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Críticas de Joan Ramirez
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Críticas 124
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
4
16 de marzo de 2012
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Salgo del cine pensando que Hugo Cabret es la extraña fusión de Oliver Twist con McGyver. También que al parecido entre Freddy Mercury y Sasha Baron Cohen se ha sumado el inspector Clouseau para parir al guardia de la estación. Ufff… estas mezclas no me sientan bien.

Es bastante probable que el nivel moral de una sociedad venga establecido por cómo trata a sus niños. En ese sentido, aterra un poco mirar a nuestro alrededor y ver a los obesos tiranos que estamos criando en la soledad de sus videojuegos y Bollycaos. Por tanto, si coges a un niño jodido, en una época jodida, critícame ese mundo como hizo Charles Dickens, pero no me pintes un París marcado por la “joie de vivre” (aunque nieve y haga frío) y la muy próspera fuerza del vapor. De no ser así, te sale un Hugo Cabret subyugado por la piedad filial, un Petete del Mecano, un personaje tan soso e inverosímil como el niño actor que lo interpreta. No sé amigos… igual lo veo así porque soy de principios de los setenta y me crié en la estupefacta admiración por los cojones de Marco y su mono Amedio.

Como ya han dicho tantos otros críticos, a mí tampoco me parece que el guión de “La invención de Hugo” funcione. La fusión del homenaje a Méliès con la historia del niño cerrajero (también, también…) que reparaba un autómata en la nostalgia de su achicharrado padre, es demasiado osada. Son dos historias que, lejos de complementarse, se menoscaban. Así pues, me parece que la ambición le ha vuelto a jugar una mala pasada a Scorsese como ya le pasara, desde mi punto de vista, con “El Aviador” (2004), cuando la vida de Howard Hughes se le quedó en una colección de postales.

Me sabe mal porque es indiscutible que Martin Scorsese es uno de los grandes. El hombre se hace mayor y lleva un tiempo homenajeando lo que le gusta, lo que le ha marcado: que si los Rolling Stones, Howard Hughes, Méliès… y próximamente Frank Sinatra (si no me equivoco), en un biopic que tiene proyectado. Pues muy bien, pero que se busque mejores guionistas, por favor.

Un último apunte para los efectos especiales que tanto celebran algunos. Pueden ser muy “bonitos”, pero donde no hay luz natural, no hay magia, así lo siento yo. En la época en que se sitúa esta película, André Kertész andaba fotografiando París con el corazón en la mano. Escribid su nombre en el buscador de imágenes de Google y os mostrará al verdadero Hugo Cabret protegiendo un perrito con su chaqueta. Frente a la vida, echemos al apócrifo autómata al olvido.
Joan Ramirez
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2
14 de marzo de 2012
35 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
En “Moonraker” (1979), una de James Bond en la piel de Roger Moore, hay un momento en que la cámara se acerca al rostro de Richard Kiel -un actor tan enorme como poco agraciado- y este abre la boca para mostrar su dentadura de acero. Creo que el personaje se llamaba “Tiburón” y era capaz de cortar el cable de un teleférico a mordiscos, si no recuerdo mal. En “Luces Rojas” hay una escena muy similar: la cámara se acerca al personaje de De Niro la primera vez que éste sale en pantalla. Sin venir a cuento, el actor se quita las gafas de sol para enseñarnos la aterradora nebulosa de sus ojos de ciego, y se las vuelve a poner. La sala se queda indiferente y… ¡¡yo tengo una visión paranormal!! Se me aparece el mencionado Kiel y me advierte a través de sus dientes de acero de que la película va a ser muy cutre.

“Luces Rojas” es flojísima se mire como se mire y, desde mi punto de vista, lo único que merece la pena es Sigourney Weaver, que vuelve a demostrar lo gran actriz que es. Como thriller, el film no engancha al espectador; la historia anda suelta, no arranca, los personajes no adquieren suficiente entidad y la resolución de los pequeños misterios que se plantean al principio no va más allá de dejarnos con cara de palo.

En su parte de “denuncia” del fraude de lo paranormal, a Cortés le pasa lo mismo que en “Buried” cuando expone las malas prácticas de las empresas: resulta escaso e insustancial. Es más, atufa a tópico. De hecho, varios sois los que veis en este trabajo un “constructo” (por indefinible) de tópicos y pastiches mil veces vistos.

Tampoco puedo dejar de advertiros que los “sustos” de la película son realmente lamentables, encajados con calzador, apoyados por unos efectos que no van más allá del petardeo de aparatos electrónicos que explotan, bombillas que se funden, televisores que se apagan y radios que se encienden. En este punto empezaba contar cuántas filas tenía la sala para distraer el sentimiento de vergüenza ajena.

Y, al final, el inevitable “speech”, el gran mensaje de la película en boca del decadente De Niro. ¿Qué estamos dispuestos a creer, nos preguntas, Cortés?

¡A ti te lo voy a decir!

P.D. Hay que conseguir YA la dentadura de Kiel y currarse un buen exvoto. ¡Tiene poderes!
Joan Ramirez
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7
11 de marzo de 2012
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
El diseño de los setenta hoy está de moda. Ya no es ningún secreto que los diseñadores de Apple se hincharon a copiar de la línea de pequeños electrodomésticos de la casa Braun. Basta con escribir las dos marcas en el buscador de imágenes de Google para sorprenderse de su desvergüenza.

“Testigo Silencioso” hace acopio del diseño de aquellos años en que se hacían lámparas de plástico blanco y metales cromados. Si te gustan, fíjate en todas las de la sucursal bancaria, no tienen desperdicio. En esta misma línea documental, “Testigo Silencioso” es una de las últimas películas en que a un maquinorro inmenso, que escupe tarjetas de cartón agujereadas, se le llama “computadora”; y, quizás, también la última en que las cámaras de seguridad de un banco grababan en en Super 8 la mal domada virilidad de los hombres de los setenta. A Elliot Gould le viste en esta película “The Male Shop, L.T.D”, ¡poca broma!

Claro que, todo esto se ve en un segundo visionado, cuando ya se conoce la trama, que es lo mejor de la película. Abordar el film sólo por su estética y atrezzo sería un poco tonto, y más teniendo en pantalla a Elliot Gould y a Christopher Plummer. El primero interpreta a Miles Cullen, empleado de banca que combina atractivo y timidez con su capacidad para adelantar las jugadas de su malvado antagonista Plummer, atracador, maníaco sexual, asesino y un pelín sarasa.

Verán que el protagonista es aficionado al ajedrez, seguramente para acentuar su sentido de la inteligencia y la anticipación. En la segunda mitad de los setenta estaba muy de moda en los EE.UU. y fue todo un “boom” (económico, incluso), desde que Bobby Fisher consiguiera el campeonato mundial de ajedrez arrebatándoselo a los soviéticos.

La película es un thriller interesante, con sus dosis de humor e ironía: hay que fijarse en la cara de Elliot Gould cuando una periodista le pregunta si cree en Santa Claus… El film también tiene un buen ritmo que, quizás, se embarulla un poco hacia el final, presentado un desenlace un poco absurdo… pero bueno, es lo de menos.

Divertida aparición de un joven John Candy en un papel secundario. El día en que murió se acabaron de desvanecer mis esperanzas de verle interpretar algún día a Ignatius J. Reilly, papel para el que había nacido.

La banda sonora corre a cargo de Oscar Peterson, el pianista que tenía seis manos en cada dedo, y pone el toque “cool” que la película no deja de perseguir en todo momento. Hoy las máquinas ya ganan a los ajedrecistas humanos, pero aún no hay sintetizador que iguale al trío analógico que montó el gran Oscar Peterson en los setenta. Ni lo habrá.
Joan Ramirez
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9
10 de marzo de 2012
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
El “tono” de una película es su argamasa, el esqueleto que la aguanta. Si no lo pierde y está filmada con sinceridad y convicción, entonces es como una de esas sopas a las que le puedes echar de todo (o casi…), que siempre quedará bien.

El secreto de “Ruta Suicida” es que se trata de la película con menos pamplinas que he visto en muchísimo tiempo. Como dice Ben Wade, es una película de acción realmente seca. A mí, además, me parece todo un western: sin indios, ni sheriff, ni pistolas, ni whiskey, ni caballos, ni póker, ni pianistas con bombín.

Pero sí hay un grupo de rudos camioneros que viven en una pensión como si vivieran en un rancho; que trabajan para un patrón que impone su ley al margen de la del mundo; que van al baile del pueblo como si entraran en el “saloon” y acaban a puñetazos con todo el mundo; que tienen un líder malvado y despreciable muy, pero que muy a la altura del Liberty Valance de John Ford y Lee Marvin, ahora interpretado por Patrick McGoohan, al que realmente cuesta reconocer en su juventud, y que hace un papel extraordinario. Y, como en tantas películas del oeste, hay un duelo con el protagonista.

Las escenas de acción son inusitadamente trepidantes y están rodadas de narices. Sin ser un entendido, yo diría que el montaje es sublime. Por otra parte, la cámara subjetiva de los camiones es una pura locura. Es muy probable que en los diez primeros minutos de película te tengas que agarrar a la silla y se te salgan los ojos de las órbitas.

El papel protagonista de Stanley Baker –y su interpretación– quizás sea lo que menos me ha convencido, seguramente porque es el personaje que peor lo pasa y, al contrario de la corriente general, es el que más titubea (dudar siempre es sufrir). No importa: queda ampliamente compensado por el estupendo trabajo de Herbert Lom en el papel de italiano expatriado, el más sensible de la caterva que, además, se ha de llevar la peor parte del triángulo amoroso que la película también incluye. Si se le puede escuchar en versión original, mejor que mejor.

Guión inteligente, muy bien trazado, y con un giro final digno de sir Alfred que es una pequeña delicia.

En fin… al hilo de lo que decía al principio, pasen y vean esta historia de orgullo, ambición, cárcel y estigma; deseo, velocidad, sentimiento de culpa; amistad, asesinato, explotación; contubernio, perdón, justicia y muerte.

¡Casi na!
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Joan Ramirez
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7
29 de febrero de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A The Artist se llega demasiado condicionado: por los premios que ha recibido, por las monerías del perro que nos han anticipado, por el reto de enfrentarse a una película muda (en un cine), por lo bonita que nos han dicho que es…

Bueno… está claro que para sufrir en la vida, hay que mentalizarse, pero para intentar disfrutar algo, lo mejor es abstraerse. Es, precisamente, lo que yo recomendaría para ver esta película.

Si lo consigues, te encontrarás con una historia de amor… “correcta” -que es lo peor que se pude decir de estas relaciones-, con un “affaire” poco contagioso. A la salida no me pareció ver en las caras de los hombres el deseo de ser elegante como Valentin ni de lucir un esmerado bigotito. Ninguna chica ensayó el más leve movimiento que recordara al charlestón. Claro que, igual es porque algunos tenemos ya una edad. Hace muchos años, saliendo de ver “Farinelli, il Castrato” (1994), unos cuantos afrontamos la calle cantando. Y yo aún me tiré así una semana, cada día con más dedicación si cabe, sin que por ello mi voz pudiera desmentir que mi bolsa escrotal seguía en su sitio.

Como digo, “The Artist” tiene una factura demasiado buena, casi perfecta, y eso, parece mentira, pero la descafeína en algunos aspectos. Hay un momento de la película en que el bueno de George le sugiere a Peppy Miller que, si quiere ser actriz, tiene que distinguirse de las demás: y le pinta un lunar en el rostro. ¿Y quién no mejora con esa pura imperfección que atenta a la simetría?

Esta película también tiene el “problema” de querer ser demasiadas cosas. ¡Y a fe mía que lo consigue! En realidad, no deja de ser un puro experimento de nuestros días; y un homenaje a la historia del cine; y una reflexión sobre la inseguridad, el miedo paralizante a lo desconocido; un pequeño cuento de hadas y una historia de amor.

Demasiadas cosas ¿no? Así pues, puedo entender muy bien la cierta indiferencia que expresan un par de las críticas más leídas. Yo también la sentí. A veces a uno podría gustarle tener todo un zoológico en casa, pero es más sensato limitarse a pedirle a los reyes magos un discreto pomerania.
Joan Ramirez
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