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Críticas de Sergio Berbel
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Críticas 839
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
30 de diciembre de 2021
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A “La luz prodigiosa” le falta algo para llegar a ser la obra maestra que merecía haber sido o, mejor dicho, le sobra algo que le impide alcanzar la trascendencia, y es el inútil, disparatado, “sanchopancista” y prescindible personaje interpretado por Kiti Mánver. Lo demás, es el sumun de la fantástica conjunción modesta para crear algo que funcionao:

1.- La propia y genial idea de la que parte su guión, adaptación cinematográfica de la novela homónima de Fernando Marías realizada por el propio autor. Una idea con la que todos hemos fantaseado alguna vez en la ciudad de Granada, con la que hemos cerrado los ojos y hemos jugado a recrear o quizás desear por encima de todas las cosas. La valentía de la propuesta es enorme, su desarrollo no tanto por una cierta tendencia a la excesiva sencillez y, en algunos momentos muy molestos para este espectador, a la innecesaria comedia. Cuanto menos conocimiento se tenga antes del visionado sobre la trama oculta de este amago de thriller, tanto mejor para el espectador.

2.- La buena dirección del cineasta andaluz Miguel Hermoso. En una filmografía modesta, brillan dos películas con luz propia: ésta de la que hablo y, muy por encima de ella, una obra maestra atemporal de la magnitud de “Fugitivas”.

3.- Su BSO original consistente en una partitura, ahí es nada y no es broma, firmada por el mejor compositor de cine de todos los tiempos: Ennio Morricone. El mismo además nos deja una preciosa canción para los créditos finales interpretada por la mismísima Dulce Pontes. Ni más ni menos.

4.- Una interesante fotografía de Carlos Suárez capaz de evocar la Granada de la Guerra Civil y la de 1980 con idéntico acierto de ambientación en ambos casos.

5.- La siempre funcional interpretación de Alfredo Landa como el jubilado de Bilbao que retorna a su Granada natal y casualmente se reencuentra con un viejo vagabundo sin capacidad para hablar que ya asistiera de niño en plena Guerra Civil después de encontrárselo milagrosamente vivo tras un fusilamiento en la Carretera de Víznar, interpretado este último por un Nino Manfredi en estado de gracia, de lejos lo mejor del film.

6.- Algunos detalles muy personales que lo acercan a mi sensibilidad íntima: no sólo las reconocibles ambientaciones granadinas que ofrece la cinta durante todo su metraje en dos épocas, sino la breve aportación interpretativa de ese buen actor y amigo de la infancia como es Mauricio Bautista, así como un brevísimo cameo de quien fuera Alcalde de Granada, José Gabriel Díaz Berbel.
Sergio Berbel
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10
29 de diciembre de 2021
0 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La flaqueza del bolchevique” es una de las cosas más importantes que le han pasado al cine de este país. Por dos motivos concurrentes, ninguno de ellos precisamente menores: la ópera prima en largometraje de ficción de Manuel Martín Cuenca (para mí, el mejor director andaluz jamás habido) y el descubrimiento al mundo de una adolescente que, desde entonces, nos encandiló para siempre y que responde al nombre humano de María Valverde, una de las más grandes actrices que hay y haya habido en nuestro cine.

Adaptando la novela homónima de Lorenzo Silva (que no he tenido la oportunidad de leer aún pero que hiervo de ganas de lograrlo), el propio novelista colaboró con Martín Cuenca en la adaptación de la misma al primer largo de ficción del cineasta andaluz. Y la historia resultante es de esas que no se olvidan jamás una vez vistas, de las que calan, perturban, desorientan, te golpean en el estómago y te hacen reflexionar.

Manuel Martín Cuenca debutó, con una valentía que quita el aliento al más lanzado, con una historia de una preciosa amistad y un amor imposible entre un ejecutivo bancario y una adolescente de bachillerato en colegio privado. La forma en la que la conoce no es sencilla precisamente y por eso impacta especialmente, porque como siempre logra Manuel Martín Cuenca en su excelsa filmografía, amaga con un thriller de inicio para culminar en un melodrama seco y profundo finalmente que te noquea. Y fue así desde los principios de su insuperable carrera como cineasta.

Pero, tanto la dirección sobria y funcional del inteligentísimo Martín Cuenca, hasta la mucho más que espléndida interpretación de ese dios llamado Luis Tosar, que eleva todo lo que toca con su mera presencia, se quedan en menos cuando aparece María Valverde, con el personaje de una adolescente con una inteligencia y una madurez mental ante la que resulta imposible no caer desarmado y rendido. Un personaje muy difícil de construir que la debutante María Valverde borda “cum laude” mucho más allá incluso de la complejidad de la “Lolita” de Nabokov. El Goya a la Actriz Revelación en la edición de 2003 debía ser y fue para ella, como no podría haber resultado de otra forma.

A su altura, en un papel maravillosamente similar, sólo está la Natalie Portman de “Beautiful Girls” de Ted Demme. Y nadie más. La película consigue ser lo que es, una obra maestra atemporal filmada en 2003, sobre todo y por encima de todo, por un guión prodigioso y por María Valverde, que levanta y eleva hasta el cielo cinematográfico un personaje profundamente complejo y lleno de matices.

Cada vez que la veo me apasiona más esta ópera prima de Manuel Martín Cuenca, que tanto se beneficia además de su selección de canciones de Extremoduro así como de la fantástica partitura original compuesta por Roque Baños, un film que nos hizo prestar atención a muchos tras un debut de esta dimensión en este genio que la historia del cine ha consagrado. El tiempo nos dio la razón y su filmografía se cuenta por obras maestras: “Malas temporadas”, “La mitad de Óscar”, “Caníbal”, “El autor” y “La hija”, ni más ni menos.
Sergio Berbel
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10
28 de diciembre de 2021
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre “La flaqueza del bolchevique” (2003, su primer largo de ficción) y su periplo buscando la esencia de Andalucía a través de aparentes thrillers como continente de profundos dramas psicológicos (“La mitad de Óscar”, “Caníbal”, “El autor”, “La hija”), en 2005, el mejor director andaluz que haya existido (para mí), nos presentaba “Malas temporadas”.

Este film es un salto adelante con tirabuzón para un cineasta que, en esa fecha, sólo contaba con una película de ficción (la citada “La flaqueza del bolchevique”) y que se tiró a la piscina del drama puro y duro a través de un conjunto de espléndidas y lúcidas historias cruzadas para radiografiar como pocas veces se ha visto en pantalla grande una serie de relatos de perdedores, de gentes nacidas con mala estrella y a las que pocas cosas pueden salirles bien. El resultado final es apoteósico, como no podría ser de otra manera estando el andaluz de por medio.

Diversos pequeños dramas cuajados de frustraciones y dolor se van entrecruzando por la vida de una colmena despiadada como es Madrid, con alguna escapada al almeriense paraíso de San José. Cada vez que Martín Cuenca y Alejandro Hernández se ponen a los mandos de un guión (como ocurre en todas las de su gira andaluza), la calidad, la profundidad y la coherencia están garantizadas en grado máximo, está vez perfectamente acunadas por la espléndida música minimalista de Pedro Barbadillo.

La cinta arranca presentándonos a un preadolescente, Gonzalo, que ha dejado en blanco un examen en el instituto. El mismo (interpretado por Gonzalo Pedrosa) decide abandonarlo todo y encerrarse en su habitación dedicado a jugar con un simulador de aviación día y noche. Su madre está desesperada sin saber qué hacer con él (espléndida como siempre Nathalie Poza) y sobrepasada por su trabajo de ayuda a la regularización de migrantes en una ONG que le depara más sinsabores que alegrías.

Por otro lado, Javier Cámara (magistral como es habitual) sale en libertad después de cumplir condena en un centro penitenciario. Debe regresar a un mundo que ha seguido sin él y sólo su pasión por el ajedrez lo mantendrá a flote. También ha dejado demasiadas cuentas pendientes sentimentales durante su vida carcelaria.

Un cubano trabaja en el tráfico ilegal de obras de arte entre su país natal y Madrid al servicio de un mafioso cubano. Su mujer, en silla de ruedas (una deslumbrante en todos los sentidos Leonor Watling), sostiene una adúltera relación sexual con el soldado de su potentado esposo. Y mucho oído para el par de temas musicales que nos regala la Watlling durante el metraje de esta obra maestra. Prodigiosos, incluida una valiente versión jazzística del inmortal “Vete” de Los Amaya.

Todos estos personajes acabarán confluyendo para consolidar uno de los mejores dramas corales de nuestro tiempo, procedente de un elegante en sus movimientos de cámara Manuel Martín Cuenca, un artista integral de nuestro tiempo con un lenguaje visual afortunadamente camaleónico en su adaptación a las necesidades de sus guiones.
Sergio Berbel
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10
25 de diciembre de 2021
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras llamar la atención sobremanera con “La flaqueza del bolchevique” y “Malas temporadas”, Manuel Martín Cuenca decidió volver (al parecer de forma definitiva) a su Andalucía natal para comenzar una gira por las distintas provincias que la forman para radiografiar el cuerpo y el alma de nuestra tierra a través de meras excusas argumentales de thriller que acaban escondiendo dramas psicológicos profundos que retratan las distintas idiosincrasias andaluzas. Tras la inicial soterrada y ventosa Almería de “La mitad de Óscar”, le llegó el turno a la gélida Granada con “Caníbal”.

Tan sólo con el plano secuencia inicial con el que arranca esta obra maestra imprescindible ya eres consciente de que estás, más que contemplando una película, dentro de una experiencia inmersiva que va a trastornarte sin remedio. A partir de ahí, vuelve ese Martín Cuenca perfectamente reconocible que idolatro, forjando inquietantes y perturbadoras historias a través de planos fijos, fueras de campo de tensión insoportable, detalles escabrosos cincelados con un primor exquisito y un silencio soterrado en torno a sus protagonistas realmente acongojante.

Planteamiento estético sobrio, árido, certero, medido, pausado, exacto, al servicio de una historia mucho más fría que la Granada de la gran nevada del 28 de Febrero de 2012, que aparece precisamente en una preciosista escena a mitad del metraje de la cinta. Todo esto para llevarnos hacia la cara criminal que esconden las personas de bien y apariencia intachable, que parece simple en su superficie pero cargada de complejidad en su alambicada estructura interna y que va evolucionando hasta el paroxismo final.

Pudiera parecer que se trata tan sólo de la historia de un sastre granadino con una dieta muy especial: come carne humana. A partir de ahí, el genial Manuel Martín Cuenca logra trenzar un thriller medido y gélido, como sus paisajes granadinos, como mero instrumento para retratar el aspecto más oscuro del granadino, como ya hiciera previamente con el almeriense en “La mitad de Óscar” y con posterioridad con el mundo de las apariencias sevillanas en “El autor” y de la opresiva Cazorla jiennense en “La hija”.

Porque Granada es una protagonista más de la historia, o quizás la gran protagonista principal del film, como marca de la casa del cine de Martín Cuenca, donde paisajes reconocibles juegan un papel protagonista junto a sus actores.

Y luego está Antonio De la Torre, y ahí se me acaban las palabras para determinar la magnitud de su interpretación. En una de esas encarnaciones antológicas que jamás pueden olvidarse después de vistas, de rostro tan árido e impenetrable como los paisajes de Sierra Nevada donde transcurre una parte de la historia. Todo el metraje de la cinta gravita sobre sus hombros y él lo sostiene a pulso conformando un caníbal tan creíble como apasionante, tan impresionante como perturbador.

Y, por último, se asoma la Semana Santa granadina, como parte de la gran fiesta cultural de Andalucía, en su tramo final. Porque entre el homenaje, el marco contextualizador y la crítica soterrada, Manuel Martín Cuenca cede parte de su elipsis conclusiva a las corporaciones nazarenas para conformar una obra maestra de visionado imprescindible, como todo lo que lleva su firma.

Que el Premio Goya a la Mejor Fotografía recayera en Pau Esteve Birba por esta película era algo mucho más que justo y necesario.
Sergio Berbel
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10
23 de diciembre de 2021
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Manuel Martín Cuenca, tras las mucho más que interesantes “La flaqueza del bolchevique” y “Malas temporadas”, decidió iniciar un periplo por Andalucía que, para mí, lo ha acabado convirtiendo en el mejor cineasta andaluz de todos los tiempos. Comenzó con “La mitad de Óscar” para hablarnos como nunca nadie antes de Almería. Después nos presentaría la Granada de “Caníbal”, la Sevilla de “El autor” y la Jaén de “La hija”, hasta el momento (ojalá complete el ciclo de ocho films de semejante dimensión a la de los cuatro ya rodados).

Lo mejor de Martín Cuenca es que sabe recoger perfectamente la esencia del pueblo que retrata y, en el caso de “La mitad de Óscar”, esa rudeza ventosa e introvertida del almeriense se plasma magistralmente en la pantalla. Estamos ante una obra maestra indiscutible, rodada prácticamente de forma íntegra en planos fijos. La cámara reposa y descansa para que sean los actores los que entren y salgan de plano de forma calmada y aún más silente.

La cinta está cargada de planos fijos insuperables, pero es obvio que destaca por derecho propio uno en el que los dos protagonistas conversan y salen y entran de plano mientras que amanece en ese preciso instante sobre la costa almeriense. Es de una belleza inenarrable que sólo pudo igualar el propio Martín Cuenca con un atardecer similar desde Las Setas sevillanas en “El autor”.

Impresiona la resonancia casi bíblica y profundamente metafórica de sus imágenes en el Cabo de Gata, como deja sin aliento la falta absoluta de partitura para su banda sonora, que tan sólo recoge las frases de su elenco actoral y el ruido constante del levante rugiendo sobre Almería, como no podría ser de otra forma.

Y todos los elementos anteriormente mencionados para contar la historia de Óscar, un silente y tímido vigilante de seguridad de las salinas del Cabo de Gata que tan sólo se relaciona con un antiguo vigilante que le lleva diariamente la comida y con su abuelo, ya en estado casi vegetal, al que visita cada día al terminar el trabajo en la residencia de la tercera edad en la que está interno.

Repentinamente, el abuelo empeora y le quedan horas de vida. Es por ello que aparece María, la hermana de Óscar, que regresa después de dos años de ausencia desde París junto con un novio francés al que ha conocido en este tiempo de ausencia. Sin embargo, algo oscuro lastra la relación entre los dos hermanos, algo que el espectador irá descubriendo poco a poco, con la calma que exige una obra maestra como lo es ésta.

Como si del Asghar Farhadi andaluz se tratase, el aparente thriller del que se reviste es lo de menos, la excusa para mostrar un terrible y desasosegante melodrama familiar enormemente trágico.

Las interpretaciones de unos fantásticos Rodrigo Sáenz de Heredia y Verónica Echegui como los dos hermanos funciona a las mil maravillas. Y ojo al pequeñísimo papel secundario de Antonio de la Torre, apenas menos de cinco minutos en pantalla, pero forjando un personaje y una situación que no vas a olvidar jamás después de vivida.
Sergio Berbel
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