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Argentina Argentina · santa fe
Críticas de rouse cairos
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Críticas 296
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
El arca de Noé
Argentina2007
4,4
528
Animación
6
6 de julio de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 2006 el director Juan Pablo Buscarini ya había incursionado con "El Ratón Pérez" en el territorio de la animación local y al año siguiente presentó esta película encarada de una forma muy original, que recrea en tono de comedia, con mucho humor e imaginación, las aventuras protagonizadas por los tripulantes de la mítica nave de Noé.

Basándose efectivamente en la historia bíblica, pero al compás de los mercantilizados tiempos que corren, esta arca circula impulsada por vientos novedosos. Junto a la solidaridad y el amor, planean algunas brisas incordiosas de las luchas por la sobrevivencia, que el ingenioso guión resuelve desde la comicidad.

Hay una relectura irónica de un relato bíblico que los niños reconocen y aunque el guión efectivamente se basa en "el mayor best seller de todos los tiempos", logra una sorprendente y desacartonada adaptación, con una pizca bizarra, como la simpática imagen de Dios y su fiel asistente Ángel, quienes elaboran permanentemente los mensajes destinados a los hombres con el lenguaje de los discursos publicitarios.

El eje de la trama está puesto en la surtida convivencia, animal y humana, no tan armónica pero sí agitada y generadora de divertidas situaciones. El protagonismo está centrado en las trifulcas que se suceden en todos los reinos de la creación, como las rencillas domésticas entre los hijos de Noé y las antipáticas cuñadas. Por si todo esto fuera poco, se agrega a los ya conocidos protagonistas, una pareja de pérfidos polizones fariseos, los que aportan los más graciosos episodios. Se nota en la producción de "El arca" un esfuerzo por proponer un producto digno y profesional que puede sobrellevar enormes distancias económicas y tecnológicas, a partir de la creatividad y cierta impronta local, como el animalito que habla en tono paraguayo, aportando al buen humor general.
rouse cairos
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5
26 de junio de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Amapola” es una película anómala en el cine argentino: es la ópera prima del experimentado y eximio escenógrafo Eugenio Zanetti, nacido en Córdoba (Argentina) pero que desarrolló su trayectoria artística fuera del país, ganando el Oscar en 1995 por su aporte al diseño de producción del film “Restauración”. Entonces, se da la infrecuente paradoja de un cineasta novato, que ya arribó desde otro rubro a lo más alto del oficio interdisciplinario del cine. Esto explica la coexistencia de errores y virtuosismos que son la marca constante de la película. “Amapola” es barroca por donde se la mire, sobrecargada hasta el exceso. También es rotundamente posmoderna en su mezcla a todos los niveles, entre el mundo de Shakespeare y sus registros televisivos de la historia argentina.
El film está narrado desde el punto de vista de una niña que es testigo de los cambios que se producen desde 1952 a 1982 en el Gran Hotel Amapola, ubicado a orillas del Paraná. Ella pertenece a una nutrida y bohemia familia de artistas que durante años han representado “Sueño de una noche de verano”, la comedia satírica de William Shakespeare, en donde el mundo mágico de las hadas y el mundo de los humanos se entrelazan en absurdas dificultades siempre gobernadas por el capricho del amor. Esas vicisitudes amorosas de la obra dentro de la obra, repercuten e interactúan a su vez con los personajes más allá de la representación interna.

En un cine viciado de efectos especiales, juega a favor de “Amapola” su eximia construcción artesanal (en todo lo referente a la puesta en escena); del lado contrario, tiene el contrapeso de un guión tan ambicioso que se vuelve efectista y afectado. En “Amapola”, todo es una brillante postal: el paisaje, el decorado, la arquitectura y el fastuoso vestuario de los actores. Rodada en el hotel Saint Souci (actual Museo de Arte de Tigre) que bordea el río Paraná.
Deslumbrante en lo visual, la película falla en su fluidez narrativa y solidez actoral. El film tiene saltos temporales, reconstrucción de época, despliegue de vestuario, peinados vintage, coreografias de danza y teatro pero también una serie de situaciones ridículas, bañadas de un romanticismo deformado. El ingenuo guión vacila tanto como la protagonista que va y viene en el tiempo al poseer una percepción extrasensorial del futuro. Como los años por venir son negros a nivel individual y social, ella buscará cambiar el destino. Así, lo que se rompe puede reconstruirse y mejorarse. Este derroche de optimismo y algunas pequeñas dosis de humor sólo aciertan cuando dan voz a los actores secundarios que intentan explicar a su modo la obra que representan y logran algunas sonrisas.
Las marcas temporales del argumento referidas a hechos históricos del país (la muerte de Eva Perón, el golpe militar que derroca a Illia y la guerra de Malvinas) son más que nada un dato anecdótico para enmarcar y dinamizar el relato. El film luce bastante caótico con diálogos que se cruzan del inglés al castellano y con un abuso de la empalagosa banda de sonido de Emilio Kauderer saturada de violines que cubren los silencios en el característico miedo al vacío que caracteriza a una visión barroca del mundo. Finalmente, la multitud de personajes que desfilan por la pantalla no tienen desarrollo, carnadura ni profundidad, con desniveles interpretativos y un mar de sobreactuaciones.
Queda, por lo tanto, admirar el aporte de la preciosa fotografía del suizo Ueli Steiger y el exquisito trabajo de dirección de arte, supervisado por el propio Zanetti. Un gran despliegue de producción que enriquece la forma, pero que no alcanza a justificar el contenido.
rouse cairos
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6
21 de mayo de 2014
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Muerte en Buenos Aires” está llena de sorpresas y secretos, por lo que la crítica debe moverse como en un campo minado para no revelar nada que disminuya esos efectos, aunque también es importante advertir que otra de las consignas previas sobre “descubrir al autor de un asesinato” es apenas un objetivo que da paso a otras denuncias más importantes, las que pueden ratificarse solamente si los desprevenidos no abandonan la sala hasta que se prendan las luces.
Ante todo hay que tener en cuenta que deliberadamente la película no se propone seguir las reglas del género al pie de la letra. Tironeada entre la intriga y la farsa, “Muerte en Buenos Aires” se construye como un policial políticamente incorrecto, desenfadado y bizarro, donde las insinuaciones de humor y oscuridad se alternan anárquicamente.

El film entretiene y muestra a su manera, la corrupción policial y judicial que deja -a su vez- entrever un entramado más grande, inquietante y complejo. La acción transcurre en 1989, entre los cortes de luz programados y la hiperinflación, que marcaron la bisagra entre la primavera alfonsinista y el menemismo. También incluye guiños a hechos privados posteriores que comprometieron a personajes públicos, aunque algunos casos semejantes ocurrieron bastante después.

El disparador del argumento es el asesinato de un aristócrata vinculado al ambiente gay del momento (mucho más en el clóset que el actual). Este crimen debe ser resuelto por el malpagado dúo que forman en principio el rudo inspector Chávez (el mexicano Demián Bichir) y su colaboradora, la sensual agente Dolores(Mónica Antonópolus) caracterizada como una literalmente peligrosa chica de cómic, bien armada y con muchas curvas. Pero a ellos se sumará un novato policía: El Ganso, interpretado por Chino Darín, que es el primero en llegar al lugar de los hechos. Aprovechando la apostura del inexperto aprendiz, lo convierten en carnada para encontrar un culpable en el submundo de la noche porteña. Porque el objetivo inicial será seguir al principal sospechoso, la pareja de la víctima, un refinado cantante (Carlos Casella) que realiza su show en una disco frecuentada por homosexuales y travestis. Un ambiente que se muestra más ameno que peligroso, donde suenan temas que son un homenaje a este ícono de la cultura pop argentina que fue Federico Moura, una voz de referencia para el colectivo LGBT local. Es aquí donde la formalidad de la película se explaya con una estética definida por sus contrastes de oscuridad y fucsias propios de las luces de neón ochentosas y el enigma a resolver se va diluyendo a medida que la historia vira hacia la sexualidad de los personajes y cierto tono de comedia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rouse cairos
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8
7 de abril de 2014
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo ocurre en un indeterminado tiempo futuro, no muy alejado del presente. Las primeras imágenes del film muestran un frío universo en una gran y tecnologizada urbe. Theodore, (Joaquin Phoenix), un hipocondríaco habitante de edificios vidriados, trabaja en una empresa donde escribe cartas por encargo de clientes que precisan un discurso para expresar afectos y deseos que no saben exponer, pero que pueden pagar.
El suceso que dispara la línea argumental es una curiosa adquisición del protagonista, un sistema operativo con una extraordinaria capacidad de comunicación, verbalizada por una encantadora voz femenina que dice llamarse Samantha (Scarlett Johansson), con la que va estableciendo una relación cada vez más armoniosa, hasta que ambos se enamoran.
La película aborda con intensidad la extraña historia de amor que van a mantener este hombre y una seductora voz/alma que conoce sus gustos y necesidades.

“Her” muestra las volátiles facetas del enamoramiento y se pregunta constantemente por su quintaesencia, un término actualmente casi en desuso, creado por los alquimistas para denominar la verdadera naturaleza de las cosas en su estado más puro y perfecto. En el vínculo que establecen Theodore y Samantha, la idea del amor está en la mente, en los recuerdos, en los sentimientos y sensaciones aún en la ausencia del cuerpo. Siguiendo las reglas de la estructura clásica de la película romántica, el argumento explora el costado abstracto, invisible y contradictorio de un vínculo sentimental. Parte de un argumento insólito pero su materia prima está en la mirada de uno y en la voz de otro.
El guion se vuelve filosófico al preguntarse por los límites sobre lo que es real y expone que no hace falta un cuerpo para transmitir y recibir sensaciones: todo está en la mente, en los recuerdos y sensaciones, donde el sexo interviene, pero trasciende más allá de lo físico y palpable, con la paradoja de que en el más visual de los medios se trabaje con otras sensorialidades. El oído surge como detonante del amor, casi como encuentro directo con el alma del otro, si es que por alma se entiende la risa, la manera de acariciar con las inflexiones de la voz, y ese tipo de seducción que se esparce como un perfume diferente sobre las figuras tonales.

Sostenido por una soberbia fotografía y por una magnífica banda sonora, el director nos convoca a una ceremonia de afectos verbalizados en la que consigue “carnalizar” la ausencia física de Samantha aprovechando la sedosa y sugerente dicción de Scarlett Johansson. El guión irá deparando sugerentes vueltas de tuerca para los sentimientos crecientes que alcanzan una puesta en escena riquísima en hallazgos y situaciones hondamente perturbadoras.
Alejado del malvado emperador que encarnó en “Gladiator”, Joaquin Phoenix consigue uno de los mejores papeles de su carrera, en una línea afín al personaje que hizo en “Los amantes”, de James Gray. Como contrapeso intenso de la mirada y la expresividad facial de Joaquin Phoenix, el film tiene a la voz de Scarlett Johansson, quien no sale ni un minuto en pantalla pero hace su mejor rol desde “Perdidos en Tokio”. Scarlett demuestra que no es necesario salir en pantalla para hacer un papel de peso. Por su parte, Amy Adams, a pesar de que tiene una pequeña intervención, también realiza una adorable interpretación que se cierra en un precioso plano final. Ella funciona como un complemento depresivo y femenino del introvertido Theodore.
El talentoso director y guionista Spike Jonze se mete con esa burbuja que implica el amor, la construye (y deconstruye) tan delicadamente, como un cuento de Bradbury, quien si estuviese vivo, habría disfrutado de este hermoso relato, delicado, inteligente y divertido. Una delicia en lo visual y con una banda sonora capaz de sostener esa constante poesía melancólica donde también aparecen todas las debilidades del amor y su repertorio de “pequeñas magias inútiles” (Borges dixit).
Tanto visto como un hito de la ciencia ficción romántica o un cuento futurista y conmovedor, la historia de Theodore y Samantha resulta mucho más real que la mayoría de historias de amor que abundan actualmente en la gran pantalla. Fervorosamente recomendable, “Her” está hecha con la pasta de las películas de culto.
rouse cairos
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6
7 de abril de 2014
21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un adinerado ejecutivo de apellido tradicional aparece degollado en el confortable country porteño “La Maravillosa”. Se trata de un caso policial de interés mediático, porque a su vez, la víctima estuvo hace algunos años implicada en el resonante crimen de su propia esposa en el mismo lugar, hecho por el cual terminó sobreseído, aunque las dudas sobre su culpabilidad nunca se despejaron. Para investigar acerca de lo ocurrido, el propietario de un importante diario local, recientemente adquirido por capitales extranjeros, convoca a dos de sus periodistas, uno muy experimentado y otro recién llegado a la especialidad. El nuevo directivo (interpretado por el español José Coronado) considera que su periódico podría tener más lectores de incorporarse un punto de vista femenino y literario, que sume “un plus” a los argumentos periodísticos. Con esa intención propone a Betibú, una reconocida escritora de novelas policiales (Mercedes Morán), otrora conocida como “La dama negra de la literatura argentina”, pero que actualmente permanece casi retirada del oficio. Esta propuesta le implica volver al ruedo acerca de temas sombríos que habían dejado de interesarle. Algo similar ocurre con el personaje de Brena (Fanego), un periodista de la vieja escuela que supo llevar adelante la sección Policiales hasta la llegada de Saravia (Ammann), un joven culto pero algo pedante y sin experiencia.
El curioso ensamble entre Betibú y los dos periodistas que se suman a la investigación del crimen funciona: los contactos del veterano, la energía del principiante y la imaginación con capacidad de observación de Betibú hacen del trío un complemento donde cada parte se necesita. Brena y Betibú (los más maduros) empiezan a renacer con la investigación y demuestran que no han sidos vencidos por el tiempo. Ambos tienen mucho para enseñar al más nuevo, quien comprueba cómo las nuevas tecnologías no alcanzan para lograr el objetivo y que Internet no aporta lo que archivos de papel o antiguas cintas analógicas sí pueden. Por eso, luego de algunos choques iniciales comienzan a complementarse en una relación de amistad y complicidad.
El caso se revela de una complejidad impensada, es apenas el comienzo de otros asesinatos aparentemente inconexos y que forman una red tan intrincada como inquietante.

Betibú habla de cambios sociológicos y laborales, de amistades, pactos, de poderes visibles e invisibles pero actuantes en un estado generalizado de corrupción.
El foco de las acciones se fija en la resolución de un enigma que implica descubrir una lógica de piezas faltantes que se deben completar. Todo ese trabajo se resuelve en circuitos cerrados entre muros y rejas de countries, estancias custodiadas y claustros antiguos. Pero cuando a partir de allí, se quiere salir con los descubrimientos a la calle y hacerlos públicos mediante la prensa, se da otra vuelta de tuerca. De este modo tenemos una primera parte que sigue las reglas de una novela policial tradicional, en la que lo racional es la clave para la resolución del misterio y una segunda etapa, donde, a la par que el espacio, la negritud avanza y se siente miedo, mucho miedo.

El film no se molesta en entregarnos las cosas servidas en una bandeja. Cohan entrega suficientes piezas al espectador para terminar de armar la historia y sacar conclusiones. Hacia el final, lo abarcado es mucho más grande y por lo tanto complicado de cerrar. Va en cuestión de gustos el uso de las elipsis para -en los últimos 25 minutos- resolver lo que puede aclararse de la trama, pero también allí es donde sentimos que la película nos suelta la mano, para bien o para mal.

De irreprochable factura técnica, con buena muñeca en el manejo del suspenso y el pulso narrativo, Betibú es un buen ejemplo de policial negro sostenido por buenas actuaciones y una sólida producción: un tipo de cine argentino con definido perfil industrial, popular y clásico.
rouse cairos
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