Una obra no está hecha para las mismas mentes que podrían arruinar el espacio puro que radicalmente conserva el arte. Una obra como Andrei Rublev tiene una inmensa función, casi de las más importantes en nuestra historia, y no es simplemente en tal plano; es la oportunidad de traer a nuestra conciencia algo que no sabemos del otro, suficiente conocimiento como para que sigamos asombrándonos con el arte de cualquier siglo. Los colores de las pinturas que aparecen al final nos dan como pocas cosas en el mundo, la dicha de sentirnos.

La sincronía del lenguaje y de la existencia manifiesta en una obra de varios climas, en una obra en la que el paso del tiempo y la realidad es la unidad fundamental para nuevas unidades futuras pero siempre en el único plano del lenguaje de la sexualidad. Es así que nos dirige no al final sino a un nuevo traumatismo típico de nuestra existencia. Hermoso trauma para nosotros.