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Polonia Polonia · Terrassa
Críticas de Taylor
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Críticas 702
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
15 de diciembre de 2008
46 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine -como la literatura, el teatro o la música- contiene implícito en su propio código genético un factor de seducción, de fascinación, que muy pocos directores del panorama cinematográfico actual son capaces de transmitir.

Julio Medem es, precisamente, uno de esos privilegiados cineastas que consigue enamorar a su público y que rentabiliza a la perfección esa extraordinaria facultad para engatusarlo sin piedad y sacar petróleo de cualquier historia que se le ponga entre manos. Al menos esa es la sensación que tengo cada vez que veo una peli suya. Presiento, es más, sé que me la va a meter doblada pero siempre pico y me trago sus historias con cuchillo y tenedor. Porque, vamos, quien no se sienta como un muñeco de trapo después de ver “La ardilla roja”, que hable ahora o calle para siempre. La historia no hay por dónde cogerla, pero no sé por qué extraña razón, los sortilegios de Medem siempre surten efecto y uno termina por morder el anzuelo y quedarse con cara de tonto hasta los títulos de crédito finales.

En fin, qué queréis que os diga... Me encanta que me encandilen, que me sugestionen, que jueguen conmigo. Y Medem siempre me da cancha. Nunca se me ocurriría considerarlo como un Lynch hispano (perdón, vasco), básicamente porque las diarreas mentales del norteamericano nunca pretenden conectar con el espectador, pero sí que lo considero bastante próximo a Erice o Zulueta, encantadores de serpientes de su mismo pelaje.

Una historia de amor, en suma, insólita y cautivadora que Medem nos relata a través de bellas metáforas visuales y a través de una sugestiva banda sonora cuyo único ‘pero’ estribaría en ese final, a mi entender, algo amañado. A destacar también el incuestionable feeling entre Nancho Novo y Emma mmmmm!!! Suárez.
Taylor
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5
13 de diciembre de 2008
59 de 93 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Les enfants du paradis” viene a ratificar la veracidad de ese inapelable sambenito que suele ir enquistado al cine francés y que lo tacha de plúmbeo, fatuo y melindroso. Y es que no es para menos, chicos. La peli de Marcel Carné tendrá todo el prestigio que queráis pero es un tostón de padre y señor mío.

He de reconocer que solo llegué a ver la primera parte, pero creo que cien minutos fueron más que suficientes para ganarme una parcelita en el limbo de espectadores mártires. Porque, vamos a ver: de acuerdo que la peli sea un espléndido homenaje al mundo del vaudeville; de acuerdo que los diálogos y la puesta en escena sean exquisitos; de acuerdo que ese rombo amoroso otorgue a la trama prestaciones a priori interesantes pero... ¿era necesario plasmarlo de forma tan empalagosa? ¿era necesario invertir tantos minutos en contarlo? ¿era necesario que los protagonistas fueran tan patéticos? ¿era necesario burlarse del espectador con tanta pantomima y pasarse argumento y agilidad narrativa por dónde yo me sé?...

Presiento que esta crítica va a ser salvajemente dinamitada pero si logro evitar que algún cándido espectador con una sensibilidad teatral tan cavernaria como la mía se trague este latazo, me daré por satisfecho.

P.d.: Le otorgo cinco estrellitas, y no menos, porque mis principios cinéfilos me impiden catear cualquier peli aclamada por la crítica o recomendada por Mr. Servadac. Sí, soy así de gilipollas.
Taylor
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8
11 de diciembre de 2008
94 de 134 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tal vez me equivoque, pero creo honestamente que un adecuado criterio de selección fílmica constituye un factor esencial en ese mágico proceso de forja y consolidación de corazoncitos cinéfilos.

Afortunadamente yo soy uno de esos privilegiados que, desde muy temprana edad, nutrió su pasión cinéfila a base de pelis como “La diligencia”, “La reina de África” o “Con la muerte en los talones” y que, por lo tanto, jamás hubo de tragar con Harry Potter ni con cualquiera de esas bazofias que la industria cinematográfica actual cocina para niños y adolescentes. Pero bueno, vayamos al grano. Hoy no toca hablar de diligencias, barcazas ni aeroplanos. Ni mucho menos de aprendices de brujo. Hoy toca hablar de todo un mito del celuloide: King Kong.

Tuve la oportunidad de ver la peli de Cooper & Schoedsack como mandan los cánones, en pantalla grande, sumido en la penumbra de una vieja iglesia carmelitana que mi colegio había reconvertido en sala de actos. Cada trimestre la ‘pedagogía del espectáculo’ escolar programaba una peli y, lógicamente, esa eventualidad solía ser bien acogida por la mayoría de alumnos. Recuerdo con nostalgia como los austeros bancos parroquiales castigaban nuestras tiernas rabadillas, pero cuando el potente haz de luz del proyector cercenaba las tinieblas y dejaba al trasluz las miles de motitas de polvo que flotaban en el ambiente, la algarabía inicial enmudecía súbitamente y el silencio se adueñaba de la sala. El día que pasaron “King Kong” ese silencio se prolongó más allá de lo habitual y casi podría decirse que el centenar de mocosos que abarrotábamos el auditorio caímos abducidos de inmediato por el embrujo de unos fotogramas en blanco y negro absolutamente fascinantes.

Cierto es que al margen de las siniestras imágenes de la isla de la Calavera, de la etérea sensualidad de Fay Wray y de la mítica secuencia final en el Empire State, poco más recuerdo de la peli, pero debo confesaros algo: me niego rotundamente a verla otra vez...

No me apetece para nada comprobar lo mal que ha envejecido. No me interesa en absoluto corroborar como algunas de las interpretaciones son lamentables. Me resisto a admitir que Kong no midiera realmente quince metros...

Lo siento, amigos. Me niego rotundamente a romper ese hechizo.
Taylor
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Jesus Camp: Soldados de Dios
Documental
Estados Unidos2006
7,3
3.455
Documental
8
9 de diciembre de 2008
23 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a que las encuestas vaticinaban la inapelable victoria de Barack Obama en las presidenciales yankees mucho antes de que ésta se produjera, yo no lo tenía tan claro. Fuentes más que fiables procedentes de los mismísimos EE.UU. me aseguraban que la América blanca, conservadora y profunda goza en la actualidad de un estado de salud tan envidiable que el triunfo del afroamericano no estaba tan cantado como la mayoría de medios proclamaban.

Afortunadamente, venció Obama y mis peores presentimientos quedaron en agua de borrajas. Sin embargo, ese pánico cerval regresó a mi subconsciente cuando anteayer emprendí la visión de “Jesus Camp”. El documental de Ewing & Grady no tan sólo consiguió revolverme el estómago sino que ratificó, además, el incuestionable fundamento de esos temores.

Para empezar, “Jesús Camp” expone de forma contundente y diáfana de qué manera la oligarquía del país más poderoso del mundo (con Bush a la cabeza, por supuesto) pretende inculcar entre sus ciudadanos una línea de pensamiento absolutamente definida y calculada de antemano. Una línea de pensamiento intransigente y arcaica destinada a salvaguardar su inmaculada cultura y sus sacrosantos dogmas de fe. Y eso resulta muy, pero que muy peligroso. No tan sólo porque esa escalofriante ontología evangelista esté proliferando a pasos agigantados en el país del tío Sam sino porque, tal y como expone “Jesus Camp”, ese crecimiento se está alcanzando a través de un feroz adoctrinamiento. Un adoctrinamiento estratégica y despiadadamente dirigido hacia niños de once, doce y trece años. De hecho, la comedura de coco de esos pederastas ideológicos es tan persistente e intensa que muy poco dista de la ejercida por cualquier mujaidín o por cualquier sargento instructor de milicias infantiles. Pero lo peor de todo, lo que provoca asco, vergüenza e indignación es que, a diferencia de lo que pueda suceder en Afganistán o en la República Democrática del Congo, ese fanatismo y esa intolerancia que evidencia “Jesus Camp” procede de una sociedad occidental, caucásica, económicamente desahogada y de arraigada tradición cristiana: la nuestra.
Taylor
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8
30 de noviembre de 2008
53 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay directores cuyos esbozos son verdaderas obras de arte. Leone es uno de ellos y “Por un puñado de dólares”, la prueba empírica.

No he visto “Yojimbo” ni “El último hombre”, con lo cual no pienso discutirle a nadie si el remake de Leone es mejor o peor que la peli de Kurosawa o la de Hill. Yo solo sé que “Per un pugno di dollari” es lo suficientemente genuina y original dentro de la historia del western como para no tener que avergonzarse de ninguna de sus carencias. Que las tiene, ojo.

Leone tira de fé y de talento. Apuesta por enfocar el western desde otra perspectiva, pero su confianza en Ennio y Clint no es arbitraria. Sergio sabía que podía empezar a trabajar con cuatro chavos y un pírrico guión, pero para ello necesitaba el sostén épico de la música de Morricone y el magnetismo de un nuevo mito: el hombre del poncho. El resto era asunto suyo: los primerísimos planos, los travelling, el tempo, los tintes surrealistas, la estética feísta, su particular liturgia de la violencia,... Había nacido el spaghetti-western.

Dicen que la primera vez no es siempre la mejor, pero jamás la olvidamos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Taylor
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