La película en sí -pa que nos vamos a engañar- es malilla, por supuesto. Pero si no la he cateado de forma más rigurosa y contundente es porque, a pesar de los pesares, se puede seguir con más o menos interés y porque, de alguna manera u otra, se nota que detrás de su discreto y desmañado guión subyace en realidad una novela que -aunque no la conozco- presumo algo más compacta y persuasiva que este parvo bodriete.

Aún así, debo reconocer que cuando me puse “Pacto de brujas” y empecé a leer el nombre del elenco actoral en pantalla pensé, de inmediato, que lo que iba a tragarme a continuación era un truño de los que hacen época. Algo que, como podréis deducir por mi nota, no sucedió al pie de la letra. Básicamente porque -teniendo en cuenta que se trata de un producción española de bajo presupuesto- “Pacto de brujas”, al menos, logra mantener la intriga a trancas y barrancas y porque la ambientación y la atmósfera nigromántico-rural que desprende esta historia de familias enfrentadas no puedo decir, con toda la franqueza del mundo, que sea mala del todo.

Así pues, si algún día de estos estáis tan aburridos que no os importe demasiado derrochar hora y media en una fruslería como ésta, no la despreciéis -a bote pronto- por el mero hecho que sus protas sean Ramón Langa y Carlos Sobera. Sí, sí, habéis leído bien: Ramón “figurín” Langa y Carlos Sobera. Los presentadores de “Hora punta” y “Quiere ser millonario” respectivamente. Os sorprenderá lo bien que se desenvuelven este par en sus respectivos papeles de psiquiatra y guardia civil. Yo, por lo menos, pensaba que lo harían mucho peor. Aún así, si necesitáis otro aliciente más para ver este mondonguillo, quedaos con este nombre: Rocío Muñoz. Menuda loba. Auuuu!!!

Desde que, con catorce añitos, me zampé en una tarde “Diez negritos”, cualquier peli que me proponga un argumento ligeramente parecido al de la novela de Agatha Christie tiene, por de pronto, mi atención garantizada. Otra cosa muy diferente, obviamente, es que esa peli logre mantener mi interés durante todo o gran parte de su metraje. Algo que, en el caso de “Nine Dead”, huelga decir que no sucede.

Y es una pena, amigos, porque con un buen guión y unas interpretaciones algo más convincentes no creo, francamente, que hubiera sido tan difícil conseguir mejores resultados. Pero no. Desgraciadamente, “Nine Dead” termina siendo otro thriller del montón -zafio y ramplón para más señas- porque, entre otras cosas, toda la tensión y la incertidumbre inicial se va al carajo cuando, a media peli, se descubre todo el meollo.

Merecido cate, pues, para una mediocre peliculilla que sólo funciona a medio gas en su primera media horita y que, a partir de ahí, cae en picado hasta darse un tortazo final (el último giro es absolutamente vergonzante) de escándalo.

Pues sí, impagable. Así mismo definiría yo a “Ran”, de Kurosawa. Posiblemente, el mejor autoregalo cinéfilo con el que jamás podría haber soñado. La mejor manera, cuanto menos, de celebrar la publicación de mi quincuagésima crítica con todos los honores. Del mismo modo que, por ejemplo, descorcharía la mejor botella de vino que tuviera en compañía de mis amigos o mi parienta en una ocasión especial. Como ésta.

Porque sí, amigos, me apetece celebrarlo, joder. Básicamente porque si he conseguido llegar a tan mágico guarismo ha sido, en gran parte, gracias al incombustible apoyo de todos los que -a lo largo de estos tres años y pico- tan generosamente habéis recompensado mis críticas con vuestros síes. Críticas de todo tipo y condición. Buenas, malas y regulares. Impulsivas y contenidas. Graciosas y penosas. Curradas y espontáneas. Objetivas y subjetivas. Personales e impersonales. Pero todas ellas escritas con humildad, sinceridad, respeto, pasión y absoluta libertad. Sin pretender imitar a nadie ni, mucho menos, sentar cátedra. Eso jamás.

Por todo ello os quiero dar las gracias. A todos los que me leéis o me habéis leído. A los que me ofrecéis habitualmente vuestro apoyo y a los que sólo lo habéis hecho en alguna ocasión determinada. A todos los que, en definitiva, habéis aportado vuestro granito de arena para que el viejo Taylor pudiera llegar a este medio millar de críticas. Y no, no voy a decir nombres. A estas alturas ya no es necesario.

Pero dejémonos de cháchara y vayamos al lío, porque la peli se lo merece. Entre otras cosas porque si no estamos ante la mejor obra de Kurosawa, sí estamos -incuestionablemente- ante el mejor epítome cinematográfico que pudiera habernos legado el maestro nipón. Un extraordinario compendio que sintetiza en poco más de dos horas todo lo que fue capaz de aportar Kurosawa a la historia del cine. Absolutamente todo. Tanto a nivel estético como narrativo. Un verdadero festín para los sentidos -en definitiva- que incluye, por si fuera poco, una de las historias más trágicas de toda su filmografía. Magistral.

El amigo Wenders es un tipo peculiar. Su pertinaz obsesión por entremezclar esa profunda admiración por la iconografía yankee con elementos gafapastiles de genuina raigambre europea arranca en un ya lejano 1974 con “Alicia en las ciudades”. En 1977 esa irreprimible zozobra vuelve por sus fueros a través de esta peli, “El amigo americano”. Una peli que, pese a su consensuada condición de ‘film de culto’, ni me seduce, ni me fascina –y, lo que es peor- ni tan solo me convence.

Y no me convence porque “El amigo americano” no consigue despojarse en ningún momento de esa incómoda y perniciosa condición de híbrido. Como thriller no es un despropósito, pero casi. El suspense hitchcockiano brilla por su ausencia y la incipiente intriga inicial acaba diluyéndose como un azucarillo en un océano de situaciones insípidas y patéticas que rozan –vaya si no- la tomadura de pelo.

Como obra de autor el trabajo de Wenders gana algunos enteros. Porque si bien es cierto que como adaptación de la obra de Highsmith prefiero sustancialmente “A pleno sol” de Clément, reconozco que el alemán exhibe buenas maneras y demuestra que conoce su oficio en esta singular propuesta personal. Es más, salvando las distancias, algunas secuencias al más puro estilo ‘film noir’ y la inquietante musiquilla de Jurgen Knieper me remiten con cierta insistencia al “Chinatown” de Polanski. Pero solo a ratos. Por desgracia.

Un film interesante, sí. Pero sólo eso, interesante. Un seis.

La peli de Haggis es efectista y panfletaria. De eso no cabe ninguna duda. Pero... ¿acaso hay algo de malo en que así sea?.

El efectismo de Haggis persigue sorprender al espectador, espolearle, provocarle una reacción. Personalmente respeto y aplaudo dicho recurso siempre y cuando no observe en éste el menor resquicio de mala fe. De manipulación. De oportunismo. Nada tiene que ver estimular una respuesta con encauzarla ¿no?.

“En el valle de Elah” manifiesta, también, notorios indicios panfletarios. Sin embargo, cuando este afán aleccionador brota de un poderoso mensaje antibelicista, no tan sólo lo suscribo. Lo respaldo. Incondicionalmente.

Pero además de todo eso, la peli de Haggis pone sobre el tapete multitud de temas que irán surgiendo a medida que el ex-Sgto. Hank Deerfield (Tommy Lee Jones ) y la detective Sanders (Charlize Theron) vayan atando cabos. La parábola de David y Goliath -desde diferentes perspectivas- aglutinará todas esas cuestiones (el sentido del deber, el horror de la guerra, el abuso de poder, la pérdida de principios,...) desgranándolas progresiva y magistralmente. Tommy Lee Jones interpreta un papel parecido al de “No es país para viejos” aunque, a mi parecer, mucho más rico y profundo.

Un drama intenso, fecundo y demoledor.