Juego de traiciones

Me puse a ver esta peli, que va sobre el caso real de la espía norteamericana Valerie Plame, algo mosca porque había leído previamente algunas críticas que la tachaban de filme cuasi documental. En fin, a mí los documentales me gustan (lo prometo, palabritadelniñojesús) pero no sé yo hasta qué punto sería capaz de tragarme uno sobre la historia de la tía ésta, que tampoco me parece demasiado apasionante. Y para colmo el tema Irak ya me carga un poco, y eso que no está ni las tres cuartas partes de explotado que el de Vietnam o el de la guerra civil en España. En fin, que a pesar de estas cosillas me piqué y allá que fui.

Mi diagnóstico: soy un marujón. Soy lo más peor. Me pasé toda la peli verdaderamente preocupada por la forma de conciliar la vida familiar y la laboral de la espía Plame. Llamadme sexista; vale, igual si el espía hubiera sido el marido no me haría estas preguntas. Pero es que una espía de altísimo nivel y un diplomático superocupadísimo no me los hago yo formando una familia y cuidando a niños pequeños. Me hace sentirme muy inferior y muy fatal. Yo no soy espía ni estoy todo el día por ahí viajando y jugándome el pellejo ni mi marido es un aguerrido luchador contra el imperio, joder, pero nos las vemos y nos las deseamos para esto de la conciliación. Seremos torpes, no te digo yo que no.

Admiro mucho a los americanos porque las cuestiones de intendencia doméstica siempre las tienen superbien resueltas y pueden dedicarse tranquilamente al espionaje, la diplomacia, salvar al mundo y todas esas cosas. Yo, la verdad, no tengo tiempo ni siquiera para salvar España, con todo lo chica que es; menos mal que para eso está Rajoy, qué alivio.

Creo que el resto de la historia que nos cuenta Liman es muy superficial y tiene el mínimo interés frente a esta capacidad supersónica para la conciliación familiar. Eso sí, Sean Penn lo hace muy bien, como de costumbre, pero tampoco veo yo a este hombre cuidando críos y recogiendo la mesa. En definitiva, que mi punto maru me ha impedido disfrutar como debiera de esta, sin duda, excelente película.

La guerra de Irak, una vez más. Después de abordar el conflicto desde todos los ángulos posibles, de En el valle de Elah a En tierra hostil, nos llega una nueva propuesta ambientada en tan recientes acontecimientos. Parece como si la industria cinematográfica quisiera redimir ahora los pecados cometidos por los medios de comunicación en plena contienda, cuando la información quedó encubierta por la censura. Sin duda, más vale tarde que nunca.
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A pesar del aluvión de cintas bélicas, Caza a la espía llega en el momento idóneo. Justo cuando George W. Bush tiene la desfachatez de publicar en sus memorias que él fue una voz disidente en el tema de Irak aterriza una cinta que desgrana al milímetro los falsos argumentos que nos condujeron, también a nosotros, a una guerra interesada. Y aunque en pantalla los disparos o las torturas despiadadas no son los protagonistas, nos encontramos sin duda ante la película que aborda el tema de la forma más valiente.

Ahí están las imágenes reales de Bush denunciando la amenaza de las armas en Irak ante la ONU. O los bombardeos con los que se inició la guerra y que las televisiones de medio mundo retransmitieron en directo. Pero en la cinta no sólo quedan retratadas las sucias maniobras de un conflicto bélico sino también las fisuras, boquetes en algunos casos, por los que la democracia más orgullosa del mundo pierde todos sus principios.

Que nadie espere encontrar en Caza a la espía algún resquicio del Jason Bourne que rodó Doug Liman. Y mucho menos del Sr. y la Sra. Smith. Aquí las persecuciones no son en plena calle y con la adrenalina al límite sino desde la sombra, con mecanismos mucho más perversos y consecuencias más devastadoras. La película es tan meticulosa que puede llegar a resultar confusa en su primera mitad, repleta de términos tan llanos como uranio empobrecido o antiproliferación. Pero el impacto que provoca comprobar más adelante el juego sucio de Washington impacta más que cualquier escena de acción plagada de efectos. Aterroriza.

Como también aterra, por último, el talento de Naomi Watts y Sean Penn al frente de la película, que para sí quisieran los maniquíes Brangelina. La amiga australiana de Nicole Kidman hace ya tiempo que le hace sombra tras ir enlazando proyectos cada vez más prometedores. Pero lo de Sean Penn ya es admirable. Aúna la capacidad innata para interpretar con el compromiso por los temas más polémicos de su USA natal (ahí están también Pena de muerte o Milk para certificarlo). Sus agallas como actor tienen tanto mérito como las del embajador que se atrevió a contradecir a la Casa Blanca. Seguro que en sus oídos también resuenan los gritos de comunista y traidor.

Doug Liman se vuelve a lucir con su cine. Bourne fue prueba de ello (posteriormente mareado con la dirección de Greengrass en sus entregas posteriores), y ahora lo ha vuelto a brindar con esta magnifica pieza de verdad.

Me considero reticente al cine político, sobre todo por la cantidad de datos irrisorios que inundan los filmes de este género. Si bien esta película tampoco los obvia, al menos tiene la consideración de darles un sentido para dar empaque a toda la historia, tanto personal como política.

Ni que decir de los actores, brillantes y de la música de John Powell repitiendo el esquema de Bourne que tan buenos resultados dio.

La recomiendo; es sincera, bien estructurada e inspiradora.

No seré yo el que diga que el manido tema de las armas de destrucción masiva carece de interés, sobre todo para el espectador americano. Ahora bien, que la soporífera historia de la señora Valerie Plame tenga un mediano interés para el público en general lo dudo mucho. No se debe consentir que te hagan pasar por thriller una cinta que no pasa de ser un ramplón documental y lo que podía contarse en 20 minutos de reportaje de "Informe semanal" lo conviertan en un historia de hora y tres cuartos y además te dicen que es cine de calidad.

Apuesto lo que sea, a mí me pasó, a que cualquiera se acerca a esta película esperando ver algo así como "Juego de patriotas", "Peligro inminente", "Spy games" o algo que mínimamente que se le parezca y el chasco que se llevará será monumental, si es que consigue acabarla de ver. Si por lo menos se pareciera a un thriller político de calidad o rezumara alguna ácida crítica al sistema americano, se podría salvar algo. El cicatero título en español, el cartel publicitario, el trailer de siempre te hacen recrearte otra película que evidentemente no es. En su lugar se nos presenta un film aburrido, sin gancho, en el que no pasa absolutamente nada, y una historia alargada como un chicle para intentar convertir esto en algo parecido a una película. Hay momentos en los que el film se vuelve más íntimo con las escenas familiares, pero tienen tan poca garra que no funcionan ni como drama familiar. Cualquier telefilm de medio pelo de sobremesa es más divertido. Sí, sí, Naomi Watts y Sean Penn están muy bien, pero sin química ninguna, los cuales no consiguen de por sí que la cinta remonte el vuelo.

Se queda uno con cara de tonto esperando a ver qué pasa, a ver cuál es el interés de la película, a ver cuándo empieza el divertimento, a ver cuándo se desarrolla la trama con cierta coherencia y esperando, esperando recibe uno el final exhalando un suspiro de alivio vivificador.

Una de las muchas chapuzas de la administración norteamericana de la era Bush (que no impidió su reelección) es llevada a la pantalla por el padre de la saga Bourne que repite argumentos incontestables pero preñados de impotencia. Ante los servicios de inteligencia, de cualquier estado, un ciudadano no es más que una hormiguita corriendo delante de una apisonadora; nos repite el bueno de Doug Liman, sembrando en el desierto.
Sabemos, precisamente por el cine y la novela, cómo se las gastan los jerifaltes y lo que mejor hemos aprendido es que conviene cerrar el pico si quieres seguir vivo y no complicar la vida de los tuyos. Si antes era difícil jugársela a los poco escrupulosos vigilantes del sistema, ahora, con todos los medios informáticos a su alcance la misión se torna imposible.

"Caza a la espía" es una historia muy reciente y lo único que viene a decir es que el Estado Mundial (que son unos pocos) puede hacer lo que quiera y cuando quiera alegando la excusa más peregrina que se le ocurra....y no pasa absolutamente nada, aún cuando se descubra la falsedad de sus coartadas. Tan sofisticadas se han vuelto las conductas de poder que ya ni siquiera necesitan silenciar físicamente a los mensajeros de la verdad, basta con descalificarlos o desclasificarlos en los periódicos, en la televisión o en cualquier mentidero que admita filtraciones. Ellos, con tres llamadas, pueden convertir lo blanco en negro y transformar a los apóstoles de la Madre Teresa de Calcuta en cabareteros del Moulin Rouge, o viceversa.

La película no nos enseña nada que desgraciadamente no sepamos. Algunos nos instalaremos, una vez más, en la rabia y la impotencia y otros en la inconsciencia, con el mismo resultado.