Es una buena película. La banda sonora es alucinante. Bayona firma un trabajo más que correcto. También es verdad que recursos ha tenido de sobra para hacerlo. Aunque La sociedad de la nieve merezca cada uno de los Goya que ha recibido en los distintos departamentos, su historia no me enamora, y al finalizar me sigo preguntando lo mismo que antes de comenzar el visionado: ¿qué necesidad había de contar un relato que ya nos habían contado?

Sin tanto dinero, me llegó mucho más 20.000 especies de abejas. Démosles más oportunidades, por favor, a los nuevos talentos.

Este tipo de narraciones con tono naturalista, para mi gusto, ganarían mucho más si se presentaran en un formato de hora y media de duración, ya que el ritmo lento cansa y puede llegar a aburrir.

Sin embargo, 20.000 especies de abejas acaba ganándome, por una Sofía Otero que, con tan solo nueve años, obtuvo el Oso de plata de La Berlinale a la mejor interpretación femenina, con merecimiento, y que si pudiera también ganaría el Goya; la directora la eligió tras auditar a 500 niñas y, aún así, a pesar de tanta paciencia, tuvo muchísima suerte al encontrarse con tan portentoso talento. Me gana porque necesitamos más miradas femeninas en el cine, como la de Estíbaliz Urresola Solaguren, capaces de contar historias con una inteligencia y una sensibilidad admirables. Y me gana porque...

Días mejores es naif, naif, naif. Demasiado facilona, excesivamente buen rollista y jappiflower. A pesar de eso, se deja ver, en buena parte gracias a un reparto que la salva, y del que no destacaría a Blanca Portillo, que aunque sea una actriz grande, en su papel de psicóloga me chirria (será porque soy psicólogo y le veo las carencias de guión a su personaje), pero sí a Marta Hazas y a Francesc Orella, quien me cae muy bien desde que estoy viendo Merlí. Mi consejo es que puedes verla para pasar el rato, pero si estás esperando que te ayude en tu propio proceso de duelo, no lo dudes: ve a terapia.

Hermosa película sobre la relación que surge entre tres personas de caracteres muy distintos pero que comparten ausencias y soledad. Giamatti y Randolph es muy probable que se lleven sendos merecidos Oscars. Una película que nos ayuda a romper nuestros esquemas personales de juicio sobre los demás y a darnos cuenta de que cualquiera, hasta el más inesperado, puede convertirse en un amigo. Una historia que se queda.

El olvido que seremos es una película pedagógica que, a través de la historia real de un hombre bueno, nos enseña cómo hay que ser con los demás y cómo debemos educar a nuestros hijos. Pero, más allá de eso, aburre. Si hubiera durado una hora y media en lugar de casi dos horas y media, habría sido más soportable. No hay apenas conflicto, no cuenta nada que no nos hayan contado antes. Una buena película para aprender, pero no para disfrutar.