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Críticas de Luis Guillermo Cardona
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Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
7
17 de noviembre de 2011
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de cometer numerosas y sofisticadas fechorías, el Dr. Mabuse “enloquece” al ver que su oscuro sendero está a punto de cerrarse, y entonces, termina recluido en un hospital psiquiátrico. Pero, como a los buenos artistas el público se niega a olvidarlos (¡y él fue uno muy bueno!), los productores insistieron con el director Fritz Lang, para que lo ayudara a salir de aquel encierro y le diera la oportunidad de cometer otros desmanes por algún tiempo. Así, en compañía de Thea von Harbou, Lang bordó esta nueva historia que apuntó cuidadosamente a trascender aquella premonición que fuera “Dr. Mabuse el jugador”, para denunciar ahora con gran agudeza, el terrible peligro que se cernía sobre Alemania y sobre el mundo, con el imperio del crímen y la crueldad que venía gestando el führer Adolf Hitler.

Surge entonces ese maestro del hipnotismo, dotado ahora de la capacidad de salirse de su propio cuerpo y con una recursividad bastante estimable que asombrará, en más de una ocasión, a sus incansables perseguidores. Y es esto lo que valida, en casos como el suyo, las palabras del procurador Wenck al comienzo del libro, cuando sostiene que "un criminal no es un ser inferior, sino un hombre de impulsos elevados, estimulados por una fuerza diabólica".

Apoyado en recursos técnicos más evolucionados, Lang logra algunas afortunadas escenas de acción, y efectos visuales bastante verosímiles y debidamente ajustados a los requerimientos de la historia. Falla, hay que decirlo, al mostrar en la acción a Thomas Kent como una suerte de Flash (mediante un aceleramiento excesivo de la acción) y al usar ese tonto recurso (que no imagino como pudo proyectarse tanto en el cine de otros años… bueno, si lo imagino), de planear la muerte de los protagonistas, y luego de tenerlos en la mano, darles el tiempo necesario para que se fuguen (“Morirán dentro de tres horas”, dice aquí Mabuse al redimido Kent y a su novia Lilli, sin que medie razón alguna).

Con todo, lo que más me gusta del filme, es el comisario Lohmann (Otto Wernicke) -heredado de su anterior y exitosa "M"-, la suerte de hombre de ley que debería abundar en la vida real: equilibrado, tolerante, modesto, perspicaz, y haciendo lo suyo sin perder por nada del mundo la alegría de la vida. Pues ¿cómo ha de ser que la aplicación de la justicia se asigne a tipos maltratadores, psicópatas, torturadores, tramposos… si es precisamente a estos a los que se pretende acabar?

Terminaba este año, 1932, la gloriosa etapa alemana que llevaría al panteón de los grandes realizadores a Fritz Lang. Será siempre imperdonable que, por proteger sus vidas, los grandes y pacíficos artistas tengan que abandonar sus países, cuando ellos, más que cualquier político, son los que privilegian, y merecen, la tierra en que nacieron.
Luis Guillermo Cardona
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9
3 de octubre de 2011
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gente humilde del campo, en su mayoría, no desea otra cosa que vivir en paz con su familia y sus vecinos. Cuidar las gallinas, sembrar su huerta y tomar de la vaca la leche diaria que les ayude a levantar a sus hijos, son sus mayores aspiraciones. Envían a sus chicos a la escuela sólo porque entienden que ser iletrados conlleva algunas limitaciones, pero la mayoría se conforma con que aprendan los oficios que les ayuden a sobrevivir en comunión con la tierra, las plantas y los animales.

El campesino no entiende mucho -ni quiere saber- de política, de grupos armados, ni de guerra, y menos entiende de los afanes de poder, expropiación y destierro que animan a tantos hombres a quienes pareciera que se les ha muerto el alma. Pero, un día cualquiera, el sol que iluminaba sus tierras se tiñe de gris; por los ríos ya no corre solamente agua cristalina sino que, cada tanto, arrastra el cuerpo inerte de alguien que tomó partido o simplemente se negó a estar de lado alguno; y en las montañas, ya el viento no sopla con su característico frescor sino que trae a diario infaustas noticias que llenan de desesperanza.

Pero, en medio de tanto dolor y de tanta desazón, los niños siguen alegres aun sabiendo que no todo es perfecto. Los anima el juego, el color de los valles y de las montañas, la cercanía de sus mascotas, el afecto de sus padres… y sobre todo, la amistad.

Es en este ambiente donde transcurre la vida de Manuel, el hijo de Ernesto y Miriam para quien el fútbol tiene un gran significado, y cuyo padre siente que “la comunidad no tiene nada que ver con la cosa de 'ellos' (guerrilleros y paramilitares)”. Julián, es el amigo mayorcito que colecciona los diferentes tipos de balas que han agrietado su tierra; y Genaro, a quien ellos llaman “Poca luz”, es el niño albino a quien alguien pretende convencer –sin razón alguna- de que, por esta característica, sus perspectivas de vida serán cortas.

Resultado de una larga espera y de unas cuantas frustraciones, <<LOS COLORES DE LA MONTAÑA>>, fue para su director y guionista Carlos César Arbeláez, como aquellos bambúes que se pasan largo tiempo echando raíces, trazando direcciones y calculando la dimensión de la bóveda celeste, para luego brotar con ímpetu y esplendor... y entonces se reafirma que, lo grande y lo meritorio es casi siempre resultado de un gran esfuerzo.

Emotivas y convincentes interpretaciones de aquellos pequeños que, sin experiencia actoral alguna, lograron una naturalidad enorme. Bien, una vez más, por Hernán Méndez (el memorable cartonero de, “La Primera Noche”), como el amoroso y firme padre del pequeño Manuel; y mi aprecio por Natalia Cuéllar, la bella docente que busca devolver la esperanza de paz a los pequeños.

Estamos ante una de las más calificadas, conmovedoras y veraces historias que se hayan contado en el cine colombiano. Cualquier reconocimiento que pueda hacérsele será más que merecido.
Luis Guillermo Cardona
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7
10 de mayo de 2010
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé qué piensen ustedes pero, en lo que a mi respecta, desde chico me resultaron encantadores aquellos héroes cinematográficos marginales y arriesgados que robaban a los ricos para dárselo a los pobres. Los asaltantes de bancos -que sin hacer un disparo desocupaban las cajas fuertes- me motivaban aplausos, y todo aquel que expusiera su vida para dignificar al pueblo, se merecía un buen lugar en el rincón más agradecido de mi corazón.

Robin Hood era el prototipo, y después conocimos al Capitán Blood y al Pirata Hidalgo… hasta llegar a este Raffles en ambiente moderno quien, además de ser un famoso jugador de críquet, de cuando en cuando hurta en una galería de arte, en una ostentosa joyería o le roba a cualquier señora aristocrática algún collar que, luego, con algún necesitado hace devolver, para que, así, a éste le paguen la recompensa. Es decir, Raffles es un ladrón devolvedor. Roba con elegancia, pero de mentiritas.

Y lo que más nos gusta de Raffles es que es un galán, elegante, bien hablado, caballeroso y capaz de llevarse de maravillas hasta con el sabueso que lo persigue dispuesto a pescarlo como a un buen salmón. Entre tanto, enamora y termina haciendo su cómplice a la misma mujer que, un día, también se metiera en el corazón de Hood y hasta del mismo Blood ¿pueden creerlo?

Bueno, lo explicaré por si alguien no está al día: David Niven hace de Raffles “El ladrón aficionado” como él mismo firma sus mensajes de despedida. Y Olivia de Havilland, la enamorada de Errol Flynn en “Robin de los Bosques” y en “El Capitán Blood”, es ahora Gwen, la chica que de nuevo se gana el corazón del héroe de turno. Y para eso tiene con qué: belleza, dulzura, constancia y accesibilidad. Una dona con crema chantilly.

El filme tiene encanto, curiosas estratagemas, agudeza de ingenio y una que otra situación realmente divertida. La historia atrapa sin dificultad alguna y uno se siente bastante a gusto con un puñado de encantadores personajes. Créanme, es una película de detectives… y aquí no hay malos, todo el mundo es casi honrado. No por nada, la misma historia fue llevada al cine –en apenas 23 años- en cuatro exitosas ocasiones.
Luis Guillermo Cardona
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10
13 de diciembre de 2009
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada país tiene, de tanto en tanto, su propia crisis, y ésta es la consecuencia –entre otras cosas- de la manera como, durante largo tiempo, se ha venido manejando colectivamente, la banca, la industria, la política y el comercio en general. La explotación, los abusos, la usura, la mala administración, los productos de mala calidad, las trampillas por donde se presten… van horadando el equilibrio del universo y la crisis estalla como la necesaria sacudida que, según la Ley de Resonancia, estamos mereciendo, porque, por más que lo parezca, la impunidad no existe, y siempre el búmeran compensatorio ha de hacer su camino de retorno.

En época de crisis, los que nunca han sido honestos siguen igual, en su mayoría, porque no entienden el mensaje. Lo que les pasa –creen- se debe a otros o al simple azar, y por lo tanto, vuelven a armarse de todas las formas oscuras, que bien conocen, para enriquecerse de nuevo y para preservar lo que, quizás, todavía les queda... y la gente de bien y del común, es la que padece sus embates, sus infamias y atropellos.

Para aquellos, su rol es el de causar sufrimiento. Para el pueblo manso, es la ocasión de ejercitar su templanza, su fe, su resistencia… y a flote salen magníficos sentimientos que corroboran su grandeza humana.

La familia de, Tom Joad, es de este talante. Tras el crack de 1929, se han visto abocados, por las presiones de los terratenientes, a dejar su tierra y a marcharse con rumbo a California, donde guardan la esperanza de encontrar trabajo en la recolección de frutos. En un desvencijado camión, viajan los doce miembros de la familia. Se sienten desarraigados, pero mientras unos piensan que lo han perdido todo, otros alientan la imperdible esperanza de un futuro mejor. Se parecen a los ocupantes de La Balsa de la Medusa, el inmortal cuadro de T. Géricault, donde se refleja la crisis y la actitud que asumen los diferentes seres humanos ante ella.

Con una eficaz y realista puesta en escena que deja ver la profunda pobreza que afrontan tantísimas familias de aquella época; una fotografía que transluce a la perfección las emociones de cada instante en que se presenta el mal trato, la decepción, la ira, el inconformismo… y con un conjunto de actores que da la plena medida a cada personaje, el director John Ford, ha conseguido otra obra que permanecerá en el historial del arte cinematográfico por excelencia.

La novela homónima de ese gran escritor que fuera, John Steinbeck, es, como este filme, un grito contra la injusticia y la explotación, y es una luz de esperanza que aspira a que, un día, consigamos entender que, TODOS los seres humanos merecemos vivir con dignidad.

Henry Fonda, tiene aquí una de las mejores actuaciones de su vida y, Jane Darwell, es una Mamá que serviría de ejemplo a todas las madres del mundo.

Este es el cine que sirve al pueblo… a ese pueblo que permanecerá por siempre.

Título para Latinoamérica: VIÑAS DE IRA
Luis Guillermo Cardona
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10
6 de noviembre de 2009
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Cuan mágico es el sonido del amor cuando fluye como un río, dando incondicionalmente! ¡Cuan grande su poder cuando el bienestar del otro se convierte, por sí mismo, en mi propio bienestar! El amor es emanación, proyección, desprendimiento… es también soltar y preservar, al mismo tiempo, la separatidad y la unicidad, es decir, te dejo ser sin manipulación alguna, pero me siento uno contigo porque me importa, plenamente, tu felicidad.

Y el amor luego vuelve a mí, porque dar es igual a recibir a condición de que, el recibir, no sea lo que se espere, pues, lo que se da con un interés preclaro de compensación, con frecuencia recibe como paga la significativa y merecida decepción. El amor que se expresa en el dar por el simple gozo de fluir, es glorioso, bendito, y puedes identificarlo porque, al vivirlo o sentirlo en el ejercicio que otros hacen, te llenas de una emoción plena e inconmensurable... y es cuando se reconoce lo grande que es el Ser Humano.

<<EL APARTAMENTO>>, es una película grandiosa, precisamente porque consigue expresar a cabalidad ese amor excelso y limpio que, un modesto empleado de una compañía de seguros, siente y manifiesta por una bella ascensorista que, como él, no parece tener muy buena fortuna en el amor.

Para Baxter (un maravilloso Jack Lemmon), su apartamento -estratégicamente localizado en el 67 de la calle oeste– se ha convertido en el refugio de cuatro altos empleados de la compañía que han decidido tomarlo para desfogar allí, cada tanto, sus ímpetus amatorios. Esto le significa a Baxter, el simple expedidor de pólizas, no poder estar en, SU apartamento, cuando él quiere... en consecuencia, las trasnochadas, las salidas a la calle a deshoras, y uno que otro resfrío, se han convertido para él en algo que tiene que soportar so pena de que… bueno, ya ustedes saben como son los jefes.

Fran Kubelik, la ascensorista (una adorable Shirley MacLaine), es una chica con carácter que no está dispuesta a ser aventura pasajera… pero ha caído en las redes del jefe Sheldrake, un don Juan que no se toma en serio a nadie y que, además, es casado y tiene dos hijos... y llega el día en que, Sheldrake, sabe de lo que pasa en el apartamento de Baxter y, entonces, decide usarlo.

Comienza así, una difícil, pero radiante, febril y memorable historia de amor, donde cada personaje nos llega al alma y nos hace sentir lo maravillosa y envolvente que es la vida. El director, Billy Wilder, dotado de una sensibilidad capaz del más sutil entendimiento humano, teje una historia en la que, cada plano, cada movimiento y cada palabra, confluyen a plenitud para darnos una de las más bellas y conmovedoras historias de amor que haya alcanzado el séptimo arte.

Una obra maestra.

Título para Latinoamérica: PISO DE SOLTERO
Luis Guillermo Cardona
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