Antonio Cuadri es un chapucero que despilfarra dinero en basura cinematográfica de gran presupuesto (Véase "La gran vida", o "El corazón de la tierra") de la misma manera que tampoco sabe dirigir modestas producciones como "La buena voz" donde son evidentes los signos de falta de medios económicos. La iluminación es un desastre, el montaje aún peor y el guión (que podía haber sido un gran film al estilo de "El tiempo que queda" (2005) de François Ozon) queda en agua de borrajas por falta de ritmo y de dramatismo que lleva a un desenlace tan cómico como, presuntamente, dramático. Los actores tiran de piloto automático, al más puro estilo de Mario Casas, para poder aguantar un corto metraje que se hace más pesado que un film de Manuel de Oliveira. Cabe destacar la inexpresividad latente de una operadísima Pilar Velázquez que es incapaz, con su rictus, de ofrecernos ninguna emoción por pequeña que sea. Biel Durán hace de él mismo como de costumbre y Jose Luis Gómez se adentra en el majestuoso mundo de la desidia interpretativa, como le ocurriera a Marlon Brando en más de la mitad de su filmografía. Cuánto tiempo y dinero desperdiciado, como de costumbre en nuestro lamentable cine español.

Ponemos en un vaso mezclador a "Forrest Gump"+"Pídele cuentas al Rey"+"Rain Man"+"Me llamo Sam"+"Slumdog Millionaire" y el resultado es esta apología barata de las igualdades y los derechos de los hombres rodada en estupendos paisajes de San Francisco y otras zonas de los magníficamente fotografiados EEUU. Es entretenida, y goza de una sensiblería "low cost" que hará las delicias de cualquier ama de casa amargada.

Miguel Ángel Vivas nos da gato por liebre en una pretenciosa peliculilla de tres al cuarto, que se supone ha arreglado en la sala de montaje empleando la técnica de la pantalla partida como si fuese el hermano tonto, venido a menos, de Richard Fleischer en "El estrangulador de Boston". El argumento de "Secuestrados" se resume en una mala línea y no da más que para un cortometraje malo y sin sentido. El film se ha rodado en 12 planos secuencia y abusando torpemente de la cámara en el cogote de unos malos actores en estado puro. Nadie salva la función de la quema, los intérpretes parecen más bien compañeros de piso que una familía en estado de pánico; mientras que los agresores gritan y balbucean con una malísima dicción castellana que mezclan con su idioma nativo (el albanés) sin subtitular. Los secundarios restantes, el amigo-novio de Manuela Vellés y el vigilante jurado de la urbanización, dan risa y rebajan el producto a la altura del betún. Los diálogos son peores que los de "Mentiras y gordas" y el único mensaje que nos dan es que Fernando Cayo tiene restos de comida en la muela, que no sorporta a su suegra, y que malcria a su hija de dieciocho años (una exageradísima y atontada Manuela Vellés). La química entre Ana Wagener (que por un momento creí que era Antonia San Juan, son clavadas) y Fernando Cayo es inexistente.
Me gustaría poder decir que es un híbrido entre "Funny Games" y "Los extraños" pero sería engañar al personal y no soy Miguel Ángel Vivas; a mí no me gusta tomar el pelo a nadie, eso es patrimonio exclusivo de la cinematografía española y de sus locos creadores.

Este aburrido y absurdo film es como todo lo que produce el mafioso de Gerardo Herrero, una auténtica basura. Para semejante entramado financiero, el lince de Gerardo ha contado con el mítico Marcelo Piñeyro, un gran cineasta en el pasado y un chapucero cuya carrera no la resucita ni Dios. Por si fuera poco, los actores hacen de ellos mismos y los diálogos parecen escritos por George W. Bush hasta las cejas de psicotrópicos. No obstante, el productor ha contado con todas las ayudas necesarias para su financiación y con esta inmundicia suma y sigue. Bravo Gerardo, vos sos Gardel.

Es una de las mejores películas españolas de los últimos años y uno de los pocos trabajos decentes del 2009 subvencionados. Merece la pena verla, tiene una calidad por encima de la media y Andrés Herrera (premi Sant Jordi al actor de reparto) está espléndido. Brandemühl no cambia de registro ni aunque lo maten, y sigue haciendo de él mismo pero con la sorpresa de que aquí encaja a perfección (quizá en su vida privada sea algo neurótico y psicótico, quién sabe). No obstante, rompo una lanza a favor de este tipo de cine hecho desde la humildad, el buen oficio, y sin alejarse de la dignidad creativa. Un 8 merecidísimo.