Denme un minuto, por favor.










Perdónenme, pero me estaba reponiendo. Acabo de salir de la sala, y aún no sé si he ido al cine o al enésimo casting de Operación Triunfo. Lo digo en serio. ¿Seguro que no era una gala de año nuevo con los concursantes vestidos de época?

¿Cuánto ha costado este despropósito? ¿Tropecientos mil millones de merkels? Pues se los podían haber ahorrado, porque para mostrar todo el rato primeros planos de gargantas haciendo gorgoritos, con el Iphone va que chuta.

Lo demás es ciertamente brillante, porque brilla por su ausencia. Ni puesta en escena, ni coreografía, ni actuaciones, ni nada de nada. No digo que sean malas, sino que sencillamento no hay.

La sensación ha sido como asistir en un teatro en primera fila a una canción interminable. Lo único de lo que me salvé es que al ser virtual me libré de los salivazos, aunque alguna vez me cubrí el rostro por si acaso.

No sé cómo será el musical, no me interesa, pero lo de las canciones es de órdago. Ni las distinguía una de otra de lo semejantes que son. Pero descubrí un truco para diferenciarlas: los pescuezos. Salto de pescuezo significaba salto en el cancionero, supongo.

Claro que esta observación mía, muy cierta como todas las que tengo, que para eso son mías, me llevó a valorar inusitadamente un logro de la ¿película?: la ambientación de época. Pero no en la pantalla, sino en mi mente. A diferencia del misericordioso Talibán, yo no estaba con Javert, sino con Charles-Henri Sanson, y al observar cada pescuezo lamentaba no tener una guillotina a mano.

El mundo laboral actual es muy raro. La gente del común prefiere un salario fijo antes que otro tipo de contrato por el triple o el cuadruple. Los puestos intermedios son gentecilla que se dedica a mandar e-mails bravucones, y si vas a hablar con ellos ni siquiera te miran a los ojos. Ya no hay empresarios, sino directivos empresariales que también son asalariados. Y encima ya ni dan la cara, si te han de largar contratan un asesino a sueldo con buenos modales con sonrisa de "What else".

Qué tiempos aquellos que Jesús Gil se cargaba entrenadores y despotricaba de jugadores con la sencilla explicación de que el club era suyo.

Cierto que George Clooney y Jesús Gil se parecen como una Nespresso a una bota de vino.

Cierto que donde George Clooney da una retahíla de excusas consoladoras prefabricadas para despedir a la peña, Jesús Gil lo resolvería con un escueto y eficaz: ¡A la puta calle!

Pero qué quieren que les diga, todo es cuestión del punto de vista y de presencia. Igual que en este caleidoscópico cuento de hadas, en el que unos verán que empieza bien y acaba mal, teniendo el prota su merecido; y otros que empieza mal y acaba bien, teniendo el prota su merecido. Incluso muchos verán solo a una mochila que viaja mucho y lleva un tipo empeñado en acompañarla.

Hasta en esta última versión del cuento me ha molado, y más con Vera Farmiga que está para fumigarla. Sobran algunas escenas de lloriqueos de recién despedidos, precio que supongo que ha tenido que pagar Reitman para que no le acusen de desalmado todas esas personas biempensantes, que velan por todos nosotros, emperradas en concienciar y adocentar a los demás con cine.

En fin, no tengo ni dea si esta película será recordada dentro de un tiempo como algo extraordinario. Claro que tampoco me importa. No sé qué diantres tiene que ver el paso del tiempo o la historia con los gustos de cada cual. A mí de pequeño no me gustaban las anchoas, y siguen sin gustarme.

Esto de hacer un homenaje me interesa tanto como el bricolaje: nada. Toda la película es como esas presentaciones de algo o alguien en la gala de los Oscar (ahora no sé, porque no veo una desde hace lustros): musiquita, un montón de imágentes y poses, y nada más. Un soberano tostón, como todas las galas. Claro que si los que votan se pirran por ir a ese somnífero evento encuentro muy natural que también voten a esto.

Aparte del recopilatorio musical de escenas y carantoñas poco más. El Deljardín jugando con su circense chucho en su apellido, mucho homenaje a lo mudo que extrañamente le deja a uno sordo, y poco más. Lo más salvable es la actriz por su cara de tragasables que hace tiempo que no veía cosa igual.

Esto de hacerle la pelota a los americanos a veces tiene réditos, hay que reconocerlo. Pero por lo visto hay que ser francés para que el populacho te haga un ídem.

Al menos nuestro Aznarín se parecía a Charlot, e hizo un sentido homenaje al Fausto de Murnau con sus pactos. Eso es jugársela. Su primo franchute sólo es un sobón que en mi caso tuvo un éxito inesperado: efectivamente, me sobé.

No ha mucho tiempo conocí a unos de esos especímenes conocidos popularmente como "pivón". Ya saben, de esas mujeres que en su ausencia los hombres despreciamos como la zorra a las uvas, y en su presencia somos perpetuos zahoríes.

El pivonazo, porque era de las superlativas, era una especie de cruce entre Angelina Jolie y Charlize Theron, pero aún más potente. No exagero. Vamos, que ni pintada en dibujo animado. Así que me comporté como todo hombre que se desprecie: perdí el oremus, el laudeamus y hasta el nostradamus. Mi cerebelo se desplazó cuatro palmos hacia abajo y los propósitos se volvieron tópicos: atarla a la pata de la cama y jamás presentársela a mi madre.

Claro que en estas situaciones normalmente la fábula se invierte: te conviertes tú en las uvas, y la zorra no es que te desprecie, ya que al contrario que el cuento sí que estás al alcance y cuando se le antoje; es que pisotea las uvas, y mágicamente en vez de vino saca fantas, que naturalmente pagas tú.

Bueno, pues esta vez no fue el caso... del todo. No sé si fue una conjunción de astros (yo creo que de Venus con Putón), pero la chica, simpatiquísima por otro lado, no sólo estaba disponible, sino predispuesta, dispuesta y a mi disposición. Vamos, que iba más lanzada que un finlandés con una jabalina en los JJOO. Oh, Oh, no podía creer en mi suerte. El Gordo de Navidad me pareció una minucia.

Camino a su nido, que imagino más visitado que el Museo del Prado, descubrí que contrariamente a los tópicos a la chica no le faltaba seso, de lo otro parecido lo llevaba escrito con letras de neón. De repente me empieza a hablar de cine, y sin yo mentarle nada suelta esta palabreja: Filmaffinity. Oh, Oh, debí pensar (recuerden: la testa descendió cuatro palmos) que esta es la mía, y se produjo esta conversación que transcribo aliteralmente:

- Ah, pues yo he escrito alguna crítica en esa página.

- (Risas)

- En serio, hace un tiempo escribí alguna chorrada y me envicié algo.

- (Más risas)

- Pero, ¿de qué te ríes?

- Jaja, es que en esa página escriben los que van de líricos de la vida, que aparte de ser un tostón contando su vida, para mí son el anticlímax y me dan miedo.

Ante mis protestas de inocencia (contradictorias con esta crítica), la chica no paraba de reír, y efectivamente el clímax se fue enfriando hasta el consabido: oye, mejor lo dejamos para otro día, ¿me llamas?

Naturalmente uno tiene su orgullo y no la he llamado jamás. O sea, que debo ser gilipollas. Pero es que cuando uno abandona el disfraz de zahorí, y vuelve la sangre a la cabeza, no sé por qué pero uno vuelve a la fábula para leer en cada uva: peligro.

Vaya rollaco he soltado, más de uno necesitará una vida para leerlo. Venga, que en el 'spoiler' hablo algo de la peli, que hay que complacer a validación.

Este requetemake o desmake (que yo qué sé, que qué sé yo, pero no es remake) de 'Un viaje alucinante' en su día me hizo gracia, y ni pienso volverla a ver ni a cambiarle la nota. No sólo porque hay que respetar los gustos de la adolescencia, que aunque uno era más gilipollas también había cierta puridad.

El otro motivo de por qué no hay que cambiar la nota es éste: todo lo visto antes de la 1ª votación filmaffinitera (en mi caso 2006) y no revisitado, no está afectado por el chip FA.

Si te han inyectado este peligrosísimo chip es fácil de descubrir por sus síntomas:

• Empieza la película y a los cinco minutos el chip ya te pone un listón: 6, tal vez 7.
• Si te va gustando el chip salta a 7 u 8, no más. Lo frenas con intención. aún es pronto.
• Si va pasando el tiempo y no ocurre nada especial, el chip va deslizándose lentamente: 6, 5,5, 5, 4,5...
• Si de repente hay algo que te disgusta, el chip se desploma a 2 o 3. No lo frenas, que se levante solito esta vez.
• Esperas el final para ajustar la nota. Es absurdo pero a veces piensas más el final por la nota final que por el final en sí mismo. "Como no me guste el final le clavo un 3" te susurra el maldito chip.
• Cualidad extrañísima del chip: se repite. Como el ajo, sí. Al cabo de unas horas o días el chip te avisa de un cambio de puntuación por el regusto, bueno o malo, que te ha dejado.

Sí, es un chip prodigioso. Pero con una excepción: si es una obra maestra el chip no funciona. O mejor dicho: si funciona es que no es una obra maestra.