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Críticas de Don Hantonio Manué
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Críticas 239
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
6 de abril de 2024
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me cae bien gente (¿gentuza?) como Bertrand Bonello. Alguien de la estirpe de los que no temen realizar malabarismos al borde del desastre, del exceso, si es a cambio de lograr esos hallazgos poéticos, inquietantes, cercanos a lo onírico y a la pesadilla.

Aquí aporta algo a la genealogía de Hitchcock, De Palma y Lynch, pasando por Resnais. Es decir, a esas historias de amor obsesivo y trágico que resuenan y atraviesan épocas y realidades, de amor más soñado que vivido (si es que hay diferencia alguna), en las que se da la confusión, aparecen el trauma y la idealización, el doble, el recuerdo y la identidad hechos pedazos. La imagen como engaño y manipulación, el relato que se adentra en lo gótico y romántico, con augurios de muerte y de finales desdichados.

Combinación de sci-fi distópica con reencarnaciones y existencias pasadas, drama de época sobre los convencionalismos sociales (que sería lo cercano a la base literaria, el relato de Henry James del que parte esto) y un thriller o giallo ambientado en la “jungla” de L. A. donde se hace más patente que nunca esa idea de un animal acechando a su presa... tiene como preámbulo la pantalla verde, la tecnología actual que materializa cualquier quimera, o la hoja en blanco que sirve de soporte a la escritura visual desatada del gabacho.

La “bestia”, la amenaza desconocida o presentimiento de una catástrofe inminente, son mas bien “las” bestias, que en cada momento y lugar adquieren una forma determinada, son el obstáculo para que ese amor nunca llegue a consumarse. El miedo a seguir el instinto, la mentalidad puritana de principios del siglo XX, o bien la superficialidad actual de preservar la juventud a toda costa, cirugía estética mediante, el simulacro de vida glamourosa pero transitoria y la terrorífica deriva del pensamiento “incel”, más alienados que nunca, hasta llegar a la encarnación última y definitiva; la IA, o una necesidad cada vez mayor de eliminar las emociones, las últimas y molestas trazas de una humanidad que se puede extirpar con facilidad.

La distopía hace tiempo que dejó de ser el futuro para ser el presente o incluso el pasado inmediato; crisis, pandemia, la catástrofe consumada. Librarse del peligro de sentir, abrazar lo cómodo y previsible, frente a esos sentimientos turbios que nos humanizan, pero también nos exponen al peligro, al dolor y la incertidumbre. Aquello que la tecnología desarrolla para aniquilar de una vez por todas a la bestia… no es sino la Bestia misma.

La película se llena de reiteraciones, señales, como la paloma a modo de augurio del mal, de situaciones y diálogos que se repiten cual variaciones. Las muñecas y su evolución, desde la ingenua artesanía industrial de los inicios hasta los simulacros más perfectos de seres humanos. La música, desde Madame Butterfly, Schoenberg, con su expresión no mediante la belleza estética sino mediante la visceralidad, la electrónica brutal de discoteca, los ¿karaokes televisados?… y finalmente, una sociedad incapaz de relacionarse ni de sentir sino es a través de la evocación nostálgica; tal vez lo que más duele e interpela del film.

Cambia el formato y el estilo con cada salto temporal, desde la elegancia clásica, los planos-secuencia de 1910, marcados eso sí por cierta discontinuidad y ruptura del eje, hasta la disolución futurista de los espacios, lo frío e impersonal, pasando por las pantallas partidas, video-grabaciones, cámaras de vigilancia, etc. de 2014.

La película la llevan desde luego ellos dos y les permite, por motivos obvios, bastante lucimiento interpretativo, con diálogos en distintos idiomas y un significado especial, una vez más, ahí donde reside la naturaleza del sentimiento; la mirada, inexpresiva, “de muñeca”, o bien horrorizada, que es la clave de todo, como siempre lo ha sido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Don Hantonio Manué
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2
28 de marzo de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película en la que aparece un tigre zombi y acto seguido un fulano exclama “¡es un tigre zombi!” por si no nos habíamos enterado. Y más aún, añade “¡la hostia!”, por si tampoco nos habíamos enterado de que es la hostia (se supone) ese tigre zombi. Y así con todo.

Es una película tan mala que supera mis peores expectativas y una demostración de la artificialidad, de la absoluta nadería de un director cuyos dos primeros títulos se los debió de hacer su primo. Alguien a quien el éxito y el afán de complacencia con el fenómeno fan le han hecho mucho daño, creyéndose un genio y metiéndose en cosas que le venían enormes. Aquí demuestra una incapacidad enorme para todo, una dificultad narrativa tremenda (se demora media peli en la presentación de unos personajes-cliché que no tienen ningún misterio), pero lo peor es que se debe de pensar (y se nota) que está haciendo algo grande (las comparaciones con Carpenter y Cameron… en fin, ya quisiera). Se atreve incluso a insertar como unas reflexiones filosóficas de absoluta cuchufleta y lo hace como si fueran una cosa memorable (espero que estuviera de coña, aunque no lo creo), por no hablar de ese Wagner que cuela, significativo de unas ínfulas y delirios de grandeza muy preocupantes. Y si el tema iba de héroes contra villanos sin más, con muertes crueles que aplaudir… pues sintiéndolo mucho, me importa todo un carajo.

Supuestamente es una gamberrada simpática con gente molona masacrando bichos, pero en su lugar nos encontramos con un dramón digno de la peor telenovela, que en lugar de desarrollarse en paralelo a la acción consiste en varios bloques de diálogos explicativos que dilatan el asunto hasta más allá del infinito. El flashback melodramático de la esposa, a cámara ultra-lenta, supone un alarde de intensidad que se salda con el más espantoso de los ridículos. Y despierta cierta incomodidad ese desenlace del padre y la hija por lo autobiográfico, como si el tinglado entero hubiera llevado a un exorcismo particular de Zack y su sentimiento de culpa (al menos, pese a la torpeza total, el tipo es sincero).

El humor consiste en un remedo del Flash de DC que intenta ser un alivio cómico y sólo se limita a soltar unos pseudo-chistes que mueren antes de nacer. Me quedaría con algún gag que se salva (el del paracaidista -los créditos iniciales no funcionan como presentación, muy chapucera-), con la recuperación del maquillaje para la caracterización de los monstruos… incluso el comentado cutrerío de escenarios y desenfoques varios me parecen menos graves que el desastre de escritura y lo poco o nada aprovechado que está todo, empezando por la idiosincrasia de Las Vegas, lo de la subcultura zombi… y joder, es que el plan del grupito y el sub-plan del maloso no tienen ningún sentido.

Supongo que no faltará quien defienda esto con la excusa de que es serie B, como si ahí valiera todo o hubiera que ser más indulgente por ser un supuesto “género menor”... pero me da que aquí el único zombi, creativamente hablando, es un señor llamado Zack Snyder.
Don Hantonio Manué
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9
28 de marzo de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lubitsch y su guionista utilizan un argumento poco original sobre el papel, el de un romance a tres bandas, para llevar al límite un juego del gato y del ratón, que se ubicaría entre una de sus comedias elegantes y un drama romántico sobre un amor idealizado y obsesivo que se oculta bajo el simple y abstracto nombre de "Ángel".

Quien le pone rostro a este ser angelical es una Marlene Dietrich que viene volando desde Londres hasta París para vivir una de esas historias para contar en salones; una de amor fugaz, y por eso mismo, puro, instintivo y sexual (¿Y ella cómo era, rubia, morena?)... el amor del instante presente, sin nombres, ni pasado, ni futuro, el del placer, como surgido de un sueño, el de atesorar minuciosamente cada minuto, cada segundo. Amor como fuga del tiempo, como opuesto a aquel otro, atado a las obligaciones, que vive de nostalgias, racional y económicamente estable, pero también insatisfecho. Negar la mayor, como lo hace el mayordomo que dice que hace buen tiempo... mientras afuera está lloviendo a mares.

El marido, eminente diplomático y valedor de la vieja Europa de entreguerras, con su delicada geopolítica, no tiene tiempo, porque no vive en el tiempo de los individuos sino en de la Historia, esa historia que, como la de Antonio y Cleopatra, como la de la revolución rusa, puede cambiar, modificarse tal vez por azares humanos. Y hablando de Rusia, sólo alguien como Ernst sería capaz de hacernos pasar por una gran dama a una decadente aristócrata exiliada, que sobrevive en la capital francesa como dueña de una sórdida casa de citas para gente bien, la cual solicita sus servicios para desahogar sus frustraciones, y lo hace sin que apenas nos enteremos… presentándola mediante un virtuoso plano-secuencia de aire voyeur.

Manipulador nato, creador de algo que por momentos se asemeja sospechosamente al suspense, el alemán ofrece una trama de enredos, un baile de máscaras, de personajes en la inopia que tienen muy cerca unas realidades que creen novelescas. El misterio del encuentro entre dos extraños dará paso a un duelo verbal por sostener las apariencias, apenas rotas por una melodía de piano interrumpida que se apoderará del film. Perspectivas que cambian, como una lámpara de distinto color según quien la mire. Miradas, en fin, de duda (ella al llegar al hotel), de amor (ellos junto al violinista), de temor… detalles, como que te enciendan el cigarro (el estatus social), o gags idiomáticos (el taxista listillo). Nombres, identidades, como los de ellos dos durante la guerra. Y desde luego, la gran herramienta expresiva; la elipsis, para aportar, sugerir información, a modo de broma, o todo a la vez. Un plano de un teléfono, flores tiradas en el suelo y recogidas, platos de comida sin tocar, los restos de una habitación deshecha… los puntos de inflexión del relato, que contados convencionalmente son efectistas, se vuelven sugestivos en forma de paréntesis.

Pero hay más: la ópera (Wagner, “Cavalleria rusticana”), el servicio y sus pequeñas mezquindades, una mirada que también cuenta y aporta. Muebles, espejos (incomunicación), retratos, notas y telegramas, y por supuesto, puertas, las de un palacio cual jaula dorada. Una, la que el marido debe abrir o no como prueba de fe, de amor desinteresado.
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Don Hantonio Manué
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7
28 de marzo de 2024
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Un conductor (O’Neal) que ayuda a huir a atracadores de bancos es buscado sin tregua por un detective que no se anda con medias tintas (Dern) empeñado en darle caza, y esto es todo lo que necesita Hill para levantar una película de aires melvillianos, con una trama reducida a lo esencial, sin muchos diálogo ni explicaciones, unos personajes que son puros arquetipos sin nombre.

"Driver" es un western urbano que no se molesta en disimularlo (él es un “cowboy”), es lo mismo de siempre, el mismo territorio nocturno y moralmente extraviado, de subterráneos, azoteas, hangares, apartamentos impersonales. La ley es maleable y su agente es impulsado más por una cuestión personal y de ego que por un sentido de la justicia; como en un juego o apuesta, donde tienen un papel relevante tanto las habilidades de cada uno como la acción siempre decisiva del azar.

Nuestro héroe no tuerce un solo músculo facial ni en los instantes más tensos al volante; cómo no, profesional solitario y meticuloso, sin pasado, con sus propias reglas a las que aferrarse a falta de mayores certidumbres y como manteniéndose pulcramente al margen, con una destreza casi sobrehumana en el manejo del vehículo. El policía, como doble y opuesto suyo, es engreído y verborreico, aporta algo más de humanidad al film, y el triángulo se completa con una Adjani de enigmática belleza y dudosas intenciones, cuya interpretación es igual de inexpresiva que la del héroe (o incluso más, que ya es difícil), que quizá y sólo quizá le sirva a este de redención.

A destacar la fotografía, con un color negro muy puro, sombras que ocultan rostros, una oscuridad rota por fuentes de color y luz intensa. Una estética, una mitología que sería replicada de manera muy evidente por gente como Refn y Wright. Secuencias de persecución automovilística cuidadosamente planificadas, a la antigua y física usanza, donde la única música es el sonido de los neumáticos, las sirenas de la policía, etc. o bien un discreto y algo inquietante acompañamiento musical de saxo. Buenas set-pieces; la típica del tren, el almacén laberíntico, el parking, con él destrozando el coche a conciencia (o la agresividad que le brota sólo al volante y rompe puntualmente su fachada pétrea), pero las escenas “normales” de dos o tres figuras en el plano tienen la misma elegancia de composición.
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Don Hantonio Manué
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6
28 de marzo de 2024
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es muy “Rocco y sus hermanos”. El punto de vista se centra en uno de ellos para contar una tragedia en el sentido más puro y más irónico del término, la de una familia que se ha creado su propio microcosmos moral para enfrentarse al mundo, pero que está afectada por una “maldición”, y cuanto más intentan huir de ella, radicalizándose en esa ética autodestructiva, más se hunden en la perdición.

Mientras que ellos no se enteran de nada (plano del protagonista rebotando contra las cuerdas del ring, como atrapado), te das cuenta de lo que pasa, que es bien obvio. El ambiente fraternal idílico encubre una paternidad represiva, la de quien intenta suplir frustraciones propias y cumplir metas mediante sus hijos; un padre tiránico, manipulador y autoridad incuestionable que no escucha para nada ni atiende necesidades, sólo enseña la fuerza y reprime sentimientos. La famosa técnica de la “garra”, ese ahogo y sumisión del rival, en cierto modo es un poco lo que hace el señor con sus hijos. A este se suma una madre pirada religiosa que otorga con su fe cierta cobertura a los delirios del progenitor, ayudando a asumir esa supuesta fatalidad del destino, reprimiéndose a sí misma también… parece que la película no es todo lo dura que podría ser con estas figuras, de hecho hasta se contagia ella misma de esa mirada religiosa, santificada, como de un Malick; planos en la naturaleza, de la vida familiar, del hogar… el “reencuentro” de los hermanos, por si quedaba alguna duda, es probablemente lo más excesivo y cercano al empalago.

Es en Efron, convertido en el Mickey Rourke decadente, en quien recae el peso dramático; un pobre tipo sin muchas luces, con carencias, pero que se va dando cuenta de su situación. Termina por ser una oda a los valores familiares, americana hasta la náusea, aprender a llorar si hace falta, a hablar, romper con la maldición y alcanzar una independencia personal con lo bueno de la familia y sin lo dañino. Se toman muy en serio el ¿espectáculo, deporte? de la lucha libre, que tiene una parte de clara teatralidad, de apariencias y fanfarronería, de farsa grotesca… pero también, y por lo que parece, una parte muy real, de desgaste físico, cuerpos malheridos y almas igualmente quebradas; es decir, es el escenario sin el que se entiende la vida de esta gente, de una violencia representada, pero también de otra contenida, que es peor y acaba por emerger tarde o temprano.

El tal Durkin quiere a sus personajes y muestra esos primeros tiempos, que sabes que acabarán, de inocencia, rock and roll, primeros escarceos, nostalgia de la América profunda; esto es material de un PTA o incluso de un Scorsese, con ambición visual, amago de planos-secuencia, montajes varios y fugas musicales con Rush y otros grupos de la época… pero teniendo en cuenta la crudeza de dicho material, se opta por la elipsis, mostrando las causas y las consecuencias antes que el hecho.

Y un detalle, el del boicot a los juegos olímpicos de Moscú por la guerra afgana, o un pedazo de historia y geopolítica que condiciona una vez más el devenir personal, insignificante, de la gente concreta.
Don Hantonio Manué
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