Sobre un planteamiento ridículo se desarrolla una historia ridícula en la que se mueven unas personajes ridículos; resultado: una película ridícula, infantil, impostada. Creen que han hecho una comedia, pero juro por Dios que no arrancan ni una sola ligera sonrisa.

Lo más acertado de esta película es, sin lugar a dudas, el título; porque las historias que contiene, tan insulsas y tan huecas, carecen de todo interés hasta el punto de que su mejor destino hubiera sido la papelera de los guiones fallidos que toda empresa cinematográfica debe tener bien a mano. Es decir, las historias son, efectivamente, para no ser contadas... -ni vistas, ni escuchadas...-.
Hay, justo es reconocerlo, algún momento con magia y hasta divertido (quizás la primera de las historias, la más interesante, tiene alguno de ellos), pero, en general, el ramplón resultado del producto no puede llevar a otro sitio que no sea la absoluta indiferencia y hasta el bostezo en algún caso (especialmente insustancial y aburrida es la historia de las amigas que se encuentran en un casting de actrices, historia merecedora de ser incluida en los anales del aburrimiento cinematográfico patrio).
Y dicho todo lo anterior, para no aburrir más aquí al sufrido lector de esta ridícula reseña, solo añadiremos que los personajes, las situaciones, los diálogos resultan de una impostura tan palmaria que pueden llegar a provocar irritación cutánea, ocular y hasta ovárica/testicular.

Alrededor de esta película (y de otras, que no es al caso recordar ahora) tiene uno la sensación de que será muy difícil encontrar críticas amables, positivas, bienintencionadas. Creo, además, que siendo española (y no made in USA o francesa, por ejemplo) enseguida sacamos el flagelo y nos azotamos con las severas medidas del arte de la buena comedia. También resultará irresistible el deseo de calificar la película de comedieta facilona, almibarada y predecible. Sin embargo, una directora con oficio nos demuestra que para ofrecer una buena película no hace falta mover la cámara como si tuviera el aire de san vito, abusar de efectos sonoros estridentes, actuaciones pasadas de vueltas, sorprendentes (se suponen!!) giros de guion y música atronadora y sobrecontextualixada. Basta con saber colocar la cámara, entender que el plano contraplano de toda la vida funciona a las mil maravillas cuando se hace con cordura, conocer lo que es una buena puesta en escena y una eficaz dirección de actores y, sobre, todo, tener algo que contar. Si, con estos cestos, al espectador le robas unas cuantas sonrisas y le transmites la emociones que la historia merece, entonces es que has hecho diana. Habrá otros directores (españoles y extranjeros) que nos abrumarán con su "estilo", con sus audaces movimientos de cámara, sus interpretaciones de "oscar" y una cutre "modernidad" y, vive dios, que engañarán a unos cuantos. Pero no a todos. Esta película es buena, sí; por todo lo que se ha explicado.

Una de las peores películas del casi siempre interesante Sidney Lumet. Un soporífero retrato de la corrupción policial neoyorquina y de la persecución a esta por los poderes judiciales, que ni emociona, ni engancha, ni interesa, ni na de na. Larga como un día sin pan (qué castigo, dios mío) y tediosa como una misa en latín. Personajes que parecen salidos de un frenopático (griterío a lo loco) en una trama ininteligible a la par que ridícula.

Al final, entre imploraciones al cielo para que acabe esta tortura, acaba uno por cabrearse, asombrado de la (incomprensible) capacidad de aguante del ser humano/paciente espectador.

Escribo estas líneas ciertamente avergonzado de reconocer que he sido capaz -Dios me perdone- de meterme entre pecho y espalda los 10 insufribles capítulos de esta indigesta serie.

Un culebrón de la peor estofa que, a su inicio, se disfraza de trama de enredo en torno a un hecho dramático y accidental (hasta ahí, vale; lo hemos visto mil veces: es un macguffin como tantos que puede funcionar muy bien), pero que, en menos que canta un gallo, se convierte en un melodrama de pasiones sin ton ni son. Escenas ridículas, personajes planos, diálogos imposibles y giros de guion tan acelerados y, en realidad, previsibles, que hace que todo se convierta en un insoportable culebrón. Porque eso, y no otra cosa, es este engendro: un insoportable culebrón televisivo que provoca en el sufrido espectador un impulso incontenible por romper el pinche televisor, ... qué pedo, cabrón!