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España España · Valladolid
Críticas de noe
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Críticas 8
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
23 de septiembre de 2010
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Banderas de nuestros padres es una película bélica que se podría considerar una crítica a las guerras, aunque es más acertado definirla como una crítica a la visión heroica que la cultura norteamericana tiene sobre las contiendas.

Al igual que Cartas desde Iwo Jima, la otra película que Eastwood dirigió ese mismo año, Banderas de nuestros padres narra la batalla que se libró en el Pacífico entre norteamericanos y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Si Cartas… es narrada desde el bando japonés, Banderas… cuenta las hazañas de los soldados norteamericanos centrándose en los tres supervivientes que fueron fotografiados colocando una bandera de EEUU en una montaña de la isla de Iwo Jima. El film muestra a unos casi niños ilusionados, como si de juguetes nuevos se trataran, ante la grandeza de los barcos, ante la potencia de los bombardeos. Sin embargo, pronto se dan cuenta de la crudeza que están viviendo, de lo poco que vale una vida humana en una guerra, de lo gris que es todo en Iwo Jima.

La historia es narrada con saltos en el tiempo, tomando como hilo para la narración la investigación que realiza el hijo de uno de los protagonistas.

Eastwood no tiene reparos en demostrar los horrores de la guerra, así como los “juguetitos” utilizados en ellas que hacen las delicias de los amantes del cine bélico (tanques, aviones, barcos, bombardeos por doquier). Es cierto que se agradece los descansos que los saltos en el tiempo proporcionan. Aunque esta estructura también tenga su lado negativo, y es que es necesario estar muy atento desde el principio para recordar y diferenciar a todos los personajes, que bajo el casco del ejército no son tan distintos.

Eastwood quiere dejar claro que una guerra no es un juego de niños, que los que salen vivos de ella no vuelven a ser los mismos, que el patriotismo en ese infierno no vale para nada. Pero sobre todo, de héroes va la cuestión. Cuestiona firmemente la heroicidad que se promulgó hacia los que volvieron de una guerra aún no acabada, heroicidad que tapa cuestiones económicas, heroicidad que se olvida de los muertos y de los que siguen a pie de cañón. No es un ataque hacia la guerra, tampoco un halago, pero Eastwood se quiere centrar en la ridiculez que supone las muestras heroicas hacia los soldados cuando ellos mismos aún están viviendo el infierno de los recuerdos. “No soporto que me llamen héroe. Lo único que hice fue intentar que no me mataran”, promulga Ira Hayes, el que peor lleva la vuelta a ese mundo norteamericano de propaganda.

El talento y la habilidad de Eastwood es incuestionable, y más a estas alturas. Quizás falla la originalidad en las escenas del desembarco, que recuerdan minuciosamente a las de Salvar al soldado Ryan. Pero el resto del trabajo: perfecto. Especialmente el trabajo con los personajes, el del pelotón… a los que se quiere y gracias a ello te enganchas más a esta película.
noe
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9
23 de septiembre de 2010
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo por ver las maravillosas escenas del desierto ya merece la pena ver esta oscarizada película (se llevó 9 de las 12 estatuillas por las que optaba en 1996), basada en la novela homónima de Michael Ondaatje, dirigida por Anthony Minghella (Breaking and Entering) y protagonizada por los guapísimos Ralph Fiennes (El jardinero fiel), Juliette Binoche (Cachè) y Kristin Scott Thomas (El hombre que susurraba a los caballos).
Si hay una palabra que puede resumir El paciente inglés es belleza. Bellos son sus protagonistas, bellos sus paisajes, bella su música, bella su historia.
A punto de finalizar la Segunda Guerra Mundial, un herido (Ralph Fiennes) con el cuerpo totalmente quemado es instalado por una enfermera (Juliette Binoche) en un monasterio de Italia. El paciente, que dice no recordar su nombre, sí recuerda (y con estos recuerdos nos lo cuenta a base de flashbacks) la historia de amor que vivió intensamente en el desierto africano. Y al lado de esta belleza, el dolor. El dolor provocado por una gran guerra como fue la Segunda Guerra Mundial, el dolor del amor, el dolor de la enfermedad.
El director nos encandila con dos tipos de escenarios muy distintos: el desierto africano, con sus tonos marrones y amarillos, en una época sin guerra, de amor y expediciones; y el verde de una Italia en guerra, con enfermedades y miedos, pero también con esperanzas. Maravillosos los actores y sus miradas, sus potentes miradas, a juego con el fuego del desierto o la paz del monasterio. Maravillosa la música, que suena a cine clásico.
noe
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8
23 de septiembre de 2010
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué es lo que queda cuando todo a lo que habías dedicado tu vida acaba?, ¿cómo te sientes cuando te das cuenta de que has dejado de ser útil?, ¿qué haces cuando piensas que estás al borde de la muerte y sientes que no has dejado huella? Alexander Payne plantea estas cuestiones en A propósito de Schmidt (About Schmidt, 2002), película que se llevó el Globo de Oro al mejor actor y al mejor guión en 2003.


El desgraciado personaje que coloca Payne ante estas reflexiones es Warren Schmidt. Warren se acaba de jubilar como vicepresidente adjunto de una empresa de seguros. Su única y adorada hija, Jeannie, tiene su propia vida a unos cuantos kilómetros de distancia y está a punto de casarse con un tipo al que Warren considera no digno de ser admitido en su familia. Su esposa, a la que soporta a duras penas, fallece repentinamente, y deja a Warren sin su principal cuidadora. Warren se siente inútil, perdido; su vida no tiene sentido y la va gastando poco a poco tirado en su sofá, viendo la tele rodeado de restos de comida, completamente solo. Sin embargo, hay algo que mantiene a Warren en pie: las cartas que envía a un niño al que acaba de apadrinar. En ellas expresa sus sentimientos, se desahoga, narra sus peripecias proporcionándolas algo más de vida de la que tienen realmente. Warren encuentra en las cartas que envía a Ndugu, el niño apadrinado, una tirita para su soledad, para su vacío existencial, y un empujoncito para volver a sentirse importante.
Payne tiene esa habilidad de contar historias tristes y deprimentes con unos brillantes toques de humor que convierten sus películas en comedia y drama a la vez. Lo hace con su posterior trabajo Entre copas, la historia de otro infeliz, y lo hace de forma verosímil, quizás porque sabe que la vida siempre está mezclada por tintes cómicos y dramáticos. A propósito de Schmidt no hace uso de un humor que provoca una carcajada, pero mantiene elevada la comisura de los labios, aunque en muchas ocasiones sea provocado por la compasión que provoca sus personajes.
Payne presenta unos personajes cuya principal característica es su humanidad. Su imperfección es totalmente humana, también su patetismo y su gracia, simple y cotidiana. Y esto es lo que engancha de A propósito de Schmidt.

A pesar de la indudable valía del guión y del desarrollo de la historia, que contiene pocos diálogos pero que mantiene el ritmo en todo momento, a pesar de la formidable construcción de los personajes; hay que reconocer que A propósito de Schmidt tiene la calidad que tiene gracias al señor Nicholson. Es brillante su interpretación, los matices que adquiere su personaje, al que convierte en un cascarrabias indeseable que despierta sentimientos de compasión, ¡e incluso de ternura! en el espectador. Warren parece estar hecho para Jack. Sus gestos, sus movimientos, su ceja levantada… Jack enriquece no solo al personaje, sino a la película en sí, que no sería la misma sin él.
noe
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10
23 de septiembre de 2010
3 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
“No es fácil ser diferente”; le dice Vianne a su hija Anouk. Han llegado con el viento del norte a un pueblecito de la campiña francesa que se rige por las tradiciones que el alcalde se ocupa de hacer cumplir. Las dos nuevas inquilinas abren una chocolatería muy especial, con bombones que despiertan las pasiones y chocolate con guindilla que levanta el ánimo. Pero madre e hija no son bien recibidas. No van a la iglesia, Vianne no está casada y viste con zapatos rojos, y, por si fuera poco, no respetan las tradiciones de la cuaresma. Los vecinos que han probado su chocolate, van directos a confesar su pecado a un cura que es marioneta de la política del alcalde.
Chocolat es una deliciosa película que se estrenó en el año 2000 y que fue dirigida por Lasse Hallström, el director de Las normas de la casa de la sidra. Es un cuento de hadas que trata sobre la intolerancia hacia las personas diferentes, sobre los corazones inquietos que viajan con el viento. Habla también de la amistad y del amor, y, sí, también habla de las delicias del chocolate. Una tierna historia, con magnífico diálogo, con tintes cómicos y dramáticos, con la participación de estupendos personajes y estupendos actores. Tiene ese aroma de fábula dulce que deja una marca de positivismo en el corazón.
Es recomendable verla con una tableta de chocolate a mano
noe
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9
28 de diciembre de 2008
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Éste sí es un buen ejemplo de cómo convertir una fantástica obra de teatro en una fantástica película. El buen sabor que te deja el texto también lo consigue la imagen, avalada por dos actores geniales que crean a un Paul y a una Corie inmejorables.
Recomendada para todo aquél que busque pasar un rato divertido, y muy recomendada para el que haya leído la obra (¡e incluso la haya trabajado!), porque no decepciona.
noe
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