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España España · Gipuzkoa
Críticas de Ignatius
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Críticas 9
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
7 de junio de 2005
26 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos directores tienen la suerte o la desgracia de considerarse autores de culto con tan sólo una obra a sus espaldas. Tras el cristal fue suficiente para depositar en el mallorquín unas esperanzas no cristalizadas en sus dos siguientes entregas ( El niño de la luna fue, sencillamente, una empanada estética). El faro de la confianza vuelve a activarse con El mar, película de contornos irregulares y líneas difusas que, precisamente por eso, acrecientan su interés.

Podríamos hablar de cine turbio, enfermizo, oscuro, morboso, obsesivo... y quedarnos tan a gusto. Pero para salir a flote en las aguas cloradas de la crítica es necesario huir de convenciones, por muy ciertas que sean, y ofrecer nuevas perspectivas. En Berlín, la prensa extranjera rechazó de plano El mar por considerarla “demasiado mediterránea”. A mí mas bien me parece nórdica, fría y claustrofóbica pese a sus estallidos de violencia y sus arrebatos pasionales. No atisbo el horizonte de luz por ninguna parte. Mucho mejor así: el poder evocador del título se da de bruces con una realidad esquemática.

El brutal capítulo de la infancia, que marca la vida de los tres principales personajes, está quizá algo dilatado pero la trama central del film (exceptuando ese forzado asunto del contrabando de cajas), que transcurre en un sanatorio para tuberculosos, parece estar intervenida por un cirujano. Un establecimiento, por cierto, despojado de ese halo romántico que atraviesa el sanatorio de La Montaña Mágica . Las paredes están desconchadas, hay mucha sangre, los tragaluces ahogan el día... Es el hábitat donde la muerte flagela a la religión, el deseo a la culpa y ésta al éxtasis. Y Villaronga, bisturí en mano, disecciona estas peliagudas imbricaciones con un atrevimiento alejado de la trascendencia.

Como no podía ser menos, la fotografía es pálida y moribunda pero la incomprensible utilización de la (excelente) banda sonora desvanece la sobriedad de algunas escenas. Las actuaciones, certeras, aunque pareciera que se dejaran algo en la recámara. El conjunto, entonces, es notable, perverso y se abandona al desasosiego. Cualidades todas de un cineasta que sabe nadar a contracorriente por lo que espero con ganas su próxima singladura. Y lo siento, no he dado nuevas perspectivas. He debido naufragar en un mar de tópicos.
Ignatius
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7
7 de junio de 2005
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde luego, la tercera obra del hispano-argentino Enrique Gabriel (“Krapatchouk”, “En la puta calle”) no tiene nada que ver con el apasionamiento por los efectos especiales. Su cine es limpio, fugitivo de lo fácil y anclado en un tiempo pasado pero también en el presente, también en el futuro. Porque “Las huellas borradas” puede causar somnolencia si no se comprende su admirable gesta: recuperar las raíces, estimular los afectos. Un pequeño pueblo leonés va a desaparecer del mapa porque los señores del Plan Hidrológico Nacional van a construir un maravilloso embalse que repercutirá en el bien de todos, etcétera. Sí, te suena de algo y con razón. Se trata de “La lluvia amarilla”, novela muy leída de Julio Llamazares cuyas páginas han anegado de sensaciones visuales la puesta en escena de este filme. Meditar, reflexionar sobre qué es lo que permanece y qué no en este valle de prisas. A muchos no les entusiasmará la idea (¡para un rato libre que tengo...!) pero los que acepten las reglas del juego (Renoir, estás aquí) se comprometerán a no perderse palabra de los actores. Grandes actores que no lo dan todo mascado sino que subsanan las grietas, nuestras grietas. Una película que acaso nos ponga demasiado tontos y poéticos y una cámara que quizá enfatice innecesariamente la trascendencia de algunos planos. Como lo hacía King Vidor en “El pan nuestro de cada día” , Enrique Gabriel nos devuelve a la tierra sin emplear la goma de borrar.
Ignatius
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6
7 de junio de 2005
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es ya un lugar común hablar de Sigourney como una pantera que devora la pantalla. Aquí nos la encontramos con las garras menos afiladas pero con la misma fuerza e inteligencia para seguir regalando al espectador miradas, movimientos y sensaciones desde el más absoluto compromiso con lo que se está contando. Me convence este cambio de registro porque, además, es terriblemente complicado encajar los caprichos de un guión zigzagueante. La felina es una abnegada ama de casa, granjera y enfermera, con un marido bobito y dos niñas abofeteables. Un desgraciado accidente con la hija de su mejor amiga (Julianne Moore, otra afortunada actriz) le sumirá en una pesadilla que pone en tela de juicio la paranoia de los estadounidenses con respecto a la protección de menores. Pese a lo que muchos le achacan (un aire muy viciado de telefilme) la película está bien llevada y tiene un tono a lo peleón pero en voz baja nada desdeñable. Bien es cierto que, tras la primera parte, la irregularidad lucha con fuerza para hacer olvidar los buenos augurios. Porque no se entiende bien que en el episodio carcelario se le dé tanta importancia a las reclusas. Que el personaje del abogado se apropie del interés de la trama. Pero ésta es la película de Sigourney. Tiene tal implicación en el proyecto que su sola presencia desbarata los previsibles chascarrillos sobre este drama familiar anclado en el sinsentido. Es ella la que nos emociona con una lección de geografía sentimental. ¡Menos mimos!
Ignatius
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5
7 de junio de 2005
6 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sorpresa sin mayúsculas saltó en Cannes 1999 donde un ramillete de potentados autores exhibían sus mercancías garantizadas por un incontestable label de calidad. Se recordará aquella cosecha: allí estallaron las últimas obras de David Lynch, Takeshi Kitano, Jim Jarmusch, Pedro Almodóvar, Atom Egoyan y Tim Robbins. Sin embargo, fueron Jean-Pierre y Luc Dardenne los que salieron de allí con la banda de “Gran Reserva”.

El cine social, urgente y comprometido rompe los espejos de la autocomplacencia y cada vez son más los directores que se afanan en recoger los añicos. Es una ola, bienvenida, de sentimientos y denuncias, de puñetazos y problemas, es decir, de la vida consagrada al despertador. Ahora bien, sucede que las mareas arrastran con la resaca alguna impureza indeseable. Aquí se materializan en loas exageradas a cualquier cinta que se inscriba dentro de este cine-buzón. Se magnifican las virtudes y se minimizan los errores. Hablan continuamente de obras maestras y tampoco es eso. Como en cualquier otro género, existen películas socialmente irreprochables pero con una nula dignidad cinematográfica.

Perdonad la digresión : el caso que nos ocupa no llega a esos extremos de inadecuación. Rosetta es una obra dinámica, certera y correcta pero no traspasa los umbrales de la sabiduría. Logra esquivar la mediocridad aunque la tantea en su recorrido. A la hora de repartir responsabilidades, el tema de la supervivencia en un entorno hostil es muy agradecido. Los hermanos belgas intentan zafarse de lo facilón con una radicalización de las formas y los fondos. Así como nosotros no nos levantamos con una claqueta delante, la premiada y omnipresente actriz Emilie Dequenne incorpora a una persona, no a un personaje. Mediante largos planos evoluciona por su mundo de exclusión social, de combate y miseria: una adolescente asediada que intenta respirar. Nada que objetar puesto que su poderosa creación busca y encuentra nuestra reacción, la de desprendernos de la absurda venda que tapa nuestros ojos.

El conflicto, pequeño y justificable pero conflicto, radica en las intenciones, que no ambiciones, que persigue Rosetta. Los Dardenne afirman que no les interesa hacer cine sino filmar la realidad. Pues bien, la realidad es un arma de doble filo que, dentro de su complejidad, esconde aristas como cuchillos. Es por eso que un acercamiento documental a ella empobrece resultados. Se echa en falta una cierta estilización que no tiene por qué confundirse con un burdo maquillaje. Hablan de no hacer ningún tipo de concesión . Entendido pero yo me pregunto si acaso Hoy empieza todo- un magnífico ejemplo- escamotea sobresaltos a una realidad siempre sórdida. Y aquí las comparaciones no son odiosas. O sea, que la peli es majeta pero ya está.
Ignatius
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7
6 de junio de 2005
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
La pasión de Welles o de cómo forjar una leyenda.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ignatius
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