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Críticas de Joan Ramirez
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Críticas 124
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
1 de mayo de 2014
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay hombres que se levantan por la mañana y se disponen a ir a trabajar. Se afeitan, desayunan, se visten y su rutina tan sólo se ve detenida unos breves instantes cuando se ven con dos corbatas en la mano tratando de decidir cuál ponerse.

A mí estas cosas no me pasan, lo mío es mucho peor. No sabía si ver una peli de romanos, o de griegos y sus civilizadas polis, o un western, o una película de ciencia ficción, o un pastiche amoroso, o un film de animación, o quizás rememorar la saga de La Guerra de las Galaxias, o si imbuirme del espíritu decimonónico de Julio Verne, si revisitar Conan el Bárbaro, Batman (con mayordomo y todo) o decantarme por los conjuros de Harry Potter.

La acrisolada solución fue ver John Carter.
Joan Ramirez
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5
18 de abril de 2014
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si a mí el reducido mundo de la gente riquísima y todo lo que les rodea me parece algo de ensueño, como de cuento de hadas, me pregunto…¿y a ellos, el mundo en general… les parecerá un estercolero? ¿Es de verdad el mundo una pura mierda del que la riqueza te protege? Si los más guapos, los más sanos, los más cultivados se juntan, procrean, se perpetúan en limitados pero sólidos lazos… ¿me verán a mí como a una rata, a mi coche como poco más que un patinete, a mi casa como una choza miserable, a los bares en los que a veces pido un bocadillo como tugurios infectos?

Nadie debería alegrarse de estar en la cúspide porque entonces es que le queda muy poco mundo por descubrir.

¡Ay, perdón, la película! Es entretenida, comercial, a ratitos incluso cómica y, sobre todo, irreal. Sí, irreal, porque ni los ricos son tan simpáticos… ¡ni usted ni yo estamos tan mal, carajo!
Joan Ramirez
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5
15 de abril de 2014
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como ya he leído en alguna de vuestras críticas, La Vida de Pi es una película demasiado pretenciosa en la elección de sus objetivos: demostrar que Dios existe, que su presencia no está reñida con los avances de la Ciencia, y que su percepción depende más de nuestra actitud que de la suya. Vamos, que podría firmar el guión el mismísimo San Agustín.

El argumento ya lo conocen ustedes de sobras: los avatares de la vida hacen que un chavalote indio se encuentre en un bote salvavidas en medio del océano en compañía de un tigre, también superviviente del naufragio que les ha puesto en esa tesitura.

Como obra, como “artefacto”, La vida de Pi no funciona porque es en sí misma una yuxtaposición de géneros demasiado dispar: a ratos es un telefilme setentero de dramas familiares y conversaciones de sobremesa; otras veces es como un spot de la teletienda, en que el actor anunciante nos vende en su propia casa cualquier producto. Después se convierte en un film de aventuras, si no clásico, bastante manido… y que, no obstante, a travesará una deriva hacia el cine fantástico en la aparición del extraño islote.

Por mi parte, les aseguro que en algunos momentos en los que la historia se sitúa en el momento presente, he temido que el indio que hace de Pi adulto y que explica su historia, mirara a cámara de repente y nos invitara a comprar un pelador de patatas automático, una colección de cuchilos o cualquier otra cosa que fuera IMPRESCINDIBLE para acompañar una vida vegetariana y su mensaje basado en la existencia de Dios. En fin… si me río es porque si la Psicología barata ya me irrita, la mística con calzador ni les cuento.

La vida de Pi se alimenta también de otro par de tópicos. Como ustedes saben de sobras, forma parte de la tradición literaria, y ya cinematográfica también, atribuir a los animales aspectos del carácter de los humanos. Las hormigas son laboriosas, las ovejas sumisas, las hurracas sombrías y tacañas, los búhos sabios, los buitres malvados… Junto al Horóscopo, esta tradición animalista es uno de los intentos más antiguos de nuestra especie por tipificar la personalidad humana, aspecto aún no resuelto de modo satisfactorio por la Psicología moderna. Pues bien, todo esto aparece en la película sin añadir nada que pueda ser revelador.

El segundo tópico al que quería referirme es el de que los niños (y también los viejos) lo tienen más fácil para que Dios responda al teléfono. Como la película misma con su sucesión de géneros, verán que el niño Pi, inquieto en lo que a la existencia de Dios se refiere, va superponiendo en su vida cuantas religiones encuentra a su paso, practicándolas todas ellas a la vez. Obviamente, resulta cómico por más que el director nos muestre la equilibrada y felicísima vida del Pi adulto multireligioso. Si las cosas fueran así, hoy hablaríamos todos esperanto y no inglés. Además, el niño inquieto por su propia experiencia de Dios suele encontrar en lar religiones más vacío que alivio, al punto en que es fácil que le cueste menos identificarse con La Fuerza y un actor que haga de maestro Jedi que con organismos pensados para el control social.

Ya ven: lo pesadita que se hace la película en su constante voluntad de venderse a sí misma provoca ganas de rebatirla.

Para acabar, les recordaré tan sólo que en 1954 Ladislao Vajda dirigió “Marcelino, pan y vino”. En el bote de su orfandad, Pablito Calvo aprendió a sobrevivir…¿gracias a su fe? No. Dios calla para todos y es real sólo para algunos.

El resto es aburrirse en el patio del colegio y comerse un Tigretón de vez en cuando.
Joan Ramirez
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5
2 de agosto de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo emocional es un aprendizaje. Mi generación aprendió a vivir con el corazón encogido viendo a Marco viajar de los Apeninos a los Andes, siempre buscando al familiar querido. Esa es, precisamente, la piedra angular del moqueo generalizado que provoca y provocó esta película: la angustia que genera la ausencia y búsqueda del ser amado, ya sea padre, madre, hijo, hermano… El presente trabajo abunda en todas las perspectivas del grado familiar que acabo de enumerar y en multitud de situaciones: bajo el agua, sobre el agua, sobre el árbol, bajo el árbol, en el camión, bajo el camión, en el hospital, bajo el hospital, en la cama y, prácticamente, bajo la cama. Es decir, se genera una especie de caleidoscopio filo-espacial que encuentra su apogeo en las escenas finales en que todos buscan a todos a la vez en el mismo espacio, como electrones enloquecidos que no dan los unos contra los otros pivotando entorno al átomo… hasta que al final se encuentren y el chispazo libere el dolor y las lágrimas del espectador menos crítico y exigente. Y conste que no anticipo nada que no ejemplifique el mismísimo cartel de la película.

Apenas puedo añadir nada que no se haya dicho ya: que la película es formalmente perfecta, es moderna y clásica a la vez, los diálogos son un poco para besugos pero están bien pergeñados, que la interpretación de Naomy Watts es perfecta, creíble e impactante como siempre, pero leo entre vuestras críticas que ella misma está hasta el gorro de que sólo le den papeles de “sufridora”… y sí… verla siempre en el mismo papel acaba por cansar. Aunque, insisto, lo hace de narices. A quien quiera más de sus lágrimas, más del dolor amargo que nace del estómago, más del desgarro que rompe y vacía, que vea “Mullholland Drive” (2001), película recomendable desde otros muchos puntos de vista. El resto es lo que habéis dicho ya: que Ewan McGregor está de pegote y que los niños pequeños son de catálogo de El Corte Inglés, aunque atención al mayor, el que interpreta el papel de Lucas. El chaval se llama Tom Holland y a mí me parece que apunta maneras.

En fin… para ir acabando: una película cobarde que no se sale de la receta ya descrita. Bayona no ha querido o no ha sabido arriesgar. Ninguna subtrama relacionada con la gente de allí mismo. Ninguna crítica a ningún poder. Una ridícula referencia al enorme egoísmo humano en la codicia por la batería de un teléfono móvil. Ni una pizca de sentido del humor que tantas veces hace de bálsamo en todo tipo de tragedias. Nada de nada, sólo un barro exquisito para tan poca chicha.
Joan Ramirez
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4
25 de marzo de 2013
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pareja de ancianos intelectuales, antes dedicados a la enseñanza de la música, vive con holgura y envidiable comodidad en su buen piso del centro de París. Y digo “buen piso” porque… bueno, al fin y al cabo, les cabe un piano de cola. Conozco muy bien a quien ha de poner la armónica en vertical. Y nada… así hasta que ella se escacharra, que es pronto.

El resto, es lo que le gusta a Haneke: fría intelectualidad y abundar en algún tabú, en este caso, enfermedad, muerte, vida privada y mujeres que se bajan las bragas. En fin, nada nuevo: ya lo hizo en “La Pianista” hace más de diez años cuando la Huppert, en un acrisolado fragmento del film, aunaba casi todos los elementos antes mencionados: la pudimos ver en la cabina de un sexshop excitándose en la aspiración profunda de los vapores emanados por un Kleenex empapado en desconocido semen. Aquí, si gustan, podrán ver a una octogenaria en bolas, con la tiritona neurodegenerativa, siendo duchada por una asistenta.

Miren, yo he visto “Amor” porque me encanta Trintignant. Por Trintignant me he tragado rollos macabeos como “Mi noche con Maud” (1969). Si a usted le gusta este actor francés, si peina usted ya canas y el galo le ha acompañado en su trayectoria de espectador, vaya a ver “Amor” y disfrute, porque, para mí, el placer se acaba ahí.

“Amor” no descubre nada. Poner a una viejecita en pantalla, hojeando su álbum de fotos y diciendo “qué bonita es la vida” me parece insultante y prácticamente me pone a reclamar el dinero de la entrada.

En fin… que al salir del cine sólo se me ocurrió un modo de exorcizar la decepción: silbar la melodía de “Un hombre y una mujer” (1966). ¡Eso sí que es amor!
Joan Ramirez
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