Éste es un claro ejemplo de cómo se puede hacer una buena película basándose en un buen guión y dejando el peso a dos buenos intérpretes. De entrada, resulta extraño pensar que se pueda pasar una hora y media entre dos personajes encerrados en una habitación, pero a medida que pasan los minutos surgen nuevas cuestiones y situaciones realmente interesantes que mantienen el gancho hasta el final. Hay escenas que destilan gran belleza, otras están cargadas de ternura y romanticismo; hay momentos de gran tensión y otros de erotismo burbujeante. Lo grande de la película es que nunca deja de sorprender con cosas totalmente triviales y cotidianas, sin artificios. Los cuerpos perfectos de Gianecchini y Oliveira bañan la pantalla con sensualidad desbordante, y nos perdemos entre sus sinuosas curvas. La banda sonora añade un plus esencial con profundo poder emocional. Muchos se pueden sentir identificados con los personajes, pero todos podemos conmovernos con este derroche de sentimientos.

¿Quién no se ha preguntado alguna vez qué hay después de la muerte? Quizá este tema haya sido tratado de forma recurrente en todo tipo de soportes culturales de todos los países del mundo. Esta película nos desvela ese misterio a partir de una visión inocente, ingenua y antropomórfica amparada prácticamente en el esquema bíblico. Nosso Lar es la respuesta a las súplicas y creencias como paraíso celestial hecho a medida y a semejanza de los seres humanos.
En cuanto a la expresión cinematográfica, las imágenes cumplen el objetivo de introducir la serenidad y la paz del "Más Allá", y en muchas ocasiones ofrecen escenarios realmente espectaculares. Pero el desarrollo del guión, lejos de provocar curiosidad, intriga o reflexión, se queda en un producto aséptico y sin chispa, incapaz de encender ese material que tanto juego ha generado en otras obras de prestigio internacional.
No se puede esperar que la película suscite un gran debate intelectual, salvando las frases icónicas que subrayan valores clásicos como el amor o la familia. Es simplemente un entretenimiento visual, naïve y vagamente emotivo que no logra acercarse al corazón del espectador ni tocar las fibras de la filosofía.

Un comedia agridulce protagonizada por una mujer madura que intenta vencer el paso del tiempo y encontrar el norte en la nueva etapa crepuscular de su vida. Lília Cabral encarna este personaje entrañable, optimista e inocente, digno de lástima en muchas ocasiones, y de admiración ante las adversidades. Envuelta muchas veces en situaciones ridículas, provoca la risa y la ternura, ganando la complicidad del espectador. Altamente emotiva, esta cuidada película llega al corazón, y al final, conmueve. Un reto interpretativo para esta interesante actriz, y un rato entretenido sobre todo para aquellas mujeres que, pasada la cuarentena, buscan respuestas en la vida.

Otra muestra de la genialidad y maestría de Billy Wilder.
Sentía mucha curiosidad por ver cómo Wilder se desenvolvería en una comedia de los 80, y el resultado sin duda no defrauda. En la línea de sus mejores comedias, y salvando el hecho de que está en color y en el mundo ya triunfa la liberación sexual, se podría decir que ha conseguido elaborar una pieza única atemporal.
La visión de este talentoso director ofrece una particular parodia de los acontecimientos contemporáneos, incluyendo el auge del nudismo, los porros, el sexo tántrico, la inmigración mexicana... Todo ello sin perder su toque.
Lemmon y Matthau están, como siempre, formidables, y el tema del "malo hecho bueno por la fuerza" resulta divertidísimo y muy bien interpretado por ambas partes. Como en las mejores obras de artesanía, para que una película triunfe basándose prácticamente en tan sólo dos personajes, se requiere un guión excelente y una dirección notable. Además, hay múltiples detalles complementando la trama cada minuto de metraje, expuestos para el espectador atento. Y una curiosidad: antes de Tarantino en Reservoir Dogs, Wilder ya utiliza a su Señor Marrón y su Señor Blanco...
En resumen, se disfruta intensamente.

Con ilustres precedentes tratando el tema del amigo invisible, como Milo Manara, la comedia tiene un índice mínimo de originalidad y humor garantizado, siempre tratado a la brasileña, es decir, a la ligera y sin grandes pretensiones. Las situaciones provocadas por la aparición de la mujer fantasma resultan siempre divertidas por la dualidad que provocan en la trama, obligando al espectador a visionar dos películas simultáneas, la real y la imaginaria. A medida que avanza, el argumento se vuelve complejo e incluso irónico y cruel, lo que redobla el efecto cómico y recuerda, muy vagamente, a esos enredos shakespeareanos que a la vez que desatan la risa estimulan un cierto sentimiento de compasión.
En líneas generales, la producción es buena, bien cuidada, con una agradable banda sonora e interpretaciones correctas. También es cierto que en este caso, en lo que se refiere a nacionalidad, simbología, identidad, la película resulta totalmente insípida; no ofrece referencia alguna a la idiosincrasia brasileña, es un producto aséptico y neutro que bien podría encajarse en el apartado de comedia romántica estadounidense y pasar desapercibido.
En cuanto a la duración, (casi dos horas) se podría decir que el director nos sorprende dando varias vueltas de tuerca cuando parece que la historia ya no va a dar más de sí, y esa habilidad para multiplicar los momentos culminantes es una de las mejores cualidades de esta película.