Casi veinte años después de dar por finalizada la saga que consagraría a George Lucas como una figura clave de la historia del cine, el realizador decidió volver a su historia, para contarnos detalladamente los orígenes de esa guerra y ese imperio galáctico. El resultado, ya en su estreno, polarizó en extremo a la audiencia, sin que ninguna de las partes tuviera la razón absoluta.

Es cierto que hay elementos en La Amenaza Fantasma que parecen únicamente incorporados por la existencia de ese mundo, que con las anteriores películas no existía, que es el de El Merchandising. También hay concesiones y personajes cuya única labor es atraer a cuanto más público (o sea más joven) mejor, cosa que desde luego se consiguió.

Pero dejando a un lado la – evidente – visión ultracomercial de Lucas, (para ser claros: su tono colorido; la reducción de algunos personajes a mera caricatura, como Darth Maul o la Federación de Comercio; la incursión de un niño como protagonista y de varias razas supuestamente encantadoras pero insoportables...), lo cierto es que La Amenaza Fantasma, es uno de los grandes espectáculos y puntuales eventos mundiales que he vivido.

El afán de Lucas por contarnos “que había sucedido” traslada a toda audiencia que no se tome Star Wars como una religión, a un extraordinario e imaginativo universo alternativo, reflejo de la mitología, la geografía, la filosofía y la historia, que conocemos. Lo que resulta realmente apasionante de esta cinta es ver cómo se originaron los conflictos y las relaciones que años antes habían hipnotizado y enamorado a varias generaciones.

Y Lucas se permite así la creación de varios mundos, cada cual más fascinante que el anterior (Naboo, Tatooine, Corusant, el entorno Jedi...), apoyado, como no, en un diseño de producción, vestuario y efectos especiales nunca visto hasta la fecha (1999). En ese sentido, la famosa carrera de Vainas es una de las mejores set pieces de acción del cine moderno.

Con La Amenaza Fantasma por fin conseguimos ver como toda una civilización llega al estado de miedo y decadencia mucho tiempo después, y los orígenes de todos aquellos cuyas vidas han ido parejas al curso de los acontecimientos. Ha comenzado. Que la fuerza nos acompañe.

El cine de Juan Cavestany es personal, ambiguo, sin concesiones, seco, parco, difícil. No es cine para el gran público, ni tiene por qué serlo. Dispongo de Barcos y El señor podían ser incluso más aciagas para el espectador común que Gente en Sitios, cosa que -sólo aparentemente- no ocurre en este filme, pues el absurdo de sus situaciones viran ese cine experimental puro y duro hacia una comedia más comprensible, en la que la reacción del público es, hasta cierto punto, más unánime.

Aparentemente, mencionaba, al aludir a que Gente en Sitios puede ser una película más accesible, comprensible, que las dos obras previas del autor. Pero bajo el absurdo de las situaciones que nos presenta la gente en los sitios de la cinta, si se rasca en esa superficie, en realidad creo encontrar un oscuro y áspero retrato de las soledades de mucha gente, de un grupo heterogéneo de personas conviviendo o sobreviviendo ante sus obsesiones o las de los que están a su lado.

Ya sea por un arranque de feminismo ante una alfombrilla para los pies; por una mudanza supervisada bajo un trastorno casi obsesivo; por las acciones aparentemente altruistas de unos atracadores limpiando el lugar del crimen, o de una chica corriendo para devolver una bufanda, o de otro enseñando a andar, beber o dormir a cualquiera con el que se cruza; por la desesperación de abrir un negocio sin saber nada de ese sector; por someter a una joven a un aumento de pecho completamente injustificado; por quedarse encerrado en un cuarto oscuro... Cualquiera de esas situaciones, unas más cotidianas, otras completamente marcianas, se convierten de forma gradual en un rosario de retratos de distintas soledades, en una sátira aparentemente espontánea sobre el estado de cambio, el entorno gris y las obsesiones irreflenables de un grupo de gente que detrás de la risa que provocan, esconden una terrible amargura.

Pero es el carácter ambiguo, improvisado, inconcluso, lo que le da a Gente en Sitios su poder de seducción, esas metáforas fuera de campo como la gran bandera española de la Plaza de Colón, medio borrosa y muerta, esos solitarios lugares, entre lo onírico y lo realista, en que el grupo de intérpretes (maravillosos todos ellos) divaga y vaga sin rumbo u objetivo, empujados por una fuerza que parece querer sobreponerse a la angustia de ese absurdo, a ese ojo que les mira, les retrata y les fotografía como si fueran especiales, aunque ninguno de ellos así lo crea.

Piratas del Caribe: en el fin del mundo es un digo, elegante y espectacular final a la exitosa saga que no obstante adolece de ciertos problemas y excesos de otro fin de trilogía de este verano: Spiderman 3, pero que en este caso no resultan tan vergonzantes debido a que el entusiasmo de los responsables de esta Piratas... es mucho mayor, y por tanto su dedicación profesional mucho más grande. Estos problemas de los que hablo son aqui la excesiva acumulación de personajes, que impide desarrollar las relaciones entre ellos con exactitud o su personalidad (lo que es sin lugar a dudas por un guión infantil y digno de una superproducción como esta), con casos alarmantes como la publicitada aparición de Keith Richards, el rol secundario nunca bien explicado de Chow Yun-Fat, o la fugaz relación entre Davi Jones y Tía Dalma. Esta acumulación de personajes se une a algunos momentos prescindibles como el robo del cofre por Jack Sparrow o la boda fugaz de dos personajes y excesos e incongruencias en cuanto a las escenas de acción, en especial en la batalla final.
Pero dejando a un lado estos errores, comprensibles y perdonables, y algunos factores que sin embargo, acaban teniendo su encanto, como que Johnny Depp ya no sorprenda, o que sea tan confuso el papel de Orlando Bloom, o que parezca que Keira Knightley pasea por un anuncio de Calvin Klein como absoluta protagonista; Piratas del Caribe: en el fin del mundo, acaba resulando mucho más divertida que la confusísima segunda parte y más espectacular aunque sin el encanto de la primera. La tensión va creciendo conforme avanza el metraje, lo que la hace más entretenida, pero también más interesante; los factores técnicos, como el maquillaje, los parajes naturales o los efectos especiales, vuelven a ser sobresalientes, pero acaba destacando sobre toda la corrección del conjunto la labor del director, Gore Verbinski, un auténtico profesional, que da una personalidad única a cada fotograma, con encuadres elegantes y sofisticados, pero también tremendamente originales y una planificación realmente espectacular, que consigue situar a algunas secuancias entre lo mejor del cine de aventuras, como ese maravilloso y surrealista viaje al mundo de Davi Jones.

Viendo “Las Guerras Clon” me pasa lo que le ha pasado a la mayoría, me pregunto: ¿era necesario?. George Lucas, en contra de lo que muchos hubieran querido creó la nueva trilogía de Star Wars, y para mí el resultado fue una interesantísima parábola y reflexión sobre la caída, no de un grupo, ni de una sociedad, ni de un planeta, sino de todo un sistema interplanetario; una reflexión sobre el amor eterno y un análisis exhaustivo del totalitarismo.

¿Qué quiere conseguir con esta nueva serie? Su franquicia ya es mito de la cultura popular, y la aquí presente no solo no explica nada nuevo sino que en cuanto a calidad visual es simplemente espantosa. O seré yo que no entiendo de estilos de animación, pero las expresiones de los “humanos” en Las Guerras Clon, me parecen más acartonadas que el primero de los dibujos animados.

Así, nos encontramos ante una película inútil, hasta aburrida, preguntándonos si algún día la ambición de Lucas se habrá saciado y aceptará que creó un mito del séptimo arte, pero que no por explotarlo va a ser mejor.