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Críticas de Sandro Fiorito
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Críticas 372
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
3
28 de agosto de 2019
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando te sientas a ver una película sobre uno de los personajes más herméticos y enigmáticos de la política internacional como Dick Cheney (admiro las historias de personas oscuras, discretas y de aparente segunda línea pero poderosas), como mínimo te esperas que quede despejada alguna de tus incógnitas. El propio film advierte en su apertura que «se lo han currado como cabrones» (yo creo que han fracasado como idiotas) para poder hacer este biopic ante la dificultad que supone hablar sobre el que es considerado el vicepresidente más poderoso de la historia de los Estados Unidos, un hombre cuyos historiales y formularios no se encuentran o están incompletos (fiel reflejo este de la oscuridad de su personaje) y con un rastro de mails desaparecidos que hacen imposible saber casi nada acerca de su vida y obra. En la película está magistralmente interpretado por Christian Bale, pero más allá de esto lo único que nos cuenta la cinta es que Cheney fue uno de los principales estandartes de Bush en su avanzadilla contra Irak sin ahondar en ningún punto más que revele el auténtico peso político de este vicepresidente en su gobierno durante nada menos que dos legislaturas. Un ejemplo de que si algo te queda demasiado grande, por mucho que «te lo curres como un cabrón» es mejor dejarlo estar y no hacer el ridículo tratando de hablar de alguien desde la pura especulación y sin aportar prácticamente nada nuevo. Hablan de su juventud, de su trayectoria política, de su vida personal y de su vicepresidencia sin conocer en absoluto ninguno de los cuatro puntos, pero queda muy bonita la excusa para meter propaganda Obamera y críticas hacia los republicanos en lo que en su metraje final se convierte en un aburrido y prescindible panfleto. Siempre nos quedará recurrir a otras fuentes y descubrir por nosotros mismos quién era ese hombre silencioso y observador que convirtió un cargo simbólico (el de vicepresidente) en una auténtica muestra de poder desde las sombras.
Sandro Fiorito
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5
2 de enero de 2014
14 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
El único superviviente relata el auténtico infierno sufrido por un grupo de soldados de los US Navy SEALs emboscado por talibanes durante una operación militar en Afganistán. Basada en una historia real, la cinta está protagonizada por Mark Wahlberg (La trama, 2013), que a su vez es uno de los productores, y dirigida por Peter Berg, que venía de sumergirse en otro proyecto bélico (aunque con tintado de ciencia ficción), Battleship (2012).

Comenzada la película, detecto de inmediato que falta ritmo, que se tarda demasiado en presentar a sus personajes y que se dedica un tiempo innecesario a intentar hacerles cercanos al espectador, pues ésta es una tarea que no se consigue hasta muy bien entrado el metraje, más por la desgarradora naturaleza de su historia que por cualquier vano intento de la realización para humanizar a sus personajes. Según avanzan sus fríos e inconsistentes minutos iniciales, llegamos al punto en el que gran parte de la cinta se convierte en una larga y desangelada escena bélica que, no exenta de algunas secuencias espectaculares, siempre me da la sensación de conseguir mucho menos de lo que pretende.

Probablemente, gran parte de la culpa de esto la tenga su mala ambientación, causante de que nunca llegue a percibirse la sensación real de encontrarse en un peligroso territorio de Afganistán dominado por descerebrados talibanes: se huele el falso cinematográfico, y todo me parece un básico rodaje en una colina en la que han disfrazado de talibanes afganos, para intercambiar disparos con las tropas americanas, a personas que, víctimas de una pésima caracterización (con imagen pulcra y excesivamente maquillada) no parecen ni de los alrededores. Esto confiere al conjunto una imagen de telefilm que me lleva a decir que esta película sería un excelente entretenimiento de sobremesa, pero no una cinta a la altura de la gran pantalla.

Lo mejor que podemos encontrar en El único superviviente, además de la entrega de unos efectivos Mark Wahlberg (subidito de peso para guardar su personaje similitud física con la persona en quien se basa) y Ben Foster (The Messenger, 2009), rodeados por un elenco que responde, se vislumbra en un convincente último tramo de película, más emotivo, sentido y con la capacidad de mejorar el conjunto general. También, y por supuesto, el sufrimiento que produce ver algunas de sus escenas más cruentas, señal del buen trabajo que se ha realizado al rodarlas y el mejor reflejo de lo que padecieron unos héroes que vivieron en sus carnes toda una tortura humana para deshacer al mundo de unos cuantos tiranos y hacernos así, a todos, pero especialmente a quien los sufre in situ, un poco más libres.
Sandro Fiorito
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8
13 de diciembre de 2013
53 de 85 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tan espléndida como el resto de películas de la saga. Y es que lo bueno que tiene la espectacular factoría de Tolkien adaptada al cine por Peter Jackson es que cada una de sus películas tiene algo que la hace especial, que la hace única dentro de su propio universo. Hasta el momento del estreno de 'La desolación de Smaug' y en mi modesta opinión, era 'Un viaje inesperado' la película más remarcable de la saga por dar sentido a la misma y aumentar, al menos en este servidor, el aprecio a unas entregas que algo deberán tener cuando, contando de media con tres horas de duración, éstas nunca se hacen largas.

Será su épica, serán sus personajes, será ese fascinante mundo tan bien imaginado por Tolkien y grandiosamente adaptado por Jackson, pero en cualquier caso existe en esta manufactura una magia por la que me he sentido atrapado. Y así vuelve ocurrirme en 'La desolación de Smaug', que ha pasado ante mis ojos aportando un entretenimiento monumental y ofreciendo todo un repertorio de deslumbrantes escenas que hasta en algún momento me han dejado con la boca abierta por despejar, al menos en parte, algunas de sus más sorprendentes incógnitas. La película, rebosante de energía, es un incansable torbellino de acción trepidante, buenas historias y continuación de uno de los viajes con el billete mejor pagado en una sala de cine, ya que su mágico transporte a través de uno de los mejores mundos de fantasía que podremos encontrarnos en la gran pantalla, garantiza una completa inmersión en un universo repleto de rincones por los que sentirse fascinados.

Con el permiso de Gandalf (Ian McKellen), son los carismáticos personajes de Thorin (Richard Armitage) y Bilbo Bolsón (Martin Freeman) los reyes de esta nueva trilogía, aunque en La desolación de Smaug no tengan desperdicio otros personajes como Tauriel (Evangeline Lilly) y Kili (Aidan Turner), ambos protagonistas de una historia que no tiene desperdicio. Con sus correspondientes pizcas de humor (hilarante una durante la escena de los barriles) y acompañada por los brillantes compases de Howard Shore, 'La desolación de Smaug' no sólo mantiene alta la media de calidad de la saga, si no que inyecta muchas ganas para poder ver la que ¡oh, Dios mío…! será la última película de tan genial universo: 'Partida y regreso'. ¿De verdad que todo acabará ahí? Porque yo estoy seguro de quedarme con muchas ganas de más.
Sandro Fiorito
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10
3 de diciembre de 2013
73 de 94 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gran belleza es una película que habla de lo que significa para Jep Gambardella (Toni Servillo) ese frío y mundano universo de la alta sociedad en el que la riqueza puede ser el mayor capítulo de miseria. Fiestas chic, círculos intelectuales ahogados en copas de Martini, diálogos demoledores forjados con pluma de acero, inspiradoras estampas de la exquisitez de una silenciosa Roma con intenso aroma a Fellini que se erige como el mejor ejemplo del auténtico significado de la belleza, y cuyos caminos y rincones transitados por sus protagonistas suponen un deleite visual prodigioso…

Me he enamorado de esta película, en la que mi muy admirado Paolo Sorrentino (El amigo de la familia, 2006) se gusta más que nunca, se disfruta como nadie y arroja sin reparos contra el guión (escrito junto a Umberto Contarello, de Un lugar donde quedarse, 2011) y ante la cámara todo su potente despliegue de imaginación y atrevimiento, con ese buen manejo del ritmo que viene demostrando a lo largo de toda su filmografía. Ha vuelto a servirse de su mejor actor, Toni Servillo (Il divo, 2008, Las consecuencias del amor, 2004), para adentrarse en la historia de un antaño novelista, hoy periodista de reputada tinta en publicaciones artísticas y culturales, que recorre con parsimonia e incredulidad todo ese cielo de estrellas artificiales en el que se ve representado lo más selecto de la società.

Pero la cinta, una profunda y continua espiral de contrastes con fuerte arraigo filosófico, es más que Jep Gambardella aunque éste sea el hilo conductor de todo el argumento. Es la amistad, el amor, la religión, la vida. Un plano de todo ello. Son las intensas sensaciones que compone el entramado de una preciosa película de la que no quise desprenderme hasta el último crédito final. Un paseo a través de los parajes más bellos de Roma, atravesando las puertas de los lugares más prodigiosos de la capital italiana (a esto, en exclusiva, se dedica una monumental escena), en los que se filman toda una serie de secuencias memorables y sobre las que fluyen unos estupendos diálogos que dan lugar a la reflexión, pero que también divierten por lo que hay escrito en esas líneas que son pronunciadas por un exquisito reparto, encabezado por el siempre magistral Toni Servillo (enorme en su papel) y continuado por figuras como un extraordinario Carlo Verdone (Manuale d’amore, 2005), entre otros muchos.

Todo aquí es lo que el propio nombre de la película indica, pero la belleza podría resultar empalagosa si ésta fuera la única protagonista del film. Para que la belleza sea posible debe existir su contrapunto, y en la última creación de Paolo Sorrentino, pese al riesgo de quedar embelesados con los ambientes preciosistas que como en un lienzo son aquí trazados, la belleza siempre está cercada, amenazada desde no muy lejos, por la indigencia moral y carencia de humanidad de muchos de sus personajes y circunstancias, situados en el otro extremo de algunos roles tristes, solitarios y apagados que también se dan cita en La grande bellezza y por los que acabas sintiendo una tremenda simpatía.

La gran belleza es una obra maestra que navega a través de secuencias que transmiten una cautivadora y envolvente sensación hipnótica por la que te sientes atrapado, engalanada por un mundo de luces, colores y sombras perfectas —maravillosa fotografía de Luca Bigazzi—, un prodigioso guión y una banda sonora que, fusionados todos estos puntos, se generan los contrastes de los que nos quiere hablar Sorrentino. Y esto se hace mostrando sus situaciones a través de choques visuales, de armonía y de emociones que reflejan ese mundo explorado por el director napolitano y mostrado desde diferentes perspectivas. Una película para disfrutar sintiendo y para sentir disfrutando en la que Sorrentino se la juega siendo más él mismo que nunca (se permite el lujo de cortar una celestial secuencia inicial amenizada por un coro, con la estruendosa pero trepidante y disfrutable intrusión de una fiesta de más de seis minutos a ritmo del “Far l’amore” de Carrà remixado por Bob Sinclar, con más significado del que aparenta) para firmar la que para mí es la mejor película de este maestro, la mejor que he visto de 2013 y, sin duda, la más inspiradora en mucho tiempo.
Sandro Fiorito
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8
24 de noviembre de 2013
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se abre la película con un sencillo pero relajante encuadre que ya transmite el sosiego, la frescura y las sensaciones positivas que el conjunto de la cinta será capaz de mantener a lo largo de su duración. En ese mismo momento, en ese primer segundo, ya me siento atrapado por este remake de Yôji Yamada, homenaje al largo firmado por Yasujiro Ozu en 1953, Cuentos de Tokio -una de las películas mejor valoradas de la historia-, y que retrata la vida cotidiana de una familia durante la estancia temporal de los abuelos en la ciudad japonesa que da nombre a esta cinta.

Un anciano matrimonio (maravillosos Isao Hashizume y Kazuko Yoshiyuki) que afronta con ilusión la aventura de viajar desde un resguardado pueblo a la inmensidad de la gran ciudad para ver a sus hijos, que parecen rifarse la tarea de cuidar a sus padres mientras éstos asumen la situación con tranquilidad y sin renunciar a una sonrisa permanente en sus rostros, como siendo conscientes de que son dos trastos incómodos a los que no se les puede encontrar una ubicación concreta.

El abanico de personajes que conforma esta historia de historias está mayoritariamente compuesto por roles que desprenden una tremenda simpatía, gente que rebosa ternura, que da lecciones sobre cómo afrontar la vida y sus situaciones más amargas, que recuerdan la importancia de los pequeños detalles para valorar el mundo en el que vivimos. Y todo ello sin pretensiones filosóficas, con absoluta naturalidad. También sirven para denunciar actitudes egoístas e hipócritas como las de algún que otro despreciable papel que aparece en pantalla, inmerso en la inmundicia moral de ese tipo de personas que siempre están diciendo cómo hacer las cosas, para después ellos no dar ejemplo y lavarse las manos cuando se requiere su ayuda o simplemente, su atención.

Se ve reflejada la decadencia de nuestra sociedad a través de la pérdida de afecto y respeto por los mayores, la desvinculación progresiva de nuestra generación con la familia. Pero como en toda bonita historia hay un halo de esperanza, y este es uno de esos cuentos directos al corazón que al llegar al final te hace abrir los ojos, asomar una sonrisa y decirte a ti mismo, con la sensación de haber descubierto el acertijo: así que esto era lo que me querían decir... Para llegar a ello, atravesaremos pasajes que van desde lo simpático hasta lo desgarrador, siempre manteniéndose el guión en un nivel sensato, coherente y nada pretencioso.

Se agradece enormemente que te sientes para disfrutar una película y al final hagas algo más que eso: ser testigo de una historia que en realidad es una llamada de atención general a nuestra sociedad, que recuerda que si queremos mejorar como personas debemos contar con otras personas, que el egoísmo no conduce a nada y necesitamos solidaridad. Pero no de esa que viene acompañada por un ánimo de redención: ésta debe salir directamente de nuestro interior, y para ello primero debemos comprender el trasfondo del asunto, explorarnos a nosotros mismos. Una historia de Tokio puede ser un buen empujón para ello.
Sandro Fiorito
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