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Voto de Revista Contraste:
3
Animación. Comedia. Fantástico. Infantil En una aventura trascendental, Poppy y Branch descubren que existen seis tribus de Trolls, cada una dedicada a un género musical diferente. Se distribuyen en seis reinos: funk, country, tecno, clásica, pop y rock. La Reina Bárbara y su padre, el Rey Metal, buscan erradicar los otros géneros para imponer el reinado del rock. Para salvar el mundo, Poppy, Branch y sus amigos, incluyendo a Grandullón, Chanelle, Satén, Cooper y Guy Diamante, ... [+]
6 de noviembre de 2020
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace cuatro años, la percepción que siempre habíamos tenido sobre los trolls (seres malvados, toscos, brutos y, sobre todo, sucios y maleducados) cambió radicalmente. Las aventuras de Poppy, Branch y el resto de la pandilla que nos contaba Trolls presentaban a unos personajes achuchables, que se dan abrazos sin control, ven la vida de color de rosa y cantan y bailan sin parar a ritmo del pop actual y clásico.

La historia era sencilla y entretenida y la calidad de la animación dejaba sin aliento casi más que la inagotable actividad de los protagonistas. Dispuestos a repetir el éxito cosechado y supongo que, de paso, darnos también un chute de optimismo y positividad en este año tan aciago, se estrena ahora Trolls 2: gira mundial totalmente pasada de rosca.

La trama básica tiene su gracia –la división de reinos según el tipo de música– pero, sobre esta línea argumental, no se construye nada en absoluto con un mínimo de lógica o consistencia. Lo que desfila por la pantalla y ocupa la hora y media de metraje es una electrizante sucesión de videoclips musicales, con gran despliegue de efectos de animación, una explosión de colorido cercano a la psicodelia y unos interludios de diálogos superfluos y repetitivos que acentúan la sensación de ir en una montaña rusa con destino a ninguna parte.

Lo único que podía tener algo de interés –los distintos tipos de música en versión troll– se desperdicia tontamente: lo clásico ni se oye, para el country se elige lo menos representativo y el funky, techno o reguetón se muestran solo con simples pinceladas caricaturizadas.

Se podría alegar que el público al que va dirigido, el más pequeño de la casa, no es muy exigente y no pretende convertirse en melómano. Sin embargo, si solo se perseguía tenerlo sentado un rato largo en la butaca 90 minutos, no hacía falta tanto despliegue técnico: cualquier canal televisivo de dibujos interminables podría cumplir la misma función.

Al menos, eso sí, se repite hasta la saciedad la necesidad de comprender a los demás y vivir en armonía y tolerancia. Si nos quedamos con eso, bienvenido sea.

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Revista Contraste
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