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Críticas de Wladimyr Valdivia
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Críticas 157
Críticas ordenadas por utilidad
8
2 de octubre de 2015
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
“The Martian” (“Misión Rescate” en Latinoamérica), marca el regreso de Ridley Scott dirigiendo una cinta de ciencia ficción desde “Prometheus” (2012), siendo estrenada, curiosamente, dos días después desde que la NASA anunciara la existencia de agua en Marte. La historia se centra en Mark Watney (Matt Damon), astronauta que es dado por muerto tras un incidente en una misión en Marte, teniendo su tripulación que abandonarlo. Watney despierta solo entre las rocas, teniendo que adaptarse a las condiciones del lugar, intentando sobrevivir sin perder las esperanzas de regresar a casa, mientras en la Tierra, la NASA hace lo imposible por ayudarlo a subsistir y gestionar su rescate.

Basado en la novela homónima de Andy Weir y adaptada por el guionista Drew Goddard (“Cloverfield”, “World War Z”), la película sigue el ejemplo de “Gravity” (2013) e “Interstellar” (2014) al venir a devolverle el valor al subgénero de cine espacial, poniendo en pantalla una historia interesante y muy entretenida, explorando las fronteras del Universo y sacando lo mejor de Ridley Scott, quien hiciera escuela tres décadas atrás con dos clásicos como “Alien” (1979) y “Blade Runner” (1982).

Durante el primer tercio, Mark Watney, interpretado correctamente por Matt Damon, es el único protagonista de la cinta, desde su accidente, pasando por todo el proceso de experimentación y creatividad al interior de la base en Marte para intentar sobrevivir con lo mínimo, hasta su primer contacto con la Tierra. Un tercio que no da respiro gracias al gran trabajo de producción, un ritmo intenso y un Damon que saca a flote todo su carisma y talento, pasando del humor a la angustia y el drama, en un papel hecho a su medida. Quizás el mejor de su carrera.

De aquí en más, se suma el resto del reparto, encabezado por Jeff Daniels, junto a Sean Bean, Chiwetel Ejiofor y Kristen Wiig, como parte del equipo de la NASA, interiorizándonos en la misión de rescate y familiarizándonos con tecnicismos que probablemente no seamos capaces de seguir al pie de la letra, sin embargo, cumple su función de forma moderada, sin muchos excesos científicos, de orientarnos y cumpliendo un papel fundamental para el espectador: lograr que empaticemos aún más con el protagonista y esperando el feliz final.

Ridley Scott entiende mejor que nadie su papel dentro de la industria y conoce al público al que desea llegar. Por tanto, la cinta no está exenta de esos momentos graciosos, de la genia nerd veinteañera que toma decisiones vitales para el planeta o de ese personaje muy secundario que no es capaz de expresarse sin una broma de por medio. Este recurso, inexistente tanto en “Gravity” como en “Interstellar”, puede resultar, para quienes se esperaban un trabajo de similares características, varios puntos en contra, sin embargo, en “The Martian” esto suma, al restarle densidad a la narración y hacer más llevaderas las más de dos horas de metraje. Paradójicamente, esto significa entonces un logro del director, al no llegar al punto de ensuciar un blockbuster de entretención como este, pensado para los más fervientes consumidores de palomitas de maíz. Tampoco se profundiza en abordar valores ni juicios morales –presente en las dos cintas mencionadas anteriormente-, lo que se convierte en una opción que, esta vez, el director decidió minimizar.

La escasa participación en la película de la tripulación principal es, sin duda, uno de los pocos elementos que le imprimen desequilibrio a la cinta. Darles tan pocos minutos en pantalla a Jessica Chastain, Kate Mara, Michael Peña, Sebastian Stan y Aksel Hennie resulta un desperdicio y nos obliga a preguntarnos si fue necesario o no contar con ellos, o simplemente un reparto sin tantas estrellas habría bastado. Las posibilidades de explorar la visión de los hechos a partir de sus colegas y amigos eran infinitas para darle mayor peso al hilo narrativo, pero estas sólo se vieron limitadas a lo mínimamente posible.

Con una banda sonora potente, celestial a ratos y llena de tambores en otros momentos, y con la experiencia visual única de explorar los cráteres y montañas de Marte como pocas veces el cine lo ha logrado, “The Martian”, sin ser la mejor película de ciencia ficción del 2015, nos trae de vuelta, poco a poco, a ese Ridley Scott (abandonado entre tantos gángsters, héroes medievales, dioses y reyes) que todos preferimos: en el espacio, rompiendo la barrera del sonido y regalándonos una cinta de astronautas y planetas en su estado más puro y efectivo.


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Wladimyr Valdivia
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10
25 de enero de 2016
17 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué pasaría si todo lo que sabes resulta no ser cierto y el mundo en el que vives se convierte, de un día para otro, en algo completamente desconocido?

El irlandés Lenny Abrahamson (‘Garage’, ‘Frank’) dirige su quinta película, ‘Room’, probablemente una de las más quitadas de bulla de todas las que conforman este grupo selecto de cintas destacadas en cuanto festival y premios se realizan a inicios de este año, incluyendo los Premios de la Academia, en la que también compite y por el cetro más importante: nada menos que el de Mejor Película del año.

Joy (Brie Larson) vive junto a su hijo Jack (Jacob Tremblay) de cinco años. Su casa es una habitación de la que no pueden salir, de no más de 20 metros cuadrados con un tragaluz en el techo que apunta hacia el cielo, la única conexión de ambos con el resto del mundo. La única distracción es un televisor en donde Jack crea su mundo inventando su propia realidad y sobreviven gracias a los alimentos que periódicamente les lleva el viejo Nick (Sean Bridgers). Jack y su madre llevan siete años en su interior.

‘Room’, basada en la novela de Emma Donoghue (quien también se hizo cargo del guión), consigue lo que pocos filmes pueden jactarse de alcanzar: logra hacernos olvidar de cualquier apartado técnico, de cualquier recurso facilista que la película pudiese tener, de que quienes vemos son actores interpretando, de que detrás de cámaras hay un grupo de profesionales midiendo todo al más mínimo detalle; ‘Room’ tiene vida propia, su corazón es Jack y su cerebro es “mamá”. La primera mitad de la cinta es probablemente la mejor hora de cine que hallamos visto en mucho tiempo. Una madre intentando hacerle la vida más llevadera a su hijo cuya realidad se limita sólo a lo que habita junto a él entre estas cuatro paredes desde el día de su nacimiento. Probablemente Jack aún no sabe lo que es vivir, sus amigos son la silla, el clóset y el lavamanos; todo lo que ve en la televisión existe y su madre lo es todo para él. Jacob Tremblay (‘The Smurfs 2’), con tan sólo nueve años, nos regala una actuación impresionante, con una espontaneidad y naturalidad que se devora la pantalla, entre monólogos simples pero llenos de fantasía e inspiración.

Jack es alegre, valiente, saludable y enérgico, gracias a su madre. Es él quien la mantiene con vida y alimenta su esperanza, ella sumida en una lógica y creciente angustia, quien día a día, entre actividades rutinarias e historias fantásticas, intenta darle un soplo de alegría a la vida de Jack, el que, aunque desconoce las razones de su aislamiento, poco le importan porque también desconoce la vida real que hay al otro lado de la puerta. Joy aprendió a ser madre durante el encierro, por lo que tampoco entiende su rol desde la psicología, sí desde la pasión y la desesperación; esto la convierte en una madre imperfecta que también cae en desesperos y momentos de poca lucidez, lo que nos saca del confort como espectador, en una absoluta genialidad por parte de la actriz y el trabajado guión, que dibujan a una madre que vive en una dicotomía constante entre el control y la locura. La química entre ambos actores conmueve gracias a Jacob y al inconmensurable trabajo de Brie Larson (‘The Spectacular Now’, ‘Short Term 12’), con un personaje cargado de dolor pero contenido ante la inocencia de Jack. Una actuación desbordante que detona en la segunda mitad de la película, donde tenemos una nueva historia sobre adaptación, relaciones y redescubrimientos personales. (las que no analizaré en beneficio de los giros y sorpresas que ustedes deben vivir como espectador).

Lenny Abrahamson junto a Emma Donoghue construyen un film que no da respiro y nos mantiene en vilo de principio a fin. La opresión y el encierro de la primera parte de la película también lo constituye una cámara de primeros planos que sofocan, en movimiento e imágenes aleatorias que se confunden con la desorientación física que podemos llegar a sentir como espectadores en la piel de Joy al interior de la habitación.

‘Room’ no es sólo una muy buena película. Es una experiencia tan terrorífica como conmovedora, con actuaciones impresionantes, con un guión -si bien simple- muy bien estructurado, alejado de cualquier melodrama y que no apela ni a una tramposa edición ni al sobre uso de recursos técnicos que nos lleguen a poner los pelos de punta para convertirla en un film inolvidable. Tampoco abundan los diálogos filosóficos ni pretende alcanzar un mensaje existencialista, sí la naturalidad y espontaneidad de dos personas sometidas a una situación que ninguno aprendió a sobrellevar. La reflexión final sí es sincera sobre el amor, la sobrevivencia y la reconstrucción de una familia desde dos vidas fracturadas por el dolor.

Aunque se presume que la autora se basó en el caso real de Elizabeth Fritzl, que permaneció encerrada en un sótano en Austria por decisión de su padre durante 24 años, ‘Room’ rebosa originalidad y de un aire del que últimamente no respira el cine: ese aire que nos hace sentir vivos y parte de una historia que vivimos a través de los ojos de Joy y la magia de Jack, con los que queremos gritar al unísono, personajes que tras cada visionado, vuelven a nacer.


NOTA: Recomiendo, para quienes deseen disfrutar por completo la película, no ver el trailer.

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Wladimyr Valdivia
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8
11 de abril de 2015
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son numerosos los títulos pertenecientes al género de la ciencia ficción que, debido a su poca distribución, escaso presupuesto y su carácter de independiente, no alcanzan un visionado y reconocimiento masivo como el que se podrían merecer debido a su factura técnica y narrativa. Hoy hablo de “The One I Love”, película de drama/comedia romántica, pero donde la ciencia y la fantasía se hacen presentes.

Una pareja de casados pasa por una crisis matrimonial y deciden solicitar ayuda a un terapeuta. Este les recomienda un fin de semana en una casa de retiro que le pertenece, donde asegura que numerosos pacientes suyos han terminado resolviendo sus problemas. Una vez allí, Sophie (Elisabeth Moss) y Mark (Mark Duplass) se encuentran con una situación inesperada y fuera de de los límites de la realidad. Incrédulos, deciden descubrir qué es lo que se esconde detrás de este extraño suceso, sin saber que, a partir de ahí, encontrarían mucho de lo que les faltaba en la relación, explorando nuevas emociones y redescubriendo el amor, sin saber hasta dónde éste podría llegar.

Dirigida por Charlie McDoweell (“Bye Bye Benjamin”), “The One I Love” nos trae como referencia necesaria a esa obra maestra llamada “Coherence” (2013) de James Ward Byrkit en términos de formato, donde no se echa mano a una realidad futurista ni a situaciones sobrenaturales para ceñirse al género, sino que a personajes reales en condiciones cotidianas que se ven enfrentados a una realidad que supera los límites.

Sin embargo, la diferencia que marca “The One I Love” con otras películas del mismo tono, es que en este caso, el drama personal no es la excusa para contar una interesante historia de ciencia ficción, sino todo lo contrario: es la fantasía del argumento y su metafísica lo que da material y razones para justificar el deterioro de una pareja de estos tiempos, donde la rutina, el tedio y la desconfianza acaban por malgastar una relación, siendo esto el punto central de la historia y no otro.

Una vez conseguido este objetivo por parte del director, no se podría obtener un buen resultado si no fuera también por un guion conciso (a cargo de Justin Lader), de corta pero certera duración, capaz de empezar como un filme convencional y con completa naturalidad, dar un giro central y terminar por girar las veces que sea necesario, desconcertándonos, invirtiendo a sus personajes y resolviendo de manera magistral una cinta que ameritaba un desenlace a la altura.

El escaso número de escenarios en donde se desarrolla la película, que resulta un acierto para centrar la atención en el fondo y no en la forma, se suma a las grandes interpretaciones de sus dos protagonistas. Tanto Mark Duplass, a quien parece sentarle bien este tipo de producciones tras su trabajo en “Safety Not Guaranteed” (2011); como Elisabeth Moss, conocida por su papel como Peggy Olson en la serie “Mad Men” y por el que recibió un Emmy el año 2009; se lucen interpretando sus papeles con una gran gama de matices, caracterizando de forma disímil ambos roles, haciendo absolutamente creíbles todas las situaciones y empapando la pantalla con una química entre ambos pocas veces vista. La espontaneidad y frescura brota por los poros de estos dos actores que, junto a Ted Danson (“Cheers”), el terapeuta, son los únicos tres en pantalla a lo largo de todo el filme.

“The One I Love” es una tremenda película sobre la puesta a prueba de una relación que se cae a pedazos, capaz de llevarnos del humor al drama y luego al misterio, e incluso luego al terreno de lo fantástico, en una atmósfera que crece en misterio e intensidad sin perder su forma, sin desmoronarse en el camino y, lo que es más importante, sin dejar cabos sueltos a pesar del intrincado puzzle que revela, en una época donde la originalidad escasea y las buenas ideas se extrañan.

Realizada con un escaso presupuesto y muy poca bulla, tenemos a una nueva joya de la ciencia ficción independiente que, para quien escribe, se suma a “The Signal”, “I Origins” y a “In Your Eyes” como lo mejor que nos dejó el género el pasado 2014.


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Wladimyr Valdivia
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8
24 de febrero de 2016
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nominada a la mayoría de premios en todo el orbe y considerada una de las mejores películas europeas del 2015, la directora turca Deniz Gamze Ergüven debuta con su primer largometraje, una coproducción francesa-turca-alemana conformada también por actores y actrices nóveles, sobre la patriarcal sociedad turca y su impacto en la nueva generación.

Lale (Günes Sensoy) tiene doce años, es la menor de cuatro hermanas y quien nos cuenta la historia desde su perspectiva. Todas ellas son menores de edad y sólo quieren disfrutar la vida y explorar su femeneidad, seguras de la lejanía con las nefastas tradiciones. Ante la ausencia de sus padres, su abuela (Nihal G. Koldas) y su tío Erol (Ayberk Pekcan) se hacen cargo de todas, bajo una estricta crianza a la usanza de las familias más costumbristas y conservadoras de Turquía. Un día, un juego en la playa detona un severo control por parte de su tío, retirándolas del colegio e iniciando prematuramente su educación para convertirlas en buenas amas de casa y buscándoles maridos, a pesar de la corta edad de todas.

Más de 1.100 mujeres han sido asesinadas en Turquía en los últimos cinco años sólo por su condición de féminas. La organización social turca -antes otomana- colocaba a las mujeres en un rígido sistema patriarcal tradicional, y lo sigue haciendo. Sus derechos civiles siguen siendo extremadamente limitados y, a pesar de los nacientes movimientos feministas, la violencia y la degradación a la mujer impuesta por valores ortodoxos, sigue latente en el país europeo. ‘Mustang’, su directora y su encantador reparto, nos regalan un trocito de esperanza como espectadores por un mundo mejor y para todas quienes quieren dejar sus velos y largas faldas en el armario para gritarle al mundo la libertad que también les corresponde. Lale (Günes Sensoy), Nur (Doga Zeynep), Ece (Elit Iscan), Selma (Tugba Sunguroglu) y Sonay (Ilayda Akdogan) son el rostro de una generación que le hace frente a la inconsciencia desde inicios del nuevo siglo, en un país en donde recién hace 15 años el Código Civil reconoció la igualdad entre hombres y mujeres. Pero hay rincones de Turquía donde la violencia ya está normalizada y los más grandes parecen sacados de otra era.

‘Mustang’ duele y cala hondo. La directora consigue, con particular simpleza, contar una historia cruda y dramática, un retrato familiar disfuncional que para muchos podría parecerle imposible su existencia. El quinteto de protagonistas iluminan la pantalla con la belleza salvaje que le da título a la cinta y una frescura y naturalidad que entretiene, a ratos conmueve, y en otros nos provoca poder estar ahí para unirnos a su causa. El guión no deja nada al azar y es capaz de contarnos en 97 minutos una batalla por esa ansiada libertad, dejándonos claro los evidentes intereses de las adolescentes, el duro camino hacia la madurez, el contexto en que su historial familiar se desarrolla y, como no, la posición de una gran fracción de turcos que se desenvuelve en una dictadura social de género, donde el hombre es quien decide y las mujeres han normalizado dicha aceptación.

La necesidad de escapar del encierro las obliga a las hermanas a crear y a crecer. Una pequeña revolución ante la crisis cultural. El desamparo de pequeñas mujeres unidas por el amor que no quieren ser explotadas, violentadas ni separadas, y una evidente reflexión acerca del rol de la mujer en sociedades que aún no dan todos sus pasos, a pesar de sus avances en otros términos, es lo que la directora logra componer, con una fotografía tan limpia como sobrecogedora y un trabajo de producción y montaje poco ostentoso, que vuelve a la cinta mucho más real y cercana.

Es innegable su símil con ‘The Virgin Suicides’ (1999) de Sofia Coppola, sin embargo, el conservadurismo de la familia Lisbon respondía a factores mucho más personales y ajustados a la época. ‘Mustang’, en ese sentido, es el fiel reflejo de una sociedad cegada por una cultura arraigada que trasciende cualquier derecho humano y expresión de libertad, en donde la mujer por fin está logrando alzar su voz en una sociedad 99% musulmana y que, al día de hoy, recién está siendo escuchada. Una joya imperdible entre tanta basura que, a veces, llamamos “cine”.


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Wladimyr Valdivia
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8
15 de marzo de 2015
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para la gran mayoría, Joss Whedon es un director taquillero. Con 25 años de trayectoria, este director, guionista y productor hizo escuela creando y dirigiendo importantes series de televisión, como “Buffy, la Cazavampiros” y “Firefly”. En los últimos años, la ciencia ficción y los cómics (su pasión) han marcado su trabajo, dirigiendo “Serenity” (2005), “The Avengers” (2012), “Avengers. Age Of Ultron” (2015) y la exitosa serie “The Agents Of S.H.I.E.L.D.”. Pero pocos saben de la productora independiente que tiene junto a su esposa, Bellwether Pictures, con la que realizó “Much Ado About Nothing” el 2012, y estrenando el año recién pasado su segundo título, “In Your Eyes”, un filme intimista y revelador.

En esta oportunidad, Whedon sólo está detrás del guion y la producción, dejando la dirección a Brin Hill (“Ball Don’t Lie”). “In Your Eyes” es presentada como un drama romántico metafísico sobre dos personas que no se conocen, que viven a kilómetros de distancia el uno del otro y de realidades muy distintas, pero que están conectados de manera inexplicable, llevando su relación al límite de lo posible.

El sub género del drama romántico de ciencia ficción siempre ha sido muy explorado por el cine independiente, con grandes resultados en algunos casos (“Safety Not Guaranteed”, “I Origins”) y en otros no tanto (“The Time Traveler’s Wife”, “Perfect Sense”). En esta ocasión estamos frente a un filme que, si bien no podrá ser considerado como elemental entre sus pares, consigue con muy poco un resultado redondo, principalmente por un guion muy bien construido, grandes actuaciones y una ambientación que se convierte en un protagonista más, dándole el matiz que la historia va solicitando.

Dylan (Michael Stahl-David) es un ex presidiario, vive en Nuevo México bajo libertad vigilada y se gana la vida lavando autos. Rebecca (Zoe Kazan) vive en New Hampshire junto a su marido médico sin mayores preocupaciones. Nada tienen en común, sin embargo, el universo se encargó de conectarlos desde el primer día de sus vidas. Así, somos testigos de vivencias sufridas por uno y sentidas también por el otro, física y emocionalmente, a lo largo de las distintas etapas de sus vidas, sin explicación para ambos, asumidos como un natural y circunstancial problema de salud. La cinta toma un nuevo camino cuando, de manera espontánea, sus sensaciones traspasan lo sensorial y sus cuerpos son capaces también de oírse, interactuar hablando y poder mirar a través de los ojos del otro.

De aquí en más, la relación entre ambos se desarrolla a niveles hipersensoriales, emulando casi lo que les sucede a los hermanos gemelos, en este caso, almas gemelas. Una metáfora del amor y el camino que dos corazones deben recorrer hasta sentirse vacíos con la ausencia del otro, con la diferencia de no conocerse personalmente, aunque poco es lo que importa. Whedon nos cuenta la historia llevándola de manera creciente, alcanzando grandes momentos que marcan a los personajes; Hill pone su parte manejando su desarrollo sin caer en falsas apologías (a pesar de la ficción intrínseca de la historia); y la pareja de protagonistas se roban la pantalla, con interpretaciones sobrias, sin ningún tipo de excesos y, por sobre todo, reveladoras, llevando a la pantalla una relación de amor/amistad profunda y sincera, con actuaciones que les exigieron trabajar solos y de manera aislada el uno del otro frente a la cámara.

Si bien la cinta tiene ciertos momentos que caen en la obviedad, la sobre explicación y en relativa previsibilidad, no opaca el acierto de una película que, a pesar de su pausado ritmo, consigue robarnos la atención y el interés por conocer el desenlace de esta relación. Gran acierto resulta también su fotografía y el uso de colores y tonalidades, siendo el amarillo para las áridas y pueblerinas escenas de Dylan, y el azul para la acomodada vida urbana de Rebecca, haciendo más extensa la diferencia entre ellos.

La banda sonora de Tony Morales y los sonidos de Iron & Wine y The Lumineers, entre otros, terminan por convertir a “In Your Eyes” en una cinta tan real como fantástica, con reconocibles trazos independientes, que no marca un antes y un después en el género, pero que consigue su objetivo con creces: entretener y hasta emocionar, escribiendo un capítulo arriesgado, inteligente y de dócil lectura entre las cintas románticas de la nueva década. Imprescindible para fanáticos/as del género.


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