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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 924
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
28 de setiembre de 2020
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi autociclo a Woody Allen hoy reservaba lo mejor de lo mejor. “Match Point”, la gran obra maestra de Woody Allen, cumple 15 años y, para mí, sigue siendo la joya de la corona de su filmografía. Un asfixiante drama filosófico cargado de duras conclusiones, con la mejor estética del cine de Allen, con uno de los más grandes aciertos de casting de toda la historia del cine, con una inusual ambientación musical basada exclusivamente en óperas, con un cambio de New York por Londres que le sienta como un guante, y con una historia de misantropía, nihilismo, relativismo moral y oscuridad como ninguna otra. Y con una certera conclusión: en la vida, todo depende del azar.

Este tocar techo de Woody Allen en una de las grandes películas de mi vida se desgrana de la siguiente forma:

1.- Un drama desaforado que no permite ni la más mínima de las sonrisas, que tensa al espectador hasta límites insospechados y que no tiene piedad con sus personajes. La historia de un arribista que se deja seducir por una chica pija de la alta sociedad londinense para vivir por encima de sus posibilidades, pero que se enamora de la sensual novia del hermano de su pareja. Ello hará que todo se complique y que la tragedia reviente por las costuras marcándote para siempre de forma indeleble.

2.- Jamás las imágenes rodadas por Allen han sido más bellas. La dirección de fotografía de Remi Adefarasin es majestuosamente portentosa y el cuidado y el mimo de Woody a la hora de colocar la cámara demuestra que se tomó esta obra maestra con un interés superior al resto de su filmografía, consciente de querer entregar con ella su definitivo canto del cisne, cuestión que consigue cum laude. Perfeccionando aún más el argumento de su portentosa “Delitos y faltas”, la lleva al más difícil todavía, a la pirueta final.

3.- Pocas películas en la historia del cine habrán tenido una dirección de casting más exacta y acertada: Jonathan Rhys Meyer como el guapo joven que aspira a todo en la vida, Scarlett Johansson como la mujer absolutamente irresistible por la que es creíble tirarlo todo por la borda (junto con “Lost in traslation” de Sofia Coppola, lo mejor de su carrera), una inspiradísima Emily Mortimer excepcional como la mujer del protagonista, un fantástico Matthew Goode como su cuñado (y ojo a los fanáticos como yo de la serie Succession, porque aquí también aparece como el patriarca rico de la familia Brian Cox).… Todo funciona a la perfección en esta película que es pura magia para la historia del cine.

4.- Un Woody Allen gozosamente infiel a sí mismo en la ambientación musical de la cinta, sustituyendo el clásico jazz por música de ópera en exclusividad, subrayando el carácter de la cinta y el mensaje que se traslada al espectador como nunca antes, una ópera que suena aterradora y amenazante en manos de Allen.

5.- Un Londres bellísimo que no hace echar de menos a New York en ningún momento para una cinta con una conclusión tan terrible como certera que ya se adelanta en el excepcional prólogo de una de las mejores películas de la historia del cine: “Quien dijo que es mejor tener suerte que talento conocía la esencia de la vida”.
Sergio Berbel
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8
26 de setiembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Disparate postmoderno nihilista y ultraviolento, “El club de la lucha” cumple la friolera de 20 años. Y sentando una base previa: me parece una obra de gran estela entre la cinefilia pero menor en la filmografía de un grande del cine de la magnitud de Fincher.

No es una película fácil para reseñar, ni mucho menos para recomendar. Es agreste, desagradable, profundamente nihilista, de vocación violenta y cierta alma terrorista en su contenido, y desasosegante y perturbadora en el aspecto formal. Un destello de estilo autoral recargado y pedante porque quiere y puede serlo, porque así lo ha decidido David Fincher, capaz en su facilidad visual de crear un espacio exterior a través de un macro en una papelera o un plano secuencia desde las neuronas a la cara de su protagonista encañonado. Una película un tanto ajena a la vocación comercial pero de calidad de su autor, con una voz en off que transmite la náusea que despierta la vida en un ser humano aparentemente lúcido, y el vacío existencial imbarajable que crea un nivel de ira interior que sólo obtiene escapatoria a través de su manifestación más violenta.

Porque eso, en el fondo, es el “El club de la lucha”, una tesis doctoral sobre la violencia como respuesta a la falta de futuro, de objetivos, de estímulos, de ilusiones o de esperanza de una sociedad frustrada, alienada y sometida a la esclavitud a través del mecanismo capitalista. “Tenemos trabajos que odiamos para poder comprar cosas que no necesitamos”, grita su protagonista en un momento capital de la cinta.

Todo ello se lleva a cabo a través de un lenguaje cinematográfico apabullante y unas interpretaciones grandiosas de Brad Pitt y Edward Norton.

En tiempos de cine palomitero basado en la misma repetición de la fórmula de siempre, que desde el seno de la propia industria se dinamiten las bases es un mérito inconmensurable de David Fincher, abanderado del nihilismo (rama violenta en esta cinta) y la desorientación que preside la sociedad de nuestro tiempo.
Sergio Berbel
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9
26 de setiembre de 2020
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Junto con Michael Haneke, Lars Von Trier, Yorgos Lanthimos, Jacques Audiard y Pedro Almodóvar, Paolo Sorrentino me parece uno de los grandes nombres del cine europeo actual, un creador con un lenguaje propio y reconocible en su extremo barroquismo rococó en lo formal y su sarcasmo absoluto en el contenido.“Il divo” es puro Sorrentino, a pesar de no ser su mejor película.

Con un derroche visual barroquísimo, grandilocuente, excesivo, hedonista y egocéntrico marca de la casa, más que un biopic al uso (posiblemente el ejemplo perfecto de todo lo contrario), Sorrentino nos acerca con mucha mala leche (y un disimulado pero constatable grado menor de admiración) a la figura del oscuro y terrorífico político conservador de la democracia cristiana italiana Giulio Andreotti, político en el peor de los sentidos de la palabra, equilibrista de amistades peligrosas (mafia incluida y sin complejos) para medrar y salir indemne de todas las jugadas de ajedrez políticas trenzadas en torno a quien ocupó el poder en Italia durante demasiados años. De una filosofía política nihilista y sarcástica y sin principios morales o éticos conocidos, ni falta que le hacen.

Eso sí, la película requiere de tu atención como espectador puesto que puede perderte en muchos momentos si no eres italiano y si no conoces en profundidad la figura impresentable de esa víbora humana llamada Andreotti porque, más que un relato al uso, se trata de una colección de anécdotas, situaciones concretas y frases delirantes y ácidas de un personaje mucho más que siniestro e imagen de la peor derecha imaginable. Y ese es quizás el único pero de una película casi perfecta, su falta de hilo argumental continuo y coherente entre unos episodios y otros que van aderezando el metraje.

Pero todo ello se compensa con su música grandilocuente, la capacidad distorsionadora de la privilegiada cámara de Sorrentino (“La gran belleza” como el ejemplo perfecto de ello en el exceso, o esa otra biografía mucho más hiriente y maravillosa sobre Berlusconi titulada “Silvio (y los otros)”) y, sobre todo y muy especialmente, la antológica interpretación de su actor fetiche, el absolutamente imprescindible Toni Servillo como Andreotti, capaz de producirnos ante la cámara el mismo asco que debía derrochar en persona.

En definitiva, no siendo la mejor película del gran genio italiano, una cinta que resulta de visionado imprescindible.
Sergio Berbel
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10
24 de setiembre de 2020
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mí, la mejor película de Fincher hasta la fecha es “Zodiac”, la vuelta de tuerca definitiva al thriller de investigación, su versión más realista, fidedigna y sólida, el noir de investigación policial y periodística (aquí se suman ambas vertientes de forma simultánea) que nunca terminó en nada (no es spoiler, dado que hablamos de hechos históricos, los referentes al asesino del Zodiaco, un psicópata asesino que jamás pudo ser localizado ni procesado).

Esa es la gran virtud de la (para mí) obra maestra de Fincher y la que eleva esta película por encima de todas las de su género: que aquí no importan los resultados, ni hay giros de guión que te dejen con la boca abierta, ni se trata de encandilar al público con la sagacidad de policías y periodistas que lo resuelvan todo en el último momento, sino que estamos ante la vida misma, una amalgama de pruebas contradictorias que jamás llegaron a ningún sitio concreto.

Fincher hace un homenaje a la labor de investigación, y es en lo que centra la cinta, sin importar el resultado ni buscar el final feliz. Justo por eso siempre me fascinó desde su estreno en el cine y me sigue pareciendo la obra más madura (aunque con un extensísimo metraje, una característica-fallo de todo el cine de Fincher) de un autor tan portentoso.

Y todo ello lo lleva Fincher con una contención soberbia respecto a su ampuloso generalizado estilo: sabe disfrazarse de director setentero para otorgar un grado perfecto y absoluto de verosimilitud a una historia setentera y lo consigue además gracias a una ambientación colosal sin reparar en costes ni medios. El resultado es absolutamente magistral: vivimos una película de los 70 con estética cinematográfica de los 70. La cuadratura del círculo.

El fracaso narrado es colectivo y múltiple: la policía jamás acaba de cerrar el círculo de pruebas aunque parezca que tienen un sospechoso claro; la prensa no remata incluso recibiendo constantes cartas firmadas por el propio criminal; la sociedad parece estar confusa y acogiendo siempre el mayor grado de amarillismo posible; los que saben no hablan y los que hablan no saben… La vida misma que esconde cualquier instrucción de un delito.

Por supuesto, para un thriller de esta dimensión funcione, tiene que apoyarse en interpretaciones a la altura de las circunstancias, y vaya si las hay: un Jake Gyllenhaal soberbio en su personaje ingenuo pero persistemente obsesionado que desde su periódico sostiene el pulso de la investigación; un Robert Downey Jr. siempre eficaz como el periodista de malas costumbres al que se le encomienda la investigación, quizás interpretándose a sí mismo; un Mark Ruffalo sorprendente como el policía que nunca acaba de cerrar el caso; un John Carroll Lynch realmente inquietante; y hasta una demasiado poco aprovechada Chloë Sevigny que, en las pocas escenas en las que aparece, eleva la categoría de la película con su presencia, como ella siempre logra. Imprescindible.
Sergio Berbel
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10
24 de setiembre de 2020
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Sofía Coppola (mi única novia verdadera) derrocha a manos llenas lo que otros matarían por tener: un estilo propio y reconocible, una firma en cada uno de sus planos que los identifica como suyos al primer vistazo, un sentido estético de enorme personalidad, cuidado exquisito y encuadre académico, un sello indeleble en su cine que ha convertido a su nombre en una marca de exquisitez absoluta para el más exigente de los cinéfilos.

Eso en cuanto a la forma. Porque en lo que se refiere al fondo, igualmente tiene una forma de narrar aún más particular y aún más reconocible, lo cual tiene aún más mérito si cabe. Sofía Coppola no juzga, no saca conclusiones, no ofrece soluciones, no toma partido. Todo su cine pretende ser aséptico, equidistante, equilibrista respecto a sus personajes, para que sea el espectador el que dicte sentencia y condene o absuelva.

Su languidez y el manejo de un tempo narrativo pausado ha sido sublimado de su mano como muy pocos, más allá del dios del cine actual Paul Thomas Anderson, son capaces de sostener en un cine contemporáneo impaciente, atolondrado y nervioso.

En ambos aspectos, “La seducción” es una absoluta obra maestra dentro de su intocable filmografía: es tan ecléctica, tan equidistante, que incluso puede provocar discusión tras el visionado del film en cuanto a quién ejerce la seducción y quién es su víctima en la cinta, porque todo es maravillosamente abierto en su cine, sin juzgar ni prejuzgar a sus muy perfilados y extraordinarios personajes, dejando esa faceta al espectador siempre.

“La seducción”, dentro de una plástica pastel exquisita, barnizada por una técnica visual totalmente tenebrista con el uso exclusivo de la luz natural en todo el metraje de la cinta, tanto en sus escenas interiores como de exterior, lo cual crea un juego de sombras a la luz de las velas ciertamente aterrador y portentoso visualmente, es una historia muy oscura, sobre las fauces abiertas con dientes sanguinarios que hay dentro de cada ser humano, siempre dispuesto a manipular a los demás para conseguir sus objetivos más inconfesables.

De una forma suave y cinematográficamente expresionista pero certera, Sofía Coppola utiliza una historia de señoritas sureñas obligadas a convivir con un soldado del Norte por circunstancias concretas en plena Guerra Civil norteamericana, para fraguar toda una parábola del egoísmo y la no existencia de nada que pueda ser desinteresado en el ser humano, siempre ávido de manipular para sus más inconfesables objetivos.

Y todo es magistral en la metáfora, rodada prodigiosamente en sus escenas de interiores exclusivamente con la luz natural o de las velas, en un alarde técnico similar al de Stanley Kubrick en "Barry Lyndon".

Dicho sea de paso, en una cinta vocacionalmente coral y plagada de brillantes y talentosas actrices consagradas y recién llegadas a partes iguales, atención a la interpretación de Elle Fanning, siempre Elle Fanning, la gran seductora de la cámara de nuestro tiempo, un portento y prodigio de la naturaleza, una secundaria a la que le bastan un par de escenas ante la cámara para comerse a todo y todos sin tapujos. Sigue siendo para mí una de las promesas más inmensas que nos presagia en el futuro el mejor cine, y con la que ya se encariñó para siempre Sofía Coppola desde su lección magistral de interpretación en "Somewhere", cuando apenas era una niña.

Y si alguien piensa que exagero con esta directora prodigiosa de apellido Coppola (ni más ni menos), recuerdo que de su mano llegó aquella “Lost in traslation” que cambió el cine para siempre en 2004, así como “Las vírgenes suicidas”, “María Antonieta” o “Somewhere”, para entender la magnitud de la cineasta de la que estamos hablando. Puro cine eterno.
Sergio Berbel
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