Uno de mis terrores favoritos (de ésos con los que a veces nos torturamos sin venir a cuento) es encontrarme conmigo misma. "Cisne negro" ha venido a darme la razón.

Un papel. Dos personajes. Una sola bailarina. Encarnar a un tiempo al cisne blanco y al cisne negro, supone poner de puntillas tu lado luminoso y tu lado oscuro. Y Nina no puede acceder a él... porque ha crecido castrada. Una madre protectora y absorbente que prolonga la dependencia de su "dulce niña", adulterando su proceso evolutivo, dejándola estancada en una inocencia mal entendida y en una aparente dulzura que no es más que una falta de carácter que la mantiene subyugada a las faldas de mamá.

Ésta no es una historia sobre el mundo de la danza. Aronofsky podría haber contado la misma historia en otro entorno. Hacerlo sobre un escenario le permite, eso sí, deleitarnos estéticamente. Nos muestra la enfermiza creación del personaje a la que se somete Nina, implicando su propia emocionalidad para encontrar, dentro de sí, ese pedazo capaz de dar vida al cisne. Y al no encontrar su parte oscura, será su parte oscura quien la busque a ella...

Así que no veo ese exceso que casi todos dicen ver en el final. Veo la resolución de la historia desde Nina. Pero no como espectadora, sino como protagonista. Aronofsky me da sus oídos, sus ojos, su respiración, su aleteo... para que también yo pueda convertirme en cisne.

Y el público me ovaciona.


Mención especial a:

- La plasticidad. "Cisne negro" es una película, por momentos, hermosa.
- Natalie Portman. Actriz que, no sabría decir por qué, me cae mal... pero que se come la pantalla. El director la somete una y otra vez a la prueba del primer plano. Y de todos y cada uno de ellos sale convertida en mejor actriz.

A veces ocurre. Le das al play, empieza la película, enciendes un cigarrillo y después de la primera calada, se te olvida fumar. Te quedas ahí, con un gesto a medio terminar, sin saber por qué coño no puedes dejar de mirar la pantalla. Y si alguien te preguntara en ese momento "¿tanto te está gustando?", no sabrías decirle; porque estás en pleno proceso de digestión y el plato que te han servido está lleno de arena. Ahora no puedes pensar en eso...

Excelente película, con algún exceso "de autor" disculpable. Metáfora de un sinfín de interrogantes acerca de la libertad, la educación, el miedo, las buenas intenciones, la moral... a través de la historia de un matrimonio que toma la determinación (no importa el porqué; no es tan difícil imaginárselo: por amor. Son padres; tarados, pero padres) de criar a sus hijos aislados del mundo, fabricando para ellos un paraíso ajeno a la maldad inherente al hombre (a todos los demás que no son ellos). Y para ello tienen que reinventarlos, tienen que modelarlos a su antojo, tienen que, como perros, adiestrarlos.

En este delirio griego se mezcla lo dramático (ese castigo con la cinta de video) con lo cómico (esa familiaridad con el tío Frank), pasando por lo tragicómico (esa coreografía histérica de Flash Dance). Y en todo momento huele a Eau de Haneke. Pero a diferencia de éste, el griego debería hacerse mirar el tema encuadre. Una cosa es sacar del plano lo que no quieres que se vea con los ojos o desencuadrar buscando otra estética, y otra muy distinta es que durante la película tengas que plantearte si el operador de cámara tenía jodida las rodillas y le costaba levantarse cuando las cabezas de los actores se le salían de plano.

Y hablando de actores, mención especial para ellos. Soberbio el trabajo filial, construyendo personajes robotizados y vivos a un tiempo, con una emocionalidad desacorde a su edad (¡cuánto desencaja al principio su edad física!).

Y el tratamiento del sexo... Hacía tiempo que no veía escenas tan explícitas y, al mismo tiempo, menos estimulantes. Si alguien puede pensar que el director rodó tanta carne como reclamo, uno de los dos (director o el que lo piensa) tiene un problema.

Gran película. Gracias a los que publicasteis críticas que me abrieron el apetito. Os la debo.

Absolutamente recomendable si no perdéis de vista a quién se la recomendáis. Porque días después puede que, como yo, aún la estén regurgitando.