Uno de los animes más clásicos que podamos encontrar. Una de las series que más marcaron una época. Una de las obras juveniles más recordadas. Un hito de la cultura juvenil de los ochenta y noventa. Son «Los Caballeros del Zodiaco».

Ya solo diciendo el nombre te vienen a la mente imágenes de sangre, chicos melenudos y combates a vida o muerte. Siempre nos quedará la duda sobre la edad exacta de estos personajes, porque por mucho que digan en sus respectivas descripciones no hay quien se crea que Ikki tenga dieciséis años. Es lo de menos. Lo que importa es lo absolutamente heroicos que son los Caballeros. Más allá de sus habilidades físicas, es su alma cargada de nobleza y valor lo que hace de Seiya, Shiryu, Hyoga, Ikki y Shun ejemplos de vida y de muerte, referentes de humanidad y de masculinidad, líderes y machos alfa a los que no les importa llorar por un amigo, sacrificarse por la gloria de una diosa, sufrir en pos de un ideal de justicia y demostrar corazón ante el arrepentido. Además, el dibujo ochentero añade un atractivo imperecedero a estas figuras animadas con largos y abundantes cabellos de múltiples colores, cuerpos estilizados y moda desenfadada y elegante a la vez; no diré de nuevo lo que me pirra el look chino de Shiryu, o lo bien que quedan las muñequeras, los vaqueros con deportivas y las camisetas remangadas. Hasta los tatuajes nos encantan si los llevan ellos.

Por supuesto, es inevitable que uno empiece con los favoritismos, que para eso hay distintos protagonistas, para que uno elija a quien apoyar hasta el final. Con permiso del poderoso y rudo atractivo de un Ikki atormentado que en el fondo es tan sentimental como el que más, mi amor incondicional es el Caballero del Cisne, el rubio y angelical Hyoga, el poeta de la batalla, el guerrero de los hielos, el cisne blanco e inmaculado, el señor del frío. Nunca tendrá tanto protagonismo como en la Saga del Santuario, pero sus aventuras ante las Doce Casas forma parte de la leyenda y su combate con el Caballero de Acuario es a mi parecer de lo más bello, conmovedor y épico de la serie. O del arte en general, no hay que ser modesto.

Lo realmente adecuado sería valorar las tres sagas por separado, pero el anime es uno así que habrá que intentar hacerlo lo más justamente posible. La primera en el Santuario es la más larga y, quizá por eso mismo, tiene errores de coherencia en el guión y una parte de Caballeros de Plata infumable. No pasa nada, tranquilos: con la aparición de los maravillosos y azarosamente antagónicos Caballeros de Oro se alcanza el tope de lo emocionante, en todos los sentidos. Si creías que no se podía superar, que se llega a creer realmente, llega la Saga de Asgard, original para anime, y con ella tocamos el cielo. Brutal. Compacta, con un montaje soberbio, una realización de cine y unos antagónico con historias personales que te harán llorar como un niño, la mitología nórdica se transforma en un poema trágico y épico de nieves perpetuas, sacerdotisas prisioneras del mal y guerreros sublimes con la fatalidad grabada en sus armaduras. No sabes lo que es la Épica con mayúscula si no has visto cómo Odín despierta de su sueño. Tras este poema desgarrador, la Saga de Poseidón aparece floja y liviana, que lo es, no vamos a engañarnos, pero después de tanta dolor un poco de superficialidad y facilidad no viene mal. Además, el desenlace te deja muy buen sabor de boca.

Sí hay una luz al final de ese camino, caballeros.