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La vida de Oharu

Drama En el Japón del siglo XVII, Oharu, hija de un samurai, es expulsada de la corte de Kioto y condenada al exilio por enamorarse de un criado. Tras la ejecución de su amante, Oharu es obligada por su padre a convertirse en la concubina de un gran señor, al que su esposa no ha podido dar un heredero. para mayor desdicha, después de dar a luz la arrebatan a su hijo y es expulsada de la casa. (FILMAFFINITY)
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Críticas 24
Críticas ordenadas por utilidad
28 de marzo de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kenji Mizoguchi tenía una mirada única, y es esa sencillez y naturalidad que tiene con la cámara lo que nos deja, en ocasiones, al borde del llanto, en esos planos secuencia, buscando que el tiempo manifieste algo, una emoción que aguarda y espera explotar. En este sentido recuerda a Tarkovsky, fue una gran influencia en el ruso.

Acaricia a sus personajes pero también los pone al límite, y si una película del gran Mizoguchi es extrema en algún sentido, es esta. Es un drama desolador, terrible. Donde nada puede salir peor en la vida de una muchacha, quizá puede ser la primera o de las primeras películas con una mirada tan dolida y reivindicativa de la mujer de antes, pero todo está contado con esa poesía de la cámara del artesano, capturando sutiles gestos de los actores.

Una película inimitable, muy hermosa y triste.

9.5
javinry
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25 de octubre de 2022
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película que le quiere rendir homenaje a las mujeres, aquellas mujeres que por destino y también por los hombres, se ven sometidas a un destino fatal, y que no llegan nunca a salir de ese fatal destino, ya sea por mala suerte o por culpa de los hombres.

Es una película valiente, que pone sobre la mesa los sentimientos de una persona (en este caso mujer) que por la sociedad, se ve metida en una historia que ella no quería, pero que la obligan, y siempre hay un hombre detrás de este mal destino.

El argumento es muy bueno, y visto posteriormente en infinidad de películas, series o también, telenovelas. Dudo mucho que esta película, aún ganando premios europeos, haya llegado a EEUU en su época, ya que hablar de una mujer prostituta, ya era motivo de censura. Fue justamente en 1952 que terminó la ocupación americana en Japón. Quizás sea una liberación, al poder hacer películas sin la censura americana.

Y aunque está bellamente filmada, con unos buenísimos planos y unos travellings delicados pero muy elaborados, hay momentos que no me acaba de gustar, sobre todo en las actuaciones de los actores.
edugrn
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22 de abril de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Japón, año 1686. Vemos la vida de Oharu, una mujer que va de desgracia en desgracia, y que sin embargo tiene la dicha de ser la madre de un poderoso noble nipón al que no conocerá. Mientras tanto, vamos viendo sus idas y venidas, su yugo permanente bajo el dominio de los hombres que le hacen una desgraciada.

Me ha costado la misma vida ver la película. este cine clásico japonés es muy popular entre los muy amantes del cine y los doctores en el arte, pero el populacho sufrimos mucho encarando la historia, que tarda en enganchar, aunque se va encaramando algo a medida que pasa el metraje. Para más inri, casi 3 horas de visión que bien valen el mérito del reconocimiento.
CHIRU
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29 de abril de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Saikaku ichidai onna” —León de Plata en Venecia— no sólo permitió a Kenji Mizoguchi darse a conocer fuera de su país, sino que abrió la puerta, y de par en par, a que también lo hicieran maestros de la talla de Yasuhiro Ozu y Akira Kurosawa, integrantes con él de una Santísima Trinidad cinematográfica de influencia incalculable.
No creo que suponga incurrir en el determinismo fácil resaltar el peso de su propia peripecia vital en la obra de Mizoguchi —por otra parte, ¿acaso en la de algún artista no lo hay?—. Criado en la contemplación tóxica de los malos tratos sufridos por su madre y su hermana de parte de un “pater familias” amargado por el fracaso —incluso vendió a la segunda como geisha, así las gastaban en el Japón pre-Hiroshima, sin que de ello quepa deducir apología alguna de las bondades de la bomba atómica—, supone una constante en su cine el cariño con que retrata a las mujeres en general y a las prostitutas en particular. La sofocante falta de oportunidades, su (des) consideración como bonitos floreros —y eso en el mejor de los casos—, no eran algo privativo del mundo feudal, pretendidamente extinto, en que se desarrolla esta película. Pervivía, de hecho, bien entrado el siglo XX, cuando fue rodada. Un sometimiento terrible y anacrónico que también había reflejado Ozu en la maravillosa “Banshun” (Primavera tardía, 1949). La dignidad de la concubina Oharu contrasta con la mezquindad de sus sucesivos proxenetas, el primero y mayor de todos ellos, no podía ser de otra manera, su padre. En este melodrama desolador sólo un varón merece la indulgencia de Mizoguchi, precisamente el único que trata a la vapuleada protagonista como a un ser humano: su efímero, malogrado esposo.
De raíz asimismo autobiográfica es el pictoricismo de sus imágenes, hermosísimas sin excepción, pese a la dureza de la historia que cuentan. En efecto, Mizoguchi empezó como cartelista, lo cual redunda en una concepción muy personal del encuadre. Vertebra “Saikaku ichidai onna” una sucesión de planos-secuencia cuyas naturalidad y sencillez se yerguen, sin embargo, sobre una elaborada coreografía actoral donde cada pieza encaja como en un mecanismo de alta precisión. Mizoguchi filma las evoluciones de sus personajes, sus tránsitos de estancia a estancia en esas casas-cajas de muñecas tradicionales e inmemoriales, con amplios, elegantes e indiscutiblemente difíciles movimientos de cámara. En fin, por si no lo sospechaban ya, “Saikaku ichidai onna” constituye —valga el tópico— una lección de cine con mayúsculas.
Carorpar
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18 de junio de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una mujer camina en las tinieblas de la noche sin rumbo fijo a lo largo de un escenario de miseria. Mientras jolgorio y risas se escuchan de fondo ella entra en un santuario y en una de las pequeñas estatuas de monjes allí dispuestas imagina el rostro de un hombre joven.
El haber evocado una vida pasada que nunca tuvo la llena de alegría...

Aprovechando la situación favorable que vive la cinematografía japonesa a comienzos de los '50, Kenji Mizoguchi puede al fin cumplir su deseo de llevar a la gran pantalla un proyecto de largo aliento; se trata de la novela "Koshoku Ichidai Onna", del famoso y no menos controvertido autor y poeta Saikaku Ihara. El director sería traicionado por Toho cuando aceptó filmar "El Destino de la Señora Yuki" a condición de que le produjeran una adaptación de la susodicha obra, lo cual nunca se materializó; en lugar de eso rueda proyectos de encargo hasta que la productora se interesa de nuevo en distribuir la película.
El principio del texto original es modificado por Yoshikata Yoda, quien condensa su trama episódica, aunque el enfoque es el mismo: seguimos a una mujer desde el primer momento hasta que una pausa en su deambular nos traslada a una época pasada, situada en el siglo XVII, en pleno dominio del shogunato Tokugawa; de este modo se nos relata su vida a través de un extenso "flashback". La protagonista es Oharu, hija del samurái Shinzaemon, que sirve en la corte imperial; cuando la conocemos no queda mucho para que acepte la propuesta de matrimonio de uno de los señores de la corte.

Sin embargo Katsunosuke, un joven sirviente, irrumpe en su vida y la trastocará por completo sin saberlo al confesarle su amor; la imposibilidad de que los verdaderos sentimientos cobren importancia por encima de las clases y el privilegio político aparece de inmediato, y el retrato de este entorno social brutalmente estricto alcanza su cenit con un castigo severo para los jóvenes amantes: la condena de Katsunosuke y el destierro de Oharu y su familia. A partir de este suceso trágico Mizoguchi se concentra en seguir a la mujer a lo largo de una experiencia vital amarga, conmovedora, dolorosa y esencialmente trágica, respetando Yoda el enfoque episódico demasiado al pie de la letra.
Y quizás ese sea un detalle desfavorable, pues provoca que el desarrollo y la estructura narrativa sean obvios y previsibles: la mala suerte (en forma física o metafísica) acompañará a Oharu a cada lugar al que vaya o en cada situación en que sea vea envuelta; aún así el director, despojando a la historia de todo artificio melodramático y sentimental, consigue hacer que el viaje merezca la pena. De pequeño, Mizoguchi ve cómo su padre no tiene más remedio que vender a su hija Suzuko como geisha, pues la familia está en la ruina; este hecho le marca profundamente y se puede decir que, en la distancia, su obra es una carta de amor y admiración a aquella hermana mayor.

Oharu sufre la misma situación al ser ofrecida al poderoso daimyo Matsudaira para que engendre a su heredero; este episodio será tanto más incómodo y desagradable cuanto que los nobles del lugar la expulsen de sus dominios tras ser cumplida su "tarea". Poco después acaba ofreciendo servicios en un lupanar por orden de su propio padre. El destino transforma entonces a Oharu en mera mercancia sexual, asunto que resume los temas que el autor ha trabajado siempre (prostitución, opresión y rechazo social tanto de hombres como de mujeres, brutalidad y cobardía masculina, imagen negativa del padre y destino trágico y sin salida).
Ella se nos muestra como una víctima a todos los niveles, incluso por su naturaleza sensual, que le impide resistirse a los hombres; por esta razón no se revela en ningún momento y se deja explotar, con o sin su consentimiento, en una sociedad en la que ha perdido su lugar infringiendo las leyes de su casta. Tan sólo se convierte en un objeto de placer para las diferentes imágenes del padre.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Kinuyo Tanaka, maravillosa como nunca antes, se convierte en la heroína ordinaria por excelencia del cine de Mizoguchi y del drama japonés en general gracias a una interpretación dura y conmovedora, brillante en todos los aspectos; difícil reparar en los demás cuando ella aparece en pantalla, no así logran destacar Ichiro Sugai, Benkei Shiganoya y Eitaro Shindo; Toshiro Mifune, irreconocible, y Takashi Shimura aparecen brevemente. El director no tiene en cuenta el presupuesto y busca la perfección a cualquier precio (literalmente), dificultando mucho el rodaje, pero esto tendrá su recompensa.
En el Festival de Cine de Venecia el film triunfa y comparte el León de Plata con otra joya: "El Hombre Tranquilo", de John Ford. El director es por fin conocido y aplaudido internacionalmente, aunque muchos no comprenden aún la tremenda profundidad de su arte; la obra, cúspide de la tetralogía literaria iniciada con "El Destino de la Señora Yuki" y de los dramas femeninos que lleva haciendo desde el principio de su carrera, se convierte en un clásico instantáneo y su influencia es enorme en la época, y lo seguirá siendo para una multitud de cineastas.

Mizoguchi está rozando la perfección absoluta con la punta de los dedos, ahora sólo le queda alcanzarla definitivamente, y eso lo conseguirá al año siguiente con "Cuentos de la Luna Pálida".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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