No me conmueve en ningún momento. Las aspiraciones del protagonista (bañadas en lujos, en grandes comidas...) no dejan de ser afanes fanfarrones de prestigio, que enfrían la trama y me provocan el deseo de que su vida acabe en la estacada (se lo merece sin lugar a dudas). No busca su realización personal ni ningún otro fin honroso. Además, el barrio en el que vive está corrompido por la vanidad y la completa falta de dignidad humanas. Parece ser que estamos ante una pesimista (e inconsciente, muy probablemente por falta de miras) visión de la humanidad. Habría que enseñarle a Murnau que no toda la civilización se vuelve loca con el brillo del oro. Lamentable, repugnante, asqueroso, vomitivo...

El personaje interpretado por Emil Jannings no deja de ser un cualquiera que me ha entrado por un ojo y me ha salido por el otro a la fuerza.

París ha dejado de ser París pero el señor Hulot sigue siendo el de siempre: la inocencia perdida en medio de la modernidad. En una modernidad que, desde luego, no se cierra sobre sí misma alcanzando la perfección técnica: es un auténtico sin parar de cortocircuitos y golpes que dan al traste con toda pretensión de mejora. La visión que nos trasmite Tati, un poeta extranjero en su propio país, es equiparable a la del "flâneur" de Baudelaire, que es aquel caminante (vagabundo se podría decir) que observa perplejo desde fuera la estúpida modernidad, que triste y paradójicamente nos convierte a todos en semejantes.

El filme es una sátira muy divertida, que con una fluidez atolondrada nos muestra a una serie de personajes ridículos y completamente robotizados. La dirección es única, especialmente se hace notable en las secuencias del insoportable restaurante en las que consigue una efervescencia que no te deja quitar el ojo de la pantalla. ¿Y qué decir del gran Tati como actor? A la altura de Chaplin y Keaton.

Es preciso mencionar la aparición de reflejos en las cristaleras de los grandes edificios, los cuáles evocan monumentos emblemáticos de París como la Torre Eiffel o la Basílica del Sacre Coeur. Pinceladas de nostalgia que no tardarán en borrarse, como un rostro dibujado en la orilla del mar.

Es otra forma de hacer cine. Es la conjunción definitiva de la imagen, el ruido y la música en el fondo de la naturaleza. Naomi, siempre interesada por la memoria y el duelo, enfrenta a dos personalidades que buscan redimir el dolor de una pérdida, algo que se anticipa al principio en los entresijos de una marcha fúnebre.
Es una historia triste y minimalista, seductora por su brillante tratado estético de la naturaleza, sosegada como una suave ráfaga de viento...

Un espectáculo dialéctico desde el mismísimo encuentro. La inteligencia de los diálogos y la poesía de las imágenes (los encuadres y las precisas confrontaciones entre el campo y el fuera de campo) sumado a un intimismo elegante y evocador coronan a Sorogoyen como uno de los grandes del cine español. Construye un mundo en el que tienen espacio tanto lo hermoso del amor como la frialdad y la tristeza perturbadora del desequilibrio.
Si bien Javier Pereira se me hizo un poco cargante en la primera mitad del filme terminó por convencerme tras el drástico desenlace. Aura Garrido está brillante desde el principio, dulce y siempre portadora de algo misterioso.

Me ha dejado sin palabras. Al verla sentí ese arrebato del que habla Zulueta.

Es una de las películas más estúpidas que he visto en toda mi vida. El armazón técnico quizás sorprende en algún momento pero no quita que el filme sea semejante tontería. Es una sucesión de imágenes con las que Nolan intenta demostrarnos lo listo que es, pero hay tanta hecatombe y desconexión (peregrina) entre ellas que todo acaba por ser un fiasco de millones, que quizás hubiese tenido más sentido sin tantas posibilidades de producción.