La llegada de los muebles y objetos heredados de sus padres, hace que una mujer altere el comportamiento y empiece a mostrar desequilibrios y actitudes pueriles ante el desconcierto del marido.

Escrita por Saura, junto a Azcona y Geraldine Chaplin, los objetos del pasado son manejados como elementos invasores que van ocupando el espacio de los actuales y haciendo que la pareja protagonista detenga su opulenta vida para dedicarse a juegos, adoptando personalidades diversas, para culminar diciéndose lo que piensan de ellos mismos y del otro.

Con una estupenda fotografía de Luis Cuadrado, es claustrofóbica pero a la postre autocomplaciente, demostrando la evidente fascinación, en aquellos años, del director por Geraldine.

Karl Malden es un ciego perspicaz y James Franciscus periodista, en una intriga donde la música de Morricone se aleja de cualquier línea melódica para subordinarse totalmente a la imagen, mientras la cámara recorre detenidamente los espacios, ocasionalmente tomando un misterioso punto de vista subjetivo.

El relato, en torno a un centro de investigación genética, se trata con cierta calma sazonado por las florituras visuales marca de la casa, una buena persecución de coches y la típica chica Argento, esta vez Catherine Spaak.

Florido thriller que dio a conocer a un ambicioso autor que rodaba en inglés con esteticista y colorista estilo visual, acompañado nada menos que por Vittorio Storaro y Ennio Morricone.

Sigue siendo tan llamativa como el atractivo y rebuscado título (sus dos siguientes trabajos fueron por la misma línea), con característicos decorados, cámara inquieta y efectista, ofreciendo una buena escena de persecución que termina girando sobre sí misma y un misterio insondable para el cual apenas hay pistas, salvo algo que ocurre al inicio, un objeto y un extraño sonido.

El guión acaba decantándose por el suspense extremo sacrificando la verosimilitud, pero todas las carencias se difuminan tras la fuerte atracción de las imágenes.

Con elaborada factura y descuidado guión, es evidente que los elementos de la historia no son ya nuevos en el cine de Argento, para una desquiciada trama sostenida a duras penas, pero que sin embargo está magistralmente realizada.

El principio es potente durante la sesión telepática, más después decae para resurgir a partir de la excelente secuencia del pianista componiendo en su casa (un observador David Hemmings que a veces parece reflejar su personaje de Blow up), entonces se entra de lleno en un arrebatador despliegue visual, con el espectacular uso de la obsesiva música.

La absorbente visita a la mansión abandonada o los asesinatos espectacularmente morbosos son puntos álgidos dirigidos mediante una depurada puesta en escena, derrochándose la gran imaginación estética de este atípico cineasta.

Lya de Putti posee ya un discutible atractivo para los cánones actuales, pero el gran Emil Jannings sigue haciendo creer en su pasión por ella, en una de sus magistrales actuaciones como un temperamental acróbata.

Con Karl Freund de operador no sorprende el marcado estilo expresionista, en las superposiciones de imágenes o angulaciones de una cámara ágil y vivaz, que ofrece magníficas tomas de las acrobacias y realismo en la ambientación de interiores, muchas veces lugares miserables, junto a una interesante progresión en secuencias que se alargan para provocar in crescendo dramático.

El cine mudo evolucionaba en la década de los veinte a pasos agigantadoa año tras año, y Varieté es una muestra de ambición técnica precursora de muchas cosas y mucho cine.