su mujer y musa, Anne Wiazemsky, se centra sobre todo en los esfuerzos por propulsar la carrera internacional de una obra “maoísta” que, sin embargo, no solo fue rechazada por la embajada China, sino mal aceptada por los supuestos destinatarios de la misma: la clase trabajadora y los intelectuales con ella hermanados. No me extraña que Godard “pase” olímpicamente de la película de Hazanavicius, porque, a mi entender, la dimensión grotesca de unos años hiperideologizados de la vida de un autor tan inabarcable como Godard, con tantas películas trascendentales en la Historia del cine, son fácil presa para la sátira amable, pero no se construye con ellos un análisis del delirio ideológico que sufrió Godard. He de confesar que cuando vi La china, y lo digo en la crítica, estaba convencido de que la posición crítica de Godard frente a lo que narraba pretendía mostrar la debilidad burguesa de unos revolucionarios de pacotilla que confundían la realidad con la fantasía, encerrados en un piso de lujo de la familia de la protagonista, Anne Wiazemsky, a quien Godard descubrió en una hermosísima película de Bresson, Al azar de Baltasar, cuya crítica puede consultarse aquí, y no cejó hasta conseguir reemplazar con ella el vacío que le había dejado Anna Karina. Estamos, pues, ante una historia de amor en la que los miembros de la pareja se llevan casi 18 años, y uno de ellos, Godard, es un cineasta consagrado y, como no puede ser de otro modo, permanentemente en crisis. El retrato del autor no es complaciente con él y lo presenta desde una perspectiva muy crítica como un ser dominante, autoritario, celoso, egocéntrico y maleducado, que no son, en principio, cualidades incompatibles con la alta creación cultural, desde luego. De hecho, lo que se pretende establecer en la película es la estrecha relación entre la concepción hiperideologizada de Godard y el escaso fuste de las películas que rodó en esa década convulsa en que quiso revolucionar el cine y apenas consiguió sino la irrelevancia y hasta el olvido o el desestimiento de sus antiguos seguidores incondicionales. Con todo, y desde el punto de vista cinematográfico, es evidente que Godard consigue unos espectaculares aciertos formales que, a su manera, Hazanavicius emplea él mismo para el rodaje de la biografía del director suizo, como comprobarán quienes, después de ver esta película, muy divertida y entretenida, se atrevan a asomarse a alguna de las que rodó en esa época, como las mencionadas o como la desconcertante, pero visualmente increíble: Week-end, de la que hice la crítica a la que lleva el enlace sobre el título.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Juan Poz
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7
22 de enero de 2017
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El programa Historia de nuestro cine me sigue deparando películas interesantes que me atrapan así que uno tiene la suerte, como ocurrió ayer, de recrearse en el arte magnífico de tantos actores y actrices que han contribuido, como en otras cinematografías, al prodigio de la naturalidad y la espontaneidad en la representación de lo que podríamos considerar algo así como la vida corriente, más o menos realista, y reflejo fidedigno de un país. Entre la nómina de virtuosos secundarios que conforman el reparto de ¡Aquí hay petróleo!, una fábula bien intencionada pero con escasa mordiente crítica, baste el nombre de Félix Fernández para invitar al cinéfilo a no perderse ni un plano en el que aparezca ese prodigio de la actuación cinematográfica. Aquí, además, tiene reservado el papel de “sabio” que ha de lidiar con la cazurrería de sus paisanos en un pueblo abandonado de Castilla, Castilviejo (en realidad el muy hermoso de Turégano), perfectamente fotografiado, en un estadio de su desarrollo que a quienes gastan las canas que iluminan el camino hacia el cementerio les retrotraerá con su pellizco de nostalgia a la dureza de un tiempo en el que ni siquiera te dabas cuenta de las pésimas condiciones de vida en las que se vivía, porque la urgencia de la vida en flor no te dejaba tiempo para consideraciones de orden material tan prosaico. El drama del pueblo, ilustrado desde el comienzo es la falta de agua, aun teniendo a tiro de piedra, como quien dice, un pantano que se loa en la película como la gran obra del Régimen franquista, con un tono que desentona lo suyo de la perspectiva crítica desde la que los lugareños se afanan en montar un negocio de búsqueda de petróleo porque los americanos han aparecido en el pueblo para perforar, porque creen que lo hallarán. A un lugareño endeudado y picaresco le ofrecen una fuerte cantidad por permitirles la prospección, pero, en junta popular deciden que, de haberlo, petróleo, el negocio bien podría ser todo para ellos, en vez de cederlo a los “aprovechados” americanos. La presencia del equipo en el pueblo y la convivencia mientras duran los trabajos dará a pie a un ejercicio de contrastes y otras menudas historias de amoríos imposibles que nutren la película de momentos, aunque tópicos, muy logrados, como el partido de baseball entre americanos y lugareños, por ejemplo. Esos estereotipos de la crew americana en contraste con las auténticas radiografías de los lugareños de Castilviejo constituyen, pues, un contraste que dará lugar a no pocas escenas, como ya hemos dicho, de innegable interés. Pero la parte del león se la llevan los trabajos de prospección, rudimentarios y chapuceros que, dirigidos por Félix Fernández, "¡Exijo poderes absolutos!", se reivindica frente a la cazurrería de sus socios en el proyecto, en calidad de sabio reconocido, irán de tropiezo en tropiezo hasta el éxito final…, que no es la bolsa de petróleo que los enriquezca, sino la bolsa de agua que alivia la gran necesidad del pueblo y promueve, a menor escala, la creación de una empresa que gestione su extracción, canalización y distribución. La película puede entenderse como una pobre versión de Bienvenido, Mr. Marshall, e incluso la presencia central en esta de Manolo Morán, abona esa posible intención de los creadores de la película, Pedro Masó entre ellos. A pesar de que entra dentro de lo posible que se quisiera explotar un filón tan estupendo como el que abrió Berlanga, la veta de ¡Aquí hay petróleo! es de menor calidad, pero garantiza, sin embargo, un perfecto entretenimiento y tiene, faltaría más, su perspectiva documental, sociológica, que engrandece la obra, porque la verdad de la vida popular, la autenticidad de los extras del propio pueblo, la arquitectura, la presencia imponente del gran castillo, amén de la trama empresarial de la obra, en competencia con los americanos, y los abundantes “tipos”, perfectamente dibujados en el guion, nos permite disfrutar, hechas las salvedades pertinentes, durante toda la película. Sí, es evidente que hay películas que solo por el año de realización casi merecen un visionado que nos permita comparar aquellos tiempos con estos, aquellos pueblos llenos de animales con los de hoy llenos de coches, aquellos campos de secano, con los regadíos actuales, que es en lo primero que piensan los lugareños cuando dan con la bolsa de agua en vez de petróleo: las ricas verduras de huerta que van a poder cultivar. No estamos ante una película “imprescindible”, pero Salvia es un perfecto artesano de obras con mucho arrastre popular, como lo demostró con Manolo guardia urbano y Las chicas de la Cruz roja, aunque su labor como guionista marcó indeleblemente otras como La gran familia, de Fernando Palacios, por ejemplo, con ese hallazgo del ¡Chencho! que grita afónico el abuelo Pepe Isbert, quien lo ha perdido en la Plaza Mayor.
Juan Poz
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