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Críticas de Vivoleyendo
Críticas 1,745
Críticas ordenadas por utilidad
8
12 de julio de 2008
87 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
Olvidaos de los típicos productos en serie de usar y tirar que suelen inundar el mercado, supuestamente dirigidos a adolescentes.
Quitaos de la cabeza el chip de las alegres pandillas hormonadas de mascadores de chicle con los chistes soeces de turno, las competiciones de popularidad y la carrera para ver quién echa más polvos.
Alejaos de todo ese vano ruido, porque lo que vais a hacer aquí es meteros directamente y sin pasar por aduana en la personalidad y la perspectiva subjetiva de Alex, un chico de ciudad aficionado al skate.
No necesitamos presentación, porque como estamos dentro de Alex, él mismo nos va mostrando su camino. El camino hermético de un adolescente introvertido, de pocas palabras, que deja traslucir muy poco de su interior, que vive volcado en su universo propio, sintiendo esa mezcla de aislamiento y de rechazo hacia el exterior y de vacilante y reacia necesidad de contacto, de integración y de aceptación.
Ni siquiera desde nuestra posición privilegiada conseguiremos desentrañar la mayor parte de los secretos que destila su mirada limpia pero velada. Seguiremos sus pasos por pasillos y calles, oiremos la música que se cuela en su memoria auditiva como una letanía que le acompaña, veremos las cosas con un filtro en ocasiones opaco, en ocasiones traslúcido, en ocasiones turbio, pero rara vez, muy rara vez, con un filtro transparente y diáfano. Solamente, solamente en el cruce de miradas con el detective. En el terrible momento de estar contemplando los ojos de un hombre que lo mira con fijeza, sabiendo que unos segundos después estará muerto. En la vertiginosa soledad de una ducha obsesiva que no limpia más que la piel, porque no puede limpiar la conciencia.
Nunca se está listo para el Paranoid Park. Para ese parque ilegal de skaters de Portland construido a base de perseverancia por unos chavales que necesitan tener algo en lo que creer, algún sueño de triunfo en medio de los fracasos cotidianos. Para Alex, como para todos, el Paranoid es más que un lugar donde ir a patinar. Es contar al mundo sin palabras, con el eco de las ruedas resonando sobre el hormigón decorado con grafittis, que los jóvenes también son capaces de encontrar sus propias motivaciones y metas a través del desafío a la fuerza de la gravedad sobre una breve tabla, que quizás sea para ellos una tabla de salvación y de fuga cuando todo lo demás se desmorona.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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10
7 de julio de 2007
98 de 121 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando yo tenía unos cinco años, me llevaron a verla al cine. Aquélla fue la primera vez que, sentada en la excitante oscuridad de un patio de butacas, saboreé el placer del cine, y mi debut se produjo con esta película. No sé si ello influyó en mi apreciación sobre ella, pero lo cierto es que el aura de magia que me envolvió se me quedó grabado en la memoria para el resto de mi vida.
La renacuaja que era yo transmutó a Elliott en un héroe infantil. Aquel niño, el segundo de tres hermanos en una familia desangelada por el abandono del padre, en aquella típica casa de los extrarradios de Los Ángeles, llena de recovecos, tiestos y juguetes en cantidad suficiente para detener un tren en marcha... Y aquellos científicos y agentes de la NASA y del FBI con sus aparatos, escuchando las conversaciones de la gente... Y aquella nave espacial con esa familia de alienígenas que, como cualquier hijo de vecino, estaban realizando un viaje turístico y se dejaron olvidado al "niño"... Con esas imágenes nocturnas inquietantes, en las que se ven panorámicas de la ciudad y los chicos protagonistas llevan la vida normal de cualquier niño... Y, entonces, Elliott hace el descubrimiento en su cobertizo y ahí empieza la amistad más profunda y conmovedora que se pueda establecer entre dos seres. Y, a partir de ahí, todo es aventura, magia, maravilla, descubrimiento, diversión, tensión, drama... Cómo los tres hermanos, pero sobre todo Elliott, establecen con E.T. un vínculo mucho más fuerte e intenso de lo que puedan imaginar, gracias a los poderes especiales de éste, que puede conseguir que los chicos sientan lo que él siente y viceversa... E ir siendo testigos del evidente deterioro físico de la criatura, que no está adaptada para la vida en la Tierra y que necesita tener a sus padres cerca para sobrevivir... Y, al final, esas escenas espectaculares de la huida de toda la pandilla de chavales mientras los persigue todo el FBI y E.T. haciendo volar las bicicletas, en aquella mítica escena que hacía que todos los niños prorrumpiéramos en gritos y en aplausos, y que ha quedado para la historia y como símbolo de la compañía Amblin Entertainment. Ver a Elliott y a E.T. volando en la bicicleta ante una luna gigantesca catapultó mis sueños de niña. Ah, por supuesto, todos llorábamos en el cine cuando E.T. estaba mortalmente enfermo y los médicos no podían hacer nada por salvarle. Indescriptible.
Años más tarde, escuché expresamente la banda sonora de John Williams. El conocidísimo tema "Adventures on Earth" lo tengo clavado en el recuerdo.
En definitiva, una película que marcó a toda una generación que por aquel entonces teníamos la suerte de ser niños. Nunca pude volver a ver una película de pandillas y aventuras infantiles sin evocar a aquel ser feo, marrón y terriblemente inteligente y tierno que se ganó nuestro corazón, o a aquella pandilla que voló en sus bicicletas por un cielo plagado de estrellas.
Vivoleyendo
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9
18 de julio de 2007
80 de 85 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ésta es una de esas sorprendentes y profundas historias que no se pueden definir simplemente como "comedias", porque son muchísimo más complejas que eso, y reducirlas a una simple etiqueta equivale a infravalorarlas.
Siempre he creído que Katharine Hepburn era con diferencia la mejor actriz de todos los tiempos, y tras ver maravillas como ésta, lo sigo creyendo.
Lo que presenciamos aquí es toda una minuciosa y crítica revisión del sueño americano y los laureles con los que pretende seducir a los incautos. En ese rasgo, la película no es original; ya se ha tratado innumerables veces en el cine ese tema. Pero en 1938, el tema poseía aún una gran frescura en el cine y en esta película en concreto se aborda directamente y sin tapujos.
Cuando el sueño americano consiste en entrar al club de las grandes familias de rancio abolengo, llevar una vida vacía en una gran casa-museo que es como una jaula de oro, tener amistades hipócritas que sólo se mueven por el olor del dinero, un empleo enchufado en una de las grandes empresas del suegro en el que uno no hace prácticamente nada aparte de rascarse las p... ehhh, las palmas, ir a aburridas e insulsas reuniones en el club social en las que todo el mundo se dedica a despellejar al prójimo y organizar fiestas en las que todo el mundo se dedica a lo mismo que en las reuniones del club social.
Pues bien, a nuestros protagonistas se les plantea la disyuntiva de tomarlo o dejarlo, de entrar al club y lograr el tan ansiado sueño americano, o darle la patada a todo y prescindir de ese sueño que, no por ser tan cacareado, es menos esclavizador, discriminatorio y contrario a la libertad individual.
Las grandes interpretaciones de Katharine Hepburn (Linda Seton), Cary Grant (Johnny Case) y también la de Lew Ayres (genial como el cínico pero sensible hermano de Julie y Linda, las protagonistas) y las de Jean Dixon y Edward Everett Horton (como los Potter, amigos de Johnny Case), hacen crecer por momentos la película hasta momentos de increíble vivacidad, ternura y profundidad psicológica, con unos diálogos extraordinarios en su intensidad, en su honestidad y a menudo en su sentido del humor.
Una joya de película que sigue reluciendo pese al tiempo transcurrido.
Vivoleyendo
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9
11 de noviembre de 2008
86 de 98 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los temas candentes en la actualidad es el de los “bebés a la carta”. Bebés programados y concebidos in vitro con ciertas características genéticas concretas. Hay parejas que deciden “programar” algún hijo cuyo nacimiento no se deba al simple y puro azar, a la combinación totalmente aleatoria de genes maternos y paternos como consecuencia de una noche loca. Por ejemplo, se dan casos en los que algunas parejas deciden tener algún hijo por este método programado, para que pueda ayudar a salvar la vida de un hermano enfermo.
Incluso se ha llegado a dar el caso de gente que ha rechazado a sus “hijos a la carta” porque éstos no reunían las condiciones requeridas.
Como si los niños que están por venir fuesen creados por catálogo y pudiesen constituirse eligiendo una serie de ingredientes enumerados en un menú del día, a gusto de los clientes. “Si no está Vd. satisfecho, tiene derecho a la devolución del producto y a la restitución del importe pagado”.
¿Dónde quedan los límites de la ética, dónde queda el derecho a la vida y al libre albedrío, dónde queda esa dignidad fundamental que la naturaleza nos otorga a través de sus leyes cargadas de sabiduría?
Niccol, partiendo de esta idea tan problemática y controvertida, nos sitúa en un futuro no muy lejano en el que la carrera hacia la perfección de la especie está aniquilando algo tan bello como es concebir a los hijos por amor o por el anhelo de contacto entre las personas. En una era en la que la ingeniería genética ha dado pasos agigantados, engendrar “hijos de Dios” o “hijos de la fe”, niños sin ningún tipo de manipulación genética, es algo atrasado, pasado de moda, contraproducente. Ese tipo de criaturas son discriminadas y despreciadas por su entorno desde el mismo momento en que reciben el primer soplo de la vida. Son observadas de reojo con miradas de ligera conmiseración y de desprecio, como si fuesen reliquias de museo de alguna moda ridícula del pasado que queda expuesta para el escarnio de los observadores.
Desde luego, ya no nacen muchos niños así. Ahora, la mayoría son bebés a la carta, engendrados en laboratorio y manipulados para que sus genes sean los óptimos posibles. Desde el mismo instante en que ven la luz, una simple gota de sangre extraída dictamina la esperanza de vida, las enfermedades hereditarias, las probabilidades de padecer cualquier dolencia física y/o psíquica y rasgos del futuro carácter y de la personalidad. La deshumanización está presente ya en el mismo paritorio, sin tener en cuenta los sentimientos de unos padres que han de escuchar la voz monótona de una enfermera pronosticando una posible tendencia depresiva, una afección cardíaca y una muerte prematura.
Los genes, además, son el pasaporte al éxito. Destrozando el principio de la igualdad de oportunidades y de la consecución de las metas a través de los méritos personales, la sociedad bombardea con el mensaje de que unos genes excelentes son la única garantía para cosechar el éxito en todas las esferas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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10
15 de abril de 2008
96 de 119 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una lámpara de prismas colgantes de cristal azul... Único recuerdo que Julie se lleva consigo tras dar carpetazo a su antigua vida.
Como si despertara de una ilusión, de un sueño teñido de azul... Todos los sueños tienen su fin. Su sueño de una familia, de un hogar con un marido y una hija y la vocación de la música... Terminó. ¿Qué le queda ahora?
Ahora no tiene más que una casa vacía que se le queda demasiado grande, poblada de recuerdos de los que quiere huir.
Y huye. Dejándolo todo atrás, o intentándolo. Cargando con un sufrimiento que suena con las notas de una sinfonía que llora sin concluir su llanto, quedando en el aire el interrogante de un final que no llegó.
Azul, sinfonía, fundido en negro, dolor, resurgimiento.
La imagen dice tantas cosas... Habla de una mujer que despierta brutalmente a la soledad. Que soporta un dolor que solamente halla consuelo cuando escucha las notas de la flauta de un mendigo. Cuando toma prestadas unas horas de la compañía de Olivier sobre un colchón solitario y atesorado. Cuando tiende una mano hacia Lucille, su vecina prostituta. Cuando descubre secretos sobre su marido muerto y decide perdonar y aceptar toda esa parte de él que nunca le perteneció. ¿Quién pertenece a quién, en realidad? ¿Quién es dueño de otra vida? Ella lo comprende con la lucidez de quien ya no tiene nada que perder, ni que esperar.
¿Es posible concluir la sinfonía que otra persona empezó? ¿Tiene derecho Olivier, lo tiene ella?Sería como pretender terminar una escultura que Miguel Ángel dejó a medias, o el Réquiem que Mozart dejó incompleto cuando lo sorprendió la muerte.
Nunca sería igual.
La banda sonora es puro sufrimiento hecho música, furia, impotencia que no para de sonar como un tormento en la mente de Julie.
Los cristales azules reflejándose como lágrimas en el rostro de ella, un café abandonado tristemente en su taza al son de una flauta, el brillo de unos ojos, una camada de ratoncitos recién nacidos que anidan en el trastero de Julie (ella teme a los ratones), las aguas azules de la piscina en la que ella desahoga sus opresiones, un caramelo azul que su hija nunca llegó a recibir...
Poesía fílmica, sinfonía dolorosa de imágenes y sonidos sugestivos que muestran los lamentos, y la lenta recomposición, de un mundo interior roto como el cristal.
Vivoleyendo
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