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España España · Madrid
Críticas de J C
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Críticas 76
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
18 de noviembre de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen cineastas capaces de escarbar con su cámara en lo más turbio y recóndito del ser humano. Cineastas siempre dispuestos a bajar a la arena para extraer de ella la inmundicia con mano firme y servírsela al espectador sin escatimarle un ápice de su fetidez. El chileno Pablo Larraín es uno de esos osados realizadores a quienes no les importa incomodar si con ello logran que la basura revele su abyecta condición.

El punto de partida de El club, que a estas alturas pocos ignorarán, ya es de por sí inquietante: una casa en la que conviven un grupo de sacerdotes que han sido apartados de la Iglesia por haber cometido delitos de pederastia. Un suceso fortuito precipitará los acontecimientos y provocará cambios en la apacible vida de estos curas.

Larraín decide afrontar la narración con un tono casi documental, lo que empapa la película de un realismo exacerbado que la vuelve aún más incómoda. La violencia planea sobre todo el film desde su inicio y se puede intuir con facilidad en lo que se dice y en lo que ocurre. Una obra dura, armada con sutileza pero sin buscar recodos.
J C
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6
12 de noviembre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A estas alturas de la película ya deberíamos saber, o al menos suponerlo, que la vigésimo cuarta aventura del agente 007 es en realidad la cuarta, si tenemos en cuenta que en Casino Royale el personaje creado por Ian Fleming renacía a la pantalla no sólo bajo la piel de un nuevo actor, sino como un nuevo concepto de espía o superhéroe de acción. Lo cierto es que Daniel Craig imprimía al nuevo James Bond una frialdad excesiva y un carisma que lo acercaban más a un mamporrero de tres al cuarto que al sofisticado agente secreto que alguna vez fue.

Pero también es cierto que en la tercera entrega de la nueva serie asistíamos a la progresiva “batmanización” del personaje, o a su “bournetización”, si lo comparábamos con la creación literaria de Robert Ludlum y posteriormente cinematográfica de Matt Damon. Puede que algo de responsabilidad tenga en ello la dirección de Sam Mendes, quien ha tratado de devolver al agente británico algo de su esencia primigenia sin perder de vista su renovación y actualización a los nuevos tiempos.

Hemos de decir que de lo primero algo ha conseguido, pero quizá el problema resida en que lo segundo sigue pesando mucho, tanto que en ocasiones los árboles no dejan ver demasiado el bosque, o lo que es lo mismo: que la excesiva acción no permite disfrutar mucho de la parte de la historia que más nos interesa. Al menos a quien esto escribe.

Spectre vendría a ser como la síntesis de las cuatro películas protagonizadas por Daniel Craig, y de alguna forma del propio personaje de Bond. Y tanto es así que, por un lado, tenemos una película llena de guiños cinéfilos a toda la serie, con la mirada puesta en el que fuera enemigo del espía británico en los primeros filmes: la organización Spectra. En otro orden de cosas hallamos las claves del personaje que nos han ido dando sus tres entregas precedentes, así como las ráfagas de acción trepidante que las han inundado. Y el cóctel nos deja una obra que se ve bien, con réplicas por parte de Bond que nos recuerdan sus mejores tiempos, pero que no logra trascender el más puro y básico entretenimiento.

Da la impresión de que Mendes pretende cerrar el círculo iniciado en Casino Royale, a la vez que mostrar su complicidad con los genuinos seguidores de la saga desde sus lejanos comienzos. Una complicidad que se transforma en fugaz mitomanía que no consigue ir más allá del gesto amable, discretamente resultón, y que nos deja una película correcta y entretenida sin más, alejada nuevamente de aquel glamour que tan bien le sentara al personaje en sus primeros tiempos.
J C
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7
8 de noviembre de 2015
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Supongo que a Ridley Scott le debe resultar arduo arrastrar el sanbenito de haber hecho prácticamente seguidas dos obras maestras del género de la ciencia ficción y no haber conseguido igualarlas a lo largo de su dilatada carrera. Quizá por eso intentó volver a ese género con la precuela de una de ellas y fracasó en el intento, una hazaña que, parece, pretende repetir con su otra gran película de ciencia ficción, Blade Runner. Pero lo que no hay que olvidar es que Scott no es un autor en el estricto sentido de la palabra, sino un artesano del cine con un estilo visual y estético, eso sí, poderoso, y capaz de imprimir a un buen guión un sello digamos personal.

Que nadie se engañe: la vuelta del responsable de Alien a la ciencia ficción tras la mediocre Prometheus no es equiparable a sus primeras incursiones en el género. Estamos, eso sí, ante una película muy correcta, elegantemente filmada y con un buen manejo de la trama que hace que la historia resulte interesante. Pero, del mismo modo, nos encontramos ante un film al que se le ven las costuras sin que uno tenga que escarbar demasiado: Scott ha rodado The martian con la exclusiva finalidad de entretener al respetable, aligerando a la película de cualquier carga metafísica o sombría que pudiera hacerla incómoda para un público que sólo busca entretenimiento.

En The martian todo resulta previsible, pero aun así, y éste es un mérito de Scott y del guionista, el mecanismo funciona. Y yo añadiría, para terminar, que ésta película, más que al género de la ciencia ficción, pertenece al de aventuras por lo que cuenta y, sobre todo, por cómo lo hace.
J C
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9
7 de diciembre de 2014
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Christopher Nolan ha ido construyendo una filmografía un tanto caprichosa en el sentido más literal de la palabra, pero revestida al mismo tiempo de una innegable coherencia narrativa a la que supongo que nadie ha sido ajeno. Supimos que no estábamos ante un cineasta al uso cuando nos entregó aquel soberbio experimento llamado “Memento”, pero también nos apabulló su megalomanía en la compleja “Origen”. Sin embargo, no debemos olvidar que tras esa egolatría había algo insólito, como también lo dejaba traslucir en su revisión del mundo de los superhéroes.

Justo es decir que tal mezcla de espectacularidad y maneras de autor me hacían temer que Nolan descarrilara en esta su nueva aventura cinematográfica, acaso demasiado inmerso en sus afanes megalómanos. Pero comienza “Interstellar” y su primera parte me hace pensar en autores de la ciencia-ficción clásica: un mundo que parece a punto de concluir víctima de una especie de plaga apocalíptica; una familia de granjeros; el polvo que lo impregna todo, tanto que “teníamos que colocar los vasos boca abajo”, cuenta un personaje… La cosa parecía pintar bien y poco a poco la película se va transformando en otra cosa: entran en juego los viajes espaciales, los agujeros negros… Pero enseguida me doy cuenta de que Nolan no ha querido contarnos una historia de ciencia-ficción, sino algo mucho más profundo e incluso doloroso.

No es la primera vez que un cineasta utiliza la fantasía para narrar algo diferente. Le ocurrió a Stanley Kubrick en “2001”, película con la que se ha querido comparar a “Interstellar” y que el propio Nolan cita como referente y detonante. Pero hay aquí un relato más clásico, impregnado de sentimientos más primitivos e íntimos: la relación entre un padre y una hija y las consecuencias que ciertos fenómenos (ahora sí, de ciencia-ficción) pueden tener en sus vidas. El autor de “Memento”, avezado ya en el arte de contar historias con una cámara, sabe dosificar la acción sin abusar del espectáculo y, lo que es más elogiable, pulsar los resortes adecuados para que brote la emoción cuando es menester y sin forzar un ápice la reacción del espectador.

¿Convierte esto a Christopher Nolan en un cineasta clásico? Yo diría que, si no es así, al menos le inviste de una aureola de clasicismo que lo emparenta con cineastas como Frank Kapra o John Ford. Supongo que esto se debe a que el responsable de “Batman begins” ha sido monaguillo antes que fraile, es decir, cinéfilo antes que director de cine, y en esa escuela ha tenido buenos maestros. Reconozco que “Interstellar” me ha emocionado, y cuando eso me ocurre ante una pantalla, de un modo sincero y sin sentirme manipulado, es que no hay trampa ni cartón. Tan sólo sanos y honestos propósitos.
J C
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8
7 de diciembre de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esos notarios de la condición humana llamados Jean-Pierre y Luc Dardenne, practicantes de un cine sin concesiones al artificio, dotado de una veracidad que a veces es como un puñetazo en el alma, parecen haber rizado el rizo de lo puramente anecdótico en su nueva película, yendo aún un paso más allá. Y hablo de anécdota porque la premisa de la que parten estos belgas aficionados a contar las cosas sin tapujos de ningún tipo es aparentemente sencilla: la dirección de una pequeña empresa ha decidido que para que una mujer (atención, que ha estado un tiempo de baja por depresión) siga trabajando en ella, sus compañeros deben renunciar a una paga extra de 1.000 euros.

Tan perverso punto de partida es el ‘leitmotiv’ de una especie de descenso a los infiernos, de un oscuro periplo en el que esta mujer ha de hacer todo cuanto esté en su mano para convencer a sus compañeros de que renuncien a esa paga extra para que pueda conservar su empleo. Y en este pérfido engranaje entra en juego el rostro y las maneras de una actriz llamada Marion Cotillard, poseedora de una sobriedad encomiable y de un talento indiscutible para hacer que nos la creamos. Sandra, su personaje, toma pastillas, hace sonar timbres, sufre. Sobre todo esto último, pues ha de hacer algo que la incomoda profundamente, una árida labor para la que no se siente preparada.

La cámara de los Dardenne, habituada a no fingir, sino sólo a mostrar, se coloca tan a ras de la protagonista que sentimos su angustia. Cada timbrazo suena como el denso zarpazo de una alarma. Cada paso que da es una seca interrogante: ¿serán capaces sus compañeros de renunciar a esos 1.000 euros para que ella se quede? Sigamos, pues, a Sandra por el intrincado laberinto de la condición humana porque no será fácil quedarse al margen. De eso ya se encargan Jean-Pierre y Luc Dardenne.
J C
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