Deliciosa comedia que circula entre la road movie y una particular dupla a modo de bubby movie. Tampoco faltan ribetes de picaresca y alma de feel good movie. Y es que la historia tiene mucho gancho. Destila ingenio, en particular cuando la pequeña Addie Loggins arma sus planes para salir airosa de las situaciones más peliagudas. Incluso el telón de fondo de la Gran Depresión estadounidense lejos de cubrir la cinta con una amarga pátina nostálgica le proporciona hondura y humanidad a sus personajes. Simpática y tierna. Memorable.

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Inesperada crónica sentimental, en clave femenina, de parte de la emigración española de finales de los sesenta y principios de los setenta. A ratos se impregna de tristeza, a ratos juega con la ilusión; por momentos es un retrato de un desencanto generacional, en otros no duda en abrir una ventana a la esperanza. Lo cierto es que, pese a sus altibajos narrativos, este drama se siente sincero y realista.

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Asistimos a la transmutación de la palabra pasión desde el padecimiento de la carne al arrebato de la fe. Lo hacemos reflejados en el rostro de una Maria Falconetti bendecida por el alma de Juana de Arco. Demoledora, imponente e intensa. Dreyer nos empuja con la fuerza de sus imágenes al fatalismo y la subversión, nos aterra cuando nos muestra la intransigencia dogmática del ser humano y nos hace transcender al lado espiritual de la existencia.

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Como en toda planificación de un crimen que busca ser perfecto, Branagh vuelca su experiencia en un producto que se decanta quizá en exceso por la vertiente más comercial de la industria cinematográfica. Nos envuelve esta presentación artística de lujo, tanto fuera como dentro de un croma suave y atractivo. El arranque del film trata de profundizar en el corazón de ese ser tan racional que es Monsieur Poirot. Es solo un tímido intento por ser algo más que una intriga criminal. Al igual que su predecesora, ya sea asesinato o muerte, esta cinta en realidad hiere pero no es para nada una herida mortal.

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En la búsqueda de DC por ahondar en aquellos elementos que ofrezcan un atractivo propio al producto de éxito establecido por Marvel, se agradece el tono adulto de The Batman. Duelen los golpes; dejan cicatrices a lo largo del cuerpo, bajo el traje de superhéroe. Y uno reconoce que, ante la saturación crómatica marveliana, esta paleta nocturna dominada por el claroscuro trasmite sensaciones para nada frías o distantes. Le va su atmósfera siniestra, sin que por ello se vea resentido un empaque de gran producción. Encaja aquí la reflexión sobre la venganza, pese a que no asistimos al poso emocional del nacimiento que nos llevaría desde el inocente Bruce Wayne al vengativo Batman.

Sin embargo, todo comienza a renquear con una investigación detectivesca errática, una solemnidad plúmbea, una historia de amor que no eleva la temperatura de ebullición necesaria para la pasión y, salvo cierta escena entre la confusión, el asfalto y el olor a gasolina, la película parece huraña a la hora de decantarse por la acción.

¿Qué futuro le deparará al Batman de Matt Reeves tras este reboot? Es un enigma. O, en el mejor de los casos, un acertijo cuya respuesta queda en alas de la taquilla. Es una “broma”, claro.

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