Esta película, más que una película, parece el esbozo de una película.
Interesante, sin duda, incluso atractiva, con una trama que imanta al espectador, con una fotografía gratísima y unos actores -los villanos- admirables. Pero, entre el tono semidocumental, el recurso excesivo al fragmentarismo y el abandono o insuficiencia del guion (de la familia del niño, y del propio niño, no se llegue a saber más), produce al fin una cierta frustración.
Rareza fílmica digna de verse (y de revisarse).

Indecente adaptación de la magnífica novela de Umberto Eco. Indecente por su entrega total al simplismo, al esquematismo y al convencionalismo más groseros, que presenta la Edad Media como una época totalmente dominada por la Inquisición, es decir, por un sistema de clérigos cínicos, crueles, brutales y pervertidos que usan la religión para someter y torturar sin descanso a los pobrecitos humanos que anhelan libertad.
El Sr. Jean Jacques Annaud convierte ese gran monumento literario y de erudición histórica que es "IL NOME DE LA ROSA" en un panfleto muy icónico (eso sí, con todo lujo escenográfico) contra la Iglesia medieval, donde ciertamente hubo crueldad y fanatismo, pero también mucha más espiritualidad, mucha más filosofía y refinamiento cultural que en cualquier época moderna.
Es una película hecha exclusivamente a base de clichés para complacer el gusto del público vulgar, conformado por cientos de otras películas, novelas y toda clase de libros que transmiten las mismas sórdidas memeces sobre aquellos tiempos.
Los fervientes elogios que abundan sobre ella en esta web independiente denotan en unos casos ingenuidad, pero en muchos otros esa fobia perenne al cristianismo que regüelda de satisfacción con todo aquel producto "cultural" que lo denigra.
Es sabido que Humberto Eco renegó de esta versión cinematográfica de su novela. Sin duda pagó un alto precio por su excesivo afán lucrativo al permitir una adaptación que ya debía de saber condenada de antemano a la chabacanería.

Excelente película de Polanski, de las que enganchan al espectador, o más bien lo sojuzgan, lo someten y lo ponen a prueba. Especialmente, el personaje de Sigourney no le da tregua, oscilando continuamente entre lo odioso, lo cruel, y lo tierno, lo humano (o lo fieramente humano, que diría Blas de Otero).
Todo resulta verosímil en esta historia, y sin embargo qué teatral. Y qué catártica.
Las interpretaciones, la de los tres únicos personajes, son extraordinarias.
Sólo un detalle que corregir. ¡Es falso que Schubert fuera homosexual! Lo siento por quienes militan en la causa tratando de engordar a toda costa el número de los tales, pero está perfectamente acreditado que el pobre Franz Schubert, un tipo pequeñito y poco agraciado, desahogaba su libido con meretrices, y ello le acarreó la sífilis que acabaría con su vida a los 31 años.

Por muy cristiano que uno sea, hay que reconocer que lo menos bueno, lo que desmerece en esta película, son San Pedro y San Pablo, pésimamente encarnados por sendos actoruchos impresentables y que sueltan unas alocuciones tan piadosas como banales y amerengadas. Si algo eran Simón, el hijo de Jonás, y Saulo de Tarso, eran tipos inmensamente enérgicos y fogosos, aunque tuvieran ya sus añitos cuando llegaron a Roma
El resto de la película va de lo bueno: el guion, los diálogos y los intérpretes principales (el Taylor y la Kerr), a lo excelente: la producción y puesta en escena.
En cuanto a la celebrada actuación de Ustinov, sin poner en duda su excelencia, hay que reconocer, también, que hace un Nerón demasiado ridículo y caricaturesco.
Sin duda, una gran película, perjudicada por el exceso de fervor apologético.

Una película de horror que no cabrea, no ofende ni abochorno al espectador, porque tiene un buen guion, porque está magníficamente planificada, porque los intérpretes, los cuatro enfermos psicóticos (y muy especialmente el siempre genial Jack Palance) lo hacen bien, muy bien, y porque tiene una resolución hasta cierto punto edificante. Cierto que no pasa de ser un slasher, con mucha truculencia de por medio, pero los personajes tienen entidad y los diálogos son inteligentes.